Me hubiera gustado tener un poquito más de suerte en la vida, al menos durante mi infancia. Cuando tenía tres años, mi padre murió. A mi madre le duró el duelo lo que dura un caramelo en la puerta de un colegio. Un año después ya estaba casada otra vez. Con un buen hombre, eso es cierto, pero tenía una hija de mi edad, Paola, que me resultaba insoportable.
Al principio nos llevábamos como el perro y el gato, hasta el punto que nuestros padres llegaron a plantearse poner fin a su relación por nuestra culpa. Además, yo no soportaba que su padre intentara llenar el vacío que había dejado el mío y a ella le sucedía algo parecido con mi madre.