Pascual y sus cuñadas

Pocos días después de que mi suegro y yo nos lo hiciéramos con Abý el sistema me hizo una señal para que me conectara, cuando lo hice en la imagen apareció el salón de la casa de Genesis, poco después entraron en el mismo esta y Pascual, el marido de Aby, ella vestida una falda blanca muy corta, iba delante y mi cuñado no dejaba de mirar sus piernas y su culo, ella le preguntó:

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La nueva visita de mi sobrino

Hace ya un año, más o menos, que sucedió una gratísima situación con mi sobrino, él llegó a visitarnos y al final terminamos entre los dos culeándonos a mi esposa, obvio que, con el consentimiento de ella, además de yo metérselo por el culo a él.

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Mi tía solo mía

Hoy les contaré una historia que me pasó hace 2 meses, tengo tan solo 18 años y sucedió con mi tía de 35 años. Soy hijo único solo tengo a mi madre y ella trabaja todo el día.

Yo tengo una tía política que nos iba a hacer las tareas del hogar. Ella tenía un cabello negro y largo, un trasero muy sexy ya que, hacia spinning, tez morena, ojos cafés oscuros, unas buenas piernas y unas tetas riquísimas, un abdomen un poquito gordo y una voz seductora.

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Le rompí el culo a mi prima

Los siguientes meses fueron maravillosos. Podía disfrutar de mi prima Blanca y de mi novia Irene varias veces a la semana. Por supuesto, el sexo con Blanca era mucho más íntimo, ya que como lo he mencionado en relatos anteriores, era a pelo y siempre dejaba descargar mi semen en su coño.

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La culpa fue de mis primas

Un juego nada inocente con mis primas que me cambiaría la vida para siempre.

Esta historia, real como todas las que escribo, sucedió hace ya bastantes años en un barrio obrero de una pequeña ciudad del Noroeste. Yo tenía por aquel entonces 18 años cumplidos y era el único de todos los primos que había logrado entrar en la Universidad, lo que en mi familia suponía un logro bastante destacable, y tenía, aparte de un hermano pequeño del que no hablaré más pues no pinta nada en esta historia, dos primas por parte de madre, llamémoslas Rocío y Catalina, hermanas entre sí y un poco mayores que yo, con las que tenía una relación muy estrecha desde siempre.

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El deseo de mi suegra

Fausto A., o el comisario lobo como lo llamaban en el barrio por una serie televisiva de los 80s, era un hombre rudo, grande y si todo lo que contaba era cierto de coraje extraordinario. Varias veces condecorado por valor al servicio policial y decían por ahí “mejor que te agarre el diablo antes que él”. Claro que de ello ya había pasado mucho tiempo y lo que quedaba de ese justiciero no era más que una pila de arrugas sostenido por un bastón de aluminio y su única hija, Valeria A., mi señora.

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La versión más puta de la mujer de mi padre

Cuando mi viejo nos dio la noticia de que se casaba y que Mariana venía a convivir con nosotros mucho no nos importó. Vivimos en una casa enorme y papá tenía derecho a rehacer su vida como se le diera la gana. Sin embargo, esa impresión cambió desde el primer momento que apareció con sus valijas.

Mariana medía 1.65, tenía caderas anchas y una cintura angosta que le marcaba perfectamente su culo trabajado en el gimnasio. Era delgada, pero con una espalda de hombros ampulosos que le daban una elegancia suprema a su cuello delicado, sobre todo cuando se hacía peinados recogiendo su pelo rubio y lacio.

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