La fiesta había sido excitante. Mis padres no pudieron ir pues tenían algunos compromisos laborales. Tu esposo decidió marcharse semanas atrás con una chica mucho más joven ¿Cómo podría ser un hombre tan estúpido? Todas las casualidades y coincidencias se dieron para que, en esa fiesta, nuestras soledades se encontraran.
Bailamos y bebimos por horas, sonriendo, divertidos. No pasaron por desapercibidas las intromisiones de tus piernas entre las mías, no fui ajeno a las formas tan diversas en que tratabas de acercarte a mi, tocar mi cuerpo por encima de la ropa, rosar mi miembro aparentemente de manera accidental. Te tomé muchas veces por la cintura, mientras bailábamos y te pegaba a mi cuerpo, sé que notaste la dureza de mi miembro restregándose orgulloso entre tus nalgas.
Fuimos lo suficientemente discretos para no llamar demasiado la atención, lo suficientemente listos como para irnos de la fiesta antes de que el alcohol nos hiciera inútiles y no fuéramos capaces de hacer aquello que ambos pretendíamos, pero que difícilmente seríamos tan valientes como para expresarlo con palabras.
– Te llevo a casa – dijiste, el rubor de tus mejillas delataba tus intenciones así como lo hizo mi notable excitación.
Salimos del salón y nos dirigimos a tu vehículo, ambos nerviosos, ambos sabiendo que aquel silencio tan molesto solamente sería roto por una propuesta o por las acciones llevadas a cabo como reflejo de nuestros deseos. Echaste a andar el carro mientras colocaba una mano en tu pierna. Incluso yo pude sentir la forma en que tu piel se erizó, mientras miraba con atención tus senos, imaginando el color de tus pezones, soñando con escuchar tus gemidos mientras te hacía mía.
Mi mano subió poco a poco, hasta colarse por tu vestido y llegar a tus bragas; un gemido se escapó de tu boca, una sonrisa nerviosa se dibujó en la mía. Tenías las dos manos al volante mientras yo te tocaba. Tratabas de soportar el placer sin gemir mientras mis dedos hurgaban entre los mojados labios de tu vagina, hasta meterse en tu interior y comenzar a cogerte. Abriste las piernas para dejarlos entrar.
Conducir se convirtió en algo peligroso pues no dejabas de cerrar los ojos, te metiste por algunas calles hasta llegar a un sitio muy oscuro, estacionaste el carro y dejamos de fingir que no queríamos los dos exactamente lo mismo.
Te prendaste de mis labios y tu lengua me llevó al punto máximo de excitación, mientras tus manos buscaban con ansiedad desabrochar mi pantalón, no querías esperar más. Tampoco yo.
Mi miembro quedó expuesto a tu mirada, te mordiste el labio interior, no me miraste, no dijiste nada, solo te agachaste y lo llevaste a tu boca, querías probarlo, estabas sedienta de las gotas que hacían brillar mi glande. Succionaste bajando y subiendo tu cabeza, gemidos fueron lanzados desde mi garganta mientras me mostrabas lo que ese imbécil se perdió desde el día en que te abandonó.
Levantaste la cabeza y me besaste. Los tirantes de tu vestido cayeron y dejaste tus pechos a la altura de mi cara cuando te sentaste sobre mí. Sentir tu calidez interior fue la gloria; experimentar el abrazo de tus labios sobre la piel de mi pene fue una delicia. Gemías mientras tus caderas se movían con el único propósito de encontrar el placer que hacía tiempo no hallabas en un hombre.
Mi boca besaba tus senos, succionando tus pezones, mordiendo su carne mientras mis manos se aferraban a ellos y mis caderas comenzaron a moverse. Me estremecí por la forma en que tu interior apretaba con fuerza mi miembro. Nos besamos. Nuestras manos tocaban el cuerpo del otro, aferrándose a algo que pronto terminaría, cuando el orgasmo te obligara a abrazarme con toda la fuerza que tenías mientras mi boca se aferraba a uno de tus senos y mi verga expulsaba todo el semen que acumulé en aquella noche, sintiendo como escurría desde tu interior y bañaba mi miembro mezclándose con los jugos que escapaban de tu cuerpo. Un último beso selló un alocado encuentro en ese auto, pero la noche no acabaría aún, pues tras arrancar de nuevo el auto, me miraste con una sonrisa cómplice y los ojos entrecerrados en un gesto de deseo, antes de deleitarme con tus hermosas palabras.
– Esta noche dormirás en mi cama.