Con Arturo, lejos de casa

Yo no estaba listo todavía, pero las mejores cosas que le pasan a uno en la vida normalmente sobrevienen justo cuando uno menos se ha preparado para recibirlas. La sorpresa y la imprevisión son buenas amigas de grandes gratificaciones o también de intensas desgracias. En este caso, por fortuna, fueron amigas de las primeras.

A Arturo Laurasio, lo había conocido prácticamente durante ese mismo día laboral en Santo Valle, una ciudad chica pero acogedora y algo alejada de San Nicolas, donde yo residía con mi mujer y mis dos hijos. Arturo, un tipo de formas algo toscas, pero de verbo preciso y sensato, me lo habían asignado como acompañante para un trabajo durante dos días en Santo Valle. El venía de Bosquecitos, una ciudad algo más cercana en donde había nacido y vivido toda su vida.

Era ya de madrugada, y yo estaba acostado, casi desnudo junto a Arturo. Me sentía todavía borracho de incredulidad de todo lo que habíamos hecho él y yo en las horas previas. Mi ano estaba vencido, no me dolía ciertamente, pero si había un atisbo de maltrato. Esa noche, había sido yo desvirgado por fin y para siempre. Es uno de los pasos más importantes en la vida sexual de un hombre que como yo, había descubierto desde hacía algunos años ser lo que denominan popularmente, un hombre hetero curioso.

La brisa fresca de esa noche entraba por la ventana y levantaba la cortina que dejaba pasar tenuemente la luz proveniente de una lampara de la calle. La corriente de aire suave daba una falsa sensación de alivio al rozar mi piel. Arturo estaba a mi lado, vencido, agotado, casi roncando plácidamente boca arriba con su cuerpo poco cubierto por una sábana blanca.

Aun me era difícil asimilar todo lo que había inesperadamente sucedido. Era realmente la primera vez que yo dormía así con otro hombre. Y cuando digo “así”, me refiero en calidad de amante. Técnicamente Arturo y yo iniciamos y sellamos esa noche, y sin necesidad de decírnoslos, una suerte de relación amatoria. Me costaba mucho conciliar el sueño y no pensar en mi mujer que tan lejos e inocente estaba de todo el remolino de acontecimientos sexuales y emocionales en los que yo me había metido.

No supe bien en qué momento me quedé dormido entre tantas cavilaciones. Al despertar la claridad matutina de los primeros rayos solares invadía la habitación 302 de ese hotel barato del centro Santo Valle. Las bocinas de autos y el ruido de la ciudad comenzaban poco a poco a instalarse. Arturo estaba dormido, boca arriba, pero la sábana estaba arrugada, hecha una tira más o menos entre él y yo.

Su bóxer breve, ajustado, blanco de tiranta negra superior y algo recogido entre sus muslos potentes relucía bastante entre la poca luz que se filtraba por entre las cortinas. Su sexo estaba bien dibujado bajo el bultito erotizante de esa tela algodonada y suave. Era una imagen muy sugerente. Su pecho sexy, desnudo y varonil invitaba al morbo. Un respingo de deseo me invadió de repente al verle así y eso me produjo una tímida erección casi instantánea. Deseaba otra vez tener sexo con él, pero era mejor esperar un poco más tarde a que Arturo despertara. Aun había algo de tiempo antes de tener que irnos a trabajar. Miré mi teléfono celular y faltaba poco más de media hora para que la alarma de las seis y treinta sonara.

Todo esto había iniciado la noche anterior cuando ya agotados del largo día laboral llegamos al hotel después de cenar tamales en un comedero callejero. Subíamos las escaleras para irnos a las respectivas habitaciones. Estando yo en la puerta de mi habitación, Arturo, que siguió caminando para abrir la puerta de la suya, me sugirió que viéramos el partido de futbol juntos que iban a pasar esa noche del cual habíamos hablado a ratos y con entusiasmo durante el día de trabajo. Me pareció una buena idea, a pesar de que él y yo apenas si nos habíamos conocido un poco durante ese día. De todos modos, ese juego lo pensaba yo mirar en mi habitación a solas. Mas divertido era, verlo con otro fan.

Tomé una ducha relajante en mi habitación, hablé un rato con mi mujer para reportarme y ponernos al día. Muy raras veces tenía yo que irme a trabajar lejos de casa. Era esta la tercera vez, si mal no recordaba, en cinco años y medio que llevaba yo laborando en la misma compañía. Me puse ropa limpia y fresca, y salí a una tienda justo frente al hotel. Compré algunos pasabocas y una paca de doce cervezas bien heladas. Ni idea si Arturo bebía o no, pero para mí, ver futbol en compañía sin cervezas era como ir a una fiesta sin música.
Toqué su puerta blanca nácar. Arturo me abrió y su rostro se ilumino al verme llegar con cervezas y pasabocas. Se echó a reír y dijo:

A: Eres de los míos carajo.
R: Tú sabes, futbol y cerveza es lo mejor.
A: Totalmente de acuerdo je, je, je. Pasa y acomodémonos.
El, igual que yo, estaba recién duchado, olía a aire fresco y tenía puesta una camisilla blanca, cuello redondo de mangas cortas y un pantalón de pijama a cuadros de tonos grises bastante suelto y cómodo. Tenía aun su cabello negro abundante algo húmedo del baño reciente. Se había afeitado y eso le daba un aspecto bastante jovial. Me hizo pasar y acomodamos las cervezas en un refrigerador pequeño dispuesto dentro de la habitación. Nos sentamos al borde de la cama bien arreglada por el personal del hotel seguramente. Al frente estaba la pantalla de TV. Faltaban menos de cinco minutos para que iniciara el partido y comenzamos a hablar de todo un poco cada uno con una cerveza bien helada en la mano.

La conversación tenía un tono ameno, amigable, pero aún más animada que las pocas que pudimos tener a lo largo del día trabajando juntos en terreno. Nos pusimos al día conociéndonos un poco mejor. Me habló de su mujer, sus hijos, su pueblo y yo igual un poco de mí. Comentamos anécdotas laborales y otras tantas conversaciones salteadas banales de esas que permiten engrasar una buena charla fluidamente.
Empezó el juego y todo se centró en el partido. Tenía Arturo un conocimiento exhaustivo de la actualidad futbolística local al detalle. Conocía cada jugador como si fuera amigo personal suyo. Se sabía los pormenores de cada asunto futbolístico a un nivel de fan enfermizamente consagrado. Era como una Wikipedia del futbol nacional.

De repente, Herrera, el jugador número siete de nuestro equipo, empezó a cometer errores. Hacia muy malos pases, dejaba perder el balón, hacia faltas, etc. Las críticas con tono de fan frustrado de Arturo llovían y me daba gracia verle y oírle decirlas a tenor de la segunda cerveza que ya cada uno casi culminaba.
A: Ese pendejo, solo sirve para cagarla. Lo único bueno que tiene es el tremendo culo. Debe ser eso lo que no lo deja jugar bien.
Cada vez que Herrera cometía un error, que fueron muchos al decir verdad, Arturo era implacable con sus comentarios, siempre aludiendo las nalgas abultadas del jugador. Fue allí donde me llamó la atención y me asaltó la curiosidad de comprender bien porqué él hacía tanta alusión al trasero de Herrera. Si bien es cierto, el tipo es un nalgón evidente y más acentuado aun por ser algo bajito, no es costumbre hacer tanto comentario al respecto, incluso queriendo ser despectivo.

Me levanté a buscar la tercera cerveza y faltaban algo más de diez minutos para que acabara el primer tiempo del juego que íbamos perdiendo uno a cero. Traía yo las cervezas cuando Arturo, estresado como fan loco, gritó sandeces porque una vez más, Herrera había malogrado un pase claro para un gol de empate.
A: ¡Tonto ese, culón de mierda carajo!
R: Oye relájate, toma la cerveza, ya seguro lo cambian para el segundo tiempo.
A: Eso espero, las nalgas no lo dejan jugar. Culón de mierda.
R: ¿Oye, ya en serio, te gustan las nalgas de él? – le pregunté casi entre risas.
A: Culo es culo mijo, ahora mismo me gustaría castigarlo y clavarle la pinga a ese pendejo a ver si mejora su futbol.

Yo simplemente me reí. No sabía a ciencia cierta si estaba Arturo hablando en serio o solo decía cosas en broma por rabia. Pero era de todos modos llamativo para mí el oír a un hombre decir esas cosas así respecto a otro hombre en real. Continuamos mirando en un silencio que rompí yo luego al ver una imagen cercana de Herrera de cuerpo entero, mostrado casi de espaldas que la producción televisiva presentó brevemente al hacer él un saque de banda.
R: De verdad que es nalgón, yo no lo había notado, je, je – comenté yo banalmente.
A: Bien culoncito que es. Y como es bajito, seguro que lo enculan rico – agregó Arturo con fastidio.
R: Oye, a ti como que sí te gusta su culo ya en serio.
A: Te dije, para mi culo es culo.

R: ¿Incluso si es de hombre?
La tercera cerveza ya iba tocando fondo. Los ánimos estaban subidos y la atmosfera era festiva a pesar de la frustración de la derrota parcial del juego y del cansancio del día laboral. Lo estábamos pasando bien. Mejor que haber estado mirando el juego a solas cada uno en su habitación definitivamente. Fui a buscar la cuarta cerveza.
A: Mira, en el gym al que yo frecuento, hay un par de chicos que tienen unos tremendos de culos. Uf.
B: ¿Tú Los miras?, ¿en serio?, ¿desnudos? – yo pregunte atónito aun sin saber leer bien si todo eso Arturo lo decía en broma o en serio. De todos modos, yo apenas si lo conocía.
A: No, no desnudos, ojalá ja, ja, pero si en bóxer en los vestidores cuando se cambian para marcharse ya salidos de las duchas que son cerradas. Coincidimos a veces en ese espacio. Tú sabes. Uno se mira mucho entre hombres pendejo, no me digas que no te sucede.

Yo simplemente no dije nada. Contraje los músculos de mi cuerpo en estado de asombro. Un atisbo de vergüenza me invadió y mi cerebro procesaba lo que Arturo decía así tan resuelto, sin tapujos, como si habláramos de chicas. Seguramente el alcohol ayudaba a todo eso. Dentro de mi estupefacción, su comentario solo creaba un interés magnético en mí. Era la primera vez que me hallaba así, a solas con un hombre, en un cuarto de hotel, lejos de mi mujer, tocando temas sensibles. De esos que un hombre típico, hetero, casado o con novia a veces piensa y jamás comparte ni comenta por miedo o vergüenza simple y pura. Arturo me sacó de las cavilaciones con una pregunta que sentí como cristales molidos en mis oídos.
A: ¿Te sucede, cierto?
R: ¿Qué cosa? – me las quise dar de pendejo.
A: Digo, ¿no te ha sucedido eso de querer mirar por pura curiosidad a un hombre, cuando está desnudo o casi?
R: No – respondí rápido, incómodo y nerviosamente. Yo mentía por supuesto. Arturo seguramente lo notó.
A: Ja, ja, ¿nunca comparaste la verga con amigos cuando meabas? ¡Vamos es normal eh!, no te sientas mal por eso.
R: Bueno, eso si tal vez – mi tono era aún cortado y nervioso.

A: Bueno, es que todos hacemos eso, porque nos gusta el morbo entre hombres, lo que pasa es que nadie lo admite para que no lo crean mariquita, pero eso no tiene nada que ver ni tiene nada de malo ni de raro. Nos gusta eso queramos o no aceptarlo. Hasta esos que se dan de los más machitos, te digo.
Su verbo era certero e implacable. Su sinceridad abrumadora y su justificación nítida. Tenía toda la razón del mundo. Yo lo sabía. Yo mismo había llegado hacía tiempo ya a la misma conclusión. Yo mismo había entrado en infinidad de veces a chats para charlar de ese tema anónimamente con otros hombres heteros casados y había comprobado con asombro lo común que es el morbo entre masculinos. Yo había descubierto ese morbo temprano en la vida, pero no lo había comprendido bien hasta que no tuve cierta madurez y llegó el internet con su porno infinita y redes de comunicación en donde uno puede explorar todos esos vericuetos proscritos y ocultos de la sexualidad. Yo mismo había ya experimentado pajas intensas mirando fotos y videos de hombres mostrando sus miembros y había tenido ya que admitirme con resignación de que una fibra interior vibraba de placer cuando tenía expuesta ante mis ojos la imagen de un desnudo masculino.
Todavía recordaba la revista de ropa interior que mi prima Mónica, solía dejar en casa cuando se dedicaba a la venta por catálogos. Había fotos de chicas modelando ropa interior, y eso me producía morbo e interés, pero lo mismo me ocurría cuando pasaba a las páginas de ropa masculina. Los chicos modelando bóxer y calzoncillos clásicos, para sorpresa mía, me lograban despertar algo que no sabía yo bien que era ni porque en esos años tempranos al verle los bultitos bien arreglados en la parte delantera de la prenda. Otra vez Arturo, con su voz grave y su actitud algo tosca, volvió a arrancarme de mis pensamientos.

A: ¿Y ahora ya grande, no te sigue pasando?
R: Eh, bueno, no voy a gym, la verdad.
A: Bueno, entonces, a ver, no sé, cuando meas en baños públicos, o ves pelis de culeo, tú sabes, uno es curioso.
No respondí. Más bien evadí un poco la pregunta y me quedé en silencio. Me daba miedo y vergüenza o no sé bien que cosa, pero me impedía responder con honestidad. Me sentí miserable un poco conmigo al verle a él tan honesto y resuelto y yo atascado y mentiroso. Me dio un poco de fastidio conmigo mismo de no tener agallas para hablar con sinceridad.
A: Compa yo a eso no le paro bolas. Las vainas son como son. Si no me quieres decir, está bien, te entiendo. No pasa nada y perdona si te jodo la vida hablándote de esto, pero tu comenzaste con la preguntadera. Solo te digo.
Me sentí aún peor cuando dijo eso y algo súbito, que surgió seguramente del poder desinhibitorio del alcohol, hizo que yo sacara fuerzas de donde no tenía y entonces aflojé mi lengua con una resolución de persona suicida.
R: ¿Sabes algo? Tienes razón. Te diré lo mío. Yo creo que a nosotros los hombres nos pasa algo con las cosas abultadas del cuerpo. Nos llama la atención las nalgas, las tetas, las curvas, las caderas anchas, los labios carnosos, los muslos o piernas carnosas.
A: Si así es. ¿Y a qué viene todo eso?
Mi voz temblaba un poco y una sensación de fiebre súbita parecía calentar mi cabeza y bajar por mi garganta. Sin embargo, continué.
R: Pues es que no se bien porqué, cuando veo a un hombre en bóxer, pues, hm, siento estímulos al mirar la loma que se forma, tú sabes, la bolsa delantera.
Arturo arqueó las cejas mientras sonreía con cierta picardía.
A: ¿Te gusta el bulto que la verga forma en el bóxer?
Más directo y claro no pudo ser, pero así era él con su verbo. Bien conciso y claro. Se me subieron los colores al rostro y por un instante toda la vergüenza del mundo parecía entrar por la ventana y bofetearme.
R: Yo creo que sí – respondí como un chico cuando es reprendido por sus padres admitiendo algo indebido.
No podía creer que me hubiera atrevido a decir lo indecible, a confesarle a alguien lo inconfesable y, además, a un hombre casi desconocido. Bendita cerveza. Lo que logra hacer. Arturo se puso las manos en el rostro y reía al tiempo. No entendía bien su gesto algo burlesco que me resultó desconcertante y chocante mientras yo me desgarraba el alma de vergüenza. Debió ver mi rostro de angustia y corrigió su actitud de inmediato.
A: Oye, me rio porque, me parece una situación cool, no me burlo de ti, por si lo crees ¡eh! Tranquilo
Arturo tomó aire, se arrimó hacia el extremo de la cama en donde yo me encontraba sentado indefenso con la cerveza casi terminada, y como si fuera mi compadre de toda la vida, me dio un abrazo fraternal.
A: ¿Ves? Te lo dije. A todos nos pasa, hombre. No tiene nada de malo, ni nada de raro, ni nada de feo, ni nada de nada. Te lo dije. Eres de los míos. Me gusta que seas franco. Eso te hace sentir bien. Vas a ver que tengo razón. Uno tiene que ser uno mismo, mijo, si no, se le jode a uno la puta vida lleno de frustraciones.
R: ¿Eres psicólogo o qué? le pregunte con ironía y con el alma más tranquila después de oírle.
A: Claro, las consultas no las doy gratis ja, ja. No hombre, que va, pura reflexión y sabiduría popular. En esta vaina de la sexualidad hay todos los colores.
R: Es que pareces tener las cosas tan claras como si te dedicaras a eso.
A: Te diré la verdad. Es que tengo un primo mayor que salió mariquita y mi hermana menor que es machorra, tú sabes, lesbiana de esas amachadas. Y esa gente sufrió bastante, rechazo de la familia y todo ese mierdero que te puedes imaginar. Hasta fueron a psicólogo por depresión y eso fue todo un drama. Al final de tanta sufridera, pues la vida se les compuso, cuando se aceptaron y vivieron su sexualidad y ya. Mi primo es solo, pero no niega a nadie que es marica y ya. Mi hermana vive con una mujer, su mujer, hoy en día y punto. Yo de esa experiencia ajena aprendí. Yo no sé qué soy compa, si bisexual, o hetero flexible o hetero curioso, o no sé qué mierda sea, no me importa. Lo que me gusta en el sexo lo admito y lo asumo y ya. Después que no le hagas dañó a nadie compa. Todo se vale.
R: Tienes razón – le dije con el espíritu contento y lleno de paz, muy a pesar del nervio.

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