Era tarde cuando llegué a tu casa. Había salido del trabajo varias horas después de que el último tren del metro hubiera pasado por la estación cercana. Pude haber tomado un taxi, pedido un Uber o rentar una habitación de hotel, pero en más de una ocasión me ofreciste tu casa para alojarme por una noche cuando mi jornada se extendiera.
Abriste la puerta y un gesto de sonriente sorpresa se dibujó en tu rostro. Te veías hermosa, llevabas unos shorts y una blusa deslavada. Entramos en tu hogar y me abrazaste con fuerza, haciéndome sentir tus pechos mientras mis manos acariciaban tu cintura, notando aquellos pequeños excesos de carne que solamente te hacían ver más apetecible a mis ojos. Pedro se había marchado algunos minutos antes; una fiesta, algo propio de su edad, y también lo sería propio de la mía si hubiera elegido un mejor camino.