Verán, me llamo Enrique (Quique para los amigos) y tengo 32 años. Quiero mucho a mi esposa (guapa, inteligente, mi media naranja) y funcionamos muy bien en la cama. Desde hace unos meses se instalaron abajo dos chicas: una rubia y otra morena escandalosamente buenas, son de esas mujeres que incluso vestidas hacen que tu picha se levante.
Ambas son altas y preciosas, no por algo trabajan como modelos. Patricia es la rubia (aunque teñida, se nota por sus cejas oscuras y por las raíces igualmente oscuras, pero da igual, le queda de cine), de melena larga y lisa. Su acento canario me vuelve loco. Tiene una carita angelical, con esos ojazos azules que a veces miran pícaros y a veces como corderitos y una cara perfecta, con el punto de su piercing debajo del labio. Y si la cara es una locura, su cuerpo no le va a la zaga: piernas largas, vientre liso, tipazo, pechos en su justísima medida. La pena es que viste demasiado recatada, aunque siempre con estilo.