Luis tomó un poco de café y dejó la taza encima del escritorio.
– Sara. – dijo con voz profunda mirando a la mujer que tenía enfrente.
La aludida permanecía de pie, firme, esperando instrucciones, apoyando el peso de su cuerpo sobre la rodilla derecha. El cabello oscuro recogido en una coleta, gafas de montura negra, vestido de una pieza del mismo color. Piel pálida, estatura mediana, algo entrada en carnes, trasero generoso, ligeramente temblón y tetas de buen tamaño.
– Levántate el vestido.
Sara obedeció dejando a la vista unas bragas blancas.
– Bájate las bragas.
La mujer se bajó las bragas hasta las rodillas. Su rostro inmutable, como quien está acostumbraba a obedecer sin rechistar.
Luis contempló la mata de pelos rebeldes y gruesos que salían del coño de su secretaria.
Se levantó del sillón y caminó hasta situarse detrás de la empleada.
Observó el culo desnudo, algo caído. La celulitis acumulándose allí dónde los glúteos se juntaban con los muslos.
Sin previo aviso azotó con la palma de su mano la nalga derecha con la fuerza suficiente para hacer bailar las carnes. Luego, sin que la mujer se resistiese lo más mínimo, introdujo la mano por detrás y metió los dedos en la vagina.
Sara gimió perdiendo la compostura durante unos segundos.
– Te acuerdas de la semana pasada, cuando de rodillas me lamiste y chupaste el miembro. Bien, pues hoy vas a sentirlo dentro de tu culo. Inclínate sobre la mesa.
– Señor. – susurró la aludida.
– Te voy a meter la verga por el ojete. ¿Entiendes?
El hombre con cierta urgencia, se desabrochó el cinturón y el botón de los pantalones. A continuación tiró de la tela de sus calzoncillos y dejó su miembro viril crecido, erecto y palpitante al aire.
– Separa un poco las piernas. Eso es.
Ayudándose de una sustancia parecida a la vaselina, masajeó el ano de la mujer metiendo los dedos.
– Relájate… relájate por completo.
– Señor, yo…
– No te preocupes, si lo necesitas puedes tirarte un pedo.
Ruborizándose por primera vez, Sara relajó sus músculos y su esfínter y dejó escapar aire de manera ruidosa.
A Luis no le importó aquello. Al contrario, el acre olor de la ventosidad le excitó aún más.
– Eres una guarrilla… una cochinota que me pone a cien. – dijo en voz alta manoseando las nalgas.
– Voy. – anunció situando la punta del pene en el agujero.
– Despacio. – pidió Sara en un susurro.
Poco a poco, con cuidado, el varón insertó su aparato en el apretado conducto mientras con una de sus manos, estimulaba el clítoris.
Tras un par de penetraciones, sacó el miembro y lo metió en la vagina. Empujó con determinación arrancando un grito de placer. Animado por el deseo, inflamado por las señales sexuales que copaban sus cinco sentidos, envistió una y otra vez como poseído mientras el cuerpo de Sara, fuera de control, se movía convulso entre corrientes de placer. El orgasmo llegó para ella y para él casi al mismo tiempo. Luis, en el último momento, apretando el culo y reteniendo la explosión, sacó su miembro y eyaculó sobre las tiernas posaderas de su subalterna.
Luego, tomando unos clínex, limpió el semen impregnado en las nalgas de la secretaria.
Un minuto después, Sara cogió más pañuelos de papel y se centró en limpiar sus partes íntimas. Luis hizo lo propio con las suyas.
– Bueno, con esto queda olvidado el error en el informe.- dijo.
Sara asintió y le dio las gracias.
Luego se dio la vuelta y caminó hacia la puerta moviéndose de manera sensual.
Luis pensó en la próxima vez. En el próximo castigo.