Cuando mi primo Nacho entró de nuevo en nuestras vidas hace una semana, fue todo un acontecimiento. Mi madre y la suya son hermanas, y llevan muchos años sin hablarse, pero Nacho opinaba que la relación como primos, por un lado, y sobrinos, por otro, no debía verse afectada. Mi madre entendió este razonamiento y ese día comió con nosotros en casa.
La última vez que vi a mi primo, cuando vivían aquí, en Denia, una pequeña ciudad de la provincia de Alicante, yo tenía nueve años, seis menos que él. Por esto, después de doce años, me resultaba un perfecto desconocido, y quise saberlo todo con un completo interrogatorio. Así he descubierto que compró un barco velero hace tres años y piensa pasar el verano aquí. También que se hizo biólogo marino y practica el submarinismo.
Lo más interesante, aunque en ese momento carecía de importancia, es que ha roto con su novia. Al parecer, ella propuso tomarse un tiempo muerto hasta que Nacho dejara de comportarse, según sus palabras, «como un crío pequeño sin objetivos ni compromiso». Yo no entendía cómo aquella petarda despreciaba una perita en dulce como mi primo.
Después de comer, antes de marcharse, yo le mostré el amor de mi vida, mi coqueto Seat 600 rojo, regalo de mi abuelo cuando su artritis empeoró. Él lo había comprado en los años setenta, porque lo tenían muerto de risa en el concesionario, y nadie lo quería comprar con ese color. A mí me encanta que sea así, porque llamo la atención por la calle más que si caminara en pelotas, y todo el mundo dice al verme pasar, «por allí van Sandra y su reliquia».
Aquel día, mi madre y yo fuimos a que nos enseñara su barco. Mi primo se mostraba presumido dando todo tipo de datos técnicos; pero yo solo me quedé con que tiene diez metros de eslora y tres y medio de manga, sorprendida de que Nacho pueda solo con algo tan grande y pesado. Por su parte, mi madre se quedó con que estaba sucio y desordenado. Entonces dejó caer que una mujer, ansiosa por ponerse al día con su primo, le daría un lavado de cara. La indirecta me llegó alto y claro, y acepté después de negociar con Nacho una única condición: que me llevase a navegar cada día que le ayudara.
Las tareas de limpieza las hicimos en puerto, aprovechando la disponibilidad de agua dulce, que falta hacía. El tercer día, encerrada en la cabina el calor era insoportable, y me quité la ropa quedando en bikini. En un momento dado, mientras yo limpiaba el cristal de un armario bajo, a cuatro patas, vi a mi primo reflejado en él. Yo no sabía cuánto tiempo llevaba observándome desde la puerta de entrada, el caso es que algún cable se me cruzó en el cerebro, y continué como si nada, exagerando los movimientos, especialmente el contorneo del culo.
Durante un rato, después de marcharse, permanecí sentada en el suelo, pensando en lo que había ocurrido. Lo primero que me vino a la cabeza es que le pareciera chistosa mi postura; sin embargo, también cabía la posibilidad de que me mirase el culo en plan salido. Quise averiguarlo cuando salimos a navegar y estuvimos lejos de miradas indiscretas.
La vela estaba desplegada y Nacho manejaba el timón, sin nada que yo pudiera hacer por ayudar. Entonces fui a proa y me quité la parte superior del bikini con intención de tomar el sol en topless. Mi primo no dijo nada porque, verme, me vio, y observé su comportamiento con la cámara del teléfono en modo selfi, fingiendo que tecleaba enviando mensajes. Pasados unos minutos, vi cómo se acomodaba el paquete por fuera de la bermuda que vestía. Poco más tarde, me di la vuelta, y quedé con el culo mirando hacia él y las piernas semiabiertas, para añadir picante. Nacho no tardó en repetir el gesto introduciendo la mano.
Esa noche recordé las escenas en la soledad de mi dormitorio. Por un momento, valoré que sería pecado tener pensamientos eróticos con mi primo; pero no soy creyente, y me masturbé viéndole solo como hombre.
La tarde siguiente repetí en topless, y sus reacciones fueron parecidas; con una salvedad, se entretuvo más de lo normal cuando metió la mano dentro del pantalón. Este detalle avivó mi imaginación, y quise disipar mis dudas esa misma noche. Lo hice después de que me recogiera al salir del trabajo, mientras dábamos un paseo por la playa. La madrugada era agradable, pero fingí tener frío y me abracé a Nacho mientras caminábamos. Él hizo lo mismo pasando el brazo por mis hombros. En un momento dado, cuando propuso marcharnos, escapé de su abrazo y poniéndome de puntillas le besé los labios. Lejos de apartarme, como cabría esperar, admitió mi beso y este se convirtió en un morreo colgada de su cuello, al tiempo que me estrechaba entre sus brazos, sin que ninguno de los dos pronunciara palabra alguna, y terminamos comiéndonos la boca tumbados en la arena. Luego, simplemente nos fuimos sin mencionar el incidente.
Ayer se precipitaron los acontecimientos.
Después de levantarme a las dos de la tarde, porque daban las seis de la madrugada cuando llegué a casa, voy a la cocina y encuentro a Nacho charlando con mis padres. Comemos rápido para salir pronto con el barco y aprovechar la tarde. En el puerto le pido que me lleve a Ibiza, justificando que el mar está en relativa calma; pero Nacho entiende que es una broma, y recogemos velas a una buena distancia de la costa, donde no se divisan embarcaciones hasta el horizonte.
Este es el lugar perfecto para forzar la situación y arriesgarlo todo.
―Me gusta practicar nudismo porque no soy tímida ―dejo caer―, pero, en las playas de la zona, no se permite, por esto lo hago siempre que se puede.
―Pienso lo mismo que tú, y resultan un fastidio tantas restricciones ―opina él.
Sin saber si dice la verdad o solo me lleva la corriente, me desnudo con total naturalidad, camino exagerando el contorneo hacia la proa, ―igual que una modelo de pasarela―, y me tumbo estirada boca arriba.
En esta postura, repito el truco de observar a mi primo con el teléfono. No tardo en ver cómo se desnuda, al tiempo que contempla mis senos sobresaliendo del pecho, igual que colinas con cimas puntiagudas. ―Resulta que al final me ha salido tímido―, digo para mis adentros.
Media hora más tarde, me doy la vuelta como una tortilla en la sartén, flexiono las piernas alzando los pies hacia el cielo y termino abriendo un poco los muslos, para que el coño quede libre de obstáculos ante su vista. Como ahora no tiene paquete que colocarse, intuyo que se acaricia por el movimiento de su brazo, semi oculto tras la electrónica de navegación.
Pasado otro rato, sin que se decida a tomar la iniciativa, entiendo que las cosas han cambiado para los hombres, si la mujer no admite de buen grado la más mínima insinuación. Como creo que resulta menos violento si lo hago yo, le grito que voy a darme un baño y me lanzo de cabeza. Sin valorar los posibles riesgos, paso nadando un ratito cerca del barco. Entonces grito pidiendo socorro, al tiempo que chapoteo en el agua con brazos y manos. Al verme en aparente peligro, corre por cubierta y se lanza de cabeza, ―como tarzán para salvar a Jane de las fauces de un terrible cocodrilo, en este caso, como mucho, un tiburón blanco de turismo por el Mediterráneo―. Apenas llega a mi posición, me pregunta si estoy bien, al tiempo que me ayuda a flotar.
―No sé qué ha pasado, pero me cuesta moverme ―respondo fingiendo un terrible dolor.
Termino abrazándole con brazos y piernas, aplastando los pechos contra el suyo, y la entrepierna en su vientre. Viendo que nos hundimos, porque no puede con los dos, me lleva al velero en plan socorrista. Allí me ayuda a subir la escalerilla de popa, empujando la mía con sus grandes manos, abarcando las nalgas por completo. Una vez estoy sentada en cubierta, sigue preocupado por mí.
―Ha debido ser un calambre. ―Me quejo exagerando el dolor, al tiempo que aprieto el muslo derecho con las manos.
Nacho retira las mías y empieza a masajearme con las suyas. Me gusta, no voy a negarlo, y aprovecho para enseñar algo abriendo un poco los muslos. Llega hasta rozarme la ingle, mira incrédulo lo que florece al lado y decido lanzarme a la piscina.
―Quiero que olvides por un momento que somos primos y me respondas como mujer, porque como tal quiero saber, ¿qué sientes por mí?
Desconcertado, Nacho vacila un instante.
―Como prima te quiero, de otro modo… ―vuelve a vacilar―. De otro modo, creo que no está bien.
Su respuesta no me satisface porque es ambigua. Puede que cauta, incluso cobarde. Tengo que asegurarme forzando una respuesta inequívoca.
―El otro día me miraste el culo mientras limpiaba. De madrugada nos comimos la boca en la playa. Y hoy has devorado mi cuerpo desnudo con los ojos. No sé qué significa esto para ti; pero yo te quiero como primo y te deseo como hombre.
No espero una respuesta de palabra, porque sus ojos ya lo han hecho, y me lanzo a comerle la boca al tiempo que le obligo a tumbarse. Quedo encima de él, y noto cómo su verga crece empujando mi vientre.
―Ahora estoy segura de que quieres follarme porque se te ha puesto dura ―le susurro en la oreja y le mordisqueo el lóbulo―. Yo quiero que lo hagas porque soy una depravada.
―No eres una depravada, sino la mayor embustera entre las embusteras ―afirma cuando sus manos abarcan de nuevo mis nalgas y las estruja clavando las uñas, como si quisiera castigarme―. Jamás vuelvas a darme un susto como el de antes.
Tiene razón, porque me he pasado bastante. Le compenso levantando el vientre para coger su polla con la mano derecha, y le dedico unas caricias al tiempo que le beso repetidamente el hombro y el cuello. Entonces trata de girarme para colocarse encima de mí, pero se lo impido porque entiendo que me quiere penetrar en la postura del misionero.
―Nunca me han gustado las posturas que impliquen abrir las piernas y levantarlas ―explico con un hilo de ternura en la voz―. Prefiero aquellas que permiten concentrarme en el placer, y no en el esfuerzo.
Ya lanzada, pienso que un poco de morbo le motivará para follarme, en lugar de hacerme el amor. Lo hago levantándome como un resorte y me sitúo delante del timón. Este se levanta unos treinta centímetros del suelo, tiene como un metro de diámetro y cinco radios, todo en metal cromado.
―Tienes que enseñarme a manejarlo ―exijo en plan niña caprichosa, aferrándolo con las manos y los pies separados, fingiendo un gran esfuerzo.
―Antes tienes que pasar un examen ―responde Nacho, riendo por mi ocurrencia.
Su respuesta no me gusta porque me suena a chufla, y pongo cara de patito enfadado. Entonces le remato tirando de inventiva.
―No es algo que vaya contando a todo el mundo, pero tú eres mi primo y confío en ti. ―Hago una pausa prolongando el misterio. Luego prosigo transformada en una golfa―. Hará cosa de un mes, me lo hice con dos amigos en plan trío, y me gustó que me jodieran atada. Ya ves: después de todo, se confirma que soy una depravada.
Nacho se sitúa a mi espalda y se pega hasta que noto, erecta y dura, su verga entre las nalgas. Este hecho, irrelevante en otras circunstancias, me pone más cachonda que una convención de ninfómanas.
―Ya no puedo creerte, pero me gusta la forma en que mientes ―responde entre carcajadas. Luego desliza la mano derecha entre mis muslos desde atrás y me hurga en el clítoris con dos dedos.
―Haz lo que quieras, pero no puedo despegar las manos del timón ―aseguro entre gimoteos―, Es como si me hubieran atado a él. Me vuelve loca que me jodan atada, ya te lo he dicho, y creo que deberías aprovechar antes de que mis manos se suelten, porque creo que ya voy pudiendo.
―¿Estás segura que tan pronto quieres llegar tan lejos? ―pregunta Nacho en plan primo sensato―. Piensa que, si me lanzo, ya no paro.
Me tiene como me tiene, y el muy cabrón sigue poniendo trabas. Esto me irrita y tiro de ironía.
―Si quieres, podemos esperar a que lo publiquen en el Boletín oficial del Estado.
Vuelve a reír y me suelta un amenazador, ―tú lo has querido―, antes de desaparecer dentro de la cabina.
Regresa unos segundos después con un rollo de cuerda de nailon. Yo no esperaba tanto, pero me ata con ella las muñecas a los extremos de dos radios opuestos. Hace lo mismo con las rodillas en los dos radios inferiores. De este modo, quedo dándole la espalda con los brazos y las piernas bien separados.
―Ya no puedes echarte atrás, pequeña morbosa ―anuncia al tiempo que tira de mis caderas para dejarme con el culo a placer―, porque voy a follarte sí o sí ―añade colocando el glande en la entrada vaginal.
Comienza a penetrarme despacio y termina de un empujón llegando por la mitad.
―Ahora que caigo, no hemos hablado de condones ―suelta cuando, aferrado a mis caderas para embestir con mayor violencia, me pega una follada de campeonato.
―Si tuvieras algo raro, entiendo que me lo hubieras dicho. Serías un primo muy cabrón si lo ocultaras ―respondo entre gemidos y jadeos apresurados―. Por otro lado, no he dejado de tomar la píldora cuando terminé con mi novio hace medio año.
Empieza a gustarme esto de hablar mientras me folla. Sin embargo, ahora mi cansancio supera con creces el placer.
―Deja que te la chupe un rato ―le propongo con intención de que me desate para poder descansar―. Me pone mucho chupar una polla después de pringarla con mis jugos.
Lo hace, me toma de la mano y tira de mí en dirección a proa. Allí se sienta en el escalón formado por la cabina sobresaliendo por encima de la cubierta. Yo no contaba con tener que arrodillarme, pero lo hago sentada sobre los talones. Así, tomo la polla con la mano derecha, le miro a los ojos y lamo el calvo durante unos segundos. Luego bajo a los testículos, abarco uno con los labios, luego el otro, continúo lamiendo la cara inferior del miembro, y termino succionando el glande varias veces, antes de practicarle una buena mamada sin apartar mis ojos de los suyos. ―Así descubro lo que le gusta y lo que no a quien recibe la felación―.
―Me encanta el sabor salado de una polla ―aseguro en plan zorra, mientras le sujeto la polla con la mano izquierda, y describo círculos en la cabeza con el índice de la otra―. Mucho más si conserva el regusto de mis jugos. Nunca me he comido un coño, pero si sabe tan delicioso como el mío, no descarto hacerlo en cuanto se presente la ocasión.
―Yo he comido algunos y me encanta hacerlo ―afirma Nacho.
Entiendo cuál es su deseo y le pido que se levante para intercambiar las posiciones. Recostada apoyándome con los antebrazos, tengo que abrir las piernas para que pueda meter la cabeza entre ellas, pero al menos puedo apoyar los pies y la posición no implica mayor esfuerzo. Primero, abre los labios vaginales con los dedos y arrastra la lengua varias veces por la raja. Finalmente se detiene en el clítoris y me deleita con vibraciones de la lengua, al tiempo que me folla el coño con tres dedos. Después de unos cinco minutos dale que te pego, levanto su cabeza, le pido que saque los dedos y agito frenética la mano en el garbanzo hasta que, gritando histérica, me corro expulsando cierta cantidad de líquido.
―Perdona si te desagrada lo que acabas de ver ―le digo con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos entornados―. Me ocurre con cierta frecuencia, y prefiero no manchar a nadie porque, aunque me gusta provocarlo cuando estoy a mil, lo considero un tanto asqueroso.
―Yo solo lo he visto en vídeos, pero no me importa mientras no me caiga encima.
―Tú de momento, no novia, ¿no hace esto?
―Esa es muy clásica ―responde Nacho entre carcajadas―. La suerte que tengo es que me basta con correrme.
Entiendo que eso es lo que quiere, y le propongo algo que le motive con intención de obtener mi segundo orgasmo.
―Pues tengo una idea para que lo hagas. ―Nacho me mira expectante―. Los dos amigos con los que me lo hice, me mataron de gusto atada a una viga vertical. El mástil es lo único que veo parecido por aquí.
Ilusionado con la idea, recoge la cuerda de donde la dejamos, y me lleva a empujones en el culo hasta el mástil. Allí levanto los brazos y me ata solo por las muñecas. Esto es mejor porque facilita mis movimientos. Así, apenas coloca el glande en el coño, yo misma reculo para empalarme, y comienza a follarme al tiempo que impulso el culo adelante y atrás para que sea más intenso el polvo. Pasados unos cinco minutos de intenso mete-saca, anuncia que se viene, y le suplico sollozando que se corra dentro y siga follando porque me falta poco para llegar el clímax. Después de todo, no es tan satisfactorio como el otro, pero suficiente para mantener la sonrisa de oreja a oreja un buen rato más.
Después de liberar mis manos, nos besamos felices y limpiamos del suelo los restos de semen que habían escapado de la vagina. Yo terminé aseando la zona íntima en el cuarto de baño, y luego compartimos durante una hora las sensaciones vividas, antes de regresar con tiempo porque yo entraba a trabajar a las nueve.
El día terminó sobre las seis de la madrugada. Cuando salí del trabajo a las cinco, mi primo me esperaba en la calle, Impaciente porque quería echar un polvo rápido en la playa. Consentí porque me hizo gracia tanta efusividad después de que fuese yo quien se lanzara.