La escena que estaba contemplando con mis propios ojos la había visto millones de veces en la Internet, la diferencia que ahora la protagonista no era una estrella porno, sino que era mi preciosa y espectacular novia. Ella, una flaquita rubia con un tremendo culo, yacía arrodillada y despojada de su ropas, rodeada por cinco hombres que también estaban sin ropas. Sus manos chiquitas y delicadas sostenían a la vez dos penes enormes y venosos que se los metía en su boca de forma intercalada. Sus pequeños senos eran tocados y manoseados por un centenar de manos que cambiaban constantemente y sus pezones eran pellizcados y estirados hacia fuera.