“Dame una razón para seguir amándonos”. La frase de su esposa aún resuena en su cabeza desde hace días, desde aquella noche, mientras remueve con la guinda el Manhattan que se está tomando en la barra del Dry Martini.
Su amiga Karen no ha podido llegar desde Londres (su negocio de decoración se lo ha impedido), Ana no contesta y Marta ya tenía un compromiso, así que bebe solo. Podría hacerlo con su mujer, pero …. “Dame una razón para seguir amándonos”…
—¿Sin compañía hoy, señor? —le pregunta el barman mientras le prepara otro Manhattan.
—Me hago mayor, Paco, y pierdo atractivo….
—La mujer del rincón no creo que esté de acuerdo, señor, no le ha quitado ojo desde que llegó. Y ya va por la tercera copa.
—Que sean cuatro, invito yo.
Desde el rincón, la chica levanta su copa como signo de agradecimiento. Marcus sonríe y se acerca a ella.
A veces tiene una sensación, ser el personaje tópico de un relato con poco espacio; un día de estos se las tendrá con su creador.
—Hola, soy Marcus.
—Rosa, me llamo Rosa. Gracias por la copa. Y por tomarte una conmigo.
—No hay de qué. ¿Podemos compartir un rato nuestras soledades?
—¡Qué triste suena eso! Mejor compartir otras cosas, ¿no?
La observa detenidamente, sus ojos brillantes, su escote, sus tatuajes visibles. Apura su copa y sonríe.
No han perdido el tiempo; a ciertas edades cada minuto cuenta. En eso piensa Marcus mientras enciende un cigarrillo y contempla cómo Rosa se va desnudando.
En el ascensor, camino de la habitación donde ella se aloja, se han magreado y besado. “Tienes un buen culo, Rosa”. “Y tú parece que una buena….”.
-Allí, de pie, ve quitándote la ropa, de espaldas…. Tus braguitas hacen juego con tu nombre… Bájatelas, despacio. Déjame contemplarte. Date la vuelta. Ven. Arrodíllate entre mis piernas. Pon mi mano en el pecho y aquí… y aquí también…
—Estás contento, muy contento, de haberme conocido. Lo noto.
—¿Sí….? Saboréala entonces, así, toda… Hasta el fondo. Acaríciame los huevos. Mastúrbate mientras te la comes.
Rosa obedece. La boca llena. Sus dedos se mueven rápido. Está muy mojada. Un escalofrío dulce.
-Ponte en la cama, a cuatro patas, muéstrate bien —le ordena mientras él se desnuda— Te gusta que te mire, te gusta exponerte ¿Qué quieres, Rosa?
-Dame fuerte, Marcus… Por todas partes.
Le ata las muñecas con la corbata y, desde atrás, la penetra, suave, primero por el coño, las embestidas se aceleran, le palmea las nalgas hasta que enrojecen. Gime. Su cara se apoya en las sábanas
—Por el culo, cabronazo, ahora por el culo….
Mientras la folla, sus pechos se balancean, los pezones duros. Un orgasmo la recorre.
-No te corras aún, no ahí. Ven, quiero chupártela hasta que te vengas, aquí, en mi boca.
La desata. Rosa le agarra bien la polla, la ensaliva bien, lentamente, mientras le mira fijamente a los ojos. Lo masturba, ahora rápido. Marcus jadea. La coge por la nuca, estruja sus tetas.
—¡Ya…!
Eyacula y se derrama en su lengua. Rosa paladea el semen y lo engulle.
—Ábrete de piernas, me voy a saciar en tu vulva. Así… Así…. arquéate… Grita… Retuércete.
Otro orgasmo la hace temblar, la cabeza hacia arriba, la boca abierta, se relame. Y se corre, y nota la lengua de Marcus recorriéndola y bebiéndosela.
-Ahora abrázame, Marcus, como si me amaras.
Mientras Rosa baja de la cama un momento para llamar a su marido y desearle buenas noches, Marcus piensa: “Dame una razón…”.
(Comentad mi relato, gracias)