Me llamo María y quiero relatarles la relación que tengo con un sobrino. Es una historia real que cambió por completo mi modo de pensar acerca del sexo. Los nombres propios los cambié por razones obvias.
Tengo 44 años, soltera, mido 1.70 de estatura, cabello negro un poco largo, pero siempre lo llevo recogido, labios carnosos, uso gafas y la verdad poco atractiva de cara. Mis senos son algo más que medianos, pero firmes, soy caderona y abultada de nalgas lo que hace que mi cuerpo sea interesante y que los hombres volteen a mírame con algo de lujuria, cosa que no pasa desapercibida por mí pero que me tiene sin cuidado, porque ahora lo puedo lucir y vanagloriarme de que este cuerpo ha gozado.
Vivo con mi madre la cual se encuentra bastante enferma desde hace ya bastante tiempo y postrada en una cama sin el uso de sus facultades mentales. Actualmente trabajo como vicerrectora de un colegio privado, allí dirijo la disciplina y la moral de los alumnos, lo que me ha forzado a ser una persona seria y rígida, no solamente en mi manera de ser, sino que también en la forma de vestir, uso vestidos discretos de esos que no muestran nada, pero, sin proponérmelo, con cualquier tipo de vestido que me ponga resaltan mis nalgas y senos. En casa solo llevo pantalones cortos, blusas anchas y no me coloco sostenes.
Me quedé soltera a raíz de una desilusión que tuve con el solo novio que conocí. Fue este primer y único novio que tuve quien me desfloró convirtiéndome en mujer cuando tenía 19 años. Con él tuve varios encuentros sexuales y el día menos pensado quedé embarazada y mi novio desapareció sin siquiera decir adiós. Perdí al bebe al momento del parto y por varios errores médicos quedé imposibilitada para procrear. Eso me convirtió en una mujer huraña y prevenida con los hombres. No quiero saber nada de relaciones estables ni nada por el estilo. Algunos se me han acercado y de seguro unos cuantos, con buenas intenciones, pero mi reacción siempre ha sido de rechazo. Como mujer siempre anhelé tener relaciones sexuales y muchas noches me tocaba las partes íntimas con la ilusión que llegara un hombre, abriera la puerta, se me tirara encima y me diera una buena noche de sexo.
La vida transcurría con monotonía hasta que un sobrino vino a trabajar a esta ciudad. Él se llama Jorge, es hijo de mi hermano mayor e ingeniero de profesión. Es muy bien parecido, mide alrededor de 1.80 de estatura, tiene 26 años, un poco delgado, pero musculoso, agradable en el hablar y cariñoso en su trato. Desde muy pequeño se fue a vivir a otro país a raíz del traslado de mi hermano por cuestiones de trabajo lo que hizo que nuestra relación fuera a distancia. Por boca de su madre, que en una ocasión nos visitó, sabíamos que era reacio al matrimonio, pero muy galante con las mujeres. Antes de llegar me llamó por teléfono solicitándome quedarse en nuestra casa mientras conseguía un apartamento. Yo le respondí que por nada del mundo podía aceptar que no se quedara en nuestro apartamento, pues es bastante amplio, de dos plantas y goza de varios cuartos desocupados más aún cuando yo habito la misma habitación con mi madre. Le dije que si era por no pasar por aprovechado podía ayudar con algunos gastos, esto último lo convenció y se quedó a vivir en nuestro apartamento.
Cuando llegó nos saludamos de beso en la mejilla, lo llevé a la que sería su habitación y lo conduje para que saludara a su abuela. Al estar saludando a mi madre y consiente de que ella no entendía nada, le dijo que estaba complacido de estar aquí y lo más contento que lo tenía es estar cerca de una tía tan guapa. Esto me hizo sonrojar un poco y decirle que eso lo decía para halagarme y que se lo agradecía.
Los días transcurrían y no se rompía la monotonía de la casa. Yo me iba al trabajo y dejaba a mi madre al cuidado de una enfermera hasta que regresaba a mitad de la tarde. Mi sobrino tan pronto llagaba iba a la habitación de mi madre y mía, la saludaba y bajaba a su habitación. Una tarde yo estaba cambiándome de ropas cuando de repente se abre la puerta y aparece mi sobrino a saludar a su abuela. Yo estaba únicamente en interiores y sin sostén, me tapé los pechos y di media vuelta dándole la espalda. Se quedó unos segundos mirándome y al ver que yo le dirigí la mirada pidiéndole que saliera de la habitación, cerró la puerta.
Cuándo baje a la planta baja se encontraba en la sala leyendo una revista, al verme supo que yo lo recriminaría por entrar a la habitación sin antes anunciarse. Le dije que se olvidara de lo que había visto, pero para mi sorpresa me contestó que eso no lo podía olvidar porque lo tenía marcado en su mente, que lo perdonara pero que era la verdad. Yo me quedé sin palabras para contestar, me retiré y en la noche, recordando el detalle me excité un poco. Trataba de quitarme de la cabeza la situación y hasta llegué a imaginarme a mi sobrino lanzándome a la cama y poseyéndome.
A partir de ese día noté que sus miradas ya no eran las de un familiar sino las de un hombre que desea a una mujer y eso me hacía sentir un poco mal, pero a la vez complacida de saber que despertaba las ansias de un hombre así fuera la de mi sobrino. En casa hablábamos poco debido a que por su trabajo llegaba tarde y agotado, pero en ocasiones tocaba el tema de la habitación y de lo que había visto y yo le decía que se olvidara de eso, que él era mi sobrino y yo su tía, pero el insistía. Un día en una fiesta familiar y bailando le noté una erección cuando rozó mis muslos y por escasos segundos lo acepté. Él se percató de lo sucedido y me dijo que yo era la culpable del roce y que me entendía por qué había retirado el cuerpo para que las personas que estaban en la fiesta no se dieran cuenta de que nosotros nos atraíamos. Yo me sonrojé un poco y luego, ya en mi habitación no podía quitarme de la mente el roce con su erección y la forma en que me miraba, cosa que me agitaban mucho logrando que me tocara las partes íntimas. Llegué a la conclusión de que, después de tanto tiempo en ayuno sexual, necesitaba tener relaciones, pero con otro hombre distinto a mi sobrino, cosa que decía de palabra, pero la mente me decía que era con él con quien debía hacerlo.
La situación estaba un poco tensa y hasta pensé decirle que lo mejor era que se mudara a otro apartamento, pero al querer decírselo me echaba para atrás porque en realidad yo también lo deseaba solo que no me atrevía a ceder por la afinidad que nos une.
Un viernes por la tarde mi madre se agravó y el medico dijo que había necesidad de hospitalizarla, que la lleváramos y la dejáramos para hacerle un seguimiento. Esta situación me excitó mucho y prácticamente me descontroló. Mi sobrino me acompañó con todo lo necesario para dejar a mi madre y regresamos al apartamento. Al llegar cada cual fue a su habitación y mi excitación cada vez era mayor y me dolían fuertemente los senos, bajé a la planta baja y ahí estaba Jorge. Al ver mi estado me invitó a que nos sentáramos en un sofá diciéndome que no me preocupara por la salud de mi madre, que estaba en buenas manos y que de suceder lo peor había que tomarlo con resignación. Yo le respondí que trataría de calmarme pero que estaba muy nerviosa. Él me tomó una mano para consolarme, después me abrazó y dio varios besos en la mejilla y de ahí pasó sus besos al cuello, eso aumentó mi excitación, cosa que él notó y me besó en los labios, le correspondí el beso, pero reaccioné y le dije que eso no estaba bien, que se diera cuenta que a quien besaba era a su tía. Siguió besándome y de los labios pasó a besar mis senos por encima de la blusa, le dije que no siguiera porque me dolían. Mirándome a los ojos me dijo que ese dolor era producto de mi excitación y peligroso para mi salud mental, que lo dejara quitar la blusa para calmarme el dolor. Sin pensar en las consecuencias dije que me la quitara, pero antes apagara la luz pues no quería que nos viéramos las caras. Jorge solo vestía una pantaloneta y al pararse para apagar la luz pude notar su erección. Ya en penumbra se sentó y suavemente me quitó la blusa, acercó los labios y succionó un pezón mientras que con una mano acariciaba el otro, ambos pezones fueron complacidos. Sin dejar de succionar bajó una mano y la puso encima de mi cueva, reaccioné y puse una mano en la de él diciéndole que no, que eso no. Sin quitar la mano me dijo que si me dolían los pechos también me estaba doliendo donde me estaba tocando, que no me opusiera que lo que hacía era por el bien mío. Retiré la mano y dejé que me acariciara y llegué a la conclusión de entregármele y quitarme de encima la terrible excitación
Me fue besando todo el cuerpo hasta que se arrodilló y llegó a mi cueva, le dio un par de besos por encima de los pantaloncitos y procedió a quitármelos quedando mi chocho al desnudo. Sentí como pasaba su lengua por todo el entorno de mis labios vaginales, cosa que me hizo estremecer y dar pequeños saltos y giros alrededor de su boca. Me dobló las rodillas llevándolas casi al nivel de mis senos y mi cueva quedó a su disposición. Comencé a girar las caderas alrededor de su boca y sentía que me desmayaba. Él dejó mi chocho, se paró y me dijo que fuéramos a su cama, como un autómata le obedecí y me acosté totalmente entregada. En la alcoba se quitó la pantaloneta y en la penumbra pude ver su miembro bien parado y dispuesto a entrar en mi chocho. Se colocó entre mis piernas y nuevamente su lengua comenzó a jugar con mi cueva. Yo gemía y rotaba las caderas, cosa que notó Jorge para aprovechar la situación. Pasó su miembro por la entrada del chocho varias veces y cuándo presionó para meterla le dije:
—Métela suave, la tienes un poco grande y temo que me duela.
Me la metió un poco, se dejó caer en mi pecho y me dijo:
—Te la voy a enterrar lo más despacio que pueda para que en vez de dolor sientas placer.
Me fue entrando poco a poco, la sacaba y luego sentía que entraba un poco más hasta que la tuve toda adentro. Ya con todo su miembro adentro me dejé llevar de sus embestidas.
Tal vez por varios espasmos quedé desvanecida. Al rato sentí como él se venía dentro de mí, alabándome y diciéndome que me había comportado como toda una mujer Cuándo se bajó subí a mi habitación y entré a la ducha a lavarme. Después de ducharme me miré al espejo y me encontré desarreglada, mirándome me dije: Dios, que he hecho con mi sobrino, por favor perdóname. Me acosté y al rato, después de pensar en lo que había sucedido, me quedé dormida.
Al día siguiente desperté, me duché, me puse unos pantalones cortos, fui a la cocina y preparé el desayuno. Jorge se presentó, me besó en la mejilla y me preguntó que como había dormido, le respondí que bien pero que teníamos que hablar de lo sucedido durante la noche. Le dije que me había dejado llevar por la calentura y que lo que hicimos es vergonzoso por el hecho de que somos familiares y por el trabajo que desempeño. Me respondió que no debía preocuparme por eso, ya que una de sus cualidades es la discreción y que nunca refiere a nadie sus aventuras amorosas. Para tranquilizarme más me dijo:
—De aquí en adelante, nada de caricias ni nada que muestre que entre nosotros hay algo, desde este momento, en público tu eres mi tía y yo tu sobrino.
Terminé la conversación diciéndole que no volveríamos a tener relaciones, que con lo de anoche era suficiente. Me pasó las manos por la cadera y me dijo:
—Estas equivocada, apenas comenzamos, no por mí sino por ti, porque anoche me convencí que eres una mujer ardiente y que una sola vez no te va a recompensar todas las noches que pasaste en vela esperando que un macho te calmara la calentura.
Quedé perpleja ante la verdad y sollozando me retiré a mi habitación pensando en lo último que dijo, pues lo que verdaderamente quería era que me llevara nuevamente a la cama.
Me vestí, bajé las escaleras y lo vi sentado en la sala, le dije que iría a visitar a mi madre al hospital, se paró, me beso y me dijo que me esperaría, que si yo estaba dispuesta lo haríamos y que no me iba a obligar a nada, que todo tenía que ser por mi gusto. Durante el recorrido hasta el hospital no podía quitar de mi mente lo sucedido durante la noche y que los gemidos y espasmos que tuve me delataron ante Jorge que era una mujer ardiente, que por fin se había cumplido lo que pedía durante mis calenturas nocturnas. Visité un rato a mi madre, salí del hospital, entré a una cafetería, me tomé un café y tomé la determinación de hacerlo no una vez más sino las veces que Jorge quisiera.
Esta determinación la tomé a conciencia. Agitada, manejé mi auto con alguna rapidez y cuando llegué al apartamento encontré a mi sobrino sentado viendo la televisión. Al ver cómo me delataba la respiración se paró, me abrazó, me dio un beso en la boca y pasando la mano por mi espalda me bajó la cremallera del vestido y quedé en ropa interior. Me pidió que me soltara el sostén y me quedara solo con los pantaloncitos, me preguntó que donde quería hacerlo, le dije que ahí mismo, en la sala. Se quitó la pantaloneta, tomó mi mano y la llevó a su miembro, comencé a tocárselo mientras él me chupaba los senos. Me senté en el sofá y me presentó su miembro medio dormido, lo agarré por el tronco y comenzó a dar pequeños saltos tratando de pararse, me llevé a la boca y con la lengua le recorrí la punta, luego me introduje la mitad para sacarlo y meterlo como si lo estuviera masturbando. Cuándo estuvo bien parado Jorge me dijo que parara, se sentó con su tronco bien parado y me dijo que me lo enterrara yo arriba. Me quitó los pantaloncitos, me puse entre sus piernas, guie el tronco hacia mi cueva y me lo fui metiendo poco a poco hasta que entró todo mientras él me excitaba chupándome los senos. Al rato de estar montada me dijo que me la sacara, diera media vuelta y volviera a metérmelo. Lo miré a los ojos preguntándole porque quería que yo hiciera eso y me respondió:
—Es que quiero ver tus nalgonas revoloteando en mi cara.
Se colocó en el borde del sofá, le di la espalda, me metí nuevamente su miembro, me apoyé en sus rodillas y comencé a girar mis caderas alrededor del tronco. Jorge me tomó por las dos nalgas y las giraba en el mismo sentido que yo lo hacía, diciendo entrecortadamente:
—Eso, me gusta, muéveme ese culo grandote y precioso que tienes.
En algunos momentos recapacitaba y decía para mis adentros: Dios, que estoy haciendo, a qué hora he caído para mostrar todas mis intimidades a un hombre, pero el sentir como me entraba y salía el tronco de mi sobrino esos pensamientos se diluían en medio del placer que estaba disfrutando. Jorge me dijo que parara, que diera media vuelta y que me arrodillara en el borde del sofá, que abriera bien las piernas y reposara la cabeza en el respaldar, que esa postura terminaría gustándome. Obedecí a todo. Jorge dirigió su tronco directamente a mi cueva y poco a poco me la fue metiendo hasta que me entró toda, me agarró por las caderas y comenzó a sacarla y meterla con suavidad lo que hizo que yo lo alentara con palabras para que me la metiera todo el tiempo que quisiera sin fijarse que a la que tenía clavada era a su tía. Él se entusiasmó con mis palabras y me dijo que me iba a complacer dándome verga durante toda la tarde y la noche. Ese día lo hicimos varias veces.
Desde ese día los encuentros con Jorge fueron muy seguidos y cada vez más intensos y con posturas diferentes hasta que fue designado para realizar unos trabajos fuera de la ciudad, tardando dos semanas en regresar. Tal y como lo habíamos hablado no me comuniqué con él por teléfono durante ese tiempo ni hice comentarios acerca de su ausencia, pero en el fondo deseaba que estuviera para que me hiciera todo lo que se le antojara.
Cuándo regresó, ya entrada la noche, yo estaba fuera de la casa. Al vernos nos saludamos de beso y enseguida subí a ponerme una lencería que había comprado para estrenar cuando volviera. Bajé a su habitación y lo encontré en pantaloneta y dispuesto a complacerme.
Tan pronto entré me dijo que me preparara para recibir verga durante toda la noche. Di algunas vueltas caminando como si estuviera modelando con el propósito de excitarlo, cosa que logré muy rápidamente, porque se paró de la cama y comenzamos a besarnos y a bailar.
Ya con el miembro bien parado se quitó la pantaloneta y me dijo que me sentara en el borde de la cama, se paró delante mío y me presentó su estaca para que se la chupara. Al tratar de quitarme las gafas me dijo que no lo hiciera, que le agradaba verme chupando con ellas puestas. Me acomodé las gafas, abrí la boca y comencé a darle la mejor chupada que podía ofrecer. Me dijo que no le agarrara el tronco que quería que solo mi boca y su miembro actuaran. En medio de la chupada me dijo que lo que le estaba haciendo me lo recompensaría y por último me dijo que le fascinaba verme chupándole la verga con las gafas puestas…
Retiró su miembro de mi boca y me dijo que ahora tocaba mi recompensa. Me dijo que me colocara de rodillas en el borde de la cama, que recostara la cara sobre el colchón, que separara las piernas y levantara el culo lo que más pudiera para que sobresaliera mi chocho. Se apartó unos pasos y dijo que esa vista con mi culo y mi chocho al aire no tenía precio y que me iba a hacer ver las estrellas. Se agachó un poco y comenzó a darme una chupada que me puso muy agitada. Dejó de lamerme el chocho, me abrió las nalgas lo que más pudo y pasó la lengua por mi ojetico anal, levanté la cabeza para decirle que eso no era normal y que me parecía sucio, me dijo que, para él, yo no tenía ningún lugar sucio y que todo lo mío merecía ser besado, que lo dejará hacer y que de seguro me gustaría. Volví a la posición original y me pasó nuevamente la lengua por el ojetico diciéndome que mi culo se merecía eso y mucho más. Volvió nuevamente a mi chocho y ya yo estaba totalmente empapada y con voz casi que llegando a gritos le pedía que me la metiera. Se paró, puso el miembro en la entrada de mi ano y trató de meterlo. Le dije que por ahí no, que eso no, que me la metiera por el chocho que estaba hirviendo. Ante mi súplica desvió el recorrido, levantó las nalgas para que mi chocho sobresaliera y de un solo envión me entró toda. Yo sentía como me entraba y salía gritándole que no acabara nunca. Él me tenía agarrada por las caderas y me alboroté completamente ayudando en la entrada y sacada impulsándome y reculando. Se recostó a mis espaldas y me dijo:
—Yo sabía que te había gustado que te enterrara la verga en esta postura, por eso te puse así, para que la sintieras bien adentro, y en esta postura, algún día, te la voy a enterrar por ese culazo precioso que tienes.
Animada por sus palabras y casi gritando le dije:
—Sí, papito, entiérrame toda la verga, hazme tuya en la postura que quieras, el chocho de tu tía está a tu disposición y te prometo que algún día mi culo también será tuyo.
Después de unos minutos arreció sus embestidas diciendo que se venía y sentí que iba a desmayar cuando me agarró firmemente por las caderas y se vino dentro de mí. Esa noche lo hicimos dos veces más y él quería otra vez, pero me opuse diciéndole que estaba muy agotada. Me dijo que me comprendía pero que tuviera en cuenta que yo había perdido mucho tiempo y que debía reponer el perdido.
A Jorge le designaron un trabajo en las afueras de la ciudad, se quedaba a dormir en el campamento y regresaba a la ciudad los viernes para devolverse los lunes. Lo tomamos de la manera más natural que pudimos para no despertar sospechas. Yo le dedicaba toda la semana a mi trabajo en el colegio y a estar más tiempo con mi madre que ya había salido del hospital. Los fines de semana, salvo que no hubiese algún inconveniente, bajaba a su habitación para que me diera mi ración. En uno de esos fines de semana y después de varias cogidas me quedé tendida boca abajo y Jorge comenzó a acariciarme las nalgas recordándome que le había prometido que en otra oportunidad le daría el culo, que lo que más deseaba era que yo cumpliera con la promesa y le dejara poseer ese culazo que lo tenía desvelado. Yo le dije que hacerlo por ahí no era normal, que ese agujero es muy pequeño para su verga y que para que entrara había que forzarlo y podía hacerme un daño. Me replicó que eso no era así, que ese hoyito era una alternativa en el sexo y que él no era muy dado a hacerlo, pero que yo tenía el culo más precioso que hubiera visto y que será el hombre más feliz el día que lo desflorara, que para que el hoyito se dilatara y recibiera su verga sin mucho dolor existían lubricantes.
Después de esa conversación quedé un poco pensativa porque lo que más él quería para mí resultaba un ir en contra de la naturaleza. Seguimos yendo a la cama con algunos espacios de tiempo y en cada uno de ellos Jorge hacía alusión a mi promesa a la vez que alababa mis nalgas y me pedía que le bailara de espaldas meneándolas sexualmente y repitiendo siempre la misma estrofa. «Cuándo será el día que pueda meter mi verga en ese culazo»
De tanto insistir me decidí a darle lo que más quería y me propuse dárselo de regalo el día de su cumpleaños. Esa noche le dije que mi regalo estaba en mi habitación, que me esperara en el suyo que no me demoraba en bajar. Le di una vuelta a mi madre que dormía y preparé el regalo. Bajé vestida con una falda amplia, entré a la habitación y le dije:
—Este es mi regalo para ti.
Le di la espalda, me subí la falda y colgado de mi pantaloncito estaba un lazo de los que se le ponen a los regalos, me quitó el lazo y me sentó en sus piernas besándome, yo me paré y le entregué un paquetico envuelto en papel de regalo, lo abrió y dentro estaba un gel lubricante. Se paró de la silla y nos desnudamos, me dijo que antes quería darme una lamida y a la vez yo se la chupara, fuimos a la cama se acostó boca arriba y me dijo que le pusiera el chocho en la boca, lo hice y al ver su miembro me lo llevé a la boca y así nos chupamos mutuamente. Nos zafamos de esa posición y me dijo que me montara en su miembro lo cual hice gustosa. Cuando estaba cabalgando, tomo el gel lubricante, se untó uno de los dedos, me separó las nalgas y comenzó a lubricar el hoyito que tanto deseaba. Después me dijo que ya quería hacer uso de su regalo, que me pusiera de popa, abriera las piernas y levantara bien el culo para que el hoyito apareciera despejado, me untó más gel y sentí cuando metió uno de sus dedos y comenzó a frotarlo y a lubricarlo. En un momento sacó el miembro de mi chocho y lo enfiló hacia el ano. Yo volteé un poco la cabeza y le dije:
—Papito, por favor hazlo despacio para que no me duela mucho, la tienes un poco gruesa para mi hoyito.
Me dijo que estuviera tranquila que lo haría lo más suave que pudiera y que me quedara quietecita. Con una mano me separó las nalgas y con la otra agarró su miembro y empujó un poco pero no podía lograr que entrara porque al sentirlo me fruncía y cerraba las nalgas. Nuevamente se puso gel en un dedo y luego dos y comenzó a dilatarme el hoyito metiendo y sacándolos hasta que estos ya entraban con facilidad. Me relajé un poco y dejé de fruncirme cosa que aprovechó para sacar suavemente los dedos, enfilar su estaca y luego de un par de intentos, meterme unos centímetros. Yo solté un gritico y traté de huir de la embestida, pero me agarró firmemente y me dijo:
—Quédate quietecita que ya entró la cabeza, ya estas ensartada, relájate para poder metértela un poco más y poder bombear.
Sentí cuando con las dos manos me separaba las nalgas y me la metía otro poco, paró de meterla y me dijo:
—Ya verás cómo este culazo se va amoldando al grosor de mi verga y comenzará a gozar.
En un momento me introdujo buena parte y le dije que no me la metiera toda, que cada vez que me la metía más adentro sentía dolor, entonces la sacó hasta la punta, casi toda afuera y la volvió a meter solo un poco. Este movimiento lo hizo varias veces y cada vez que lo hacía sentía como mi culo lo iba aceptando. Luego comenzó a metérmela más adentro pero quizás por ser la primera vez tenía temor que me hiciera un daño, así que le pedí no me metiera más.
—Tranquila, —me dijo— con lo que te he metido me siento complacido, al fin se me ha cumplido el sueño de estar enterrando la verga en este culazo que me gustó desde el primer día que lo vi, es que es un espectáculo ver lo lindo que se ve tu culazo con mi verga dentro.
Después de varias metidas y sacadas me dijo que aguantara un poco, que ya iba a terminar, dio un par de bombeadas y se corrió dentro. No la sacó hasta que estuvo flácida, se bajó de la cama y fue al baño para asearse, cuando regresó me encontró en la misma posición, pues yo quería airear mi culito y rogar para que no hubiese quedado muy magullado. El me aseo con una toalla húmeda, le dio un beso a cada una de mis nalgas y me agradeció el regalo. Ya un poco más calmada me acosté boca abajo al lado de él, le dije que me había dolido un poco, pero a lo último lo disfruté, a lo que me respondió que era natural que me doliera, pero a medida que me la fuera metiendo más veces, el hoyito se dilataría y no me dolería para nada.
Después de un par de días me encontraba en casa solo con una blusa y pantaloncitos estilo tanga que dejaban ver todo el entorno de mi trasero. Cuando Jorge llegó, le abrí la puerta y al darle la espalda me pasó las manos por la cintura, me restregó varias veces su miembro en las nalgas y me dijo:
—Vamos a mi habitación porque te la voy a enterrar por el culo.
Al entrar me pidió que me quitara el pantaloncito, que me pusiera de popa en el borde de la cama, que separara las piernas lo que más pudiera para que mi hoyito quedara despejado. Me coloqué en la posición que él quería, me untó gel y sentí que mi hoyito respondía cuando metió un dedo, así que me animé. Pasé las manos por detrás y le colaboré abriéndome yo misma las nalgas. Colocó su estaca y entró un poco con alguna dificultad, pero menos que la primera vez, luego sentí como poco a poco me la iba metiendo más adentro hasta que, pienso, me entró la mitad. Después de varias bombeadas paró y me dijo que ya mi culo estaba respondiendo por lo tanto fuera yo la que se la metiera y sacara para encontrar más placer. No fue difícil encogerme y recular para meterme y sacarme ese tronco que ahora me daba placer por ambos lados. Él solo se quedó inmóvil con sus manos separando mis nalgas y diciendo:
—Me siento el hombre más afortunado del mundo al saber que fui el que inauguró este culazo hermoso al que le voy a dar verga cada vez que pueda.
Jorge fue trasladado a una ciudad cercana y tuvo que radicarse en ella, pero me visita cada vez que puede y en esas venidas me da mi ración por ambos lados.