Sentada en el balcón de su departamento, Alicia disfrutaba del suave murmullo de la ciudad al anochecer. Había llegado temprano de su trabajo y decidió pasar la noche leyendo. De repente, escuchó voces provenientes del apartamento contiguo. Normalmente, el edificio era tranquilo, pero esta noche algo parecía estar pasando.
Se inclinó ligeramente hacia la barandilla, su curiosidad despertada por el sonido de risas apagadas. Fue entonces cuando los vio, parcialmente ocultos por las cortinas, pero claramente visibles para ella. Era Carlos, el esposo de su hermana, y la vecina del piso de abajo, Elena. El roce de sus cuerpos y la forma en que se miraban no dejaban lugar a dudas sobre lo que estaba ocurriendo.