Mi cabeza está hecha un enredo, ya que la situación se está saliendo de control últimamente. Y es que desde hace ya algún tiempo he comenzado a ver a mi propia hermana de forma diferente, con ojos con los que un hermano no debería ver a su relativa más cercana. La lujuria se ha estado apoderando de mí, y todas esas normas sociales y morales han comenzado a importarme poco o nada.
Me llamo Alexander y esta es la historia de como mi hermana gemela Alejandra y yo nos aventuramos en un abismo de placer pecaminoso, conocerás íntimamente las fantasías y realidades de nuestros corazones, además de cómo nos condujeron por el peligroso camino de un amor prohibido.
A mediados de mi último año de escuela secundaria, por ese entonces y hasta ahora la ebanistería se había convertido en mi pasión. El arte de crear hermosas piezas de madera a partir de las complejas formas comprendidas únicamente en mi imaginación ha sido mi vocación desde que tengo memoria, a su vez, considero que es una forma de escape del mundo real y sobre todo de la vida escolar, ya que desde pequeño se había tornado en el teatro de burlas y acoso por parte de mis supuestos «compañeros».
En ese entonces no se me consideraba un hombre atractivo, por suerte yo tampoco lo hacía, y es que entre más rápido aceptes la realidad de tu aspecto, menor será el daño que podrán hacerte los comentarios despreciativos. Además de que con mayor premura podrás ir mejorando los aspectos con los que te puedas ir sintiendo más seguro, tal cual me sucedió a mí con el tiempo y con la gran ayuda de una mujer muy especial que pronto conocerán, pero primero debo avisar que comenzaremos algo lento. Tranquilos y no desesperen, pues las buenas historias siempre se hacen esperar.
Les comento un poco de mí: tengo ojos pequeños rodeados por grandes ojeras ennegrecidas, cabello negro un tanto desprolijo y en ocasiones opaco; falto de vida, mis orejas, aunque no son más grandes de la media, están orientadas muy hacia el frente por lo que dan la impresión de poseer gran tamaño, todas estas características junto con mi personalidad algo sombría y ensimismada, han hecho que las mujeres tomen cierta distancia de mí pensando que soy un «bicho raro», además, no ayuda en nada que constantemente tenga que compartir aula y hogar con un sujeto material de comparación tal como lo es mi hermana Alejandra.
Ella es una hermosa chica de sedoso cabello color azabache; largo y brillante que injustamente camufla sus orejas, ocultando nuestro único defecto en común. Su tez porcelánica de coloradas mejillas le profieren un aura saludable, los ojos arriba de estas son algo rasgados y brillantes, de un tono acaramelado que, en conjunto con unas largas pestañas delicadas, labios levemente voluminosos y una nariz pequeña y respingada hacen de ella la chica más hermosa de nuestro curso (y es que me atrevería a decir que del colegio en general).
A diferencia de lo que comúnmente se cree, mi hermana gemela y yo últimamente ya no somos tan unidos, o al menos no tanto como de pequeños, nuestra infancia fue similar a la estereotípica imagen que se suele tener de los gemelos: vestimentas a juego, actividades extracurriculares similares y una conexión especial que solo ambos parecíamos experimentar, pero nuestro distanciamiento dio inicio en cuanto me vi ampliamente superado por las capacidades de Alejandra; en lo académico, deportivo y social. Realmente al inicio no me importó, al haber nacido ella primero la considero mi hermana mayor y, por ende, la admiraba cuando era capaz de hacer algo que yo no, pero precisamente eso dio paso a que en mi familia se nos comparase y posteriormente en la escuela, al final era inevitable una conclusión donde yo fuera menospreciado, y fue así como decidí dar un paso atrás, permitiéndole brillar sola en el escenario de la vida.
De igual manera, siempre estuve y estaré en el foco de comparación, comentarios como:
«Una belleza como ella, ¿cómo puede ser gemela de un adefesio como él?»
O
«es increíble que sean hijos de la misma madre»
Eran el pan de cada día para alguien como yo, era aguantar las burlas por parte de las chicas junto con las vulgaridades que profesaban los chicos acerca de lo que le harían a mi hermana si la tuvieran desnuda frente a ellos, eran escenarios cotidianos que forjaron mi carácter reservado y solitario.
Lastimosamente, hay una similitud que ambos compartimos y la cual nos hace destacar para bien o para mal respectivamente, ambos medimos poco más de 1.80 cms, y en este país es un tamaño algo por encima de la media en hombres y demasiado en el caso de las mujeres.
Si me hubieran dado a elegir, habría preferido una estatura que me permitiera pasar desapercibido y no parecer escuálido; encorvado, mi hermana, por el contrario, hace gala de su porte, para ella es una cualidad que la hace mucho más apetecible y ella lo sabe a la perfección, siempre he pensado que ella es muy consciente de las miradas morbosas que atrae su figura y ha aprendido a jugar con el deseo de evocar fantasías en la mente de los hombres.
Con frecuencia usa medias veladas negras que le dan un aura de madurez, otras veces solo usa un par de calcetines cortos que permiten ver por completo la tersa piel de sus seductoras piernas y en ocasiones muy particulares cubre sensualmente esas largas extremidades con medias largas de algodón que recorren su piel hasta el ecuador de sus carnosos muslos, dejando siempre un espacio con respecto su falda de colegiala que permite ver la limitada franja de piel que pareciera estar meticulosamente medida para permitir la vista de un par de eróticos lunares en la parte posterior del muslo derecho, a escasos centímetros de la frontera que da inicio a su redondo y esponjoso culo; muchas chicas podían presumir de estar bastante desarrolladas para su edad, pero los atributos de mi hermana, diría yo, juegan en otra liga.
Sus anchas caderas y su delgada cintura hacen que su nalga se vea providencialmente más abultada y tonificada por encima de la falda, tanto así que, al caminar, el tiro de la prenda se levanta y bambolea de lado a lado jugando con la expectativa del espectador a que en alguno de esos vaivenes se debelen los tesoros resguardados bajo la delgada tela.
Más de uno ha recibido una fuerte bofetada como recompensa al tratar de indagar por mano propia que esconde la falda de mi hermana, no sé qué dirían al saber que, en casa, la misma mujer de sus más depravadas fantasías, se pasea por todas partes con unos pequeños shorts que abusivamente aprietan hacia arriba la zona baja de sus glúteos sin dejar casi nada a la imaginación.
El acelerado crecimiento de sus senos también ha capturado mi atención durante lo que va del año, ha tenido que cambiar al menos dos veces la talla de las camisas del uniforme escolar, pues con las anteriores, era muy común que perdiera botones gracias a la increíble presión que debían soportar para mantener recluidos sus redondos y descomunales pechos, sinceramente no podían verse más lascivas y a la vez elegantes en una mujer de su estatura y porte.
Y tras esa extensa presentación, me centraré en narrar los hechos que hicieron que empezara a verla más como una mujer que como mi propia hermana.
Todo comenzó hace algunos meses, un viernes tarde en la noche me encontraba ensamblando una librería en la que estaba trabajando por encargo de mi hermana. Mi afición con la ebanistería se transformó realmente en un trabajo de medio tiempo y gracias a la intervención de Alejandra, mis padres me habían permitido a regañadientes adaptar nuestro garaje para convertirlo en mi propio taller, en el cual se me podía ir el tiempo volando tal como me ocurrió esa noche, por suerte estuve inspirado y pude terminar el encargo de mi hermana antes de irme a dormir.
Cuando salí del taller bebí algo rápidamente y subí al segundo piso para avisarle a mi hermana que su biblioteca estaba lista, pero antes de llegar a su habitación miré mi celular y me sorprendió saber que pronto serían las 4:00 de la mañana, obviamente supuse que para entonces ella ya estaría dormida por lo que pensé mejor en comentárselo a la mañana.
Al querer pasar de largo una luz captó mi atención y me detuvo, se proyectaba por debajo de la puerta de su habitación indicándome que provenía de su interior.
-Estará despierta- pensé.
Me decidí a entrar, pero al tratar de girar la manija esta estaba asegurada, me pareció extraño, pues ya de por sí ella no acostumbraba a cerrar la puerta de su habitación, algo en mi interior me hizo sentir que sería un gran error golpear en forma de llamado, cuando por azares de la vida, fui testigo de uno de esos momentos efímeros que se desarrollan especialmente frente a tus ojos, los cuales, si eres muy lento en reaccionar, te dejarán atrás y jamás tendrás una oportunidad igual.
Escuché lo que a primera impresión me pareció un quejido, acerqué mi oreja a la puerta y comprendí que no eran quejidos, eran gemidos y para mi sorpresa, ¡eran gemidos de placer! Mi corazón comenzó a bombear como nunca.
No soy un gran deportista, por lo que no podría estar completamente seguro, pero la adrenalina poseía cada rincón de mi cuerpo. Hice un mayor esfuerzo en escuchar centrando todos mis sentidos para captar nuevamente ese glorioso:
«Ah… Sí… Ah… que rico»
Mi corazón estaba a mil, no me bastaba solo con escuchar, también quería ver, me urgía comprender que escena se estaba desarrollando dentro del cuarto de mi hermana.
Miles de pensamientos cruzaron por mi cabeza, mientras los gemidos y ahora los nuevos sonidos de chapoteos que se unían a la función, nublaban mi mente.
Tanteé la posibilidad de ir corriendo al taller y traer alguna herramienta para abrir un hoyo en la madera, pensé también en asomarme por la ventana de su habitación; idea inútil al considerar qué estaba en un segundo piso, pero justamente eso era lo que me estaba generando la excitación de escuchar los gemidos de mi gemela, oscurecían mi juicio; me veía atontado sintiendo como mi pene poco a poco se levantaba y se iba haciendo espacio dentro de mi pantalón.
Al bajar la mirada para sacar mi miembro, vi nuevamente la luz que pasaba por debajo de la puerta y un segundo de coherencia me bastó para comprender que el orificio podría ser lo suficientemente ancho para ver a través de él, y como si de un imán se tratase, mi cabeza se precipitó de inmediato hasta estar completamente pegada al suelo.
Allí la pude ver, una de las imágenes más exquisitas que quedaran guardadas en mi retina hasta mi último día, tan nítido como si la estuviera viendo de frente.
Mi hermana gemela sentada sobre su escritorio, aun con el uniforme y las medias puestas. Su cabello algo desarreglado, su falda levantada y una de sus manos dentro de lo que parecía ser su ropa interior, a primera vista no pude confirmarlo con certeza, ya que tenía la pierna recogida sobre la mesa impidiendo ver su pubis.
Alcé la mirada y vi su cara teñida de pasión, con la expresión del más absoluto placer, sus ojos no se quedaban quietos, a veces cerrados y a veces perdidos en el vacío de la habitación.
En definitiva, el suculento placer la tenía poseída por completo, no me tomó mucho imaginar dónde estaba su mano realmente, por suerte, un prolongado espasmo que le hizo recoger los dedos de los pies y estirar las piernas, me permitió esclarecer mis sospechas, su delicada mano exploraba con constantes incursiones el interior de su vagina por debajo de su ropa interior, la tela de la tanga aprisionaba su muñeca contra su pelvis como si la estuviera obligando a perforar su orificio una y otra vez con sus estilizados dedos.
Yo deseaba saber cuáles dedos estaba usando, en qué cantidad, con qué frecuencia intercalaba su uso y aun sabiendo que estaba mal, saqué mi verga y comencé a estimularla de arriba hacia abajo tratando de sincronizarme con el movimiento de la muñeca de mi hermana.
Una perforación de ella era una jalada mía, cada espasmo en su cuerpo era un escalofrío en el mío y cada «Ah… sí… ahí…» era un gruñido acallado en mi boca.
No sé cuánto permanecimos así, pero en lo personal no quería que terminase, de repente ella aumentó el ritmo, sus dedos entraron en un frenesí tan lascivo que no supe ni en qué momento se había quitado la tanga; desapareció por completo, sus piernas comenzaron a agitarse en el aire, era como si buscara un soporte donde apoyarlas, se entumecían en el aire contrayendo sus dedos para posteriormente relajarlos y dejar caer sus lisas pantorrillas.
Ese constante vaivén lanzaba gotas de sudor y me imagino qué otra clase de fluidos al rededor, podría jurar que una gota cayó en la comisura de mi boca, pues al lamerla, un erótico sabor salado invadió mi paladar e hizo aumentar descontroladamente mi apetito sexual.
La Lujuria solo incrementaba más y más al ver la otra mano de mi hermana acercarse tímidamente a su propio cuerpo. Mientras la derecha profería placer constantemente en su sexo, la izquierda comenzó su travesía arañando levemente su pierna izquierda por encima de su media larga, la transportó sobre el rosado y sudoroso muslo donde lo apretó con fuerza, dejando marcadas sus uñas en él.
Lentamente, trazó un camino con su índice desde la parte superior de su muslo alrededor de la circunferencia de éste hasta encontrarse sorpresivamente con su otra mano en medio del pubis, por primera vez la mirada de Alejandra se centró en un punto y fue en su empapado coño. Asumo que quería prestar especial atención a donde iba a tocar a continuación con su mano libre, mientras incansablemente sus dedos seguían penetrando una y otra vez a través de su orificio, la otra mano acarició y luego apretó su tembloroso clítoris.
Intercalo entre ambos movimientos en lo que parecía ser una piscina de fluidos sexuales que embadurnaban ambas manos y se salpicaba sobre la masa en forma de cristalinas gotas.
-cuanto desearía poder probarlas una vez más- pensé con dificultad en una mente demasiado turbada.
Dos de sus dedos trazaron un rápido movimiento horizontal sobre el clítoris de manera tan agresiva que la obligó a lanzar su cabeza hacia atrás, profiriendo un alarido para nada cuidadoso, se escuchó perfectamente y resonó por los pasillos de la casa, tal fue la sorpresa que ambos nos detuvimos abruptamente.
Nos quedamos inmóviles y acallamos nuestras mentes intentando sondar el ambiente previniendo que nuestros padres no se hayan despertado, sé que ella se paralizó con la adrenalina de pensar que tendría que dejar su autosatisfacción a medias. Por mi parte, mis nervios se centraban en el peligro de ser descubierto por ella, pues solo le bastaría con girar levemente su cabeza a la derecha para ver mis morbosos ojos espiando cuidadosamente su intimidad.
Transcurrieron unos segundos que parecieron eternos y ambos nos arriesgamos a reanudar nuestro placer concluyendo que nadie se había dado cuenta del sonoro gemido.
No sé si fue la emoción de ser descubierta o el afán de terminar rápido, pero Alejandra aumentó el ritmo de golpe, por lo que, cómo buen hermano, me dispuse a seguirla.
Vi como sus caderas se movían de atrás hacia adelante como si estuvieran rogando por un pene y sin quererlo las mías la imitaron urgidas de una vagina, solo las fantasías más inmorales cruzaban mi mente, ya que nunca había añorado tanto algo como el cuerpo de mi hermana.
Su cabello danzaba caóticamente en el aire, sus grandes y esponjosos senos se levantaban y parecían querer escapar de su cuerpo, su esférico culo se estremecía revolcando todo lo que estuviera sobre la mesa.
Continuó con el trayecto de su mano izquierda, agarrándose la cadera y jugando con ella como si la mano no fuese suya y si de algún hombre que asumo la estaba penetrando en su imaginación.
Lentamente, su mano recorrió el costado de su cuerpo y se encontró rodeando un gran obstáculo, el cual era su pronunciadísimo seno izquierdo, lo sobo lentamente hasta encontrar sorpresivamente un duro pezón que sobresalía de la forma ovalada de la teta; marcándose por debajo de la camisa blanca, ahora transparente por estar empapada de sudor.
Apretó el pezón con fuerza como si quisiera despojarse de él y lo retorció provocando toda clase de gemidos y jadeos sexuales, pareciese como si estuviera activando un interruptor que la hacía rogar por más.
El ritmo incrementó aún más, sus hombros se encogían y alzaban, mis manos ya estaban pegajosas, las suyas mucho más, con mi mano libre me agarré el pecho deseando que fuera ella quien lo hiciera.
Mi hermana no dejaba de retorcerse, sus caderas golpeaban con mayor fuerza haciendo que más dedos se introdujeran en el interior de su vagina mientras más fluidos se derramaran por todas partes.
Su mano izquierda culminó su epopeya agarrando fuertemente su seno y apretándolo hasta que su límite físico lo permitiera.
En mi mente solo resonaba el nombre de mi hermana:
«Alejandra, Alejandra… Alejandra»
y por un momento me pareció escuchar que de sus labios se pronunciaba un leve y casi imperceptible:
«Alex, Alex… Alex»
No pude discernir bien, mi mente estaba hecha un lío y únicamente podía concentrarme en su mano perforando sin clemencia su coño, la otra, estrujando agresivamente sus tetas sin distinción, su boca mordiéndose un labio hasta casi desgarrarlo y sus ojos de intenso placer.
De repente una corriente atravesó nuestros cuerpos, yo puse mi mano firmemente contra la puerta mientras eyaculaba, viendo a mi hermana con su vagina al aire, levantada y abierta, inundando el cuarto de constantes chorros con penetrante olor a sexo, antes de expulsar la última rociada se mordió la falange del dedo que prácticamente había explorado todo su cuerpo para acallar el estallido de placer.
Nuestras mentes permanecieron en blanco disfrutando de la corriente de éxtasis que arrasaba nuestra psique.
No sabría decir si a las mujeres le ocurre lo mismo que a nosotros, pero los hombres experimentamos una especie de depresión posterior a la masturbación en la cual recibí de un único impacto la totalidad de remordimiento moral de lo que había acabado de hacer, no solo había violado la intimidad de mi hermana, también la use como musa sexual.
Mi mirada se posó en el vacío, por suerte Alejandra se tomó el tiempo de gozar su orgasmo, de inmediato el terror me invadió al ver un poco de mis fluidos al otro lado del umbral, mezclándose con el collage de líquidos junto a los pies de mi hermana, no tendría el valor de explicarle absolutamente nada de lo ocurrido por lo que limpie rápidamente mis despojos del pasillo y corrí a encerrarme en mi habitación rogando porque Alejandra, ni nadie, se enterara nunca sobre lo que pasó.
Pero durante toda esa noche un solitario cuestionamiento rondó mi mente y me libro sin querer de cualquier otra preocupación.
– ¿dijo mi nombre?
Continuará…
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