El culo virgen de mi cuñada

Me estuve comiendo a mi sobrina por 2 meses. Aprovechando las clases de Estadística que le daba, me la cogía rico, sin tabúes ni prejuicios. Estaban claras las reglas, por su vagina con condón, por su culo sin condón. Fueron meses deliciosos, volver a casa, a dar clases y coger gratis. Indudablemente una situación perfecta, casa, comida y culo, como decimos en Perú.

Una tarde de sábado, estaba en mi cuarto, descansando, me tocaron la puerta con timidez. Sabía que no era mi mamá, que se metía al cuarto sin pedir permiso ni ningún protocolo, a sacar la ropa para lavar, limpiar u ordenar, o cualquier cosa que como madre sintiese fuese su obligación. Tampoco mi papá, que cuando quería algo conmigo se ponía al otro lado de la puerta y gritaba mi nombre.

Me sorprendió la tocada, pues de origen desconocí quien podía ser. Estaba sólo en short y así abrí. Era mi cuñada, la esposa de mi hermano mayor. Cuando la vi me sorprendí, pues usualmente intercambiamos pocas palabras cuando nos encontrábamos y no tenía idea de porque me iba a ver al cuarto.

La hice pasar y nos sentamos. Yo sobre la cama y ella en la silla del escritorio. Comenzó a agradecerme por las clases que le daba a mi sobrina, pero rápidamente era obvio que no era ese el tema. Pero tampoco se me venía a la mente uno específico del porqué me visitaba en mi habitación.

Finalmente, tras palabras más o menos intrascendentes, ella me dijo “estás teniendo sexo con mi hija”. Le respondí que no, que cómo se le ocurría algo así, que ella era mi sobrina.

Me dijo “Alonso, no me mientas, los he visto”. Y me puse lívido. No supe que responder. Me quedé helado. Mi sobrina era mayor de edad, así que no tendría ninguna contingencia legal, más allá de que mis padres me botarían de la casa y seguro se avergonzarían (y mucho) de mí. Somos una familia muy unida y algo así sería terrible para todos.

Empecé a excusarme y echarme la culpa. A intentar encontrar un perdón para mis actos. Pero ella me cortó en seco y me dijo “quiero que me hagas lo mismo”.

Me quedé helado. Sin respuesta. Sólo pude responder con temblor en las palabras “¿lo mismo?”

-Sí, lo mismo, se reafirmó.

-Pero lo mismo, ¿a qué te refieres?

-A que me hagas el sexo como a ella, lo quiero todo igual.

-¿Estás segura?

-Sí. Lo he pensado mucho y lo quiero hacer.

Me quedé en silencio un minuto, quizás algo más y le pregunté ¿Por qué? Y ella se explayó. Habló varios minutos, que se resumen en “tengo casi 40 años, sólo he estado con tu hermano. Nunca he sentido lo que vi mi hija siente y quiero experimentarlo. No sé si está bien o mal, pero no dejo de pensar en eso”.

Me volví a quedar sin palabras. Sólo le dije, pero no puede ser acá. Tendremos que buscar donde, un sitio discreto. Y ella me dijo “sí, claro. Acá yo tampoco me sentiría cómoda”. Me dijo, “Martín (mi hermano) juega futbol todos los domingos por la mañana, yo puedo aprovechar mañana y voy donde me digas”.

Se me ocurrió un hostal a unas 20 cuadras de la casa, se lo mencioné y le dije “allí a las 10 am de mañana, te espero en recepción”. Dijo “Ok” y se fue.

No pude pensar otra cosa el resto de la tarde y la noche. Debí salir con unos amigos, pero cancelé. Al día siguiente, poco antes de las 10 am estaba en recepción del hotel. Unos minutos después de las 10 am, ella llegó.

Pague una habitación y subimos en silencio. En el cuarto. No supe que hacer, le volví a preguntar

-¿estás segura?

-Sí, me respondió.

Con parsimonia me desvestí, ella se desvistió. Pude darme cuenta que tenía un calzón muy serio, de esos de “señora decente”, seguro abrigador y cómodo, pero absolutamente nada sexy. Igual se lo quitó rápido y quedo desnuda ante mí.

Tenía casi 40 años y se le notaban. No era gorda, pero tampoco delgada. Tenía senos grandes y caderas amplias, un culo aún firme y buenas piernas. No una belleza, pero en ese momento estaba bien. Tenía la vagina peluda, de mujer que sólo coge en casa, algo recortados los vellos, pero muchos aún y sin ningún trabajo estilístico, distinta a su hija, bien cuidada y las putas que acostumbraba comer.

Me acerqué y la besé, me respondió con ansías con ganas, con pasión. No con amor, sino como quien sólo necesita ser besada. Con mi mano empecé a recorrer su vagina y estaba húmeda, demasiado pronto, pero era evidente que había pensado y mucho en el momento. La acosté y comencé a lamer sus senos en ruta hacia su vagina.

Nunca había sopeado una vagina así peluda y me excitaba mucho hacerlo. Con mis labios, lengua y dientes en sus senos empezó a gemir terriblemente. Conforme bajaba a su vagina gemía más. Puse sus piernas sobre mis hombros y descubrí una tímida vagina. Parecía que no era ni madre ni estaba siendo usada por nadie. Pero veía sus labios humedecidos, llamándome y hacia ellos fui.

Me encanta el sexo oral, me fascina tener una vagina en mis labios y lengua, pero nunca había logrado que una mujer llegue así tan rápido. Jamás, ni antes ni después. Llegó en quizás un par de minutos, en un orgasmo intenso, lleno gemidos y los clásicos “ay por Dios, ay por Dios” de mujer seria y casada.

Sentirla venirse en mi lengua me puso a mil. Sin darle tiempo para reaccionar, le di la vuelta. La puse boca abajo sobre la cama. Separé sus nalgas con mis manos y me encontré con un culo virgen, intacto, inmaculado…

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