Una indiscreción que salió mal

Llevaba ya meses fantaseando con ser infiel. Mis deseos sexuales llegaban mucho más allá que los de mi mujer, por lo que siempre descargaba mi energía adicional en la pornografía. Y entonces, cuando los géneros pornográficos más depravados habían dejado de satisfacerme, encontré una nueva fuente de curiosidad y excitación: las páginas de escorts.

Solía verlas por horas. El solo ojear los diferentes perfiles de las chicas, ver sus fotos y leer sobre sus servicios y promociones, me producía una erección enorme y palpitante sin siquiera tocarme.

Un día finalmente me decidí. Avisé en el trabajo que estaba enfermo sin decirle nada a mi esposa y ese día fui a hospedarme en un hotel de paso.

Entré al cuarto y me impresionó lo bien que se veía. La decoración era bastante más extravagante que la de los hoteles normales, había luces sensuales en el techo y todos los adornos, aunque tenían formas más bien abstractas, hacían clara referencia al acto sexual.

Fue entonces que me puse muy nervioso, ya que debía llamar a la escort que había seleccionado de la página. Busqué una que me gustara, marqué su número y esperé.

—¿Bueno? —contestó una bella voz femenina.

—Hola, —respondí, —quería ver si puedo hacer una cita contigo.

—Sí, claro, amor…

Di mis datos de ubicación, cerré el trato y me dispuse a esperar.

Todo el rato me resistí a tocarme pese a que me sentía muy excitado. Era una sensación muy peculiar porque estaba tremendamente nervioso, al grado de que casi me temblaban las manos, y a la vez tenía una erección tan fuerte que sentía mi corazón en las palpitaciones de mi pene.

Pasaron unos treinta minutos y de pronto sonó el teléfono. Era la recepción preguntando si esperaba a alguien, a lo que contesté que sí. Momentos después tocaron a la puerta. Silenciosamente me acerqué a la mirilla para echar un primer vistazo a la chica, pero había algo que obstruía la visión. Entonces respiré hondo y abrí la puerta. Nunca hubiera imaginado lo que pasaría después.

Sentí un tremendo golpe en la cara el cual me hizo perder el equilibrio y el conocimiento unos instantes. Después, cuando volví en mí, me encontraba tirado en el piso de la habitación viendo de frente el techo con sus luces suaves. Me dolía la cabeza y al ir despertando más pude comprobar que no podía mover ni los pies ni las manos ya que estaban amarrados. Entonces giré un poco la cabeza y pude ver a dos hombres enormes y musculosos quitándose calmadamente la ropa. La puerta de la habitación se veía cerrada detrás de ellos.

Sin decir nada me cargaron y me pusieron sobre la cama. Para entonces ya estaban ambos desnudos y con sus enormes penes semierectos. Uno de ellos me tomó de la cabeza y me obligó a mamar su gran miembro, el cual se iba poniendo cada vez más duro y más grueso dentro de mi boca. Lo metía y lo sacaba a un ritmo pausado pero ejerciendo tremenda fuerza. Mientras tanto el otro había comenzado a nalguearme repetidamente con tal brutalidad que yo gritaba quejidos ahogados en la gran verga que tenía en la boca. Me tenían completamente a su merced ya que me superaban en fuerza y además estaba amarrado.

Cuando el pene que mamaba estuvo completamente duro, comenzó a moverse más y más rápido. Y fue entonces que me di cuenta de que mi erección seguía ahí, no se había ido. No sé si había pasado tan poco tiempo que no se me hubiera alcanzado a bajar, o si, peor aún, había vuelto por una extraña y perversa excitación provocada por la situación en la que me encontraba.

De pronto el hombre que me obligaba a mamársela se detuvo y sacó su enorme miembro, rebosado de saliva, de mi boca. Se había dado cuenta de mi erección y burlonamente le daba pequeños golpecitos. Fue entonces que el segundo hombre asumió la posición del primero y me obligo a mamársela ahora a él. De igual manera el primero acomodó mis piernas y puso la cabeza de su pene en la abertura de mi ano y lenta pero decididamente me fue penetrando. Por un segundo pensé que me rompería en dos hasta que sentí que se detuvo, ya que me la había logrado meter completa.

Me vi entonces en la situación más vulnerable en la que he estado en toda mi vida. Siendo la víctima de una violación doble particularmente brutal. El pene en mi boca estaba completamente duro y se comenzaba a mover cada vez más rápido, mientras que el que me rompía el ano también aceleraba sus embestidas. Llegó el punto en que ambos me penetraban fuerte y velozmente sin descanso. Además al mismo tiempo me nalgueaban violentamente y persistían los golpes en mi pene erecto que revoloteaba en la encrucijada de embestidas.

Los dos hombre me violaron con fuerza y sin piedad por varios minutos y de pronto sentí en mis entrañas que se aproximaba un tremendo orgasmo. Sentí cómo el placer emanaba de mi pelvis y llegaba a todo mi cuerpo. Poco a poco olas de placer me golpearon una tras otra, cada una más fuerte que la anterior hasta el punto en que llegué a la máxima intensidad. Me vine como nunca me había venido, derramando una gran cantidad de semen sobre la cama.

Poco después mis dos violadores eyacularon dentro de mí. Primero chorros de semen caliente brotaron de aquél pene palpitante e inundaron mi ano, y después mi boca y garganta fueron llenadas con ese aroma particular a esperma.

Sin perder el vigor me siguieron montando por bastante tiempo más viniéndose varias veces más en mí. Después, sin decir nada, se fueron dejándome atado, golpeado y violado en el piso del cuarto de hotel.

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