Pasaron más de dos semanas desde mi primera experiencia con tres hombres, y no me lo puedo sacar de la cabeza. Mi vida volvió a la normalidad pero yo no soy la misma. El recuerdo de aquel encuentro viene a mi mente en todo momento. Estando con la familia, con amigas, con conocidos o en la calle; siempre hay un momento en toda conversación donde ellos se ponen a hablar y mi pensamiento se descarrila. Veo sus labios moverse, pero no oigo lo que dicen; a mi mente vienen recuerdos de aquella tarde en forma de destellos. Mientras miro a esa persona a los ojos y asiento complaciente a lo que sea que estén diciendo, no puedo evitar pensar “Si supieras lo zorra que soy, si supieras donde he estado, las cosas que he hecho”.
Soy una zorra, así me siento, y me encanta. Pero esa experiencia fue tan intensa que me está afectando más de lo que esperaba; ando distraída, hago cosas sin pensar, incluso resulta común que amigos y familiares me pregunten si estoy bien, pues ya no es raro encontrarme abstraída. Los recuerdos no sólo me atacan durante el día, sino que son mucho más intensos por las noches. En mi cama, antes de dormirme, en el silencio y la oscuridad, los recuerdos vienen nítidos; las sensaciones, los roces, los gritos. Los músculos de mi cuerpo, recuerdan el esfuerzo al que fueron sometidos y mi mente puede aún sentir el dolor. Me animo a hacer cosas que pocas mujeres, y soy capaz de satisfacer a los hombres como pocas; esa idea me excita, me lleva a otro planeta, y hace que, hasta ahora, absolutamente todas las noches me moje y me toque recordando aquel encuentro.
Fueron casi tres horas que estuve con esos tres hombres, sin descanso. Ellos por momentos se turnaban y podían tomar aire, pero yo, como buena protagonista, en todo momento tenía el cuerpo de, al menos, uno de ellos encima. Hicimos de todo; me cogieron por todos mis orificios, en todas las poses y combinaciones que a una se le puedan ocurrir. Por suerte, tengo buen estado físico, porque seguirles el ritmo a tres deportistas excitados no es fácil. Durante la primer mitad aguanté sin problemas; los cabalgué bastante, me lo hicieron contra la pared, de pie, inclinada sobre una mesa y todo tipo de posiciones que hicieron que mis piernas se fueran cansando. La segunda mitad fue más difícil de aguantar, dejé de moverme tanto y pasaron a moverse mucho más ellos. Durante aquellas horas, hubo muchos momentos que fueron particularmente fuertes y que, con sólo recordarlos, me excito mucho. Tal vez algún día relate algo de eso, pero ahora quiero escribir sobre un momento en particular, que duró apenas unos minutos, pero que fue lo más intenso de todo aquello.
Transcurrió durante la última hora, aunque yo había perdido noción del tiempo y no tengo forma de saber si fue apenas pasadas las dos horas o más cerca del final. Dos de ellos estaban descansando y yo estaba subida a la cama con el tercero, echada panza arriba y él sobre mi, haciendo un hermoso misionero. Honestamente, a esa altura, yo ya había perdido prácticamente la sensibilidad, pero la molestia que sentía en mi vagina, la canalizaba como gemidos de placer mientras lo miraba provocativa desde abajo. Yo lo abrazaba por el cuello y acercaba su cuerpo al mío, viéndolo a los ojos, frunciendo mi nariz y respirando fuerte a través de mis dientes apretados. Él estaba encantado y respondía a mis estímulos penetrándome con más intensidad. Yo aprovechaba para levantar un poco mi cadera y frotarme contra su cuerpo, dándole placer a mi clítoris, que estaba ya al rojo vivo.
—Me encanta como me cojes —le susurraba yo sin apartar mi vista de la suya, aferrada a su cuello.
Esas palabras lo pusieron bien cachondo. Se separó de mí, se arrodilló, levantó mis piernas en el aire, separándolas, y volvió a penetrarme vigorosamente.
—¿Así te gusta, mamita? —me preguntó
Yo asentí con mi cabeza mientras le largué unos gemidos, a lo que él respondió con embestidas bien enérgicas. Yo notaba que él estaba un poco cansado, pero aún así no bajaba el ritmo. Yo me estaba agotando, pero continuaba completamente excitada al ver la energía inagotable que tenían aquellos tres hombres; saber que me iban a seguir cogiendo por bastante más tiempo me daba las fuerzas para continuar. Además, yo no iba a mostrar debilidad, había ido a ser su zorra y debía complacerlos, aunque esté cansada.
El tipo me dio con muy buen ritmo hasta que se detuvo y se separó de mí. Supuse que quería cambiar de posición nuevamente, pero luego vi como miraba detrás mío a los otros dos, que se estaban acercando. Me tomaron de mis brazos y me arrastraron hasta que mi cabeza quedó apenas colgando de la cama. Me imaginé lo que querían hacer; yo ya los había chupado a los tres, incluso les había hecho garganta profunda, excepto a uno. Se trataba del rubio alto, el que tenía un físico espectacular trabajado en el gimnasio, coronado con una verga enorme que, por más que quise, mi garganta no había dejado entrar. Pero esta posición no la habíamos hecho aún y me excité al pensar lo que podía pasar. Con mi cabeza colgando, los ví desde abajo con una mirada y una sonrisa pícara, mientras me relamía dándoles a entender que me gustaba lo que proponían.
—Te la vas a tragar toda, perrita —dijo uno de ellos, y se subió a la cama, arrodillándose a mi lado.
Inmediatamente comenzó a tocar mis pechos con una mano y a frotarme la vulva con la otra. Moví un poco mis caderas y dejé escapar un ronroneo de gata en celo. El que estaba en mis piernas, volvió a acercarse, a levantarlas por el aire y me penetró nuevamente. Gemí fuerte al sentir la verga entrar en mi vagina; lo hice exageradamente para excitarlo, sabiendo que pronto mi boca estaría llena y ya no podría oirme. Entonces posé mi vista en el rubio grandote que estaba de pie junto a mi cabeza. Él me miraba desde lo alto. Su verga enorme colgaba entre sus piernas como un péndulo y él se la masajeaba tratando de ponerla erecta. Me mordí el labio inferior y lo miré provocativamente sin dejar de gemir.
—Dame eso papi —le dije jadeando.
Me vio con ternura y se agachó acercando su rostro al mío. Me tomó por la nuca, sopesando mi cabeza, mientras que con la otra mano me corría los pelos de mi cara y los peinaba detrás de mis orejas lentamente. Me había estado mirando con esa expresión casi todo el tiempo y a mi me gustaba mucho que lo hiciera. Era un chico muy educado, debía pesar el doble que yo, pero consciente de ello, era sumamente cuidadoso conmigo y había demostrado saber manejar muy bien mi frágil cuerpo. Me vio con esa expresión tranquila y me preguntó en voz baja, muy amablemente y mirándome a los ojos.
—¿Querés que te coja la garganta, cielo?
Los tres eran jóvenes educados y respetuosos, habíamos acordado que “no significa no” y que los límites los ponía yo. Sin embargo, yo estaba decidida a decirle a todo que sí. Le sonreí entusiasmada y asentí con la cabeza, abrí la boca y saqué mi lengua, invitándolo. Él sonrió también y entonces sus ojos se tornaron perversos. Me fascinó esa mirada, me estaba diciendo “ya verás lo que te hago, zorra”. Cerró su boca, hizo un buche y escupió en la mía. Yo saboreé rápidamente su saliva, sin sacar mis ojos de los suyos, tragué y puse cara de satisfacción, como que aquello estaba delicioso. Volví a abrir la boca y a sacar la lengua, dejándole saber que lo que ponga ahí, iba a ser bien recibido. Desde abajo, vi sus ojos perversos alejarse de los míos a medida que se ponía de pie. Reparé en el que me estaba cogiendo y solté unos gemidos más, pero manteniendo mi boca bien abierta, preparada para recibir la ofrenda.
El que estaba tocando mis pechos, se subió sobre mi pecho, con una rodilla a cada lado de mi cuerpo y tomó mis muñecas, las llevó a los lados de mi cuerpo y las apretó contra el colchón; me estaba inmovilizando. Aquello me excitó mucho, sumado a las embestidas que recibía mi concha, gemí lo más provocativa que pude.
—Chicos, me encanta lo que me hacen —confesé.
Tiré mi cabeza bien hacia atrás y vi al grandote que acercaba su enorme verga a mi cara. Esperaba poder tragarla toda esta vez, así que abrí bien la boca y no llegué a decirle “dámela” que ya la tenía adentro. Por suerte, no estaba completamente dura y entró casi de una. Yo sabía lo que tenía que hacer; respirar por la nariz y tragar. Él comenzó a meterla y sacarla muy suavemente. Lo oí resoplar de placer, aunque no podía ver su expresión, al haber quedado mi cabeza entre sus piernas, debajo de su cuerpo. Aquello era glorioso; tenía tres hombres haciendo cosas a mi cuerpo y yo no podía verlos, sólo sentirlos. Aflojé por el cansancio apenas la boca y mis muelas rozaron un poco su tronco.
—Abrí bien —me dijo con dulzura pero con autoridad el rubio.
La verdad es que mi mandíbula me dolía muchísimo de tanto haber estado chupandolos por horas, pero hice el esfuerzo y abrí bien grande mi boca. Su verga se fue poniendo más y más dura y comencé a sentir una molestia cada vez mayor en la garganta. Traté de acomodar mi cuello un poco, pero aquella verga era descomunalmente grande para mí. Aún así, yo estaba decidida a realizar el truco, debía ser capaz de hacer lo que pocas mujeres. Él fue aumentando la intensidad y pasaba cada vez más tiempo en lo profundo dejándome respirar menos. Cada tanto, la sacaba y un espeso hilo de baba unía su verga a mi boca, yo tomaba aire, y él volvía a arremeter. Yo estaba feliz de poder tragármela toda en esa posición, o eso pensaba, porque de pronto me dijo:
—Aguanta, que te la meto toda.
No tuve tiempo de reaccionar cuando empujó hasta el fondo. Sentí mi garganta abrirse como nunca, fue bastante doloroso. Se me cortó la respiración abruptamente y mis ojos se pusieron muy llorosos. Él empujaba fuerte y mi cabeza quedó aprisionada entre su imponente cuerpo y el borde del colchón; yo no tenía más alternativa que aguantar. Con mis piernas en el aire, y la cabeza hacia abajo, la sangre fluía hacia mi cabeza. Por suerte, aquello iba a evitar que me desmaye, pero sentía mi rostro hincharse y ponerse rojo. Al cabo de unos segundos sin poder respirar, mi instinto fue quitarme lo que me estaba obstruyendo la garganta, pero, apenas intenté mover mis manos, el que estaba encima mío lo impidió con el peso de su cuerpo. Estaba entregada.
Tras unos segundos más, la verga salió de mi boca y yo tomé un gran respiro, aunque lo hice de forma entrecortada, debido al que seguía cogiéndome sin parar. El rubio grandote se agachó nuevamente para hablarme. Volviendo a su personaje amable y educado me habló en voz baja.
—¿Estás bien, corazón? —dijo mientras me limpiaba un poco de baba de mi cara.
—Sí —dije jadeando y tosiendo. Incluso le sonreí como para demostrarlo.
—Entonces abrí bien esa boca hermosa que tenés —dijo sonriendo.
Lo hice y él nuevamente escupió dentro. Esta vez su saliva pasó desapercibida, pues se diluyó pronto con la inmensa cantidad de baba que había en mi boca y que chorreaba de ella. Él se puso de pie y me vió desde arriba, nuevamente con ojos perversos. Yo estaba preparada para más, aproveché el ritmo de la cogida que me estaban dando y tomé aire.
La verga enorme entró fuerte hasta el fondo de mi garganta, lo cual me causó más dolor. Pero yo debía aguantar, debía ser la zorra, aquello me tenía muy cachonda, tanto que el que me estaba cogiendo comenzó a tocar mi clítoris y sentí que podría llegar a venirme. Pero poco pude concentrarme en eso, la opresión de semejante verga en mi garganta dominaba todos mis sentidos. Comenzó a bombear con fuerza, sin sacarla para dejarme respirar. Mi garganta producía un sonido desagradable, parecía que yo iba a vomitar, aunque no era así. Por mis ojos comenzaron a brotar litros de lágrimas y sentí mi rostro caliente, ponerse de color bordó. El grandote me daba con ritmo constante, como si mi garganta fuera un aparato del gimnasio y él estuviera haciendo ejercicio. Hice fuerza con mis brazos, los cuales seguían prisioneros, pero yo quería dejarles entender que ya necesitaba respirar.
No podía ver nada, pero supongo que el que estaba encima mío le hizo una seña al rubio, porque inmediatamente retiró la verga de mi cara. Nuevamente, tomé una fuerte bocanada de aire y tosí, mucha baba chorreaba por mi cara hacia abajo. Mi pelo y mi maquillaje se debían estar arruinando por completo, pero eso era lo que menos me preocupaba. Apenas pude tomar un poco de aire que la verga volvió a mi garganta. Me cogió así durante unos minutos hasta que, otra vez, la sostuvo bien al fondo, ahogándome. Otra vez, aguanté lo más que pude hasta que, casi sin aire, finalmente hice fuerza con mis brazos. Pero, para mi sorpresa, esta vez no hubo reacción, por lo que hice más fuerza, sintiendo que ya me estaba quedando sin aire. Sentí los brazos del que estaba sobre mí apretar fuerte mis muñecas en su lugar. Aquel hombre sabía que yo quería librarme, pero me lo estaba impidiendo adrede.
—Tranquila perrita, aguanta —me pareció oir que dijo.
Me asusté. Quise sacudir mis piernas, pero estaban firmes, sujetas por el que me estaba penetrando. Comencé entonces a gritar, pero apenas sonidos enmudecidos resonaban en mi garganta mientras el enorme pene no paraba de lastimarla por dentro. La sensación escaló de incómodamente dolorosa, pasando por desesperante, hasta llegar a ser horriblemente insoportable. Las lágrimas cubrían mis ojos y sentía la molestia de la baba que chorreaba por mi cara y se introducía por mi nariz, al estar de cabeza. Se estaban abusando de mí, estaban yendo demasiado lejos, era hora de ponerles límites.
Hice fuerza con todo mi cuerpo en un impulso de supervivencia, apreté fuerte mi abdomen, pataleé, traté con todas mis fuerzas de levantar mis brazos y grité lo más fuerte que pude. La verga salió inmediatamente de mi boca. Al liberarse mi garganta, mi grito se oyó fuerte, aunque se transformó rápidamente en un suspiro, expulsando el aire consumido que tenía dentro, para finalmente ser una fuerte inhalación del fresco aire puro que mi cuerpo necesitaba. Respiraba con toda mi fuerza, agitada, y con bastante dificultad; tenía un hombre sobre mis costillas, lo cual no ayudaba mucho. Sentía mi corazón latir fuerte.
—¿Estás bien? —preguntó inmediatamente el rubio.
Yo asentí y esbocé una sonrisa, pero la verdad es que estaba muy agitada y me costaba respirar. Parpadeaba con velocidad para aclarar mi visión.
—¡Me encanta lo cerda que sos! —dijo el que estaba sobre mí.
Soltó mis muñecas y sentí como acariciaba mi cuello suavemente con sus manos, el cual, segundos antes, había estado bien hinchado al alojar semejante verga. Subió una mano por el costado de mi cara acariciándome y posó su pulgar sobre mi boca. Mis labios temblaban, pero, apenas sentí la presión de su dedo, lo dejé entrar en mi boca sin dudarlo y se lo lamí como una buena perrita, levantando la cabeza para mirarlo. Al hacerlo, me atraganté con baba y tosí escupiendo sobre su mano y mi propio cuerpo. Él retiró su mano, la llevó a su boca y se chupó los dedos, saboreando aquello. Me vio a los ojos y pude leer en su rostro que aquello le daba mucho morbo.
—Te encanta que te ahoguen de verga, ¿cierto? —preguntó mientras movía su cabeza hacia arriba y hacia abajo, casi obligándome a responder que sí.
Me quedé viéndolo. Utilicé mis manos, ahora libres, para limpiar un poco mi cara. Le sonreí y luego dejé caer nuevamente mi cabeza por su peso, sin responder a su pregunta. No quería decirle que sí, pero tampoco podía decirle que no. Yo quería ser su zorra, animarme a aquellas cosas extremas, pero no estaba segura de poder continuar con eso, debía dejarles saber que mi cuerpo no daba para tanto. Entonces, oí al que me había estado cojiendo.
—Vuelvan a hacer eso por favor, no saben lo apretada que se le puso la concha mientras se asfixiaba.
Aquello me excitó mucho, por más de una razón. En primer lugar, porque le habló a los otros; hasta entonces ellos siempre hablaban conmigo, pero ahora, al oírlos hablar sobre mí en tercera persona, me hizo sentir usada como un objeto, y me encantó. Por otro lado, mi sacrificio les producía placer. El ponerme así de tensa les producía un placer físico que de otra manera no podía darles ya, pues mis orificios estaban bien dilatados a esa altura.
El que estaba sobre mi, se bajó y se arrodilló nuevamente a mi lado, mientras me acariciaba el cuello, el pecho y el abdomen.
—Estás muy tensa mamita —dijo —. Vamos a relajarte un poco.
Sentí entonces que el que estaba en mis piernas comenzó a chupar mi vulva. Aquel hombre sí que chupaba bien. Comenzó a masajear mi clítoris con sus labios, algo que había hecho antes esa tarde, y que me había provocado un orgasmo muy intenso. Al volver a sentir esa sensación, inmediatamente me puse cachonda y comencé a mojarme y a gemir. El rubio, se agacho y comenzó a besarme en la boca; fue un beso bastante tosco dada mi posición. Hubo mucha baba, mucha lengua expuesta y yo tenía la boca abierta pues estaba jadeando. Fue un pequeño momento de descanso que me vino de maravilla. Me decían cosas lindas y me acariciaban. El que estaba en medio comenzó a chuparme los pechos; tuve así tres lenguas estimulando mi cuerpo durante varios minutos. Creo que se dieron cuenta lo incómoda que me habían hecho sentir antes y me estaban compensando. Se habían invertido los roles; antes, yo los atendía a los tres al mismo tiempo, ahora, los tres me atendían a mi. Continuaron con este cariñoso masaje hasta que sentí un hormigueo hermoso en mi vulva y que me subía por el torso. Hablé entre gemidos, dentro de la boca del rubio.
—Aaaahh…si…voy a acabar chicos…
—Si divina, acabá para nosotros —dijo el que estaba en mi pecho.
La sensación se intensificó hasta que no pude más y arqueé mi espalda. Me aferré con mis manos a la cabeza del rubio que me estaba besando, tirándole descontrolada del cabello. El que me estaba chupando abajo, mantuvo un ritmo perfecto y me provocó un orgasmo muy intenso, que me invadió el cuerpo completamente, y me hizo sacudir. Yo gritaba y jadeaba en la boca del rubio. ¡Qué sensación más hermosa!
Mi clítoris se puso hipersensible, pero la boca que lo masajeaba no se detuvo, solté al rubio y grité de placer. Quise llevar mis manos hacia mi vulva para detener aquella lengua, pero fueron interceptadas por el que estaba tocando mi pecho.
—Un poco más mamita—me dijo sujetándome por mis muñecas.
La sensación era muy intensa, entonces cerré por reflejo mis piernas tratando de dejarle saber al que chupaba que se detuviera. Pero, utilizando sus manos, mantuvo mis piernas separadas y continuó con la estimulación. Un cosquilleo invadió mi torso, pude sentir mis pezones al aire, a punto de explotar, y mis ojos se pusieron en blanco. Era una sensación insoportablemente placentera. Estaba experimentando un segundo orgasmo. Grité fuerte y me sacudí nuevamente en un inevitable espasmo.
—Eso…—decía el que me apretaba las manos —, así perrita, ¿ves que lindo?
Yo estaba sorprendida de tener un orgasmo tan potente a esta altura de la tarde. El que me estaba chupando, finalmente se detuvo, riéndose por la travesura que había hecho. El otro soltó mis manos, las cuales bajé rápidamente a mi vagina por reflejo; estaba empapada. Mis fuertes suspiros tras correrme se transformaron en una risa nerviosa y me llevé entonces las manos a la cara, cubriendomela. Pude reconocer inmediatamente mi aroma íntimo impregnado en mis manos y en el aire, y eso me mantuvo excitada, aunque no podía parar de reirme. Ellos aprovecharon para decir algunas cosas graciosas. Finalmente, saqué las manos de mi rostro y les hablé, aún riendo.
—Gracias chicos, eso fue hermoso. Son divinos.
El que antes sostenía mis manos, apoyó suavemente una mano en mi pecho y sintió mi respiración normalizarse.
—Quedaste bien relajada me parece —dijo riendo.
Yo sentía mi cuerpo cansado, flojo y relajado, con mi cabeza aún colgando de la cama.
—Estoy para lo que quieran —dije.
Inmediatamente me di cuenta que tal vez aquello no era lo mejor que podría haberles dicho. El rubio puso la punta de su pija en mis labios y me asusté pensando en que quisiera seguir profanando mi garganta. Por suerte, no la empujó muy adentro; yo solamente la chupé en esa posición, un tanto incómoda. Esta vez, él se quedó quieto, era yo la que movía mi cuello hacia arriba y hacia abajo. Le masajeé bien el borde del glande con mis labios, pues me dolía ya bastante el frenillo de mi lengua de tanto haber chupado en las pasadas dos horas. En cuanto agregué el movimiento de mi lengua dentro de mi boca se volvió loco.
—Ay cielo…me encanta como me la chupas —oí que dijo desde arriba en un suspiro —, me vas a hacer saltar la lechita.
Sentí entonces que el que estaba en mis piernas se acomodó otra vez como para penetrarme. Juntó mis piernas en lo alto y las apoyó en sus hombros; por lo alto que habían quedado mis caderas, me di cuenta que me la iba a meter por otro lado.
—Denle —dijo a los otros—, vuelvan a ahogarla que ahora quiero sentir como me aprieta con el culito.
Dijo eso y yo sentí una mezcla de terror y excitación, pues deseaba seguir siendo usada, pero no me agradaba nada la sensación de apnea. Su verga se abrió camino a través de mi ano y comenzó a bombear despacio. Oyendo sus palabras, traté de apretarlo fuerte, pero me di cuenta que no era lo mismo. Aquello estaba bien dilatado y yo no tenía las fuerzas necesarias. Sentí como el otro se acomodó nuevamente sobre mi pecho y volvió a tomarme de las muñecas con fuerza. Casi sin darme cuenta, ya se habían vuelto a invertir los roles. El rubio empujó un poco más su verga dentro de mi boca, lo que produjo que mis ojos se llenaran de más lágrimas. Por suerte, inmediatamente la retiró y, con mi visión borrosa, apenas distinguí su silueta que, tras sacar su polla de mi boca, volvió a agacharse como antes y hablarme en voz baja.
—¿Querés seguir, corazón?
Aproveché para tragar saliva y respirar un poco. Yo estaba jadeando, babeando, mi garganta me ardía. Pensaba en no querer volver a pasar por aquello. ¿No podíamos hacer otra posición? —pensé. Él limpió las lágrimas de mis ojos y la baba de mi rostro con suavidad, mientras veía las muecas que hacía con la cara mientras me culeaban. Tomó mi cabeza con sus manos y me habló, mirándome a los ojos.
—Estoy por venirme, y me encantaría hacerlo dentro de tu garganta, pero si no querés, lo hago en esa carita hermosa que tenés —dijo acariciando suavemente mis mejillas con la yema de sus dedos.
No quería que me volviera a meter eso en la garganta, de verdad que no quería. Pero si lo hacía, iba a poder satisfacer a dos hombres al mismo tiempo. Iba a poder cumplirle la fantasía de acabar en mi garganta al rubio y, al apretar el culo en un espasmo, darle placer al que me estaba sodomizando. Fue una decisión difícil, pero recordé por qué había organizado el encuentro; era justamente por eso, para entregar mi cuerpo a estos hombres y ser su puta. Dejarme hacer lo que ellos quisieran, darles lo que pocas mujeres se animan a dar. Estaba encontrando mis límites y decidí ir un paso al frente. Además, mi cuerpo estaba bien relajado, pues acababa de tener un orgasmo intenso. Aún jadeando, y con la voz algo entrecortada, le respondí.
—Quiero que me la metas bien adentro y llenes mi barriguita con tu leche.
—¿De verdad eso querés, cielito? —me desafió él, con cara de que le costaba creer lo que yo le ofrecía.
Creo que me estaba dando una oportunidad más para recapacitar, pues pude notar que él se daba cuenta lo mucho que me incomodaba aquello. Pero yo estaba dispuesta a hacer un último esfuerzo.
—Sí, ¿Le acabaste alguna vez en la garganta a una chica? —pregunté sonriéndole pícaramente.
—La verdad que no —dijo aún acariciándome como a una frágil muñeca—, pero tengo unas ganas locas de hacerlo con vos.
Aquella palabras me terminaron de convencer, tenía la oportunidad de permitirle hacer algo que ninguna mujer le había permitido antes. Además, el tono seductor de su voz y sus caricias, me habían provocado unas ganas locas de experimentar la sensación de su verga viniendose bien adentro mío.
—Ahora te voy a mostrar lo que se siente —dije con seguridad, a pesar de que era la primera vez para mí también.
Sonreí, le lancé una mirada sugerente y procedí a abrir bien grande la boca y sacar la lengua, sometiendome a lo que siguiera. Sus ojos se transformaron, un demonio se apoderó de aquel hombre en ese momento. Se puso rápidamente de pie, yo cerré mis ojos y me rendí. Me sentí orgullosa de haberlo calentado de esa manera, de haber decidido continuar, es lo que una verdadera zorra haría.
Él la tenía durísima ya. Yo sentía las embestidas en mi garganta y parecía que era un palo que me estaban metiendo. Las lágrimas y la baba brotaban de mi cara como de una fuente. Estaba acostumbrada a la gran cantidad de saliva que se genera al tragarla profundo pero, en esta ocasión, no daba crédito a los litros y litros que mi cuerpo estaba generando. El chapoteo en el fondo de mi garganta, sumado al ruido de arcadas era tan asqueroso como excitante. Comenzó a cogerme la garganta de forma violenta, sin piedad, a un ritmo frenético. No era una sensación cómoda ni placentera para mí, pero, afortunadamente, él la sacaba bastante seguido para dejarme tomar aire. El que estaba culeandome, que hasta ahora lo había estado haciendo con bastante suavidad, también se entusiasmó y comenzó a penetrar mi culo con mucha intensidad.
Ahí estaba yo, acostada panza arriba en el borde de la cama, con un tipo subido arriba, sujetándome, otro sosteniendo mis piernas en alto, follándome por la cola, y un musculoso grandote enterrándome con violencia un verga enorme por mi boca hasta el fondo de mi alma. Yo tenía mis ojos cerrados y sentía mi frágil cuerpecito siendo sometido. Fueron un par de minutos de embestidas hasta que el rubio habló.
—¿Estas lista? —preguntó sacando la verga de mi boca para dejarme hablar.
—Sí, dame esa lechita papi —suspiré entre gemidos, pues el otro seguía bombeando en mi culo con fuerza.
Tomé aire y el rubio empujó su verga sin pudor hasta el fondo. Sentí sus testículos haciendo tope con mi nariz. A los pocos segundos sentí que me quedaba sin aire, pero me aguanté; debía aguantar hasta que termine de eyacular dentro mío. Yo me daba ánimo en mi pensamiento; ya había sido capaz de tolerarlo hace unos momentos, debía ser capaz ahora también. Lo había visto mil veces en los videos porno, sabía que era algo posible. Su verga se movía con vehemencia en lo profundo de mi garganta y oí como jadeaba fuerte, se estaba por correr. Pero entonces, él tomó mi cabeza por los lados con sus manos, tapándome los oídos, y aquello me produjo una sensación tan espantosa, que es al día de hoy que me descompongo cuando lo recuerdo.
Privada de mi visión, mi audición, mi movilidad y mi respiración, intenté aguantar unos segundos, pero no pude. Nunca había sentido algo tan desesperante en mi vida, no pude esperar a que terminara; necesitaba sacar aquello de mi garganta. Me puse a gritar y patalear lo más fuerte que pude, como antes. Pero era en vano, aquellos hombres me tenían completamente inmovilizada. Tenía seis manos fuertes que me sujetaban al mismo tiempo y el peso de sus cuerpos me hacía su prisionera. Sentí aquella gran verga frotarse contra mi garganta, buscando la eyaculación. El aire me faltaba y comencé a entrar en pánico. Me sacudí entonces haciendo mucha fuerza, como nunca había hecho en mi vida.
Pero fue inútil, no pude librarme; no pude respirar, y entonces mi cuerpo dejó de responderme. Dejé de sentirlo. No sé si habrá sido un mecanismo de supervivencia, el desconectar toda sensibilidad del cuerpo al estar sometida a tanto dolor, o si realmente comencé a perder la conciencia, pero sentí mi alma comenzar a separarse de mi cuerpo. Fue como caer bajo el agua, en la oscuridad, y hundirme. Sólo hundirme. No había placer en eso. Nada. No sentía nada. Tan sólo que me ahogaba, que me moría en silencio. Lo pienso en retrospectiva y creo que aquello fue una locura, realmente pude haber muerto. Pero en ese momento no pensé nada, no podía, entré en un estado de transe total y me dejé arrastrar.
No tengo idea si fueron cinco segundos o sesenta, lo concreto es que me desconecté de la realidad hasta que mis oídos se destaparon y mis propios gritos me arrancaron de aquel sopor. Mi garganta se liberó y respiré por instinto, mientras tosía fuerte y con dificultad, escupiendo litros de baba espesa. Mi cuerpo se sacudía, ya nadie me sostenía. Me giré hacia un lado y me puse de costado, tosiendo fuerte como queriendo expulsar un demonio de mi interior. Sentí ganas de vomitar, pero no lo hice, simplemente tosí mientras respiraba hondo para recuperar el aliento. Me sentí confundida por unos segundos, sin saber lo que estaba sucediendo, como cuando una se despierta de una profunda siesta y no sabe si es de día o de noche. Recordé pronto dónde me encontraba y qué estábamos haciendo.
Así que así se sentía ser una zorra; nada de placer para mí, todo para ellos.
¿Había aquel hombre eyaculado en mi garganta? No tenía idea, solamente sentía un gran dolor y el estómago revuelto. Me concentré en sentir mi cuerpo y reconocí que mis manos estaban libres y ya no había nadie sobre mí, ni dentro de mí. Yo estaba acurrucada sobre la cama, de costado, mi cabeza todavía sobresalía del colchón. Me asusté. ¿Me habría desmayado por mucho tiempo? Entonces oí al rubio que se acercó y me habló, mientras me acariciaba la cabeza como antes.
—¿Estás bien, corazón? —preguntó.
Rodé nuevamente y volví a mi posición boca arriba. Apenas moví mi cabeza, resoplé y le sonreí, dejándole saber que estaba viva, si eso era lo que quería saber. No lo veía, mi visión estaba borrosa por los fluídos que cubrían mi rostro.
—Me encantó que me dejaras correrme en tu garganta, cielo —me dijo —¿Estaba rica la lechita? Te la tragaste toda.
Estiró una mano hasta mi abdomen y me lo frotó con suavidad. Yo posé mis manos sobre la suya y lo dejé acariciarme, pensando en la leche que llevaba dentro mío. Le sonreí, él quitó la mano de mi panza y me limpió un poco la cara. Estaba a punto de hablarle cuando oí la voz, rebosante de felicidad, de aquel que me había dado por la cola, al otro lado de la cama.
—Cariño, me acabas de ordeñar la verga con el culo de una forma que no te puedo explicar. Sos una genia, ¡Sos la mejor!
Me concentré en mi ano, apenas lo sentía, estaba muy dilatado y me ardía. Llevé una mano y me lo toqué, la leche de aquel hombre se estaba chorreando. Actuando por inercia, en mi personaje de zorra, llevé la mano a mi boca y me chupé los dedos. La leche aún estaba tibia y pude saborear también algo de mis jugos. Oí al tercero hablar.
—¡Cómo te encanta que te llenen de leche, perrita!
Sí, ésto era ser una zorra.
Así se sentía.
Había hecho acabar a dos hombres dentro mío, al mismo tiempo. Pero, ¿a qué precio?
Pensé exactamente eso y sentí un repentino nudo en mi garganta y, mordiendo mis dedos ligeramente, hice una expresión de puchero. Entendí que me estaba invadiendo una inevitable angustia, traté de no dejarla aflorar, pero, a los pocos segundos, mis labios temblaron y comencé a llorar. No importaba cuan cachonda estaba mi mente, mi cuerpo quería detener aquello inmediatamente; quería vivir. Mis ojos estaban cubiertos de lágrimas y mi visión era borrosa. Las palabras salieron de mi boca por instinto, hablé apenas con un hilo de voz.
—Por favor…
El grandote acercó su oreja a mi boca, siempre acariciando mi cabeza con dulzura.
—¿Cómo? —me preguntó.
Sentí la perversión en su tono. A ellos les excitaba físicamente lo que hacían conmigo pero entendí que más les excitaba, como a mí, el hecho de que yo me deje hacer todo aquello. “Sos la mejor” me había dicho el otro. ¡Por dios! Cómo me había excitado oír eso. Lo estaba haciendo bien, estaba cumpliendo mi rol de zorra a la perfección, eso quería yo. No quería decirles que no, que se detuvieran. Pero, lamentablemente, mi cuerpo no daba más, estaba exhausta, me sentía sin fuerzas ya, como una muñeca de trapo. Las palabras seguían saliendo lastimosamente de mi boca sin que mi cerebro lo ordenara.
—Por… favor…
El grandote seguía acariciando mi cabeza y me habló al oído.
—Por favor, ¿qué?
Sentí mi cuerpo deshecho sobre la cama, mis piernas temblaban un poco, abiertas, entregadas. No podía verlos, pero imaginaba mis orificios enrojecidos, chorreando fluidos. Mi cabeza, colgando, apenas sostenida por los brazos de aquel hombre, con mi maquillaje y mi pelo totalmente arruinados. Yo respiraba exhausta y sollozaba con una mano dentro de mi boca. Aquella imagen decadente era el resultado de haber entregado mi cuerpo como una puta. Tenía exactamente, ni más ni menos, lo que merecía. Así se sentía ser una zorra…y me encantaba. ¿Qué estaba mal conmigo? ¿Por qué me gustaba eso? No me considero masoquista, pero hay algo en encontrarme en ese estado que me vuelve loca, que me calienta como ninguna otra cosa.
Pero acepté que aquello marcaba el final de la función. Dependía de mí; era cuestión de decir las palabras adecuadas. Ya todos habían eyaculado varias veces, habíamos hecho incontables posiciones, habían pasado horas. Era un momento adecuado para darle un cierre al espectáculo, aquel número había sido el gran final.
Él limpió las lágrimas de mis ojos nuevamente, y me miró con ternura, acariciando mi frente mientras me chistaba para calmarme. Su mirada me daba a entender que estaba bien terminar ahí, y eso me reconfortó. Recorrí la habitación con mis ojos rápidamente, pude ver como los otros dos hombres estaban también atentos a mi. Yo era el centro de atención, la protagonista. Miré fijamente al grandote a los ojos, el levantó las cejas esperando mi respuesta. Con la misma voz cansada de antes, hablé despacio.
—Por favor…ya casi no siento nada…
Hice una pausa y tragué saliva.
—¿Querés que paremos? —se apresuró el rubio a preguntar, notando que me costaba terminar la frase.
En ese preciso instante, dejé atrás toda duda, me sobrepuse a mis temores y dejé aflorar la zorra desquiciada que llevo dentro.
—No —dije —, quiero que me cojan lo más fuerte que puedan.
El rubio se me quedó mirando atónito, aunque pude ver la perversión en sus ojos. Dejé de sollozar e insistí suplicándoles, dejando clara mi posición.
—Por favor chicos, cójanme con todo.
La reacción fue increíble; se volvieron locos. Ninguna mujer en su sano juicio hubiera dicho jamás aquello, excepto esta zorra, esta lunática perra. Les volvió el alma al cuerpo. No iba a ser yo la que pusiera fin a aquel encuentro, mientras esos sementales tuvieran energía, era mi deber satisfacerlos. Me calentaba tanto esa idea, que estaba dispuesta a ir en contra de mis instintos naturales de supervivencia.
El que estaba del otro lado, tiró de mis piernas para arrastrarme hacia la cama. Mi cabeza ya no colgaba. En un pequeño acto de humanidad, el otro me alcanzó una toalla para limpiarme la cara.
—¿Querés descansar un poco? —me preguntó amablemente mientras yo me arrodillaba sobre la cama y me limpiaba.
La verdad es que estaba muy exhausta, pero aún tenía el cuerpo caliente; si llegaba a detenerme unos minutos, temía no tener luego las fuerzas para retomar, o, peor aún, quedarme dormida.
—No —dije rápidamente con cara de perra en celo —, a menos que mis machos necesiten descansar.
Noté como sacaron pecho y se predispusieron a seguir, decididos a demostrar su hombría. El rubio se me acercó, muy amablemente, reconociendo que yo estaba agotada.
—¿Estás segura que deseas continuar? —preguntó.
Recorrí sus cuerpos con mi mirada y vi que todos tenían sus miembros aún bastante erectos. Vi sus cuerpos musculosos y sus caras todavía apetentes. Noté como les estaba calentando el verme desnuda, casi destruída, arrodillada en medio de la cama y pidiéndoles hasta las lágrimas que me sigan cogiendo. Respondí sin dudarlo.
—Si, me fascina la forma en que me cojen chicos. Quiero que me revienten.
Noté en sus rostros que les encantó que les haya dicho eso. Comenzaron a tocarse de inmediato sus penes para ponerlos bien erectos. Me sentí orgullosa de haberlos calentado al entregarme así.
—Si corazón —dijo el rubio —, te vamos a cojer hasta que no demos más.
Me tomó con sus brazos y me acomodó, guiándome para que me coloque en cuatro patas sobre la cama. Yo simplemente me dejé llevar; apenas moví mis caderas en el aire, ofreciéndome.
—Soy toda para ustedes chicos, vengan, háganme lo que quieran —. Les sonreí.
Sentí sus cuerpos pesados subirse al colchón y acercarse inmediatamente, uno por delante y otro por detrás. Sus vergas entraron sin problema en mi cuerpo y comenzó nuevamente la faena. Mientras me daban, los tres decían cosas:
—Pediste que te cojamos, te vamos a cojer bien cojida, perra.
—Te vamos a dejar bien rellenita de leche, mamita.
—Te vas a acordar de nosotros por el resto de tu vida.
Yo apenas podía gemir y gritar con mi boca llena. Pensé en seguir provocándolos con mis palabras, pero no fue necesario. Me di cuenta que estaban encendidos al máximo, como un fuego que ya no necesita ser avivado; era cuestión de dejarlo arder naturalmente hasta que se consuman las brasas.
Me convertí así en su muñeca sexual. Me siguieron cojiendo entre todos, con las mismas energías del principio, por todos mis orificios hasta que se hartaron. Yo casi no sentía nada, pero me encargué de no parar de gemir, gritar y llorarles como a ellos les gusta, hasta que no pudieron más. Me aseguré de hacerlos acabar a los tres una vez más y dejarlos plenamente satisfechos. Me encantó oir una vez más sus alaridos al acabar y sentir su leche calentita inundar mi cuerpo. Les escurrí hasta la última gota. Hasta que los tres no se rindieron, no dejé de entregar mi cuerpo.
Recibí todo tipo de elogios, estaban sorprendidos por mi desempeño. Me encantó sentir aquello, someterme a semejante desgaste para complacerlos. Me sentía como una campeona tras una competencia brutal. Me sentía valiente, especial. Sabía bien que había ido demasiado lejos, pero me sentía orgullosa de haberme animado a ello.
Hubo muchos otros momentos durante el encuentro, muy fuertes y muy calientes, pero aquel quiebre me marcó profundamente. Fue el momento donde dejé atrás mis temores y pase de ser una simple mujer que disfruta plenamente del sexo, a ser una completa zorra.
Espero que al haber escrito todo esto, el recuerdo de aquel momento de tensión no me siga atormentando constantemente, y así pueda yo relajarme y recordar aquel encuentro con plena felicidad. Dicen que lo que no te mata, te hace más fuerte, y así me siento ahora, una verdadera zorra con toda la energía y las ganas de salir a cazar nuevas aventuras.