Al año de haber empezado mi relación con Alexandra ya habíamos experimentado los placeres de la masturbación mutua y el sexo oral, pero ya pasado tanto tiempo sentíamos la necesidad de hacer algo más. Ella, como mujer, sentía que debíamos hacer algo nuevo para afianzar nuestra relación. Yo, como hombre, sentía que debíamos hacer algo nuevo para tranquilizar mi cochambrosa mente. Sin embargo, paradójicamente, ella no quería entregarme su virginidad aún, puesto que provenía de una familia de «puritanos» valores.
Dado que siempre sentí una atracción casi animal por el sexo anal, y aprovechando el hecho de que ella deseaba tanto nuevas experiencias sin comprometer su virginidad, comencé a estimular la parte trasera de su cuerpo. Cuando nos besábamos ya tenía por costumbre acariciar su espalda, hasta excitarla tanto que quitarle el sostén le resultaba placentero, sin embargo, un día decidí poner en curso mi plan para convercerla y
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