Me encuentro al borde de contarles una experiencia que viví hace no más de tres meses en el Metrobús de la Ciudad de México.
Había terminado la jornada laboral, por lo que ya me disponía ir a casa y descansar, este maravilloso evento se presentó alrededor de las 8 de la noche. Cómo es costumbre, en un martes cualquiera, el Metrobús con dirección a Tepalcates se encontraba totalmente lleno, así dejaras pasar 3, 4 o 5 camiones, la cantidad de gente seguía siendo la misma. De tal forma que me encontraba esperando un pequeño espacio en la última puerta, abordando en la estación de Amores.
Platicando un poco de mi persona, les puedo decir que físicamente tengo la altura normal de un hombre, de complexión delgada, barba recortada y con unas piernas y glúteos bien desarrollados gracias a practicar futbol en mí juventud. Retomando el evento, me encontraba ya al borde de poder tomar el siguiente camión, cuando por la parte de atrás llega uno que se dirigía a la dirección contraria, dejando bajar a varios usuarios, momento justo en el que llegaba el camión al que me llevaría a casa.