Sexo con la diosa de mi cuñada

Te invito a leer mi primera confesión, donde detallo mi aventura con mi suegra, ya que ambas historias están íntimamente conectadas.

Desde el primer instante en que la vi, mi cuñada me cautivó. Es, sin duda, una mujer exquisita. Su atractivo es innegable: un trasero voluptuoso y delicioso, unos senos enormes y redondos e irresistibles, y la estatura baja que tanto me excita. Es la perfección de pies a cabeza. Mi esposa también es bellísima y se le parece mucho (la principal diferencia es su altura y su cabello), pero bien sabemos que lo prohibido ejerce una atracción más intensa. ¿Y quién no ha fantaseado con su cuñada?

Siempre la observaba con ojos hambrientos. Cada vez que podía, la recorría de arriba abajo, desnudándola con la mirada. No sé si era consciente de mi escrutinio, pero mi deseo era imposible de ocultar.

En una ocasión, ella me mencionó que su compañía estaba contratando personal. Yo me encontraba desempleado, y aunque el puesto era temporal, por unos meses, acepté de inmediato.

Es importante recordar que en ese momento mi aventura con su madre, mi suegra, ya estaba en curso. Al empezar a trabajar con ella, la miraba con deseo constantemente. Pasaron semanas en las que disimulábamos nuestra conexión familiar, manteniendo una aparente normalidad.

Una tarde de domingo, coincidimos en casa de mis suegros. Recuerdo cada detalle porque ese día tuve un altercado con mi esposa. Mi cuñada llevaba unos leggings negros ajustados que revelaban la silueta de su tanga o hilo y una blusa color cereza. Era sencillamente imposible no fijar la vista en ese trasero enorme y tentador cada vez que se movía. Creo que incluso mis suegros notaron mi obsesión. Mi esposa se percató, montó un drama y, tras calmarse, me increpó: “Todos se dieron cuenta de cómo la mirabas. Ahora su esposo le está recriminando que sea tan provocativa”. El día terminó con una tensión palpable y llegó el momento de volver a casa.

Al día siguiente, llegué temprano al trabajo. Para mi sorpresa, mi cuñada entró vestida exactamente igual: la misma ropa provocativa. Mi mente se disparó, imaginando que lo hacía por mí. Recorrió mi área varias veces, algo que no era habitual. La visión de esas nalgas grandes y deliciosas me estaba volviendo loco.

Casi al final de la jornada laboral, salí al baño. Su escritorio estaba cerca y ella estaba sola. Me dio la espalda, absorta en su trabajo. Entré al baño con la intención de masturbarme, pero me detuve: “Sería mil veces mejor sentir mis testículos rebotar en ese culo”. Salí de inmediato y me acerqué por detrás. Bromeando, cubrí sus ojos con mis manos para que adivinara quién era. Acerqué mis labios a su cuello para que sintiera el calor de mi aliento y le susurré: “Te ves increíblemente hermosa”. Su piel se erizó al instante, y soltó un gemido contenido y un suspiro al mismo tiempo. Al retirar mis manos, nos miramos a los ojos. Estábamos a punto de besarnos cuando la puerta del baño se abrió. El intruso nos interrumpió. Ambos nos pusimos nerviosos y regresé a mi sitio.

A la hora de la salida, la imagen de su trasero y su movimiento aún me enloquecía. No dejaba de pensar “Quiero sentir mis bolas rebotar en ese culo”.

Normalmente, su marido la recogía, pero cegado por la excitación, olvidé ese detalle. Le pregunté cómo se iría. Para mi suerte me respondio que en taxi, no sé si por una discusión previa con su esposo. Le respondí con decisión: “Yo te llevo”. Ella dudó, mencionando mi clase nocturna en la universidad. “Un día perdido en la universidad no es nada respondi. Acepta antes de que me arrepienta”, insistí. Tras unos minutos, accedió.

Bajamos al sótano. En el coche, la tensión era evidente. Ambos estábamos visiblemente nerviosos. (Antes de salir, llamé a mi esposa, le dije que iba a la universidad y que si no me comunicaba, me había quedado sin batería, lo cual era cierto).

Salimos del edificio y nos encontramos con un tráfico insoportable. En un tono seductor, le propuse: “Te invito a unas cervezas”. Ella me recordó que yo no bebía. “Lo sé, pero la compañía y las circunstancias lo ameritan”, respondí. Ella sonrió pícara. “De acuerdo, pero solo una, para evitar el tráfico”.

Fuimos a un bar cercano. Bebimos más de una cerveza, suficientes para ganar confianza y valor. En medio de la conversación, ella preguntó si su hermana (mi esposa) se molestaría por saltarme la clase. Le dije que no había problema, pues creía que estaba en la universidad, y además, ya estaba molesta desde el día anterior.

Ella sabía la razón de mi esposa, pero preguntó. Dudé, pero supe que era el momento o nunca para sacar a flote el tema de su cuerpo. “Tu hermana se molestó porque ayer no podía dejar de mirar tu trasero”, le confesé.

Ella se sonrojó y admitió que mi esposa tenía razón para molestarse. “¿Y por qué miras el mío si el de mi hermana es igual de grande?”, me retó. Le respondí con una verdad atrevida: “Lo sé, pero a veces lo prohibido sabe mejor”. Su rubor se intensificó y soltó una risa pícara.

Me hice la víctima: “Tu hermana me tiene abandonado. Noté su nerviosismo. Se mordió el labio y me preguntó por qué tenía tanto deseo. “Soy muy fogoso”, le dije. “No creo que seas tan fogoso”, rebatió. La miré a los ojos y pregunté: “¿Quieres que te diga algo que me excita?”. Con esa misma risa pícara, asintió.

“¿Qué dirías si te cuento que, desde ayer, te imagino desnuda en cuatro, y yo devorando tu trasero?”. Se quedó sin palabras, súper nerviosa. Le pregunté: “¿Sería delicioso?”.

Ella solo sonrió. Le pedí que bailara conmigo y era evidente que había una atracción muy fuerte pero cuando todo se salió de control fue cuando le baile por detrás y mi verga erecta quedo justo entre sus nalgas ella presionaba su trasero cada vez mas y con mas fuerza a mi verga me pidió que nos cenáramos en ese momento aproveche, le acaricié el muslo, acercando mi mano peligrosamente a su intimidad, y le susurré al oído: “Vámonos a otro lado”. Le besé el cuello.

Nos levantamos de golpe, entramos al coche yo le quite la blusa y el sostén y empecé a devorar sus enormes y deliciosas tetas metí mi mano entre sus leggins e introduje 2 dedos en su vagina hasta hacer que se corriera luego ella empezó a hacer un delicioso sexo oral me la devoraba y no pude contenerme me corrí en su boca. Luego pensé esta oportunidad era única; tenía que saborearla y disfrutarla. “Vamos a un hotel”, le dije.

En la habitación, la besé, la lamí y chupé cada milímetro de su cuerpo, de pies a cabeza, su coño palpitante, hasta sus oídos. El ardor era tal que mientras le practicaba sexo oral y la penetraba con un dedo, me suplicó: “Para, me voy a venir”.

“Quiero tu flujo en mi boca. Riégate en mi boca”, exigí. Y así fue. Su clímax era néctar de los dioses. Solo de recordarla en 4 a la orilla de la cama yo de rodillas abriendo sus nalgas con las manos y mi lengua recorriendo se me vuelve a poner dura. Perdimos la noción del tiempo era tanto el desea que relatar todo es imposible, Nos corrimos varias veces, pero yo estaba obsesionado con su trasero. Lo estimulé tanto con mis manos y mi lengua que finalmente ella me pidió: “Házmelo por detrás”.

“Nunca lo he hecho de esa forma y nunca lo había deseado”, me confesó. No le creí, pero cuando sentí lo estrecha que estaba y el ligerísimo desgarro al entrar, la sujeté con fuerza del cabello y la penetré con toda la brutalidad que pude.

Al darnos cuenta de la hora, era casi media noche. Nos vestimos a toda prisa. La dejé en su casa y me fui a la mía, sumamente preocupado por mi tardanza (más de dos horas de mi hora habitual de llegada ). Para mi sorpresa, al entrar, mi mujer seguía molesta y se había ido a dormir sin esperarme.

La aventura continuó. Lo hacíamos a diario: en el coche, en el baño del trabajo, e incluso a la hora del almuerzo, escapábamos a un hotel cercano. En ocasiones, después de verla a ella, iba a follar con mi suegra.

Pasaron los meses. Mi contrato temporal terminó. Unas semanas después, me enteré de que mi cuñada había renunciado, y la otra sorpresa: se mudaba a otra ciudad a una hora de distancia. Se fueron, y la oportunidad de vernos desapareció.

Meses después, recibí la noticia: estaba embarazada. (Jamás usamos protección). Las fechas coincidían perfectamente con el tiempo que estuvimos juntos y con un viaje de negocios bastante largo que su esposo había realizado. Hablé con ella y me aseguró que el niño no era mío.

Dos años después, nació mi segunda hija. Para mi asombro, era idéntica al hijo de mi cuñada. Parecían gemelos. Todos lo comentaban. Un día, confronté el parecido. “Es imposible que sean idénticos, más allá de los rasgos familiares”, pensé. La encaré y ya no pudo negarlo: el hijo que tuvo era mío. Aún tenemos sexo cuando tenemos la oportunidad.

La historia con mi suegra y mi cuñada aún no termina. Continúa en mi próxima confesión.

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