Sexo salvaje con mi profesor de gimnasia

Encontré su nombre y su número de celular en el parabrisas del auto, con la palabra “PERDÓN” en mayúsculas. La puta madre, pensé, mientras buscaba el golpe. Y ahí estaba, en la parte trasera, del lado del acompañante. La abolladura no era importante, pero el hecho de tener que lidiar con seguros y esas cosas me secaba la concha de manera extraordinaria. O al menos eso sentí en ese instante. Qué bueno que me equivoqué. Metí el papel en la cartera, subí al auto y me propuse llorar durante al menos cinco minutos. Me

vino super bien. Las perdidas constantes en mi vida, el trabajo, la economía y una infinidad de factores más me sumergen en un constante colapso. ¿Solamente a mí me pasa? Lamento suponer que no. Que todos estamos cada día un poco más consumidos. Lo importante es encontrar esos pequeños momentos en los cuales soltar toda esa mierda e intentar continuar de pie, lo menos rotos posible.

Llegué a casa y pensé en que debería llamar cuanto antes al bobo que me había chocado, pero la necesidad de una ducha fue mucho más fuerte que el deber. Desnuda en el baño, la bañera me guiñó un ojo invitándome a sumergirme. Acepté sin dudarlo. Mientras se llenaba la tina fui hasta mi habitación y saqué el consolador que guardo en la mesa de luz. Me lo merecía.

Puse el último disco de Tini, como para sumarle drama a la vida, y me sumergí. El agua estaba increíble. Al primer contacto con ella sentí paz, como si me quitaran un gran peso de la espalda. Sumergí el consolador y comencé a acariciarme ahí abajo. De inmediato me empecé a calentar. Hacía al menos una semana que no jugaba conmigo misma. Meses enteros que no incluía a otra persona. Así que la situación comenzó a escalar rápidamente. Cuando el consolador hizo tope por primera vez con el fondo de mi vagina un orgasmo monumental me hizo estremecer. En situaciones “normales”, cuando no me siento tan tensionada, esa sensación hubiese sido suficiente. Pero no estaba en días normales. Así que comencé a agregarle velocidad al asunto, metiendo y sacando el consolador como si de eso dependiera mi vida. Y en parte lo sentía así. Esa cogida que me estaba dando era todo lo que necesitaba en ese momento de mi vida. Acabé tres veces más en una cantidad de tiempo ridícula. Seguía estando excitada, pero también estaba muy cansada, por lo que decidí relajarme y dejar que el tiempo pase. Creo que dormí por casi media hora. Me despertó el agua que comenzaba a enfriarse, aunque yo seguía muy caliente. Dediqué cinco minutos más al baño propiamente dicho y salí de la bañera. Me sequé y desnuda fui hacia la habitación. Así como estaba me recosté y dormí dos horas más. Desperté pasadas las siete de la tarde. Y decidí hacer ese bendito llamado.

Apenas contestó el celular, sentí algo especial en su voz. Algo conocido, quizás. Pero lo dejé pasar. Me dijo que tenía problemas con el seguro. Me explicó, pero no lo entendí. Me dijo que no me preocupara, que él se haría cargo de todos los gastos. Que tenía un chapista amigo que me dejaría el coche como nuevo, pero que teníamos que llevárselo al día siguiente, porque en tres días el hombre viajaría. Quedamos en encontrarnos al día siguiente al medio día. Resolver al menos una de las cuestiones que se sumaba a lo que me obligaba a llorar todos los días, me pareció algo fantástico.

No me había equivocado al oír su voz. El Máximo que me había chocado el auto, era el mismo que, años atrás, había sido mi profesor de gimnasia en el colegio. Era típico chabón que estaba re fuerte, lo sabía y se aprovechaba de eso. Jamás supe que haya hecho algo indecoroso con alguna alumna, pero todas nos moríamos de amor/calentura por él. Nos reconocimos al primer golpe de vista, dejando de lado un posible momento incomodo con carcajadas. Hacía más de diez años que no nos veíamos, pero él estaba igual que en aquellas épocas. Me atrevo a decir que incluso se lo veía mejor. Mas maduro, más marcado, más todo. Él también reconoció que yo me veía igual que en aquellos tiempos. Luego de la charla de rigor, entramos al taller mecánico, dejamos el auto y salimos. Como era de esperar, se ofreció a llevarme hasta mi casa. Acepté.

Ya dentro de su camioneta, el ambiente se tornó extraño. Lo vi varias veces secarse la transpiración de las manos en su jean. Me contó que ya no trabajaba en escuelas, sino que tenía una pequeña cadena gimnasios y daba clases privadas. Me preguntó si seguía siendo mala para los deportes, cosa a la que le respondí que sí, que más allá del fútbol, en donde siempre me defendí bien, seguía siendo de madera. También quiso saber si seguía en contacto con mis compañeros de secundaria, a lo que le dije que apenas con algunos pocos. Le conté algunos chismes, como parejas que parecía que iban a ser eternas, pero fracasaron, como así también algunas maternidades inesperadas que habían sucedido. Él me contó sobre algunos profesores, pero nada para destacar.

Hacía mucho calor, por lo que decidió parar en un quiosco a comprar agua. Me preguntó que si quería algo. Le pedí un helado, por lo que bajamos y fuimos hacia una heladería. Pedimos uno cada uno y nos sentamos en unos cómodos sofás, alejados del resto de la clientela. Ya no teníamos nada de que conversar, por los reiterados silencios hicieron de la situación algo incomodo. Haciéndole honor a mi torpeza, parte de mi helado se cayó sobre y dentro de mi escote, el cual, como siempre, era bastante pronunciado. Quedé paralizada, él se rio, obligándome a reír también. En una especie de acto reflejo, tomó varias servilletas de la mesa, de esas duras que no sirven para nada, e intentó limpiarme. Cosa que volvió a paralizarme. Al instante se dio cuenta de lo cerca que estaban sus manos de mis tetas. Con sus ojos clavados en los míos, notó como mi respiración se aceleró. Todavía con las servilletas en la mano, extendió su palma sobre una de mis tetas, rodeándola con delicadeza.

─Te las regalaron para tus quince, ¿verdad? ─preguntó en un susurro, apretándola cada vez más.

Yo asentí.

─¿Sabes la cantidad de veces que me pajee imaginándolas después de clase?

Algo estaba muy mal en lo que estaba diciendo, pero yo no podía dejar de pensar en cuanto me gustaba sentir ese contacto. Ante mi falta de respuesta, dejó las servilletas sobre la mesa y metió su mano dentro de mi blusa. Con su dedo pulgar acariciaba mi pezón, mientras con el resto de la mano apretaba cada vez con más fuerza. Cuando estuve a punto de decirle que se detuviera, agarró una de mis manos y la llevó hacia su entrepierna. El jean ajustado dejaba ver claramente el tamaño y la rigidez de su pija. Como en un acto reflejo, la boca se me llenó de saliva. Mi mano comenzó a deslizarse y a apretar esa cosa hermosa que crecía por mí, cuando sus labios se pegaron a los míos en un beso húmedo y apurado. Su lengua parecía querer colonizar mi boca. Entraba, salía y se movía en todas las direcciones a gran velocidad. En otro acto reflejo, lo separé con violencia y me senté sobre sus piernas, continuando con el beso mientras sentía sus manos aferrarse a mi culo. Luego de algunos hermosos segundos, puso sus manos en mis hombros obligándome a separarnos.

─Creo que hasta acá está bien ─dijo.

De inmediato lo desmonté y me senté a su lado, con la respiración agitada, una teta afuera y toda despeinada. Me acomodé lo mejor que pude, traté de tranquilizar la respiración y suspiré.

─Vamos a mi departamento ─dije, poniéndome de pie para de inmediato salir apurada del local.

No esperé su respuesta. Al llegar al auto, me quedé de pie mientras lo veía acercarse como si nada hubiese sucedido. Eso sí, sonreía como un niño. Se paró frente a mí sin decir nada. Mi sonrisa se convirtió en una carcajada histérica, cosa que pareció encantarle. Me rodeó la cintura con sus brazos y nos besamos dulcemente. Una de mis manos bajó a su entrepierna, para sentir como su pija se ponía dura de inmediato. Me miró a los ojos y sonrió. Lo aparte de un suave empujón.

─Dale, vamos ─dije, aguardando a que me abriera la puerta.

Subimos al auto y condujo durante varios minutos en silencio. Yo de a ratos miraba su entrepierna, notando que todavía mantenía la erección. Él solamente sonreía, cosa que me daba años de vida cada vez lo hacía. A unas cinco cuadras de mi departamento, le pedí que frenara. Era un pequeño pasaje que parecía intransitado. Nos miramos por un instante, para luego besarnos salvajemente. Acaricié su pija durante un rato, para luego pedirle que la sacara. Lo hizo sin dudarlo. Yo tampoco dudé y fui directamente a comérsela. Sabía riquísima y no dejaba de crecer adentro de mi boca. Fueron unos diez minutos de atragantarme con esa hermosa pija larga y demasiado gruesa para lo que estaba acostumbrada. Entre gemidos me pidió que frenara. Cosa que hice, para de inmediato quitarme el pantalón y la tanga y montarlo. El primer roce de su pija dentro de mi concha me hizo ver las estrellas. Me dolió un poco, pero me encantó. Me quitó la blusa y, mientras lo cabalgaba, me chupaba las tetas con un hambre tremendo. Chupaba, mordía y escupía, mientras yo no dejaba de venirme sobre su pija. No sé cuánto tiempo estuvimos así, hasta que me dijo que iba a acabar. De un salto pasé al asiento del lado y volví a chuparle la pija. Un minuto después su semen, caliente y agridulce, se rebalsaba dentro de mi boca. Me agarró del pelo y me llevó hasta su boca. Nos besamos, mientras su semen iba y venía de una boca a otra. Fue tal la excitación que me provocó ese intercambió, que volví a acabar sobre el asiento. Para coronar el momento, escupió su propio semen en mis tetas, para luego, con sus manos, esparcirlo como si fuera una cálida crema corporal.

Volví a montarlo y nos besamos suavemente, sintiendo como su pija acariciaba mi concha. Tiró el asiento hacia atrás y quedé recostada sobre él. Estuvimos unos diez minutos acariciándonos en silencio, cuando sentimos que una sirena se acercaba hacia donde estábamos. Pasé al asiento del lado y me puse la blusa lo más rápido que pude. Un vehículo policial pasó lentamente a nuestro lado. Nos reímos a carcajadas, mientras terminábamos de vestirnos.

─¿A tu casa? ─preguntó.

─Sí, me siento demasiado sucia ─contesté entre risas.

Nos duchamos juntos, entre besos y caricias. Luego merendamos hablando tonterías, mientras mirábamos Los Simpson. Cuando comenzó a oscurecer y dijo que ya tenía que irse, en mí no cabía ninguna duda de que estaba enamorada de ese hombre. Pero no se lo dije, obviamente. Nos saludamos con un beso entre apasionado y delicado, sin manosearnos el cuerpo, pero acariciándonos dulcemente nuestras almas.

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