Mi prima, la del pueblo

Fueron un conjunto de razones las que llevaron a Lucas a abandonar Madrid y trasladarse a vivir a un pueblo del sur de la provincia de Albacete, en una zona donde se juntan las provincias de Granada, Jaén, Almería y Murcia, en las escribanías de la sierra de Cazorla, cerca del nacimiento del Rio Mundo. Entre estas razones estuvo su prematura prejubilación de la entidad bancaria en la que trabajaba, en el departamento de sistemas informáticos, donde fue sustituido por gente mas joven y mejor preparada. También influyó su separación, que se produjo cuando su entonces esposa se fue al Caribe con unas amigas a una despedida de soltera y nunca volvió, quedándose allí a vivir con un aborigen que le debía meter todo lo que ella necesitaba y mucho más. Al tener a su hijo ya casado y trabajando en Munich, pasaba los días solo en Madrid y no se sentía animado a salir a sus 56 años de caza por los diferentes pubs de la capital. Finalmente, la pandemia fue lo que le indujo a irse a la casa de sus abuelos, para rehabilitarla y pasar allí largas temporadas.

La casa, que estaba como a un kilómetro del pueblo, sobre un risco, llevaba bastantes años cerrada, por lo que envió a una empresa de limpieza a que la adecentaran. Cerca había algunas viviendas más, todas de familiares más o menos lejanos. Una vez que rehabilitó la cocina, un dormitorio y un improvisado baño, se instaló con el fin de ir arreglando el resto de la casa. Allí empezó a hacer su vida, parte en la cocina, donde instaló una cocina de butano, su cafetera de marca y una mesa con dos sillas, aunque nunca pensó en que llegaría a utilizar la segunda, y, por otra parte, en el dormitorio, donde, junto con la cama, instaló un sillón antiguo heredado de su abuelo, una televisión que se había traído junto a su Apple Tv, su conexión a internet a través de un router 4g y el ordenador portátil. Desde casa podía dedicarse a sus trabajos adicionales, la programación de apps para móviles.

Contrató a una pareja de albañiles de la zona para que fueran renovando el resto de la casa y así ir incorporando habitaciones.

Unos días después de instalarse recibió su primera visita. Se trataba de una prima lejana, de una edad semejante a la suya y que vivía en una casa cercana. Era una mujer no muy delgada pero fuerte, con bastante pecho y caderas, morena, que debió ser guapa y que aún conservaba un rostro muy agradable. Vestía un pantalón vaquero y un jersey largo encima.

– Hola, soy la Sole – se presentó – tu eres el nieto del tío Ventura, ¿no?

– Si, soy Lucas. Y…, ¿tú eres?

– Tu prima. Una nieta de la hermana de tu abuelo.

– No creo que nos conociéramos.

– No. Ya veo que estas restaurando la casa. Estaba casi en ruinas, una pena que se fuese a hundir. Menos mal que alguien se ha preocupado de ella, lleva más de treinta años cerrada.

– Si, la verdad es que estaba peor de lo que esperaba. También hacia treinta años que no venía por aquí, unos meses antes de casarme. Vine a presentarle a mi futura mujer a mi abuelo. Pero no llegó a venir a la boda, porque enfermó y falleció.

– ¿Estás casado?

– No, divorciado. ¿Y tú?

– Como yo. A mi marido le mandé a hacer puñetas hace ocho años. Estaba hasta el gorro de aguantarle. Cada día era, y aún es, más bruto. Yo tampoco soy muy fina, pero él es un verdadero animal. Ya le conocerás, tiene un puesto de verduras en el mercado.

– Ya, y tú, ¿a qué te dedicas?

– Trabajo en el Ayuntamiento y tengo una pequeña granja en la casa que hay al otro lado del rio. Cualquier cosa que necesites, me lo dices.

– Vale, gracias.

– ¿Y cómo es que te has venido a vivir a este pueblo perdido de la mano de Dios? Aquí en invierno te vas a pelar de frío.

– Quiero ganar calidad de vida, respirar aire puro, andar por el campo, vivir la naturaleza. Estaba cansado de vivir en Madrid.

– Eso me gustaría a mí, haberme podido ir a trabajar a Madrid, vivir en la capital, con todas esas tiendas, restaurantes y bares. – dijo Sole.

– La verdad es que en Madrid hay de todo, pero cansa. Tantos atascos, tanta gente. Es una ciudad maravillosa cuando se es joven y se sale de noche, pero cuando se alcanza una cierta edad, empieza a cansar. Normalmente los madrileños nos terminamos comprando una casa fuera y al final casi no bajamos a la ciudad, excepto por trabajo, porque, si quieres ir a un espectáculo, no hay entradas; si quieres un restaurante, no hay mesa; y así con todo.

– A mí me gustaría vivir en Madrid para ver escaparates y pasear por sus calles – dijo Sole.

– Eso siempre lo puedes hacer. Es cuestión de ir de vacaciones un par de días. Además, te ahorras los inconvenientes de vivir allí. Es mejor ir de turista que residir allí.

– ¿Y tu crees que te vas a adaptar a vivir en un pueblo como este? Aquí no tienes casi de nada. Y hay pocas cosas para hacer.

– Espero que sí. Hacer cosas, tengo muchas hasta que arregle la casa. Y hoy en día, con internet puedes tener la televisión que quieras. No me voy a aburrir. Y espero que tú me sigas visitando.

– Conmigo te aburrirás, no soy tan inteligente como tú, ni he vivido…

– Te equivocas. – le cortó Lucas – no necesito mantener conversaciones trascendentales para divertirme, lo que nos podemos dar es compañía. Por cierto, ¿sabes cocinar?

– Claro. Me imagino que tú no.

– También en eso te equivocas. Me encanta cocinar. Vamos a ponernos de acuerdo. Tu me invitas a comer de vez en cuando y yo hago lo mismo.

– No podemos, esto es un pueblo. Empezarán a cotillear.

– A mí no me importa lo que digan. Al fin y al cabo, somos primos y vecinos.

– Ya, pero yo si soy de aquí. Además, no creo que sea una mujer como las que tú has tenido…

– De nuevo, te equivocas. Te encuentro realmente atractiva.

– Eso lo dices por obligación. Te lo agradezco, pero ya soy mayor y he perdido las formas y todo eso que tenía. Ya no tengo veinte años, vamos, ni cuarenta.

– Todos hemos perdido lo que teníamos, pero hemos ganado experiencia. También cambian las expectativas. No aguantaría a una de vente, ni a una de treinta. Ahora veo cosas diferentes. Y tú me pareces muy maja.

– Me vas a hacer sonrojar. Hace mucho que nadie me dice esas cosas. Aquí, a partir de los cincuenta, pasas a ser una vieja.

– Pues no te veo así. Seguro que te siguen tirando los tejos…

– A mi… nadie.

– No me lo creo.

– Pues es verdad. ¿Quién se va a fijar en mí?

– ¿No me digas que no has ligado desde que te separaste?

– Pues no. Bueno, no recuerdo cuando ligué por última vez. Tres años antes de casarme, en las fiestas del pueblo, ligué con uno. Luego me casé y hasta hoy.

– ¿Y después de separarte? ¿No has vuelto a disfrutar de …? – preguntó Lucas.

– Nada de nada. Aunque la verdad, casada tampoco disfruté mucho. Pero no he venido a contarte mis intimidades. Me voy. -dijo, sonrojándose. Se levanto y se marchó.

Lucas se quedo mirándola mientras se alejaba calle abajo moviendo el culo.

En los siguientes días consiguió terminar el salón con chimenea. Trasladó todo su equipo informático a este nuevo cuarto y puso los dos sillones que había heredado de su abuelo, el que ya tenía en el dormitorio y el otro, que había mandado tapizar, frente a una mesa camilla.

A mitad de la semana Lucas bajó al pueblo a comprar varios repuestos en la ferretería. Al pasar por el Ayuntamiento decidió saludar a Sola. Entró, preguntó por ella y le indicaron que trabajaba en la oficina del fondo. Allí se encaminó y la encontró trabajando en el ordenador. Se saludaron y Sole se ofreció a acompañarlo e irle presentando a la gente.

Primero fueron a la ferretería.

– Lagartijo, mira este es mi primo Lucas – dijo Sole

– Encantado. Usted me dirá.

– Necesito unas abrazaderas isofónicas de 6 cm, tacos, brocas, tornillos, un repuesto de flotador de inodoro y tubo de PVC.

Mientras el hombre fue a por el material, Lucas le preguntó.

– Oye, ¿eso de llamarle Lagartijo?

– Aquí todos tenemos motes. Este es el hijo de Pascual, el Lagarto, luego es el Lagartijo. Hay culebras, culebrillas, el Afeita al Gato, el Acuático, el Albercoque, el Al Capone, el Alferjor, el Capazas, el Alpargaton y muchos más. Yo, por ejemplo, soy Sole la Rosauro, porque mi abuelo tenía un molino en la Casa Rosauro y le llamaban el Rosauro, a mi padre el Rosaurito y yo pase a la Rosauro.

– Que curioso. ¿Y te conoces todos los apodos?

– En realidad, solo nos conocemos los apodos, lo que no sabemos son los nombres. Por ejemplo, si le preguntas a la gente si conocen a Antonio Gonzalez Marcos, del que acabo de meter un escrito en el ordenador por una solicitud para construir una nave de aperos, casi nadie te sabrá decir quién es, pero si dices el Montejano, todo el mundo dirá que le conoce.

– ¿Y mi abuelo tenía apodo?

– Claro, tu abuelo era el Anchavidas, no me preguntes por qué, que no lo sé. – le contestó Sole, mientras el Lagartijo colocaba todo en el mostrador.

Luego fueron a la tienda de pinturas a elegir un tono para el salón. Se decidió por pintarlo en amarillo claro, que combinaba bien con las colañas del techo. Una vez hecha la compra en el supermercado, se fueron a tomar el aperitivo al bar del Rubio.

– Nos tenemos que quedar aquí en las mesas de la calle – le dijo Sole – porque en los bares no está bien visto que entren las mujeres.

– ¿Qué dices? Eso es del siglo pasado.

– Pues aquí estamos en ese siglo. Qué te voy a decir. Incluso hay algún bar que no sirven a mujeres.

– No me lo creo… – contestó Lucas con cara de broma

– No te lo tomes a cachondeo, es así. Hay todavía mucho machista suelto, y a la mujer la tienen metida en casa y solo la dejan salir al mercado.

– Yo pensé que eso ya no existía. Hace sesenta años, vale, pero ahora que incluso gobiernan los de izquierdas.

– Sigue igual, pero no te creas que son solo los viejos, incluso alguna pareja joven veo yo que no la dejan salir con las amigas. Pero ahora la juventud ya es diferente, las chicas ya hacen lo que quieren, aunque los viejos las critiquen. De treinta para abajo son libres, de treinta para arriba somos aun esclavas.

– Que cosas más anacrónicas, Sole. ¿No me dirás que a ti tampoco te dejaba tu marido?

– No le hacía ninguna gracia que saliese con amigas. El único sitio de reunión es la peluquería, donde damos rienda suelta a nuestras fantasías y decimos burradas. Pero está mal visto ir a un bar a tomar unas cañas nosotras solas.

– ¿Y ahora conmigo?

– Eres mi primo. Por eso te voy presentando así. Somos de la familia y, por tanto, puedo ir acompañado. En definitiva, inocentes.

– Buenos, Sole, tanto como inocentes, no. Que somos primos muy lejanos y tu estas muy bien.

– No me digas esas cosas, que me las voy a creer. Yo ya estoy retirada del mercado.

– Porque quieres. Te veo una madurita muy apetecible…

– Qué guarro eres. Pero no te puedo decir que no me guste que me mires así. Bueno venga, nos vamos, tengo que volver al trabajo – cortó Sole, levantándose y cerrando la conversación.

Al llegar, de nuevo, cerca del Ayuntamiento, se despidieron y Sole se volvió a su trabajo y Lucas se fue a su casa.

Otra semana después, a primera hora de la tarde, recibió un transporte con el sofá y una librería que había adquirió en Ikea. Mientras los montaba, apareció de nuevo Sole a visitarle.

– He visto que te traían cosas en camión y he venido a ver si necesitas ayuda.

– Pues me vendría bien. Aunque estas cosas se montan fácilmente, siempre es mejor entre dos. – le contestó Lucas, observando que esta vez Sole se había arreglado más. Venía con unos pantalones anchos y una camiseta de tirantes, con una camisa encima. Realmente estaba bastante buena, pensó.

Terminaron de montar la estructura del sofá y luego se pusieron a meter los almohadones en sus fundas. Después empezaron a montar la estantería y, en varias ocasiones, Sole descubrió como Lucas se quedaba mirando su escote, mientras ella, en otras ocasiones, le miraba el culo a él.

– Hoy te voy a cocinar algo de cena. ¿Te gusta la Quiche? – le preguntó Lucas.

– ¿La qué?

– Quiche Loraine, es decir, la tarta salada de la Lorena, en Francia. Bueno, en realidad es un plato alemán, ya que la Lorena fue una provincia alemana, junto con Alsacia, hasta que las perdieron al final de la primera guerra mundial. Ellos las llamaban Elssas y Lotringen. Bueno, la tarta en alemán se llama tarta de cebolla, Zwiebelkuchen.

– Nunca la he probado. Yo se poco de cocina internacional. Yo conozco la cocina de aquí. Me imagino que tu te quedaras igual si yo te hablo de los Andrajos con liebre.

– Ni idea. Bueno pues me pongo con ello. Espero que te guste.

Lucas se puso a freír el bacon y lo dejó enfriar. Mientras precalentó el horno a 180 grados, sacó la masa del congelador y mientras se descongelaba, terminaron de montar otros dos módulos de estantería.

– ¿Quieres ver alguna serie mientras cocino?

– No, prefiero verte cocinar.

Extendió la masa quebrada ya descongelada, embadurno el molde con mantequilla, extendió la masa sobre él y se puso a hacerle pequeños agujeros con un tenedor.

– ¿Y esa chorrada que estás haciendo? – preguntó Sole.

– Es para que no se contraiga.

– Ah, vale.

Luego tapó la base con papel de aluminio y lo metió al horno 10 minutos. Mientras hizo la mezcla del bacon frito con dos huevos batidos y añadió medio litro de nata y dos botecitos de cebolla frita. Le echó algo de pimienta molida y sacó el molde del horno y le quitó el papel de aluminio.

– Ves, ha quedado ya algo cocido, pero no se ha abombado.

Lucas puso una buena base de quesos picados en el fondo del molde, vertió la mezcla con un cazo repartiéndola bien y metió el molde al horno.

– Bueno Sole, espero que te guste.

– Espero, nunca he probado eso.

– Otro día te toca a ti.

– Pues no sé qué te voy a hacer. No hago cosas sofisticadas. Como no te haga unos gazpachos, unas migas o un potaje, no sé.

– Perfecto, eso también me gusta y me recuerdan a mi niñez, cuando venía a ver a mi abuelo. Creo que cocinaba su hermana.

– Claro, mi abuela. De ella aprendí yo a hacerlo.

– Pues perfecto. ¿Un vino rosadito?

– Vale.

Lucas sacó un buen vino rosado frio, sirvió dos copas y le dio una a Sole. Propuso un brindis.

– Por todas nuestras futuras noches gastronómicas.

– Chin-chin – contestó Sole.

– Y por esta mujer maravillosa que he encontrado.

– No me hagas sonrojar de nuevo, Lucas.

– Lo digo en serio. Venga, vamos a recoger todos estos cartones y ponemos la mesa.

Un rato después, Lucas sacó la tarta de cebolla ya tostadita del horno. Sirvió dos trozos y se sentaron a cenar.

– Esta riquísima, Lucas.

– Gracias.

– Me tienes que dar la receta, por si se me olvida, aunque no se a quién se la voy a hacer.

– ¿Tendrás amigos con los que juntarte?

– No viene nadie a verme. Aquí soy una divorciada solitaria. Mis amigas siguen casadas y a sus maridos no les parece bien que se junten conmigo, no vaya a ser que les abra los ojos y le manden también a la mierda, porque a muchas no les faltan ganas, pero también les faltan arrestos. Nadie viene a mi casa.

– Perdona, una curiosidad, ¿por qué te separaste?

– Porque dejamos de respetarnos y, un tiempo después, me empezó a pegar cuando venia borracho de la taberna.

– Pues hiciste muy bien. Has dicho solitaria, pero es porque quieres. ¿No te has planteado rehacer tu vida sentimental? No te digo casarte, digo divertirte, echarte unas risas. No sé si me entiendes…

– Lucas, no vuelvas a sacar el tema. Yo ya estoy dada de baja de todo eso. – dijo Sole, aunque en el fondo, quizás por efecto del vino, empezaba a gustarle hablar del tema y empezaba a tener sensaciones entre las piernas que pensaba que nunca más sentiría.

– Sole, no quiero ser impertinente, pero, ¿desde cuándo no lo has pasado bien?

– ¿Te refieres a irme de juerga?

– Bueno si, aunque más concretamente, ¿desde cuándo no has echado un buen polvo?

– Lucas, no puedo hablar de eso, me da vergüenza, de eso no se habla.

– Venga Sole, olvídate de convencionalismos. Deja salir a esa mujer que noto que lucha por liberarse.

– Bueno, lo intentaré. Buf, ni me acuerdo. Un buen polvo, hace muchos años, de soltera. Luego, nunca más. Con mi marido, al principio, no lo pasaba mal. Luego ya me arreglaba sola, porque él se limitaba a ir a lo suyo y siempre me dejaba a medias. Y últimamente, nada de nada. No creo que ya pueda… – contesto Lola, mientras trataba de recordar la última vez que se había corrido bien, aunque empezaba a notar que se empezaba a mojar. Se preguntó si él lo notaría.

– Sole, eres una mujer aún joven, no estas nada mal y es una pena que te encierres en casa. Deberías buscarte aventuras, aunque sea fuera de aquí.

– No puedo irme. Tengo animales en la casa a los que tengo que cuidar y dar de comer.

– Bueno, pues tendremos que arreglarlo aquí…. – dejó caer Lucas, levantándose a llevar los platos a la cocina, volviendo con otra botella de vino.

Sole se le quedó mirando sin saber muy bien qué había querido decir, aunque tenía que reconocer que algo estaba cobrando vida dentro de ella, algo que tenía muy olvidado. Intentó imaginarse cómo sería Lucas sin ropa. No recordaba cuando había tenido un pene cerca de sus manos.

Lucas rellenó las dos copas y le acercó una.

– ¿Nos sentamos en el sofá? Habrá que estrenarlo. ¿Te apetece un café?

– No gracias, no puedo dormir si tomo café, aunque con el colocón que me está viniendo con este vinillo.

– Bueno Sole, ¿cómo arreglamos tu problema? – pregunto Lucas

Sole se le quedó mirando. Lucas acercó su mano a las suyas y la puso encima de ellas. Sole noto un calor interno intenso. Se imagino a Lucas sobre ella… entonces algo se cruzó por su cabeza. Un pensamiento cruel. No había venido preparada. Hacia años que no se depilaba, así no podía dejarle hacer nada. Además, la ropa interior que llevaba puesta era realmente desastrosa, o, al menos, nada sexy. Sintió una vergüenza enorme. Tenía que salir de allí antes de que la cosa se pusiese de tal forma que ya no hubiese posibilidad de pararlo. Se levanto de un salto.

– Lucas perdona. Ha sido una velada maravillosa. Me ha encantado cenar contigo, pero no estoy aún preparada para sobremesas picantes y veo que tu vas por ese camino. Otro día…

– Mañana. Te invito a cenar otra vez.

– No lo se. Otro día, te digo. – dijo Sole y se fue hacia la puerta.

– Sole, te espero mañana otra vez.

– No sé, ya veré.

Lucas se sorprendió por el cambio repentino de Sole. La vio salir casi corriendo.

Al llegar a casa, Sole se dejó caer en el sillón de su salón. Sonrió. Notó como estaba acalorada y empapada. Lentamente metió su mano por el pantalón y por dentro de la braga. Su mano se abrió camino entre la espesa mata de pelo hasta llegar a sus labios. Noto un latigazo en cuanto rozó su clítoris, que llevaba tiempo mucho tiempo desatendido. No tubo que tocarse mucho para sentir un largo y profundo orgasmo. Le hubiese encantado haber seguido con Lucas, pero no dejaba de ser una mujer a la que le gustaba sentirse bien, y hoy no lo hubiese estado. Necesitaba un cambio. Siguió tocándose entre toda aquella humedad y deleitándose con placer, pensando en como seria echar un polvo casi diez años después, o, con suerte, un buen polvo, casi treinta años después. Ya había empezado con la menopausia, pero seguía teniendo reglas esporádicas. Debería tener cuidado. Su sexo se había adelantado a la situación y reclamaba más.

Decidió darse una ducha para depilarse y, de paso, volver a masturbarse. Se fue al baño y se desnudó. Se quedo mirándose en el espejo. Lentamente paso su mano por sus pechos, imaginando que fuese la mano de Lucas. Luego bajó la mirada a su sexo y vio esa enorme mata de pelo negro ensortijado en forma de triangulo que le cubría todo. Luego vio sus piernas, también con abundante pelo. Abrió el agua de la ducha y mientras esperaba a que saliese a la temperatura deseada busco en su armario las cuchillas de afeitar que hacia tanto tiempo que no utilizaba. También tomó unas pequeñas tijeras.

Decidió afeitarse las piernas y los laterales del pubis. No quiso quitarse todo, aunque sabía que es lo que ahora se llevaba, pero no quería parecerse a las modelos de los calendarios que adornaban las paredes de la trastienda de su exmarido, todas en pelotas y enseñando todos esos coños afeitados. Se dejó un triangulo en el pubis, recortando su longitud con las tijeras hasta dejarlos de menos de dos centímetros de largo. Se depiló también las axilas y algún que otro pelo que le salía por otras partes del cuerpo. Con un espejito comprobó el resultado y se imaginó la mano de Lucas recorriendo todos esos lugares, para luego pasar a imaginarse que lo hiciese su boca, y terminar haciéndolo con su pene. Su mano ya se había dirigido instintivamente a su clítoris. Se estuvo tocando y luego comprobó la cantidad de flujo de su vagina, por si estuviese demasiado seca, confirmando que eso no iba a ser un problema.

¿Cuánto hacía que no se echaba crema en el cuerpo?, se preguntó, mientras se embadurnada de leche hidratante por todo el cuerpo, sintiéndose de nuevo mujer. Cuando se fue a la cama, se quedó rápidamente dormida y satisfecha de los tres o cuatro orgasmos que ella se había provocado, pero con ganas de más.

Lucas se había quedado preocupado. Una reacción tan inoportuna, cuando todo iba sobre ruedas y la velada estaba siendo agradable. No se había planteado nada en concreto, no tenia un objetivo y solo deseaba que las cosas fluyeran, pero le había sorprendido por la forma en que Sole había huido. No sabía si Sole aceptaría una nueva cena. Lucas decidió, en cualquier caso, preparar una cena y esperar a que Sole llegase.

Estuvo todo el día desarrollando una nueva App para un cliente que tenía una tienda de recambios de motos, mientras que miraba la estantería de Ikea que cubriría toda la pared del salón y recordaba lo bien que lo había pasado montándola junto a Sole. Después de comer estuvo colocando libros y carpetas hasta casi llenar esa estantería. Luego bajo al pueblo y compró en el Maxi Dia lo necesario para hacer la cena. Se había decidido a cocinar según lo que encontrase más fresco y, al final, se decidió por unas berenjenas rellenas. Las preparó sacando la pulpa y friéndola, bien picadita, con carne picada, piñones, algo de pimentón, pimienta molida, orégano y un toque picante con cayena molida, para, finalmente, añadirles algo de tomate frito y una cucharada de azúcar, para contrarrestar su acidez. Introdujo las pieles en el horno hasta que se ablandaron, y luego las rellenó con el sofrito, cubrió con una mezcla de cuatro quesos picados, luego un poco de parmesano en polvo y finalmente otra de queso para fundir. Metió las berenjenas en el horno y decidió que las doraría solo si Sole aparecía. Luego se dio una ducha, se puso una copa de vino, puso en el equipo de música el CD del concierto de violín de Tchaikovsky y decidió esperar.

Sole, por su parte Sole, se levantó pronto, dio de comer a los animales y luego pasó el día en el Ayuntamiento con un montón de solicitudes, pero dándole vueltas en la cabeza a la posibilidad de acudir a su cita. Por un lado, lo deseaba, y de hecho, se pasó la mitad del día sintiéndose húmeda, pero por el otro, ya sabía cómo iba a terminar aquello y le daba miedo.

Al volver a casa se decidió, se arregló un poco, aunque no demasiado para no parecer una buscona. Se puso su mejor ropa interior, un conjunto negro de encaje que no se había puesto desde que acudió a la boda de una de sus amigas varios años atrás. Le quedaba algo justa, pero era mejor que aparecer con unas enormes bragas blancas de abuela y un sujetador de los de antes de la guerra, que era lo que habitualmente se venía poniendo. Añadió una blusa y una falda hasta la rodilla.

Llegó a casa de Lucas sobre las ocho y escuchó la música clásica de violín que sonaba fuerte. Sintió que se adentraba en un mundo nuevo y diferente, donde no se sentía segura. Estuvo a punto de darse la vuelta y volver a su casa, pero siguió adelante y se tranquilizó cuando observó como Lucas se alegraba de verla llegar. Lucas le sirvió una copa de vino, mientras encendía el horno para gratinar las berenjenas. Sole estuvo mirando todos los libros que cubrían la paredes.

Se sentaron a charlar.

– Lucas, ¿te has leído todos esos libros?

– Bueno, la mayor parte. Antes leía mucho, como no había internet, ni canales de películas y series, pues leía muchas novelas.

– ¿Tú has estudiado en la Universidad?

– Si. Hice Ingeniería de Telecomunicaciones y luego un postgrado, un MBA en el IESE, cuando ya trabajaba en el banco.

– ¿Esos son muchos años estudiando?

– Pues sí. Teleco son seis y el Master otros dos. Hoy en día hay que estudiar siempre para poder estar al día. Pero casi nada de lo que estudié sirve ahora, solo es la base para poder entender lo que hay nuevo. Hoy en día te tienes que pasar la vida estudiando, porque cada tres o cuatro años la tecnología cambia por completo. Y tú, Sole, ¿qué estudiaste?

– Bueno, aquí en la escuela hasta hacer BUP. Luego estudié un módulo de FP en Albacete. Quería haber seguido estudiando, pero al volver me eché novio de mi exmarido y ya me quedé. Fue un error que he pagado muy caro. Luego he seguido haciendo cursillos con el Ayuntamiento – dijo Sole, como queriendo compensar su falta de formación.

– ¿Y cómo es él?

– Jaja, Lucas, pareces Perales. Mi marido, un animal. Solo pasó por la escuela, pero la escuela no entró en él y cada día es más bruto. No sabe hacer la O con un canuto. Solo sabe cultivar tomates y verduras en la huerta, cobrar subvenciones del PAC y llevar el puesto del mercado y, antes, cuando podía y yo le dejaba, darme palizas o echarme polvos violentos.

– Cuanto lo siento. ¿Y cómo aguantaste tanto tiempo? Bueno, y, ¿cómo te casaste con él?

– Ya te lo contaré alguna vez. Pues por inercia y porque esto es un pueblo. Me costó demasiado poco casarme y mucho separarme. Ya te dije que desde que me separé, me arrinconaron. No me trato con medio pueblo.

– Que mentalidad más rara, por decirlo así. – dijo Lucas – Bueno, pues añádeme a mi en ese reducido circulo de personas con las que tratas. Me caes muy bien, Sole.

– Y tú mí, Lucas. ¿Tú no echas de menos tratar con tus antiguos compañeros de estudios o de trabajo? Estarás acostumbrado a tratar con gente diferente y yo no querría aburrirte, debes estar acostumbrado a tratar con mujeres mucho más cultas y sofisticadas que yo.

– Para nada Sole. Ya he quemado mis naves en Madrid y quiero tener otra vida diferente, dentro de la cual me gustaría incluirte, si me dejas y no sales corriendo, como el otro día.

– Me gustaría no tener que explicarte lo que me pasó. Solo espero que tú no me lo cobres ese desaire. Como ves, he venido a cenar de nuevo. – le contestó Sole, recordando la ducha con su depilación y los tres inmensos orgasmos que se había provocado, notando, de nuevo, como empezaba a mojarse.

– Y me alegro un montón de que estés aquí. – dijo Lucas, levantándose y añadiendo- Bueno, la cena estará lista.

Se sentaron a cenar y se tomaron las berenjenas acompañadas de un buen vino tinto de Ribera. Durante la cena, fue Sole la que le preguntó:

– Lucas, ¿estuviste muchos años casado?

– Si. Visto ahora, demasiados. Me casé joven, después de acabar de estudiar, cuando me coloqué de informático en el banco. Pronto Rosa, mi ex, se quedó embarazada y tuvimos a mi hijo Pablo, que vive y trabaja en Munich, en Siemens, de ingeniero.

– No pareces tan mayor para tener un hijo ingeniero.

– Las cuentas salen justas, casado muy joven, hijo a las primeras de cambio, buen estudiante y durante el erasmus en Múnich le salió ese trabajo y allí se quedó. Ahora esta viviendo con una alemana a la que no le caigo bien y por eso casi no me visitan y tampoco le hace gracia que vaya a verlos.

– Lo siento.

– Ya, son cosas que pasan.

– ¿Y tu mujer?

– Rosa, pues estuvimos bien unos años, unos quince, hasta que Pablo empezó el bachillerato. Ella es enfermera y entonces me enteré de que tenía un rollo con un médico. Lo hablamos y por el bien de Pablo, seguimos juntos, aunque con libertad, ya me entiendes. Yo tuve un rollo con una compañera y ella ya se empezó a desmadrar, decía que tenía que aprovechar sus últimos años de juventud, que nos habíamos casado muy jóvenes y ella había tenido poca vida. Lo que ella quería decir es que había conocido a pocos hombres, ya me entiendes.

– ¿Y os separasteis?

– No, seguimos juntos. De hecho, al principio, compartíamos cama y nos enrollábamos de vez en cuando, aunque a mí me daba algo de reparo, por no saber quién había estado antes con ella. A veces venía algo bebida y quería rollo y al acabar me contaba, como una gracia, que yo era el tercero o el cuarto de ese día y que se había corrido como una loca. Se convirtió en un verdadero pendón.

– ¿Y seguisteis juntos? – preguntó Sole, mientras que algunos recuerdos de su juventud afloraban en su mente, notándose ya totalmente empapada. Pensó que se tenía que haber puesto un salva slip, o terminaría notándose que estaba totalmente salida.

– Si. Yo me dediqué a mi trabajo, a llevar la casa y a ayudar a Pablo con la carrera de Industriales. Prácticamente la estudiamos juntos.

– ¿Y ella?

– A su aire. A veces no volvía a casa o se iba de vacaciones por ahí, con otro. Luego le dio por operarse de todo en el propio hospital donde trabajaba. Se levantó las tetas, se arregló el suelo pélvico para sentir más, se quitó grasa de aquí y de allá y se quedó hecha un figurín. Hasta se recortó los labios vaginales para que no le salieran demasiado y parecer aún una niña. Estaba buena y lo aprovechaba.

– Bueno, ¿y cómo llegasteis a separaros?

– Una compañera del hospital se casó y organizó un viaje de despedida de soltera de cuatro días a Punta Cana. Allí conoció a un mulato que le dio bien y decidió quedarse. Solo ha vuelto una vez, y fue para recoger sus cosas y dejar organizado el divorcio. Trabaja en un hospital de Santo Domingo y vive con dos mulatos, porque, según me dijo al salir del juzgado, uno solo, le sabía a poco.

– ¿Qué fuerte! Y, te quedaste solo.

– Pues sí. Al principio me sentí algo traicionado, luego resignado y finalmente aliviado. Hasta ese momento no entendí cómo había aguantado tanto tiempo a esa golfa a mi lado. Empecé a salir con algunos compañeros del trabajo, pero siempre acabábamos en algún topless o puticlub, y eso a mi no me va. Tampoco tenia ganas de echarme una nueva novia.

– ¿Y decidiste venirte?

– Se juntaron otras cosas. Primero me ofrecieron una jubilación anticipada. Un amigo me propuso lo de las Apps para empresas y acepté. Estando solo en casa y trabajando en pijama, me empecé a deprimir y entonces decidí cambiar de aires. Recordé que tenia esta casa y aquí me tienes.

– Hiciste bien.

– Yo creo que sí. Venga, recojamos la mesa y nos ponemos una copa. ¿Te apetece Gin Tonic?

– Venga vale, aunque creo que me voy a chispar. – dijo Sole, levantándose a ayudar a llevar los platos a la cocina, preguntando a continuación. – ¿Puedo ir al baño?

– Claro, Sole, es esta puerta.

Sole se sentó en el retrete y se pasó la mano por su sexo. Estaba empapada. No quiso tocarse más porque sabía que no le costaría mucho volver a correrse. Ojalá que Lucas se lanzase sobre ella, pensó. Luego orinó, se limpió bien y salió al salón.

Se sirvieron los dos gin tonics y se sentaron a charlar de nuevo en el sofá.

– Sole, ahora cuéntame tu cómo lo pasaste en Albacete estudiando FP. Viendo lo atractiva que te conservas, has debido ser una chica muy guapa y debías ligar un montón.

– Eran otros tiempos. Me entraron muchos, pero solo dejé a unos pocos que me tocaran.

– Cuenta, Sole.

– Lucas, me da vergüenza hablar de estos temas.

– ¿Por qué? Yo ya te he contado lo mío.

– Me has contado lo de tu mujer. De ti has contado poco.

– Ya te he dicho que soy muy tranquilo y no me van las juergas. Cuéntame tus andanzas juveniles y tus ligues.

– Bueno, Lucas, yo no suelo hablar de eso, y menos con un hombre. De sexo solo hablamos entre las mujeres. Tendrías que ver las burradas que dicen algunas, por ejemplo y como te dije, en la peluquería. Pero hablar con un hombre no me sale.

– Sole, olvídate de convencionalismos. Empieza a contarme y ya verás como es más sencillo de lo que parece. A ver, por ejemplo, ¿quién fue tu primer novio o el primero con el que…?

– Bueno, – empezó a contar Sole, poniéndose algo colorada – pues el primero fue un chaval de Pozohondo que estudiaba conmigo y el segundo, esa misma noche, su amigo, que trabajaba de comercial de pinturas. A principio de curso fui con una amiga a la Feria de Albacete, estuvimos de copas y ligamos con él y su amigo y terminamos los cuatro en un coche, un Seat 1430. Allí nos metieron mano por todos lados y terminé echando un polvo y perdiendo mi honra, primero con uno y luego cambiamos de pareja y me la metió el otro.

– Que fuerte. Buen inicio. ¿Y luego?

– Pues sí, algo fuerte sí que fue, visto ahora. Lucas, no me hagas contarte más, no quiero que pienses mal de mí.

– Venga, Sole, suéltalo. Debiste pasarlo bien, porque se te ha alegrado la cara.

– ¿Tanto se nota? Lucas, no me hagas contarte más, no quiero que te lleves una idea equivocada de mí.

– Si, noto un brillo especial en tus ojos. Y no voy a pensar nada malo. Erais jóvenes y con ganas de disfrutar la vida. Cuéntame…

– Venga. Lo que te voy a contar no se lo he contado a nadie, y menos a mi exmarido. Pasamos el primer mes de FP follando los cuatro juntos, en su apartamento, sin orden ni concierto, metiéndonosla cualquiera de los dos siempre que podían. También probé a liarme con mi amiga, pero no me terminó de gustar eso del rollo lésbico. Esos fueron los únicos polvos buenos que me han echado en mi vida. Nos corríamos como verdaderas golfas, y más cuando solo estábamos una de nosotras, porque se iban turnando ambos mozos y aquello era un corrida continua. Sobre todo, cuando me la metían los dos a la vez, por delante y por detrás. Como te digo, la verdad es que no se lo había contado a nadie, pero tengo que reconocer que me comporté como una autentica golfa. Pero disfruté de lo lindo.

– ¿Y hasta cuándo duró?

– Menos de tres meses. Yo me empecé a mosquear cuando añadieron a un amigo y lo hicimos con los tres. Fue cuando pasó lo que se venía venir y el principio del fin.

– ¿Y qué pasó?

– La cosa derivó a más cuando trajeron a un cliente ya algo más mayor que nos sobó de lo lindo y le tuvimos que hacer una mamada entre las dos, mientras ellos nos la metían turnándose. Fue asqueroso.

– ¿Y ahí lo dejaste?

– Si, porque descubrimos que querían que incorporáramos a otros, que nos dejáramos follar por todos sus amigos y clientes a los que les vendían las pinturas. Les mandamos a la mierda, porque estaba claro que querían explotarnos y nos estaban utilizando de putas.

– ¿Y qué pasó después?

– Me dediqué a estudiar y no volví a liarme hasta bastante mediado el curso. Me enamoré de un soldado valenciano de la base aérea y estuvimos saliendo casi cuatro meses.

– ¿Y con él, qué tal?

– Mal. Sexualmente, mal. Pero estaba colada por el y le aguantaba. Se corría muy rápido.

– ¿Y por eso lo dejaste?

– No. El acabó las prácticas y le destinaron de vuelta a Valencia y, antes de irse, me confesó que tenia novia allí y que iban a casarse. Un fiasco total. Me entró una depresión y pocos días después, cuando acabó el curso, me volví a este pueblo totalmente desengañada y cometí el error de casarme con ese tarugo.

– Pues sí. No se deben tomar esas decisiones en caliente.

– Tienes razón, porque cuando me di cuenta, ya estaba casada. Y esa fue mi perdición, porque me encerraron y me usaron.

– Y más teniendo en cuenta que ya sabias lo que era disfrutar de un buen polvo. Bueno, pues tenemos que recuperar a esa Sole de los primeros dos meses de Albacete. No digo que tengas que hacerlo con dos a la vez, pero, al menos, tenemos que conseguir que vuelvas a disfrutar como entonces.

– No creo que mi cuerpo pueda…- dijo Sole, recordando de nuevo la ducha del día anterior y notando que estaba empapada y, por que no decirlo, con unas ganas inmensas de follar.

– Bueno, al menos, vamos a intentarlo. – dijo Lucas, acercando su mano a su cara.

Ella apoyo su mejilla en ella. Lentamente Lucas le paso la mano por el cuello y la atrajo hacia él, hasta posar sus labios sobre los de Sole. Ella entreabrió los labios y se fundieron en un beso que fue ganando en pasión según pasaban los segundos.

– No sé si voy a saber… – dijo Sole cuando se separaron.

– Déjame hacer a mí. Hoy te toca a ti pasarlo bien. No te muevas…

Y Sole se quedó quieta. Entonces Lucas acercó sus labios a su cuello y empezó a jugar con la lengua, viendo como se le ponía la piel de gallina y le empezó a llegar ese olor especial de las feromonas de una mujer muy excitada. Siguió haciéndolo un buen rato y ella estaba esperando que pasase a algo más, pero Lucas no tenía prisa. Aquello se hacía interminable, había jugado con la punta de la lengua por todo el cuello y sus orejas y luego, desabrochándole un par de botones de la blusa, bajó arrastrando la lengua por todo el escote y fui subiendo poco a poco llegando a su cara y luego a sus labios, dándole un pico. Luego le empezó a rozar ligeramente con el dorso de un dedo por encima del vestido en donde estaban los pezones y al cabo de un rato ella empezó a respirar fuerte. Había decidido hacerlo todo a cámara lenta para que no se sintiese acosada, sino más bien expectante. Luego le dio otro beso en los labios y le puso una mano sobre un pecho y empezó a acariciarlos. Ella le echo los brazos al cuello y estuvieron un rato besándose, mientras Lucas le hacía un masaje en el pecho con una mano, mientras le ponía la otra en el culo y la atraía hacia el. Siguió pasándole la mano por el cuerpo, pero sobre el vestido, sin meterle mano hasta que no ella pudiese más. Ella estaba a cien y muy empapada.

– Me alegro de que lleves esta falda larga, porque luego me vas a regalar tus braguitas empapadas para que recuerde este momento y te vas a ir a casa sin ellas.

Ella se excitó aún más. Entonces se pusieron de pie y le pasó la mano por la espalda, le bajó muy despacio la cremallera de la falta, sin precipitación y le soltó el botón y dejó caer la falda. Luego le siguió soltando los botones de la blusa, se la quitó y le desabrochó el sujetador. Le empezó a pasar la lengua por las tetas y los pezones, chupándolos y tirando de ellos con los labios. Le pasó la mano por fuera de la braga, comprobando que, como él esperaba, estaba empapada. Lucas se desbrochó la camisa y se la quitó. Al pegarse de nuevo a ella, notó sus pezones contra su pecho y le volvió a besar el cuello y las orejas y le metió una mano por detrás de la braga y le empezó a acariciar el ojo del culo. Estando así, bajó la cabeza para besarle de nuevo el pecho. Luego le metió un dedo de la otra mano por delante y acariciándole el clítoris y los labios vaginales, mientras seguía con otro en el culo y Sole, que estaba deseándolo, se corrió a los pocos instantes de forma bastante fuerte.

– Ves Sole, ya te has corrido por primera vez y aún no te has quitado ni las bragas. Hoy espero que lo hagas, al menos, unas cinco veces. Tenemos que recuperar el tiempo que has perdido.

A continuación, la llevó al dormitorio y la tumbó en la cama, le quitó la braga, y se acercó a comerle el coño, observando lo cuidado que llevaba ese triangulo de pelo, ni muy corto, ni muy largo. Le estuvo comiendo el coño un buen rato, metiéndole un dedo en el culo y manoseándole las tetas y ella tuvo otro orgasmo fuerte, soltando mucho líquido y empapándole la cara a Lucas, que se lo tragó todo y luego subió a darle un morreo con toda la boca empapada de flujo.

Luego le metió los dos dedos centrales de la mano derecha en el coño y se puso a masturbarla con ritmo fuerte, tratando de tocarle el punto G, mientras le mordía los pezones. Al cabo de un rato se corrió con grandes jadeos y encharcando todo de nuevo.

– Bueno prima, van tres. Esto acaba de empezar. Recupérate que vamos a por más.

Entonces le dio la vuelta y le empezó a pasar la lengua por el culo y sus labios vaginales, dejando que se recuperara. Entonces Lucas se desnudó y le puso el pene contra sus labios vaginales y empecé a jugar con su pene alrededor de su vagina y al poco se la empezó a meter lentamente hasta que entró entera y se puso a bombearla, tocándole el pecho con una mano y el clítoris con la otra, y de pronto tuvo un orgasmo bestial, con mucho flujo, con espasmos y temblores.

Cuando acabó de temblar, la sacó, le dio la vuelta, le subió las piernas y se la metió de nuevo y estuvo otro un buen rato bombeando, tocándole el clítoris, y besándole y mordiéndole las tetas. Al cabo de un rato ella llegó, aunque mucho más suave ya.

Entonces la sacó, se la acercó a la boca y se la metió, bien mojada con todo su flujo. Sole la chupó, al principio con algo de reparo, pero luego empezó a hacerlo como una loca, deleitándose, recordando sus viejos tiempos de golfa, cuando no paraba de follar y de correrse y agarró el pene y se afanó tanto que logró que Lucas no pudiese aguantar más y le llenase la boca de esperma, que en parte se tragó y en otra, le caía por la comisura de los labios. Lucas se acercó y le dio un beso con lengua mezclando todo. Finalmente se tumbó a su lado boca arriba en la cama.

Sole se quedó mirando el techo de colañas de madera que iban de un lado al otro del dormitorio de su primo Lucas. Sonrió para si misma. No recordaba la ultima vez que se había corrido cinco veces seguidas, pero con seguridad solo podía haber sido con aquellos dos juntos, en su primer mes en Albacete. Entonces había sido más salvaje, porque ella era mas joven y ellos mejor dotados y con mas aguante, pero ahora había sido también genial, mas sensual y pausado. Se preguntaba cómo había podido haber estado treinta años sin revivir esas experiencias, encerrada en su soledad.

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