El placer del cornudo

Una vez has empezado, ya no hay marcha atrás. Eso me cuenta el cornudo sobre su experiencia. Quizás lo más difícil sea la primera vez, cuando te enfrentas a la entrega de tu mujer, con su anillo de casada, al primer corneador. Una vez pasado esto, lo demás no solo es que sea fácil: es una escalada de placer.

Eso es lo que cuenta el cornudo de mi marido:

La primera vez que entregué a Maite estuve sufriendo por todo: ¿me sentiría yo bien? ¿ella se sentiría bien? ¿Habría complicaciones? Lo preparé todo a conciencia: el ambiente, el salón, la alcoba, las bebidas, el vestuario… Quería que todo fuese perfecto. Pero por dentro me recomía el alma: ¿cómo lo voy a llevar yo?

¿Voy a ser capaz de llevar a cabo mi fantasía de cornudo?

El primer invitado que tuvimos se comportó de maravilla: era educado, elegante, guapo y bien dotado. Nada puede salir mal, me dije. Sin embargo, algo me oprimió el estómago cuando vi como besaba a mi mujer, y no digamos ya, cuando le agarró de la nuca para empujarla hacia su pene hinchado. En el primer instante, miré con estupor como ella le soltaba lengüetazos muy fogosos en el glande y cuando se embelesó en chupárselo con auténtica fruición.

En aquella primera experiencia cuckold descubrí muchas nuevas facetas de mi mujer que desconocía. Me estuve masturbando durante todo el rato. Me corrí tres veces, algo que no me había sucedido jamás. Estuve atento, disfrutando como nunca. A veces la tocaba en los pechos o en los muslos, o la besaba mientras ella gemía o chillaba de placer con los envites de nuestro invitado. En un momento dado, cuando el amante se fue al baño, penetré a Maite durante unos segundos y luego me salí, para no interferir.

Como dije, una vez se ha empezado no hay vuelta atrás. Nada me satisfacía ni me excitaba tanto como ver a Maite follada por otros hombres. Y seguí descubriendo cosas de ella: su facilidad para ofrecer el ano, su gusto por los azotes o las pinzas en los pezones, su vocabulario explícito durante el acto o sus gritos en el orgasmo. Descubrí a una mujer mucho más sexual de lo que yo había sido capaz de percibir durante los años de matrimonio.

Con el paso del tiempo tuve que subir el listón, y le propuse encuentros con dos machos. Ella no solo accedió enseguida, entre jadeos de placer anticipado mientras yo le hablaba, si no que me dio permiso para que fuesen más de dos, como arrebatada por los orgasmos futuros que intuía. Me verbalizó que se veía follando y orgasmando durante horas y que eso la volvía loca de placer.

No hubo marcha atrás. Nuestra vida sexual ganó enteros enseguida.

Cuando un macho la penetra sin prolegómenos delante mis narices y luego hace como que se despista y la penetra por el ano yo me corro enseguida, como si fuese mi pene el que la sacude sin piedad. Mientras ella chilla de placer yo la beso, loco de amor, y me corro en las sábanas, sin control, como un adolescente.

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