Matrimonio en trio con joven complaciente y BDSM

Aquella noche, Elsa había organizado para Marcus una cena en casa a la que también estaba invitada una compañera del taller de pintura. En principio, el plato principal sería sushi, en principio esa era la idea.

Cuando sonó el timbre, Elsa aún no había terminado de arreglarse y fue Marcus quien accionó la apertura de la verja, apostándose en el umbral de la puerta principal para recibir a la chica.

Ataviada con un ceñido y corto vestido negro y calzando altos tacones de aguja, la joven cruzó la entrada y fue acercándose lentamente a él; su rostro en penumbra se fue iluminando a medida que recorría el breve sendero y, cuando ya estaba frente a él, una corriente eléctrica recorrió el cuerpo de Marcus al contemplar sus preciosos ojos almendrados.

-Hola, soy Elena. Marcus ¿verdad? Me han hablado mucho de ti- dijo apartándose tímida un mechón de su melena castaña.

-Buenas noches, espero que lo que te hayan contado sea bueno aunque falso. -replicó sonriendo.

El olor del césped húmedo del jardín se mezcló con su perfume cuando, al serle franqueada la entrada, Elena accedió al vestíbulo sin dejar de mirar esos ojos azules que la observaban casi sin pestañear. En el gran espejo que colgaba en una pared, vio no sólo su reflejo sino también el de Elsa en lo alto de las escaleras; hacía unos segundos que estaba en el descansillo y con una sonrisa pícara había estado contemplando la escena.

-Veo que ya os habéis presentado. Vienes muy guapa- le dijo bajando las escaleras. Mientras le daba dos sentidos besos se fijó que Marcus levantaba las cejas y hacía el gesto de silbar en silencio como muestra de admiración. Ella entornó sus ojos violeta y dos hoyuelos florecieron en sus mejillas al sonreir.

-Bien, ¿qué os parece si nos tomamos una copa antes de cenar? – preguntó él

Como no podía ser de otro modo, mientras las chicas subían los peldaños, Marcus no pudo evitar fijarse en el magnífico trasero de Elena que se adivinaba bajo el estrecho vestido. Un súbito calor le obligó a aflojarse la corbata. Se le estaba despertando un hambre atroz.

Tras las copas, la cena transcurrió como Elsa había previsto. El copioso vino blanco los desinhibió mucho, aunque ni a ella ni a él les hacía falta nada para ello. El salón apenas estaba iluminado por unas velas, de modo que Elena (que a medida que pasaban los minutos se reía y se dejaba ir cada vez más) no había sido muy consciente de cuán ardientes estaban siendo sobre ella las miradas de la pareja.

Una vez terminados los postres, bien regados con champagne, Elsa se levantó para poner un vinilo de jazz, Chet Baker. Al ritmo lento de The thrill is gone, empezó a bailar moviendo las caderas con la vista puesta en la achispada Elena.

Alargando el brazo, la invitó a unirse a ella.

Marcus, con un gin-tonic en la mano, ya sin corbata, contemplaba morboso cómo las chicas abrazadas se movían acompasadamente; Elsa, que la cogía por las caderas, acercó su cara y apoyó la frente en la de ella, sorprendiéndola con un pequeño beso en los labios, que no tardaron en abrirse para dejar pasar su lengua golosa.

Entonces clavó sus ojos violeta en Marcus, aún sentado lejos de ellas, se separó de su compañera de baile caminando sensualmente hacía atrás y dejó caer poco a poco su vestido al suelo, descubriendo su conjunto de tanga, medias y ligueros negros; sus voluptuosos pechos apenas se contenían en el mínimo sujetador.

Elena en un primer momento se ruborizó pero luego, excitada, la imitó y también se desprendió de todo; solo llevaba debajo un tanga, así que Marcus pudo por fin contemplar lo que tanto había imaginado.

Elsa se ha tumbado en el gran sofá negro y, ya desnuda, se ofrece a su amiga, que no duda en echarse sobre ella y besarla como nunca ha besado a nadie. “Elena, soy toda tuya…”.

Mientras tanto, Marcus se ha incorporado y despojado de toda la ropa, de modo que cuando la joven está lamiendo ansiosa a Elsa, él ya tiene pegado su fornido cuerpo al de ella.

Elena nota primero su erecto pene a la altura del culo, luego cómo unas manos le acarician la espalda dulcemente desde la nuca hasta la rabadilla y, finalmente, cómo le separan las nalgas y una lengua las recorre hasta invadir su mismo centro y devorarlo.

Marcus se levanta y, con una mano en la mejilla de la joven, le gira la cara hasta ahondarse en sus preciosos ojos; hacía mucho tiempo que no sentía lo que esta noche estaba experimentando.

Acerca su boca y, mientras Elsa la sostiene acariciándole los pechos y lamiéndole el cuello, él le succiona los labios. “Saca tu lengua… Quiero hacerla mía..”. La chica gime, se ofrece totalmente. Nota en su espalda las tetas erectas de Elsa; pegado a sus nalgas el coño húmedo; en su vientre, la dura polla de Marcus, sus testículos llenos. “Quiero más….” le pide y él accede, le muerde los pezones, le chupa enteros sus pechos, le separa los muslos para volcarse con ansia en su vulva, no se deja nada: sus labios, el surco mojado, el clítoris inflamado.

Elena arquea la espalda y entre jadeos ordena “¡fóllame, fóllame….!”. ¡Fóllatela…! suspira Elsa como si fuera un eco.

Marcus se tumba sobre ella; con una mano le agarra fuerte una nalga, con la otra apunta su verga y la ensarta; la joven siente un escalofrío al verse penetrada por un falo de tal calibre y más aún cuando un dedo ensalivado de Elsa, sobre la que sigue tendida, se introduce en su ano.

Así, doblemente invadida, oye los jadeos y aspira el aliento de ambos mientras él lento la bombea y Elsa la sodomiza.

Se cuelga de sus bíceps y mueve sus caderas mientras el ritmo del balanceo aumenta. Ve las hinchadas venas en el cuello de Marcus y sus ojos azules que la transportan.

Un orgasmo la hace temblar y, antes de que sus fluidos se deslicen por las ingles, Elsa se pone sobre ella y le come el coño ardiente en tal postura que Marcus le penetra el culo y eyacula en él entre gemidos. Mientras Elena se corre en la boca de su amiga, Marcus la besa.

Agotados y sudorosos, se echan en el sofá, abrazados. Marcus acaricia las mejillas de la chica sin dejar de mirarla. En ese momento, Elsa se incorpora y, mordiéndose el labio inferior, le hace un gesto a su marido que él entiende perfectamente.

-Ven Elena, acompáñanos.

Marcus abre una puerta, presiona un interruptor y la joven queda anonadada: una equipada mazmorra se ilumina ante ella.

-Ya formas parte de nuestro círculo, cariño. Entra, Elsa, esta noche obedecerás en todo.

Elsa ya sabía lo que ocurriría si invitaba a su amiga; lo sabía, lo temía… y lo deseaba; cuando al conocerla quedó cautivada por su belleza era consciente de que a Marcus le ocurriría lo mismo; lo sabía, lo temía… pero lo deseaba. Así había sido, así era y así sería.

Atada ahora de cara a ellos, desnuda, las muñecas esposadas a la espalda y con una mordaza en la boca, los ve de pie.

Marcus lleva el traje negro y Salu, ligueros y conjunto rojo de encaje; así es el juego, ellos vestidos y ella no. Y se besan con ardor mientras la miran de soslayo; así es el juego.

“Esos besos una vez fueron míos” piensa, y esas caricias y ese deseo fueron suyos, hace años, en noches de amor espesas y embriagadoras como tormentas de agosto, en camas de sábanas perfumadas que fueron abriéndose a otros cuerpos, compartidos al principio, a medida que las brasas sustituían al fuego. Del amor pasaron al frío, del frio casi a la indiferencia, pero en Elsa surgieron los celos. Y ese dolor que la iba corroyendo, un día la empezó a excitar; imaginar a Marcus follando con otra la ponía cachonda. Y aceptar sumisamente lo que él deseara; amor y dolor. Así fue, así era y así sería.

Marcus cruza una mirada con ella, le ofrece a Elena un látigo y con la cabeza le hace un gesto en dirección a su mujer. La chica lo toma; en el brazo luce el tatuaje de un atrapasueños que se extiende desde el hombro hasta el codo; sus iris pardos devienen verdes cuando es su mirada la que se cruza con la de Marcus.

Su corazón se acelera y con él palpita la luna que hay sobre uno de sus pechos al alzar la fusta hasta que su extremo choca contra los de Elsa, que se estremece y gime.

Marcus acaricia el cuerpo de la chica, desde los hombros hasta las consistentes nalgas, mientras ésta azota con placer creciente.

Las marcas surgen en los muslos como las que vio en Marcus. “Bájame la bragueta, Elena, sácame la polla y mastúrbame para que Elsa te vea hacerlo”, le ordena y mientras se lo hace mira fijamente los ojos violeta de su mujer, que siente en ese momento arder su coño.

“Ahora agáchate y chúpamela hasta correrme en ti, ahora.”. Y mientras eyacula, Marcus besa a Elsa. El círculo se cierra.

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