Tenía 23 años, andaba en esa etapa donde una se cansa de fingir que está bien. Mi vieja había fallecido hace algunos meses y había dejado la carrera. Estaba rota.
Nahuel siempre me había parecido hermoso. Morocho, con esa voz grave de tipo que piensa todo antes de decirlo, y una forma de mirar que te derrite con un solo pestañeo.
Me gustaba desde que lo vi, aunque jamás lo admití. Era el chongo de una… “amiga”. Yo me mantuve al margen, hasta que no tuve por qué.