Llevo casada casi diez años y considero que tengo todo lo que una mujer pueda desear, un esposo fiel, cariñoso y trabajador, un buen trabajo e independencia económica. Tal vez lo único que aún no tenga, son hijos, pero esa es una decisión que aún no hemos tomado aunque si la contemplamos pero para un futuro más o menos cercano.
Me casé virgen por lo que mi esposo que tiene total confianza en mí, ya que, cosa extraña en las chicas de mi edad, yo nunca había ido con otro hombre a la cama. Por supuesto que tuve algunos novios, pero con ellos nunca pasó de los abrazos, besos y caricias por encima de la ropa.
Trabajo en un puesto de responsabilidad en una empresa multinacional y un día, mi superior directo me comunicó que tenía que ir a otra ciudad a hacer un curso de actualización con una duración de diez días. Ya en casa, le dije a mi marido que tendría que viajar por trabajo y él lo encontró normal. Yo tomaría el avión el domingo, porque el lunes por la mañana comenzaría el curso y terminaría el miércoles de la siguiente semana, habiendo clases incluso el sábado.
El primer día del curso conocí a Carlos, que estaba haciendo el mismo curso, un hombre simpático y divertido, además de muy encantador y que me recordaba un poco a Tom Cruise. Nos habían sentado al lado uno del otro y cuando el formador formó parejas de trabajo, para todo el curso, nos puso en la misma. A mí me agradó mucho porque me gustaba su compañía y me parecía un chico hermoso.
Al finalizar la jornada, nos enteramos que estábamos en el mismo hotel y Carlos propuso que volviéramos juntos en taxi, durante el camino me invitó a cenar y a discutir los asuntos del trabajo del curso que nos habían encomendado. Hasta entonces lo encontré todo normal, no noté ningún interés extraño por su parte.
Fuimos a cenar al restaurante del hotel y tomamos una botella de vino. Después del postre me preguntó si quería ir a bailar. Se lo agradecí pidiéndole dejarlo para otro día puesto que me encontraba cansada y al día siguiente tendría que madrugar. Con voz pausada y cálida insistió diciendo que en un sótano del hotel tenían un pequeño piano bar muy tranquilo, solo para los clientes del hotel. Me dejé llevar por su insistencia y por su encanto, al fin y al cabo, la alternativa era ver la televisión sola en mi habitación.
El lugar era muy agradable, media luz, música romántica y apetecible para bailar, cosa que a mí me encanta pero que mi marido no aprecia. Pedimos un par de cócteles y nos sentamos en una esquina. Entonces comenzó a sonar música lenta y Carlos me pidió bailar, acepté casi de inmediato porque hacía mucho tiempo que no bailaba.
Caminé lentamente hacia el centro de la pequeña pista y dejé que él me cogiera apretándome contra su cuerpo. Por un momento pensé en separarle un poco, pero pensé que era una música romántica para bailar así. Nos movíamos lentamente muy pegaditos. Su mano pasó de mi espalda bajando lentamente hasta mi cintura, justo donde empieza la elevación de las nalgas.
Sentí un escalofrío, en todo el tiempo de casada, nunca me encontré en esta situación con un hombre que no fuera mi marido. La otra mano de Carlos, la que sostenía mi mano izquierda, estaba atrapada entre nuestros cuerpos y quedaba apoyada entre mis senos, lo que no puedo negar, me proporcionaba una agradable excitación.
Carlos acercó su cara a mi oreja y comenzó a susurrarme elogios al oído, alabando me hermosura y elogiando mi cuerpo que decía era mejor que el de las modelos. Comentó la envidia que tendría que causar mi belleza y la suerte que tenía mi esposo. Avergonzada me quedé sin saber qué decirle, después de todo para mis adentros me parecía que jamás un hombre debería decir esas cosas a una señora casada.
Entonces me abrazó más fuerte y pude sentir todo el volumen de su duro pene apoyado en mí. En ese momento comencé a asustarme porque entendí que aquello se estaba volviendo peligroso y decidí finalizarlo. Me solté de él y me fui camino del ascensor, asustada, con la respiración entrecortada y las rodillas temblorosas regresé a mi habitación.
Ya en la habitación, cerré bien la puerta y mientras me quitaba la ropa me quedé pensando en lo sucedido, aún un poco temblorosa. Me puse el camisón y me acosté, pero no pude dormir. Estaba confundida, por un lado, mi instinto de esposa fiel decía una cosa, y por otro lado, había una sensación desconocida que me excitaba. Me quedé pensando si debería aprovechar esa oportunidad de conocer a otro hombre o continuar con mi monótona rutina y no traicionar a mi marido.
Acabé por dormirme ya muy de madrugada y cuando desperté lo hice con la cabeza embotada por el vino y la falta de sueño. El día transcurrió con normalidad y en el curso, Carlos y yo, trabajamos juntos resolviendo los problemas propuestos por el profesor. Cuando volvimos al hotel, Carlos me volvió a invitar a cenar y después revisar el material del curso. Por lo menos, esta vez estaba la excusa del curso por lo que mi conciencia no se resistió al aceptar.
Fui a la habitación y llamé a casa. Después tomé una ducha y me cambié de ropa poniéndome un vestido ligero que realzaba mi cintura y que tenía un discreto escote. En el restaurante, Carlos me elogió de nuevo. Confieso que me agradó, porque como a muchas mujeres me gusta oír elogios, aún más salidos de la boca de un hombre tan hermoso y encantador como mi compañero de curso. Continuó diciendo que mi marido era un hombre de suerte y algo que me ruborizó, pues afirmó que yo era muy sexy y atractiva. Para evitar que él comenzara a hacerse segundas intenciones, le dejé claro que me casé virgen y que nunca había traicionado a mi marido.
Al terminar la cena fuimos a bailar, y otra vez nos apretamos los cuerpos y pude notar otra vez su rígido pene. Eso comenzó a asustarme, pero el deseo pudo más y continué bailando con aquella cosa dura contra mi bajo abdomen.
Carlos comenzó a acariciarme con la mano que tenía sobre mi hombro mientras su cabeza se iba acercando cada vez más a la mía. Su boca llegó junto a mi oreja y comenzó a murmurar palabras de cariño y fui bajando mi guardia. Carlos comenzó a darme besos suaves en mis labios que no resistí y le dejé continuar hasta que su boca se pegó a la mía y noté como su lengua intentaba penetrar en la mía.
Increíblemente, en lugar de ofenderme o resistirme entreabrí mis labios como invitación. Eso fue lo suficiente para empezar un delicioso, largo y húmedo beso con nuestras lenguas entrelazadas. Afortunadamente, la luz ambiente era muy tenue y el resto de las parejas estaban bailando muy agarraditos e intercambiando besos apasionados sin que nadie prestase atención a lo que sucedía alrededor, en aquel momento entendí que había alcanzado un punto peligroso desde donde ya no se podía dar marcha atrás. Yo misma me sorprendí de mi actitud dócil sin protestar ni resistirme
Al entrar en mi habitación y cerrar la puerta, Carlos me abrazó desde detrás haciéndome sentir el volumen de su pene entre mis nalgas, después me giró de frente y me sacó el vestido por la cabeza. Luego nos quedamos abrazados y acariciándonos, yo sólo en Tangas y sujetador, mientras Carlos discretamente fue quitándose la ropa quedándose solo en calzones. A continuación, me desabotonó el sujetador dejándome los senos libres. Era la primera vez que otro hombre me quitaba el vestido y me veía sólo con mis minúsculas Tangas.
Éramos dos en una habitación de hotel, sin ningún testigo, con una acogedora cama al lado y una penumbra que creaba un ambiente excitante. Después de muchos besos en los labios y en los senos, Carlos me levantó en brazos y me llevó a la cama, donde nos acostamos cariñosamente abrazados. Su pene estaba tan duro, que levantaba el tejido de su ropa interior. Él empezó a quitarme las Tangas, tirando despacio, primero descubriendo mi conchita y luego de las caderas que ayudé levantado el culo. Nunca había imaginado, que yo, una esposa fiel y dedicada estuviera ayudando a otro hombre a quitarme la ropa íntima. Ni tampoco que estuviera allí desnuda si sentir vergüenza con él mirando y admirando mis pechos, mi barriguita y los pelos de mi Concha.
Carlos empezó a lamerme una pierna, empezando desde el tobillo hasta llegar a los labios vaginales. A veces me lamía la piel entre la concha y el culo haciéndome estremecer. Nunca nadie, ni mi marido me había dado tanto placer en todos estos años, y para decir la verdad, nunca me había sentido tan a gusto como me sentía en aquel momento con las piernas abiertas y con un hombre enterrando su cabeza y chupando toda mi entrepierna.
Un impuso eléctrico de placer recorrió mi cuerpo, y ya no aguanté más tiempo y le dije que iba a tener un orgasmo. Eso hizo que Carlos chupara con más fuerza y que yo me entregara alcanzando un intenso orgasmo. Mis piernas se movían sin control, mientras él sostenía firme mis nalgas y muslos, para no dejar que su lengua escapara de mi vagina.
Me gustó la boca de otro hombre comiéndome por primera vez. Ni con mi marido gozaba de un modo tan intenso y violento. También es que mi marido nunca me hizo gozar utilizando la boca. Carlos continuó chupando mi concha y aquello me encendió de nuevo y no pudiendo resistirme a la tentación le pedí que me hiciera el amor. Se quitó la ropa interior liberando un pene enorme y sentí un poco de miedo al verlo. Luego abrió mis muslos y se colocó sobre mí, lentamente se inclinó y acercó su pene a la entrada de mi vagina y fue presionando hasta penetrarme toda. Y todo eso sin condón. Carlos metió hasta el fondo y empezó a moverse, sentía la bolsa de sus testículos golpeando contra mis nalgas. Carlos la iba sacando del todo y después volvía a penetrarme de nuevo. Yo no podía contener mis gritos de placer. Él estaba con muchas ganas también, porque se corrió pronto.
Nos acostamos jadeantes y me quedé pensando en la locura que había cometido. Me volví a él, pasé la mano por su pecho peludo y la bajé hasta el pene que ya estaba ablandado. Agarré, apreté y acaricié sus bolas mientras contemplaba aquel pene que me había penetrado y que estaba todo pegajoso por mi líquido vaginal y su esperma. Pronto comenzó a dar señales de vida y yo que me excité de nuevo me fui con la boca empezando una mamada. Yo le sostenía la pija y la lamía toda la extensión, después me la ponía en la boca y me la tragaba hasta donde conseguía meterla, así hasta que quedó bien dura. Luego empecé a chupar con ganas. Me la metía en la boca, le pasaba la lengua y la salivaba en toda la extensión. La noté tan rígido que me levanté y sosteniendo aquel pene con la mano, me encanta poner el glande en la entrada de la concha me dejé resbalar metiéndomelo. Qué delicia sentir aquel duro palo entrando en mí. Tomé el control y comencé a cabalgarlo hasta que no aguanté más y cuando sentí que iba a tener un orgasmo, me moví más fuerte y rápido y quien gozó fue él, lanzando chorros de esperma dentro de mí.
Al día siguiente evité hablar mucho durante el curso. Pero al final, volvimos juntos al hotel. Traté de engañarme, pero en el ascensor no me resistí y le dije que si quisiera podría venir a mi apartamento, dentro de media hora. Así que tomé mi baño y como sabía que no era necesario no vi motivo para vestirme, al final, Carlos ya conocía todo mi cuerpo.
Recibí una llamada de mi marido y al oír su voz estuve tentada de desistir de mi encuentro con a mi nuevo amigo, pero antes de que pudiera renunciar a la idea, oí golpear a la puerta. Era Carlos que al entrar y después de cerrar la puerta, me volvió a tomar en brazos, como si fuera la cosa más natural, con eso ya perdí toda voluntad de evitar con aquella locura. Él se despojó de toda su ropa dejándola tirada por el suelo. Era excitante y muy agradable sentir su piel tocando la mía mientras bailábamos con una música imaginaria. Y me encantaba sentir a su pene buscando acomodo entre los labios de mi vulva, mientras su boca devoraba la mía. Y como dejaba su semen mezclado con mi líquido vaginal en mi interior. Creamos tanta intimidad entre nosotros que pasamos toda la semana haciendo el amor cada vez que teníamos ocasión. Yo me ofrecía, él me tomaba y los dos gozábamos.
Llegado el fin del curso, el miércoles por la noche, después de finalizadas las clases regresé a casa. Mi marido me esperaba en la puerta de llegadas del aeropuerto. Cuando nos encontramos, me abrazó y dio un beso que comparado con el de mi amigo, fue tan soso y sin gracia, que no lo pude apreciar. Luego me preguntó por el curso y le conté las cosas más evidentes e inocentes de las clases. No le hablé nada de Carlos y pese que a veces me siento un poco mal, no me arrepiento de lo que hice, pues disfruté del sexo como nunca antes y añadí nuevos límites a mi sexualidad.
Lamentablemente, perdí los datos de contacto de Carlos y estoy con mucha nostalgia de aquellas noches de sexo intenso e increíble que nunca olvidaré.
Muy bien por abrirte a nuevas experiencias.
Excelente toda persona debe de disfrutar de su sexualidad, claro como tu que eres casada debiste usar protección.