Cuando tenía 18 años, aproximadamente, mi mejor amiga, a quien llamaremos Regina, hizo una fiesta en su casa. Ella era la amiga que toda chica quiere tener, es divertida, amable, confiable y al ser la única hija del segundo matrimonio de su papá, era consentida.
El señor, Alberto, tenía unos 40 años quizás un par de años más. Alto, tez blanca, pero algo bronceado, pues disfrutaba de salir a correr y hacer ejercicio. No era musculoso, pero tenía unos pectorales firmes y brazos algo marcados por hacer gimnasio. Como buen señor, siempre estaba al pendiente de su princesa.