Desde que tengo memoria el inglés siempre se me hizo cuesta arriba, me costaba entender, hablar, pronunciar… era un idioma que simplemente no me entraba, hasta que apareció ella.
Hace tres meses mi viejo, que trabaja como ejecutivo en una compañía de seguros, decidió traer a vivir a su nueva novia a casa. Una mujer de 46 años, alta, morocha, con cuerpo de gimnasio y una energía que llena todos los ambientes.
Es maestra de inglés, a la mañana da clases en un liceo y por la tarde se queda en casa dando clases online, desde el escritorio que mi viejo le armó en el cuarto del fondo.
Yo tengo 22 años, estudio arquitectura, y desde que ella llegó mi inglés mejoró notablemente… aunque el motivo de mi entusiasmo no era precisamente académico.
Desde el primer día me pareció una mujer hermosa. Tenía esa mezcla de autoridad y ternura que me volvía loco. Buenas tetas, firmes, un culo tremendo, redondo y trabajado, y unas piernas largas que no dejaban nada a la imaginación cuando usaba calzas.
Ella va al gimnasio tres veces por semana, y se nota en cada movimiento que hace.
Al principio traté de mantener la distancia. Es la novia de mi padre, y por más calentura que me provocara, sabía que meterme ahí era jugar con fuego.
Lo peor era cuando por la tarde se queda sola en casa, dando clases desde su escritorio. A veces pasaba por la cocina en ropas deportivas, calzas negras bien pegadas, musculosas sin corpiño, o esos tops que le dejaban al aire esa cintura ajustada y los pezones duros marcados.
Me hablaba con naturalidad, como si no se diera cuenta de lo que provocaba. Pero yo sí lo notaba… y lo sentía, la pija se me ponía dura cada vez que me decía algo en ese inglés tan perfecto, con ese acento suyo tan particular, tan suave, tan sensual.
Era como si cada palabra que salía de su boca tuviera un tono sexual aunque no lo quisiera. Y eso me enloquecía.
Más de una vez me hice la paja pensando en ella, en su culo moviéndose mientras caminaba por el pasillo, en sus tetas rebotando sin corpiño mientras preparaba café. Y lo que más me calentaba, imaginármela susurrándome cosas sucias en inglés. Eran pensamientos prohibidos. Pero también eran inevitables.
Hace unos días empecé a notar algo distinto en ella. Era como si sus ojos buscaran los míos con una intención diferente. No era la misma mirada amable y profesional de siempre. Ahora había algo más. Curiosidad… ¿tal vez?
Haciendo memoria, creo que sé exactamente cuándo empezó a cambiar todo.
Fue el lunes pasado. Esa tarde ella estaba vestida con una calza roja que le quedaba pintada al cuerpo. Le marcaba todo, absolutamente todo, y encima, sin remera larga que le tapara. Solo un top negro que le dejaba el ombligo y la espalda al aire.
Luego de que me diera clases, se fue a la cocina, se quedó parada frente a la mesada preparando un té, y yo la vi justo por detrás.
El olor a su piel, mezclado con el perfume suave que siempre usaba, me dejó embobado.
No podía más, me fui derecho al baño, apurado, con la verga ya dura adentro del pantalón. Cerré la puerta… o creí haberla cerrado bien.
Cuando entré, me encontré con una sorpresa que terminó de prenderme fuego: una tanga suya colgada del toallero. Negra, chiquita, de encaje, apenas húmeda, recién usada. Me paralicé un segundo, con la respiración agitada.
Me bajé los pantalones y agarré esa tanga con manos temblorosas. La acerqué a mi cara y respiré profundo. Tenía un olor exquisito, dulce y salado, como concha limpia mezclada con su perfume. La envolví alrededor de mi verga, y me empecé a pajear como un animal.
No tardé en acabar. Fue tanta la leche que largué que me impresioné a mí mismo. Terminó toda sobre el piso del baño, y parte en la tanga, que me apuré en enjuagar y colgar donde estaba, tratando de dejar todo como si nada.
Al salir del baño, algo me hizo ruido. Me pareció verla en el pasillo, de espaldas, como si justo se hubiera ido de ahí. Y entonces me cayó la ficha. La puerta no había cerrado del todo. Y ella… estoy seguro de que se asomó y que vio todo.
Ayer jueves confirmé mis sospechas. No era imaginación mía. Ella efectivamente me había visto.
Como todos los lunes y jueves, después de que terminaba sus clases online, venía mi turno. Me daba clases particulares de inglés en casa, una hora tranquila, a solas, sentados frente a frente. Siempre fue algo normal… hasta ahora.
Ayer llegó al living vestida con un pantalón deportivo suelto, de esos finitos que se le pegaban al culo como una segunda piel cuando se sentaba o caminaba. Encima usaba un top blanco ajustado que dejaba asomar el bulto del corpiño debajo.
Como siempre, los libros de estudio, hojas de ejercicios y lápices estaban esparcidos sobre la mesa. Ella de un lado, yo del otro. Intenté concentrarme en lo que decía, pero me costaba. Tenía esa voz tan firme, esa manera de pronunciar que me hipnotizaba, y esa ropa que no ayudaba en nada.
Pasaron unos diez minutos, estábamos repasando un ejercicio de tiempos verbales, cuando me lanzó una frase que me dejó helado:
—Tenés que ser más cuidadoso con la puerta del baño…
La miré, sorprendido. Sentí cómo se me borraba la cara. Me puse rojo, no de bronca, de pura vergüenza. Me latía fuerte el pecho.
—¿Eh? —atiné a decir, queriendo hacerme el desentendido.
—El lunes —agregó, mientras pasaba la hoja del libro—. No la cerraste bien.
Quise tapar el sol con la mano.
—Sí, no me di cuenta… estaba muy apurado, tenía miedo de no llegar… —murmuré, como si fuera una urgencia estomacal o algo por el estilo.
Ella se sonrió, con esa expresión mezcla de burla y dulzura. No dijo nada más por un momento, y seguimos con la clase. Intenté retomar el hilo, enfocarme en los ejercicios, pero la incomodidad me ardía por dentro.
Cinco minutos después, cuando creí que el tema había quedado atrás, me soltó otra que me descolocó del todo:
—La tanga negra que te llevaste al baño quedó mal lavada… tenía una mancha blanca.
Me quedé duro. Sentí que me tragaba la tierra. No sabía dónde meterme. La miré y ella estaba ahí, tranquila, como si me estuviera hablando del clima. Pero esa mirada suya, esa forma tan calculada de soltarlo, me dejó claro que había visto todo.
—No sé de qué me hablás —le dije, haciendo el intento más patético de disimulo.
Ella me miró fijo, ya no había sonrisa ni juego en su cara, había una determinación firme, como cuando una profesora sabe que el alumno está mintiendo.
—No disimules más —me retrucó—. Te vi haciéndote la paja con mi tanga.
Me congelé, ya no había a dónde escapar, no había forma de inventar nada. Me tenía acorralado.
—Perdoname… fue un impulso. No lo voy a volver a hacer —le dije, bajando la mirada. Me sentía como un nene chico atrapado en falta.
Ella se quedó en silencio unos segundos. Luego me dijo algo que sonó a sentencia:
—Soy la novia de tu padre. Estás cruzando un límite peligroso.
El tono fue serio, pero en sus ojos… en sus ojos había otra cosa. No era solo enojo, era intriga, curiosidad viva, y lo confirmé con su siguiente pregunta:
—¿Por qué decís que fue un impulso?
La miré, ya estaba todo a la luz, no tenía sentido seguir escondiéndome. Y la verdad, algo en mí ya no quería esconderse más.
—Es que me parecés muy atractiva… —le dije, con el corazón en la boca—. Desde que te vi, no puedo dejar de pensar en vos.
Sus cejas se alzaron apenas. Quería más.
—¿Y en qué pensás? —me preguntó.
Me la estaba dejando servida. Y yo, jugado como estaba, me tiré al agua de cabeza.
—Pienso en tus ojos, en tu boca, en tu cuerpo… pero lo que más me vuelve loco es tu acento en inglés.
Ella soltó una pequeña risa, incrédula pero encantada, como si no pudiera creer lo que escuchaba, pero le fascinara al mismo tiempo.
—¿Te calienta mi inglés? No me digas que te pajeás pensando en mí hablando en inglés…
No dije nada. Solo asentí, tragando saliva. No había vuelta atrás. Ya no me importaban las consecuencias. Ella lo supo.
Se levantó de golpe. Pensé que se había enojado, que iba a gritarme, a echarme, a armar un escándalo, pero no. Dio unos pasos hacia mí, con calma. Sus caderas se movían lentas, firmes. Yo la miraba fijo, sin entender bien lo que estaba pasando.
Se acercó… pensé que iba a besarme, pero no. Fue directo a mi oído. Y en ese tono tan perfecto y elegante al mismo tiempo, me susurró en inglés:
—I liked seeing my thong wrapped around your cock…
Los ojos casi se me fueron de órbita. La pija empezó a hincharse al instante, como si hubiera entendido perfectamente cada palabra, más rápido que mi cerebro.
Ella lo notó, sonrió, y sin dejar de mirarme, se acercó aún más. Su perfume me envolvió, su respiración me rozaba el cuello. Y ahí, al oído, con esa voz que ya me había hecho acabar tantas veces en soledad, me susurró otra frase. La que me desarmó por completo:
—Do you want to fuck?
Me tomó de la mano, no dijo una palabra más. Me guio por el pasillo sin apuro, con seguridad. Y por dentro, yo sabía perfectamente lo que estaba por pasar.
Me llevó directo a mi cuarto, entró primero, dejó la puerta apenas entornada —por si acaso— y me miró con esa expresión suya, mitad maestra, mitad dominante.
—Sentate en la cama —me dijo, seca, sin dejar margen a dudas.
Obedecí al instante. Me senté en el borde del colchón, con los codos en las rodillas, mirándola de arriba a abajo, como un alumno atento esperando instrucciones. Ella se quedó de pie frente a mí, y entonces empezó.
Primero se sacó el top, despacio, dejando que mis ojos se empaparan de cada centímetro de piel que se iba revelando. El corpiño blanco se le ajustaba perfecto, marcando esas tetas redondas, firmes, que tantas veces había imaginado desnudas. Se lo desabrochó con una mano atrás y lo dejó caer al piso. Las tenía divinas. Pezones oscuros, duros, como esperándome.
Luego bajó el pantalón deportivo, revelando una tanga finita, blanca también, que le cortaba justo entre las nalgas. Al inclinarse para sacarse el pantalón del todo, le vi el culo completo. Redondo, apretado, trabajado. Era más de lo que me había imaginado. Era una obra de arte.
Se enderezó, ya solo en tanga, y me miró fijo.
—¿Te gusta mi cuerpo, pendejo? —me soltó, desafiante.
Yo apenas pude mover la cabeza en señal de que sí. Tenía un nudo en la garganta, no podía creer lo que estaba viviendo.
—Levantate y sacate la ropa —ordenó.
No dudé. Me paré frente a ella y me fui sacando todo como pude, con manos torpes por los nervios. La remera, el pantalón, el bóxer… todo al piso. Me quedé ahí, desnudo, sudando, temblando, con la pija parada, dura como una piedra, apuntando directo hacia ella.
Ella me miraba como si me evaluara, como si estuviera decidiendo qué hacer conmigo, como si yo fuera un juguete nuevo que pensaba usar a su antojo.
—¿Qué me querés hacer? —preguntó, con una media sonrisa cargada de maldad.
No me salió una sola palabra. Estaba tan nervioso, tan caliente, que no me salía ni una frase coherente. Ella se dio cuenta, se acercó lento, con paso firme, se pegó a mi cuerpo, sus tetas tocaron mi pecho, y su mano bajó directa hasta mi verga.
Me la agarró con fuerza, no para acariciarla, para marcar territorio. Se me acercó al oído, y con esa voz suave, dominante, tan suya, me susurró:
—Tranquilo… dejame a mí. La profe soy yo.
Me sostuvo la pija unos segundos, apretándola con su mano caliente, mirándome a los ojos como si pudiera ver dentro de mi cabeza todo lo que había fantaseado con ella. Luego bajó la mirada, se agachó frente a mí… y ahí fue cuando el delirio arrancó.
Se arrodilló entre mis piernas, y sin dejar de mirarme, juntó sus tetas con ambas manos. Me rozó la verga con ellas primero, como tanteando, provocándome, y después la puso justo en el medio, apretándola con fuerza entre esas dos bombas suaves y firmes que tantas veces había imaginado en mi cara.
—¿Así te la pajeabas, nene? —me preguntó, moviendo lentamente sus tetas arriba y abajo, haciendo que mi verga desapareciera entre ellas.
No le respondí. Solo gemí. Sentí el calor de su piel, la presión perfecta mientras ella me pajeaba con ese ritmo lento, húmedo, sucio.
Aceleró un poco el movimiento, haciendo que el glande le rozara el mentón. Su respiración se volvió más agitada, y entonces, sin previo aviso, bajó la cabeza y me la chupó.
Primero metió la punta en su boca con una delicadeza criminal. Luego empezó a chuparme la pija con hambre, mojándola toda con su saliva, haciéndola.
Movía la cabeza con ritmo, tragándosela despacio, bajando hasta donde podía y sacándola con un pop que me hacía vibrar las piernas. Me miraba desde abajo con esos ojos cómplices. Yo la miraba sin poder creerlo.
Después de unos minutos chupándomela, se la sacó de la boca con un hilo de saliva colgando, me la acarició con las tetas una vez más y luego se incorporó.
Se paró frente a mí, y me la volvió a agarrar con una mano, pajeándomela lento, como si me preparara para lo que venía.
Se me acercó al oído, su respiración caliente me erizó la piel, y con ese tono inglés que tanto me volvía loco, me susurró bien clarito:
—Fuck me…
No hizo falta más.
Se dio vuelta y se apoyó sobre el borde de la cama, de espaldas a mí. Apoyó las manos y sacó bien el culo. Lo movía en círculos, meneándolo lento, provocándome.
Yo me acerqué jadeando, al borde de estallar. Le saqué la tanga muy suave, ella seguía meneándose. Luego me ensalivé la mano y le rocé la concha con los dedos. Estaba mojada, caliente, completamente preparada. Le pasé la saliva mezclada con sus propios jugos por los labios, y después le puse la punta de la pija en la entrada. Ella gimió apenas me sintió ahí.
La agarré fuerte de la cintura. No esperé más. Se la metí de una, hasta el fondo, con una sola embestida que hizo que se le escapara un grito agudo:
—Ahhh fuck! Yes!
Me quedé unos segundos ahí, sintiéndola temblar. Tenía la concha apretada, caliente, deliciosa. Empecé a cogerla con fuerza, con todas las ganas acumuladas desde el día que la vi entrar por primera vez a casa. Cada embestida era un desahogo, cada golpe de cadera era una fantasía hecha realidad.
Ella gemía como poseída, con el culo rojo de tanto que chocaba contra mí. Y lo hacía en inglés, mezclando gemidos con frases sucias que me hacían perder la cabeza.
—Yes baby… fuck me harder… deeper… oh my god…
Eso me volvía loco. Su voz en inglés, tan limpia, tan perfecta, pero diciendo esas barbaridades mientras la empalaba sin piedad. Le clavaba la pija hasta el fondo y la sentía apretarme con fuerza, como si no quisiera soltarme.
Yo la seguía cogiendo con todas las ganas. La agarraba de la cintura, después de los pelos, después del culo. No quería parar. Quería romperla.
Y ella lo pedía todo. En inglés. Como siempre soñé.
En un momento, con la cara roja, los pelos desordenados y la respiración entrecortada, ella se soltó de mis manos y giró el cuerpo. Se tumbó boca arriba en la cama, abriéndose de piernas con total descaro. Me miró fijo, con esa mirada que no había mostrado nunca… y me lo pidió:
—Fuck me more… fuck my pussy, baby… don’t stop…
Yo no necesitaba traducción.
Me tiré encima de ella, la agarré de los muslos y volví a enterrarle la pija hasta el fondo. Las piernas bien abiertas, los talones apoyados en el colchón. La cogí con fuerza, con hambre, con los huevos apretados del placer. Cada vez que se la metía, se le arqueaba la espalda y se le escapaban los gemidos con ese acento perfecto.
—Yes… yes… fuck… harder! —decía, apretando las sábanas con las manos.
Mi verga entraba y salía chorreando, haciéndola gemir cada vez más fuerte. Le chupé las tetas, le mordí los pezones, le agarré el cuello con una mano, y ella no hacía más que gemir y pedir más. La estaba cogiendo con todo lo que tenía.
Pero de pronto, me empujó suavemente hacia atrás y me dijo:
—Now lay down…
Me tomó del pecho y me hizo girar. Quedé boca arriba en la cama, con la pija dura apuntando al techo. Ella me montó sin dudar, apoyando las manos en mi pecho, y se la metió de una sentada, soltando un gemido profundo cuando la tuvo toda adentro.
—Ohhh fuck… so deep…
Empezó a cabalgarme con fuerza, salvaje, como si quisiera desquitarse de todos esos días de tensión. Subía y bajaba como loca, rebotando contra mi pelvis, con las tetas saltando y el culo moviéndose sin control. La concha me apretaba con cada embestida, y sus gemidos eran música directa a mis oídos:
—Yes, yes… fuck me… give me that cock… fuck me hard!
Yo la agarraba de las caderas y la ayudaba a moverse más fuerte. Ella se inclinaba, me chupaba el cuello, me mordía el labio mientras seguía cabalgando con ese ritmo desesperado.
Después de cabalgarme como una salvaje, ella frenó de golpe, todavía con la pija bien adentro, jadeando, con el cuerpo transpirado y el pelo pegado a la cara. Se quedó quieta un momento, disfrutando del calor de mi verga clavada en su concha.
Después se deslizó despacio, se la sacó, y se tumbó boca abajo sobre la cama, apoyó una mejilla en la almohada y separó apenas las piernas, dejando el culo bien levantado.
Y ahí, con esa voz ronca de tanto gemir, me soltó la frase que me dejó paralizado:
—I want you to fuck my ass…
Me quedé unos segundos sin moverme, mirando esa escena que parecía sacada de una porno soñada: la novia de mi viejo, en mi cama, pidiéndome en inglés que me la cogiera por el orto.
Me acerqué despacio y le escupí el culo. El escupitajo chorreó entre sus nalgas, lo esparcí con los dedos, masajeando alrededor del ojete con movimientos suaves.
Apunté con la punta, con una mano la abrí más, y con la otra la agarré de la cadera. Le apoyé la cabeza de la pija justo en la entrada del culo, y empujé lento, sintiendo cómo me iba abriendo paso. Ella gimió fuerte, entre placer y dolor, apretando las sábanas con los dedos.
—Ohhh fuck… yes… give it to me…
Y se la metí. Despacio al principio, después con más fuerza. Cada centímetro que entraba me hacía gruñir, me hacía temblar de placer. El culo se la abría apenas para dejarme pasar, y yo empujaba con ganas, con firmeza, hasta tenerla toda adentro.
La agarré de las caderas y empecé a cogerle el culo con ganas, con todo lo que venía acumulando. Cada vez que le clavaba la pija, ella soltaba gemidos ahogados, palabras en inglés, sucias, jadeantes:
—Yes… fuck my ass… oh my god… fuck me harder…
Yo me descontrolé. La estaba empalando sin piedad, apretándole el culo con las dos manos, sintiendo cómo me la apretaba por dentro. Su cuerpo temblaba bajo el mío, y su voz no paraba de suplicarme más. Los huevos chocaban contra ella. La pija la tenía palpitando, a punto de explotar, y ella lo sabía.
—Are you gonna cum? —me preguntó con la voz entrecortada, mirando hacia atrás con esa expresión de satisfecha.
—Sí… me acabo —le dije jadeando.
Ella se deslizó hacia adelante, dejando que mi verga saliera de su culo caliente. Se dio vuelta de inmediato, se sentó sobre sus talones y con esa mirada que ya me volvía loco me lo dijo, con esa pronunciación perfecta:
—Cum on my tits…
Juntó sus tetas con las manos, ofreciéndomelas en bandeja. Estaban brillantes de sudor, con los pezones duros, listas para recibirlo.
Me pajeé rápido, con los huevos a punto de reventar. La miraba a los ojos, ella no parpadeaba. Me mordí el labio y solté todo.
Le lancé toda la leche sobre las tetas. Chorros gruesos, calientes, pegajosos. Le cayeron sobre los pezones, entre las tetas, y un poco le manchó el cuello. Ella sonrió, como si eso fuera exactamente lo que quería.
—Good boy… —susurró.
Y como si fuera poco, ahí mismo, me agarró la pija aún húmeda, y sin decir una palabra, se la metió de nuevo en la boca. Me la chupó despacio, como limpiándola. Pasaba la lengua por todo el tronco, por la punta, tragándose los últimos restos de mi semen.
Esa escena, su boca chupándome la pija después de acabar, las tetas manchadas, el inglés susurrado… fue demasiado.
Y yo ahí, desnudo, temblando, con el cuerpo aflojado, sin poder creer que acababa de cogerme a la novia de mi padre.
Después ella se levantó tranquila, sin apuro, como si nada. Se fue a buscar su ropa y empezó a vestirse, sin hablarme, sin mirarme demasiado. Yo todavía estaba sentado en la cama. No sabía si lo que acababa de pasar era real o un sueño caliente salido de una paja.
Mientras se acomodaba el top y se subía el pantalón deportivo, se acercó a mí, ya más seria. Se me quedó mirando unos segundos y me dijo, con esa voz suya tan clara y segura:
—Ahora te podés pajear las veces que quieras con esto que hicimos… porque no va a volver a suceder.
Directo, sin anestesia. Se dio media vuelta y se fue del cuarto, dejando atrás el olor a sexo, a transpiración y a esa mezcla de culpa y gloria que me iba a quedar grabada para siempre.
Yo me quedé un buen rato ahí, en silencio, mirando al techo, tratando de procesar todo lo que había pasado. Había hecho realidad la fantasía más prohibida de todas. Y no solo eso… ella había tomado el control.
Unas dos horas más tarde, escuché la puerta de casa abrirse. Mi viejo había llegado del trabajo. Todo volvió a su ritmo normal, como si nada hubiera ocurrido.
Ella estaba en la cocina, preparando algo para la cena. Yo estaba sentado en el living con el cuaderno abierto, fingiendo que seguía estudiando inglés. Él entró con su voz habitual, saludando con su energía de siempre.
—¿Cómo estuvo tu día, hijo?
—Bien —le respondí sin mirarlo mucho—, mucho estudio.
Después se acercó a ella y le hizo la misma pregunta:
—¿Y vos? ¿Cómo te fue hoy?
Ella giró la cabeza apenas, y antes de contestarle me miró a mí. Esa mirada… era exactamente la misma que me clavaba mientras me pedía que me la cogiera más fuerte. Corta, penetrante, con esa mezcla de poder y lujuria que ya conocía de memoria.
Y con una media sonrisa en los labios, le contestó:
—Fue un gran día… hoy un alumno tuvo su prueba de inglés… y aprobó con sobresaliente.
Yo apreté la lapicera con fuerza, sabiendo que ese “alumno” era yo, y que esa prueba… fue una clase que nunca iba a olvidar.