Yo no estaba listo todavía, pero las mejores cosas que le pasan a uno en la vida normalmente sobrevienen justo cuando uno menos se ha preparado para recibirlas. La sorpresa y la imprevisión son buenas amigas de grandes gratificaciones o también de intensas desgracias. En este caso, por fortuna, fueron amigas de las primeras.
A Arturo Laurasio, lo había conocido prácticamente durante ese mismo día laboral en Santo Valle, una ciudad chica pero acogedora y algo alejada de San Nicolas, donde yo residía con mi mujer y mis dos hijos. Arturo, un tipo de formas algo toscas, pero de verbo preciso y sensato, me lo habían asignado como acompañante para un trabajo durante dos días en Santo Valle. El venía de Bosquecitos, una ciudad algo más cercana en donde había nacido y vivido toda su vida.