Llevaba ya meses fantaseando con ser infiel. Mis deseos sexuales llegaban mucho más allá que los de mi mujer, por lo que siempre descargaba mi energía adicional en la pornografía. Y entonces, cuando los géneros pornográficos más depravados habían dejado de satisfacerme, encontré una nueva fuente de curiosidad y excitación: las páginas de escorts.
Solía verlas por horas. El solo ojear los diferentes perfiles de las chicas, ver sus fotos y leer sobre sus servicios y promociones, me producía una erección enorme y palpitante sin siquiera tocarme.
Un día finalmente me decidí. Avisé en el trabajo que estaba enfermo sin decirle nada a mi esposa y ese día fui a hospedarme en un hotel de paso.