Conocí a mi mujer de una manera un tanto peculiar. Estaba en una fiesta de fin de año con mis amigos, cuando vimos a un grupo numeroso de tíos haciendo un corro alrededor de alguien que debía estar bailando muy bien o muy mal para atraer la atención de tanta gente. Cuando conseguimos colarnos entre el gentío para ver lo que estaba sucediendo, lo que nos encontramos nos dejó boquiabiertos.
En el centro de la pista, una adolescente bailaba de forma provocativa, mientras que un montón de adultos le gritaban cosas obscenas y la incitaban a quitarse la ropa. Era una chiquilla guapa, con un escote que dejaba intuir dos buenas tetas y un culo que lucía perfecto en su ceñido vestido, pero pero la cara delataba su escasa edad, al menos para estar allí. Intenté hacer entrar en razón a varios de esos energúmenos y lo único que conseguí fue que me dieran una paliza.
Estaba tirado en el suelo, rodeado por mis amigos, cuando se me acercó lo que en ese momento me pareció un ángel. Una chica preciosa, de aproximadamente mi edad, se interesó por mi estado e intentó sacarme de allí, mientras que otra joven se llevaba a la niña que bailaba. La cabeza me daba vueltas, la música retumbaba en mis oídos, pero intentaba concentrarme en la belleza que tenía delante.
– Gracias por haberte enfrentado a esos cerdos.
– ¿Cómo dices?
– La niñata que bailaba es,mi hermana Tania.
– ¿No es un poco joven para estar aquí?
– Tiene catorce años. No sé qué acuerdo tiene con el portero, y prefiero no saberlo.
– ¿Tú cómo te llamas?
– Yo soy Ainara.
– Yo me llamo Esteban. Encantado de conocerte.
Todos los golpes que me llevé habían merecido la pena. El flechazo fue instantáneo. Comenzamos una relación que fue idílica desde el primer momento. La vida era bonita y sencilla al lado de Ainara. Mis amigos se burlaban de mí al verme tan enamorado, pero no me importaba lo más mínimo.
No fue tan sencilla mi relación con Tania, que pasó a ser mi cuñada. Era una adolescente muy conflictiva que traía de cabeza a toda la familia. No era una mala chica, pero su apetito sexual era insaciable, algo insólito para su corta edad. Mi novia ya había perdido la cuenta de todos los rollos que su hermana había tenido, de las veces que la había pillado. Pensé que era un poco exagerada, hasta que la vi con mis propios ojos.
Una mañana en la que ninguno de los dos teníamos clase en la universidad, decidimos ir a casa de Ainara para mantener relaciones sexuales, aprovechando que su hermana estaba en el colegio y sus padres trabajando. Cuando llegamos, se escuchaban unos gritos que procedían del final del pasillo. Salimos corriendo en dirección al ruido, creyendo que eran chillidos de dolor. Lo que nos encontramos fue a mi cuñada a cuatro patas sobre la cama de sus padres siendo follada por un chico mucho mayor que ella.
El tío cogió su ropa y se largó, pero Tania no se molestó siquiera en cubrirse. Me tapé los ojos, aunque difícilmente iba a olvidar la maravilla que acababa de ver. Mi novia le echó una bronca terrible a su hermana, pero parecía darle todo igual. Se había saltado las clases para traerse a casa al hermano de un compañero suyo.
Fueron pasando los años y Tania no cambiaba. Se llevó por delante a casi todo el instituto. En la universidad también fueron incontables los alumnos, e incluso profesores, que sedujo y metió entre sus piernas. Pasando ya de los veinte años, llegó a perder más de un trabajo por protagonizar escándalos sexuales. Era adicta al sexo, pero para ella no era algo malo y mis suegros preferían mirar hacia otro lado antes que reconocer el problema de su hija.
Díez años después de conocernos, Ainara y yo ya estábamos casados y esperando a nuestra primera hija. Había sido una década de felicidad, de amor y de mucho sexo. Desde el primer momento nos compenetramos en la cama a la perfección. No tenía el mismo cuerpo exuberante de su hermana pequeña, pero me encantaba perderme entre sus pechos de tamaño medio, azotar su culito respingón, penetrar su cálida y siempre dispuesta vagina.
Me consideraba un hombre sexualmente satisfecho, hasta que llegó el embarazo. La idea de follar con mi mujer encinta era algo con lo que había fantaseado durante mucho tiempo. El morbo aumentaba a la misma velocidad que su barriguita. Pero un pequeño problema durante la gestación, hizo que Ainara tuviera que pasar los últimos cuatro meses en reposo absoluto.
Intenté de todo para poderme desahogar. No me dejaba que la follara, ni siquiera quedándose ella quieta y dejándome hacer, aunque era comprensible. Tampoco aceptó que yo le acercara la polla a la boca para hacerme una mamada. Ni siquiera quería que yo la masturbara para aliviar la tensión. Tenía tanto miedo a perder al bebé, que simplemente permanecía tumbada en la cama, viendo como pasaban las horas.
En aquel momento, Tania no tenía empleo, así que acordamos que ella cuidaría de su hermana mientras yo estaba trabajando. Pero la mitad de días no venía y la otra mitad estaba deseando que yo llegara para largarse. No era necesario que le preguntara por qué tenía tanta prisa.
– Tu hermana no va a cambiar nunca.
– Yo ya paso, la doy por perdida.
– Seguro que se puede hacer algo por ella.
– Esteban, tiene ya veinticuatro años y me sigue contando unas cosas…
– ¿Te explica lo que hace?
– Lo que hace, con quien lo hace, la frecuencia… es una barbaridad.
– No me lo cuentes, que me tienes a dos velas y me pongo malo.
– Jajaja. En cuanto dé a luz, te vas a enterar.
Pero hasta entonces, me tenía que conformar con pajearme en la ducha. Debo confesar que diez años después de haber vivido esa escena, todavía se me venía a la mente la imagen de mi cuñada de adolescente mientras se la follaban. La formar de moverse de esos grandes pechos acudía a mi cabeza en el momento de eyacular.
Una tarde, al volver del trabajo, Tania ya me estaba esperando nerviosa porque se tenía que ir. Llevaba un vestido que apenas cubría unos centímetros de sus apetecibles muslos. Daba la sensación de que las tetas se le iban a salir en cualquier momento, aunque probablemente era lo que pretendía. Era como colocar la fruta prohibida delante de las narices de un hambriento.
– Cuñada, ¿hoy también tienes prisa?
– Pues sí, a ver si empiezas a llegar antes de trabajar.
– No te va a pasar nada por llegar cinco minutos tarde.
– Eso es asunto mío.
– Estás cuidando a tu hermana embarazada, no a una desconocida.
– Por eso estoy aquí, pero ahora me tengo que ir.
– ¿Todavía te queda a alguien por follarte? – Se me escapó.
– Claro que sí. ¿Sabes a quién?
– No sé si quiero saberlo.
– ¡A ti!
Después de decirme aquello, me guiñó un ojo, cogió el bolso y se fue. A lo largo de los años, nuestra relación había sido bastante correcta, incluso amistosa. Ella nunca había intentado nada conmigo ni yo busqué ningún tipo de provocación. Me gustaba pensar de mí mismo que era un hombre fiel, enamorado de mi Ainara, pero que puestos a engañarla, nunca sería con su propia hermana. Por mucho que me atrajera su cuerpazo y la cantidad de experiencia que tenía en la cama.
Sabía que mi cuñada me había dicho eso para picarme, pero despertó algo en mí. No creía que ella fuera capaz de hacerle eso a su hermana, pero, y si lo era… Intenté distraerme como pude, pero se había adueñado de mí un calentón considerable. Me arrimé a mi mujer con la vaga esperanza de convencerla para hacer algo, aunque fuese una triste paja, pero se negaba en redondo. Enfadado por su terquedad, me fui a dormir al sofá. Estaba tan cansado que me quedé dormido de inmediato.
Era todavía de noche cuando me desperté. Había tenido un sueño erótico con mi cuñada y mi mujer embarazada. Estaba empalmado y con muchas ganas de follar. Encendí la televisión, le quité el volumen y me puse una película porno. Me estaba masturbando viendo como un hombre maduro le rompía el culo a una jovencita, cuando me sonó el teléfono. En la recta final del embarazo, estaba siempre alerta por si me sonaba el móvil, así que reaccioné de inmediato y lo cogí sin ni siquiera mirar quien llamaba. En seguida reconocí la voz de Tania.
– Esteban, tienes que hacerme un favor.
– Sí, claro, ¿estás bien?
– De momento sí, pero me han echado de la disco y esta no es muy buena zona.
– ¿Quieres que vaya a buscarte?
– Sí, por favor. Es la misma en la que nos conocimos.
Procurando no hacer ruido, me puse una chaqueta sobre el pijama, cogí las llaves del coche y salí en busca de mi cuñada. No quería ni imaginarme lo que habría hecho para que la expulsaran a las cuatro de la madrugada de una discoteca que era prácticamente como su casa. Conduje hasta llegar a ese sitio y la encontré sentada en el bordillo de la acera, temblando de frío. Cuando subió, puse la calefacción a tope.
– ¿Me vas a contar lo que ha sucedido?
– No, me da mucha vergüenza.
– ¿A estas alturas? ¿No te acuerdas de cuando te pillamos follando?
– Sí, pero era una cría.
– Pues no has cambiado nada. Va, cuéntamelo.
– Estaba bailando con un tío, la disco estaba petada, todo el mundo a su rollo… pensé que ni se darían cuanta…
– Por dios, Tania, ¿de qué no se darían cuenta?
– De que estaba arrodillada chuándole la polla.
– Pero sí que te han pillado, claro.
– Se había formado un corro a nuestro alrededor, como el día que me defendiste.
– Lo recuerdo como si fuera hoy mismo.
– Nunca te di las gracias.
– No es necesario, pero tienes que reconducir tu vida.
– Ya lo sé, voy a intentarlo. Pero antes me queda algo por hacer…
Estábamos parados en un semáforo cuando Tania se reclinó sobre mí y me besó. La erección fue tan instantánea como difícil de disimular en pijama. Aunque quisiera negarlo, era evidente que deseaba corresponder a mi cuñada, así que ni lo pensé. Aparqué en un callejón y la senté sobre mis rodillas para comerle la boca. Tal y como se meneaba en mi regazo, frotándose contra mi polla, era imposible que pudiera parar, pero debía intentar algo para aliviar mi conciencia.
– Tania, esto que estamos haciendo nos perseguirá toda la vida.
– Está justificado, sé que Ainara lleva meses sin follar contigo.
– ¿Y tú qué excusa tienes?
– Siempre he querido acostarme contigo. Necesito quitarme esa espina.
– No me parece suficiente para traicionar a tu propia hermana.
– ¿Quieres hacerlo o no?
– Joder… ¡Sí!
Se bajó los tirantes poniendo a mi disposición sus dos enormes tetas. Se las comí con en el ansia del que lleva meses sin hacerlo, del que nunca ha catado unas tan grandes. Me agarraba del cuello para enterrar mi cara entre sus mamas, sin dejar de moverse. Le metí una de mis manos por debajo del vestido, en busca de su humedad. No me sorprendió en absoluto que no llevara ropa interior. Su coñito emanaba un calor que demandaba caricia, penetración.
Froté su zona íntima con la palma de mi mano, mientras ella seguía jugando con mi boca. Besaba, mordía y lamía a placer. El simple vaivén de sus nalgas contra mi tranca hacía que tuviera que luchar para mantener mi semilla dentro de los huevos. Incapaz de aguantar más, me bajé los pantalones y la senté a horcajadas sobre mí, hundiendo mi estaca hasta el fondo de su ardiente y resbaladizo coño.
Se agarró a mis hombros y comenzó a rebotar contra mi polla. Sus gemidos y el sonido de mis cojones chocando una y otra vez contra su culazo era todo lo que se escuchaba en ese coche, ni rastro de mi conciencia. La tenía agarrada por los glúteos mientras succionaba uno de sus duros pezones.
Parecía correrse con cada embestida, probablemente era multiorgásmica, lo que explicaría muchas cosas. Los meses acumulando ganas provocaron que me corriera de forma brutal dentro de la vagina de mi cuñada, sin haber tenido tiempo, ni ganas, para avisarla. Se quedó sentada sobre mí, con mi miembro viril todavía en sus adentros.
– No voy a poder mirar a tu hermana a los ojos.
– Tenéis que aprender a tomaros el sexo menos en serio.
– Estamos casados, eso significa algo.
– Pero tú quieres follar y ella no puede, yo la sustituyo.
– Ojalá verlo todo tan sencillo como tú, Tania.
– Lo acabarás viendo todo igual, yo te enseñaré.
– ¿Qué quieres decir?
– Que tenemos hasta que nazca la niña para seguir aprendiendo el uno del otro….