Amantes en un motel

Entramos apresuradamente al motel, tanto porque amenazaba una lluvia como la urgencia que nos empujaba a estar juntos. Una campanilla ruidosa y chillona anunció que llegábamos. Un hombre viejo nos recibió desde detrás de una vidriera.

Con voz apagada y algo somnoliento nos informó –Se paga por adelantado, por veinticuatro horas–. Pagamos y volvió a decirnos –Cabaña 24, al fondo, en la luz verde… –Nos entregó una llave atada a una tabla lo suficientemente grande como para no llevársela al irse los clientes.

Hasta allí nos dirigimos. La ansiedad hacía presa de nosotros. Estacionamos el auto y abrimos la preciosa puerta labrada; una película porno muy mala se exhibía en un televisor viejo. Entramos, y no bien estábamos en la habitación saltamos el uno a los brazos del otro, besándonos apasionadamente, nuestras lenguas se enrollaron una con la otra. Me besó ávidamente la cara, el cuello. Sus manos (y la mías) exploraron desde la espalda hasta alcanzar nuestros traseros, escarbando en los pantalones nuestras nalgas en busca de nuestros orificios. Metimos nuestras manos en los genitales cuando ya las erecciones eran manifiestas, nos manoseamos nuestras durezas. Mi corazón galopaba alocadamente. Nuestras camisas fueron las primeras en salir volando a cualquier parte.

Caímos a la gran cama y allí nuestros cuerpos estuvieron en más libertad para tocarnos todo. Soltamos los cinturones de nuestros pantalones y las manos resbalaron bajo ellas para dar con la piel y el calor que transmitía. Sentí que envolvía mi pene en su mano y me lo acarició moviéndolo de adelante-atrás, masturbándome. Se me escapó un gemido al sentir su mano en mi pene y un gruñido de su parte. Lo seguí. Su pene, duro y grueso, estaba húmedo con líquido seminal cubriendo todo su glande; acompasé los movimientos que me hacía con los míos. –Por favor –exclamé con voz deseosa– ¡Chúpamelo!

–¡Tú a mí! —me respondió, tragó saliva– ¡Juntos!, tú a mí, yo a ti…

Terminamos de desvestirnos, hasta quedar completamente desnudos. Nos acomodamos sobre la cama e invertimos nuestras posiciones. Tomé sus abundantes genitales entre mis manos y los acaricié; otro tanto hizo él con mis conservadores atributos.

Sentí la calidez húmeda de su boca envolviendo mi glande entre sus labios, y luego, sin avisar, tomándome casi por sorpresa, metió en su boca toda la extensión de mi falo haciéndome gimotear de placer. Decidí seguirlo, lamí su glande humedecido, sentí el sabor y densidad del líquido que estaba en la cabezuela de su magnífica verga. Abrí mucho mi alocada boca y lo fui hundiendo. Era un pene grueso, tuve que abrir mucho mi boca, llegó hasta mi úvula y aún quedaba mucho por tragar. Empujé para adentrarlo más. Un acceso de arcada me invadió. Y solo llegué hasta ahí. Rítmicamente empecé a sacarlo y meterlo. Creo que lo hacía bien, sus suspiros parecían corroborarlo:

–¡No, no… para… para… me harás acabar… lo chupas demasiado rico!! —si él tenía una respetable verga, mi ágil boca subsanaba las carencias de tamaño de mis genitales. Efectivamente me detuve y nos reacomodamos uno junto al otro, besándonos apasionadamente, tocándonos sin restricciones todo lo que estaba a nuestro alcance…

Sus manos, deliciosamente intrusas, recorrían mi espalda hasta mi culo, volvía a mi pecho, deteniéndose brevemente en mis tetillas, las que además chupaba con fuerza casi salvaje, haciéndome doler un poco, pero yo no podía (ni quería) que suavizara sus maniobras. Yo, simplemente de espaldas, estaba aferrado a dos manos a su pene enhiesto, duro y caliente. El tocarlo a mi regalado gusto me era suficiente. Despertaba toda mi desatada lujuria. (“¡Un pico… oh!,… Un pico” retumbaba en mi febril mente).

Empezó una seguidilla de besos intensos y otros más sutiles a lo largo de mi tórax, vientre y mi paño de pelos púbicos, que también tironeó entre sus labios y dientes, hasta llegar nuevamente a mi pene que latía alegremente por esta nueva visita: se lo tragó todo, lo sumió hasta casi mi saco escrotal. Me empezó a masturbar con su boca, eso me hacía casi perder la razón de deseo y pasión.

(“¡Un pico… oh!,… Un pico” retumbaba en mi febril mente).

Mientras me felaba, un intruso dedo empezó a explorar mi periné, iba y venía acariciando cada pliegue… y avanzó hacia atrás, para encontrarse con mi palpitante ano, tocándolo delicadamente, en cada arruga y a una estrecha entrada en donde presionó ligeramente, me acarició mi parte más secreta. Atrevidamente avanzó hacia el interior un poco más decididamente. Sentí que la resistencia de mi agujero se imponía inútilmente a este progreso a mis entrañas.

Súbitamente detuvo todas sus inquietantes maniobras. Se enderezó y me tomó de las caderas girándome gentilmente para dejarme bocabajo. Se puso a mi lado, nos besamos con fuerza mientras estiraba su mano a mi culo y metía sus dedos en mi partidura buscando mi intranquilo ano, el que encontró en seguida alegrándose este último desvergonzadamente pues empezó a palpitar.

Nos besamos varias veces (muchas), e incorporándose para quedar de rodillas, con besos y besitos empezó a explorar el dorso de mi cuello, mis omóplatos, los costados de mi espalda para detenerse en mi flancos, lengüeteó y mordió suavemente mis caderas y mi espalda baja. Nada más erotizante, me sentía casi estallar de deseo, me sentía tiritar de excitación y mi pelvis se movía sola.

Me separó las piernas exponiendo toda mi partidura además de mi enloquecido ano. Se puso de rodillas detrás de mí entre mis piernas. Me besó cada nalga, me las separaba y alcanzaba mi agujero con esos desesperantes besos, para bajar y lamer mi escroto hinchado, arrancando suspiros cada vez que sus labios tocaban mi orificio.

Hasta que se detuvo en mi entrada…

… y su lengua me mojó el agujero…

La sentí cálida, intrusa, pugnaba por entrar allí, a mi calidez corporal; sus lamidas eran como besos apasionados, de esos que se dan en la boca excitada, calientes, obscenos, su entrometida lengua me mojaba mientras con sus manos me abría casi dolorosamente la raja de del culo.

(“¡Mi hoyo!… ¡oh!… ¡mi hoyo!” me repetía a mí mismo apretando los ojos).

Lo escuché escupir directo en mi cueva, extendió la saliva con la lengua. Un dedo tocó mi entrada latiente, empujó un poco abriéndome ligeramente; sentí dilatarse las paredes externas de mi abertura, y una nueva presión lo llevó más allá, hasta la primera falange del intruso.

– ¡Ooooo… aahhh… –se escapó de mí. (“¡Mi hoyo!… ¡oh!… ¡mi hoyo!” resonó en mi cabeza)

– ¿Te gusta? —preguntó con algo de urgencia en la voz.

– ¡¡Me en… loo… que… ce!!!!… es… delicioo… so!! —chillé. – ¡¡¡Éntrame más, éntrame más!! —supliqué.

Y lo metió entero: –¡¡¡Aaaah, ricooo!!!… – Se me escapó. Sentí que escurría algo de la punta de mi pene. Una suerte de orgasmo.

Sacó su dedo. Un poco bruscamente me tomó de las caderas y me puso ´a cuatro patas´. Tomando cada nalga me las abrió, y se abalanzó a mi ano lamiéndolo fuerte y repetidamente. Yo sólo sentía su lengua que trajinaba mi hoyo.

Satisfecho de su labor lubricándome me dijo gravemente –te voy a culear.

(“¡Un pico… oh!… Un pico… Un pico grande, grueso y largo en mi hoyo”… retumbó en mi afiebrada mente).

–¡¡¡Culéame, sí, sí, culéame, culéame!! —respondí ansioso.

–Ábrete el culo —me dijo, fue casi una orden. Sentí que su voz era trémula. Sin embargo yo obedecería. Lo hice. Tomé las nalgas de mi culo y las separé.

Tomó su pene, lo apuntó a mi agujero y presionó en él. Mi ano se dilató un poco. Y empujó su gruesa cabeza dentro de mí. Me entró. –¡Ohhh!! —fue mi reacción, dolió, pero ya tenía lo más grueso de ese falo en mis entrañas…

Y empezó a empujar entrándome lentamente. Muy lentamente.

Chillé cada milímetro que esa verga de veinte centímetros y cuatro de grueso me penetraba – ¡Oh… ooooh… ooooh!!

(“¡Un pico… oh!… Un pico… Un pico grande, grueso y largo en mi hoyo”).

Lo dejó dentro de mí, en lo más profundo de mis tripas, para que me acostumbrara a esa verga.

Y empezó a culearme:

Me lo sacó, me lo metió, me lo sacó, me lo metió, me lo sacó, me lo metió, me lo sacó, me lo metió…

… cada vez más rápido… todo mientras yo gritaba de placer con cada embestida hasta hacer un continuo ¡ooooh!

Me alcanzó un orgasmo que me hizo aullar. Mi primer orgasmo por el poto. Mi semen se esparció por la cama… (“¡Un pico… oh!,… Un pico…Un pico grande…”.

Tres o cuatro estocadas más lo llevaron al clímax. Empujó por última dentro de mí, vez y su gruñido indicó que todo su deseo estaba dentro de mí.

Me dormí en sus brazos. Afuera llovía intensamente. Nunca, al menos esa noche, dejé de estar aferrado a su pene.

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