Strip póker con esposa y amigos

El aire en la terraza estaba denso con el aroma del jazmín nocturno y el eco de las risas. La luna llena se asomaba por encima de las palmeras, bañando la escena en una luz plateada que parecía invitar a la audacia. Marcos observaba a su esposa, Sofía, su belleza clásica destacando incluso entre el grupo de amigos. A su lado, su hermana menor, Laura, rebosaba una energía más salvaje, sus ojos oscuros brillando con una picardía innata. Los amigos de Marcos, Carlos y David, completaban el quinteto, sus miradas ya cargadas de expectación. Las copas de ron y los vasos de whisky se vaciaban y llenaban con una regularidad alarmante.

La conversación, que había comenzado con anécdotas del trabajo, derivó sin esfuerzo hacia temas más picantes. Los chistes subidos de tono volaban, las risas se volvían más ruidosas y las miradas, más largas. Fue David, siempre el más atrevido, quien lanzó la idea. “Ya que estamos en confianza y las copas han desinhibido, ¿por qué no jugamos un poco de strip póker?”

Un silencio cargado de tensión cayó sobre la mesa. Sofía, con su inocencia natural, miró a Marcos con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Él le sonrió, un brillo travieso en sus ojos. Conocía la naturaleza complaciente de su esposa, su disposición a seguirle el juego cuando él se lo pedía, y esta noche, sentía que ella estaba más abierta que nunca a lo desconocido. Laura, en cambio, soltó una carcajada, aceptando el reto con entusiasmo. Carlos y David asintieron con las cabezas, sus sonrisas ampliándose.

Las cartas comenzaron a repartirse, cada movimiento más lento, más deliberado. La primera prenda en caer fue la corbata de Carlos, lanzada sobre la mesa con una fanfarronería que arrancó risas. Luego fue el turno de la camisa de David, revelando un torso bien trabajado. Marcos perdió la suya poco después, dejando al descubierto sus músculos.

La verdadera emoción comenzó cuando Sofía perdió la primera mano. Sus dedos vacilaron sobre el botón de su blusa de seda, sus mejillas enrojecidas. Marcos le dio un suave apretón en la pierna, y ella, respirando hondo, desabrochó la blusa, revelando un sostén de encaje que apenas contenía la plenitud de sus pechos. Los ojos de los hombres se fijaron en ella, y un murmullo de admiración se extendió por la mesa. Laura, sin perder el ritmo, se despojó de su chaqueta de mezclilla con un movimiento seductor cuando le tocó su turno, mostrando una camiseta ceñida que delineaba su busto generoso.

A medida que el juego avanzaba, la ropa se amontonaba en el centro de la mesa. Las inhibiciones se disolvían con cada sorbo de alcohol y cada prenda retirada. Sofía, que al principio se había movido con cierta timidez, ahora se despojaba de sus prendas con una seguridad creciente, sus movimientos más fluidos, casi provocativos. Su sostén, luego su falda, dejando al descubierto unas bragas de encaje que apenas cubrían el generoso tamaño de su trasero. Laura, más descarada, no tardó en estar también en ropa interior, su cuerpo atlético y curvilíneo haciendo juego con el de su hermana. Ambas mujeres, con pechos grandes y traseros prominentes, eran una visión.

Pronto, los cinco estaban en ropa interior, la piel brillando bajo la luz de la luna. La temperatura en la terraza no era lo único que subía. Las miradas eran francas, descaradas. Carlos, con una sonrisa atrevida, deslizó su mano por el muslo de Sofía, y ella, para sorpresa de todos, no la apartó. Marcos observó la escena, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho, su fantasía a punto de explotar.

La siguiente mano, Sofía perdió su sostén. Con un suspiro, se lo quitó, liberando sus grandes pechos, que se alzaron, desafiantes. Los pezones, duros, parecían invitar al toque. Justo después, Laura perdió sus bragas, revelando una mata de vello oscuro que contrastaba con su piel clara. Las miradas de todos se posaron en su pubis expuesto.

El juego había terminado. La mesa de cartas se convirtió en un escenario para el deseo. Carlos, sin dudar, se arrodilló frente a Sofía y empezó a lamer sus pezones con una avidez que la hizo jadear. Sus manos grandes se aferraban a sus nalgas, apretándolas con fuerza. Marcos, observando cada movimiento, sentía una excitación ardiente, la fantasía de su esposa con otro hombre cobrando vida ante sus ojos.

Mientras tanto, David se acercó a Laura. Sus manos expertas se deslizaron por sus muslos, abriendo sus piernas. Sin preámbulos, David la penetró con un dedo, haciéndola gemir suavemente. Laura arqueó la espalda, su cabeza echada hacia atrás, disfrutando de la sensación.

Marcos no pudo contenerse más. Se acercó a Sofía, que estaba siendo saboreada por Carlos, y se unió al placer. Sus labios se encontraron con los de Sofía, un beso húmedo y profundo mientras las manos de Carlos seguían acariciando su cuerpo. Marcos, sin soltarla, se arrodilló y comenzó a lamer el clítoris de su esposa con una lengua experta, haciendo que se retorciera de placer. Carlos, sin detenerse, bajó su cabeza y comenzó a lamer la entrepierna de Sofía también, sus dos lenguas trabajando en un dueto erótico que la llevó al borde del éxtasis.

Los cuerpos se entrelazaron sin pudor. David, sin ropa, tomó a Laura en sus brazos y la llevó al sofá, donde la penetró con fuerza, sus embestidas rápidas y profundas. Laura gritó de placer, sus piernas rodeando la cintura de David, sus uñas arañando su espalda.

Mientras tanto, Carlos se levantó y se puso de rodillas frente a Sofía, que ya estaba empapada de deseo. Marcos se colocó detrás de ella, su miembro erecto, listo. Carlos introdujo su pene en la vagina de Sofía, sus movimientos lentos y profundos. Sofía gimió, sus ojos fijos en Marcos, que asintió con una sonrisa que la animaba a entregarse. La doble penetración fue inminente. Cuando Marcos la penetró por detrás, Sofía soltó un grito de placer, su cuerpo tembló con la fuerza de la doble embestida. Sus caderas se movían en un ritmo descontrolado, buscando más.

Las penetraciones fueron implacables, con cambios de parejas que encendían aún más la noche. David y Laura se unieron a Sofía en un trío salvaje, sus cuerpos desnudos entrelazados en el sofá. La boca de Laura se encontró con el miembro de David, lamiéndolo con avidez, mientras los dedos de David exploraban la intimidad de Sofía.

En medio del torbellino de cuerpos, la idea del sexo anal surgió de forma natural. Carlos, con un lubricante a mano, preparó a Sofía. Ella, sorprendentemente complaciente, se posicionó a cuatro patas, sus nalgas redondeadas ofreciéndose a la oscuridad. Carlos la penetró suavemente al principio, y luego, con la aquiescencia de Sofía, sus embestidas se hicieron más audaces, más profundas. Los gemidos de Sofía eran una mezcla de dolor y éxtasis, y Marcos la animaba con palabras de aliento, tocando su espalda y sus glúteos. David, al ver la escena, se unió a Laura en una postura similar, su pene entrando en la parte trasera de ella, desatando gritos de placer.

El clímax llegó en una explosión de placer. Los hombres eyacularon, sus cuerpos temblando con el orgasmo. Pero la noche no había terminado para las mujeres. Laura se arrodilló frente a David, que había eyaculado en su estómago, y, sin dudarlo, lamió el semen de su piel, succionándolo con una avidez que dejó a David sin aliento. Luego, se acercó a Marcos y, con una sonrisa pícara, le hizo un gesto para que eyaculara en su boca. Él lo hizo, y ella lo saboreó, su mirada fija en Marcos.

Sofía, siguiendo el ejemplo de su hermana, se inclinó sobre Carlos, que había eyaculado abundantemente en su pecho, y con una naturalidad sorprendente, lamió cada gota de su semen, sus ojos encontrándose con los de Marcos en un gesto de profunda satisfacción. Luego, con un brillo nuevo en su mirada, buscó el miembro de Marcos, se arrodilló frente a él y le suplicó que eyaculara en su boca también. Marcos, asombrado por la audacia de su esposa, lo hizo, y ella lo bebió con una sensualidad que lo dejó completamente rendido.

La noche terminó con los cinco exhaustos, sudorosos y satisfechos, entrelazados en la terraza. El aire fresco de la madrugada acariciaba sus cuerpos. Sofía, con una nueva luz en sus ojos, se acurrucó contra Marcos, su mano en el muslo de Carlos. La ingenuidad había dado paso a una liberación inesperada, y el hogar, que siempre había sido solo de ellos dos, ahora guardaba los secretos de una noche de deseo compartido.

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