Cuando mi viejo nos dio la noticia de que se casaba y que Mariana venía a convivir con nosotros mucho no nos importó. Vivimos en una casa enorme y papá tenía derecho a rehacer su vida como se le diera la gana. Sin embargo, esa impresión cambió desde el primer momento que apareció con sus valijas.
Mariana medía 1.65, tenía caderas anchas y una cintura angosta que le marcaba perfectamente su culo trabajado en el gimnasio. Era delgada, pero con una espalda de hombros ampulosos que le daban una elegancia suprema a su cuello delicado, sobre todo cuando se hacía peinados recogiendo su pelo rubio y lacio.
Tenía apenas siete años más que yo y 9 más que mi hermana. Cuando se ponía los top apretados de entrenamiento su cuerpo se veía espectacular, con los abdominales marcados y la espalda separada por una línea delgada que llegaba hasta su culo grande y carnoso.
Cuando Mariana se mudó yo tenía 28 años. Estaba terminando la residencia de medicina y pagándome un crédito para mudarme con mi pareja. La llegada de Mariana a la casa había cambiado bastante mis hábitos cotidianos, como por ejemplo andar todo el día en calzoncillos o bañarme en el cuarto de mi viejo que tenía un jacuzzi impresionante y era lo más relajante para después de los deportes. También para coger con mi novia era un lugar codiciado, porque lo usábamos los fines de semana cuando mi viejo se iba al campo.
Mariana era una mina muy sensual y extremadamente metódica. Se despertaba todas las mañanas a las 6, salía a correr y luego se iba a trabajar en su despacho, porque era funcionaria judicial. Cuando volvía hacía ejercicios de yoga en lo que era la sala de juegos y recién después de un buen baño aparecía por la casa para organizar la cena. Mi padre se la pasaba yendo y viniendo del campo, casi siempre con Mariana, así que en escasas ocasiones nos quedamos a solas.
El yoga y el running de las mañanas mantenían su cuerpo casi perfecto. Se cuidaba en las comidas y era muy meticulosa a la hora de elegir los outfit para cada momento del día. Siempre elegía ropa que le resaltaba su cintura y sus muslos dorados y largos. Sus piernas eran largas como de bailarina de tango. Tenía las tetas medianamente grandes y eran perfectas para terminar sus curvas pronunciadas. Con el pelo ondulado, unos pómulos pronunciados y una boca grande con labios carnosos, era hermosa por dónde se la mirara.
La verdad es que mi viejo había elegido un hembrón imponente que llamaba la atención de cualquier hombre de carne y hueso con su andar sensual y despreocupado. Elegía también perfumes suaves, lo que hacía que su presencia siempre estuviera acompañada de una dulce fragancia. Dejaba una estela al caminar. Era educada. No se metía en la vida de los demás. Una mujer atractiva que sabía lo que quería y actuaba en consecuencia.
Con mi viejo tenían una relación correcta. Se acompañaban, trataban de organizar salidas los fines de semana, pero no tenían demasiada intimidad. De hecho a los pocos meses de vivir en casa, Mariana ya había elegido dormir en camas separadas y cuando empezaban los primeros ronquidos de mi padre se mudaba al cuarto de huéspedes que estaba al lado de mi pieza.
Ese cambio para mí fue crítico. Primero porque me inquietaba su presencia y segundo porque pensaba que se escuchaba cualquier cosa que yo hiciera en mi cuarto. Empecé a sentir algo más que interés por la mujer de mi padre, la mina estaba buenísima, tenía apenas unos cuantos años que yo y se movía con una sensualidad prolijamente estudiada. En mi cabeza empezaron a circular dos opciones: o tenía un amante secreto y en casa lo disimulaba. O estaba recaliente esperando que alguien le pegara una buena cogida. Y claro, ese alguien tenía que ser yo.
Empecé a obsesionarme con la mujer de mi padre. De a poco fui acomodando mis horarios a los horarios de Mariana para tener más encuentros en la convivencia. Cuando volvía de correr y se preparaba el desayuno, ahí ya estaba yo esperándola con las tostadas “blanquitas” como le gustaban a ella y el café recién hecho. Le consultaba sobre temas que sabía que le interesaban para que también sintiera que había un interés de mi parte por su vida. Sin pasarme de rosca le decía algunos piropos que subieran su autoestima como “cada día más espléndida vos” o “no se puede ser más linda” cuando me avisaba que podía llevarme la vianda a la oficina.
Con el correr de los meses había logrado la confianza de Mariana y cada vez más tenía ganas de cogérmela aunque fuera la mujer de mi padre. Estaba buenísima y yo quería tirar mis últimos cartuchos antes de casarme. Y qué mejor y más discreto que algo en mi casa con este hembrón impresionante que cada vez se ponía más cachonda cuando la halagaba o le decía cosas lindas.
Y avancé una tarde cuando Mariana hacía yoga en el playroom, yo sabía que iba a ir en ese horario y me puse a jugar a la play con el único objetivo de ver ese cuerpazo más de cerca. Mariana tenía una blanca calza en la que se le marcaban el culo y la vagina. Y una remera suelta que dejaba apreciar sus tetas al aire y sin corpiño.
En cada movimiento se venían perfectamente los pliegues se una conchita depilada y se le marcaban profundamente los dos cachetes de un culito que se paraba cada vez que estiraba sus piernas y quedaba como suspendida en el tiempo. Yo no podía quitarle los ojos de encima ni tampoco pude evitar una erección que traté de disimular con un almohadón. Se me había puesto tiesa fisgoneando a la mujer de mi papá como un espectador de lujo.
—¿Martín, me ayudarías a elongar? —Me propuso Mariana y yo no sabía que hacer porque pararme iba a ser delatar lo dura que me había puesto la pija ese culo perfecto y trabajado. Pero me la jugué, porque, al fin y al cabo, mi único objetivo era ese, que sintiera ganas de mí. Yo sabía que estaba caliente, que lo de estirar era una excusa para tenerme cerca.
Cuando me acerqué noté que sus ojos se fijaron directamente en mi entrepierna, se notaba a pesar de que traté de disimularla con la remera. Tenía una de esas bermudas deportivas sin calzoncillos y la pija casi libre. No me importó nada. Ella tampoco hizo ningún comentario. Me pidió que me parara frente a ella y con un movimiento de bailarina se inclinó y apoyó una de sus pantorrillas en mi hombro.
Indefectiblemente mi pene quedó rozando su vagina, y más sentía su calor cuando ella estiraba sus manos para agarrar su talón sosteniéndose en puntas de pie y con mi pija. Mariana lanzó un gemido suave y se apoyó un poco más fuerte contra mi verga que a esa altura ya estaba tiesa haciendo presión en su calza. Se apretó más a mi pija y se quedó quieta por varios minutos. Lo mismo repitió con la otra pierna y otra vez se frotó contra mí con movimientos suaves, gemidos silenciosos y una sensualidad desmesurada.
La dejé hacer sin hacer mucho hasta que cuando estaba frotándose contra mi pija comenzó a temblarle la pierna de apoyo. La tomé de la cintura y la acerqué más a mí. Sus tetas quedaron casi pegadas a mi pecho y tendría mi pija hasta las entrañas si no fuera por esa calza que se sentía caliente, húmeda y apetecible.
Cuando bajó la pierna quedó en puntas de pie frente a mí y volvía a acercarla con mis dos manos a la altura de su cintura, cómo noté que no oponía resistencia, bajé las manos para que poder abarcar con mis palmas esos cachetes redondos. Los apreté suavemente y otra vez mi pija y su vagina se encontraron, sus labios quedaron encima de mi tronco y con las manos le abrí un poco las piernas para que la sintiera un poco más.
—Esto no está bien Martín —me dijo y se frotó más frenéticamente con sus brazos cruzados en mi cuello y sus tetas en mi pecho. Yo abrazaba a Mariana con mi tronco casi incrustado en su calza y ella se ponía en puntas de pie para sentirla más y más cerca de su conchita caliente.
—Me estás poniendo algo puta Martín —me dijo y me dio un beso en el cuello, con la punta de su lengua recorrió desde el escote de la remera hasta el pómulo de la oreja y cuando la acerqué un poco más, me mordió apenas el lóbulo y eso me la puso más dura aún.
Le corrí la cara y le comí la boca con un beso de lengua que la sorprendió, pero noté cómo se le aflojaban las piernas y con sus dos manos me tomaba de la nuca para que se la hundiera más. Yo seguía sobándole las nalgas, y jugaba con mi pene en su calza empapada. Metí una de mis manos por detrás y por primera vez pude sentir su piel suave y caliente. Mariana gimió y se apretó más a mí. La tenía casi montada en mi pija y con sus nalgas apretadas para sentirla más y más en su rajita empapada.
Mariana se dio vuelta y quedó con su culo apretado contra mi pija que todavía seguía debajo del pantaloncito. Instintivamente cuando se arqueó hacia mí le empecé a sobar las tetas con las dos manos. Mariana ya gemía sin tanto reparo, se apretaba a mi pija y daba pequeños gritos de placer cuando le hundía la lengua en su oreja mientras le masajeaba las tetas y le pellizcaba los pezones suavemente.
Ella bajó su mano y por primera vez tomó contacto con mi miembro que latía de la calentura. Yo sentía que tenía la pija hirviendo y me dolían los huevos de la excitación que me había provocado esta tremenda yegua. Mariana estaba cada vez más caliente y decidida. Bajó la parte de arriba de mi pantalón y pude sentir cómo trababa de aprisionarla con los cachetes de su culo. Con la cabeza de mi miembro le rozaba la cintura pero ella gozaba sintiéndola en su piel. Mariana seguía yendo y viniendo con su mano por mi pene y en cada movimiento hacia abajo la pegaba a sus nalgas que ya estaban transpiradas.
Le bajé pun poco más la calza y le separé las piernas, pude acomodar por primera vez mi tronco debajo de su conchita empapada y caliente. Ella quedó como apoyada en mi miembro y con sus caderas hacía movimientos suaves para sentirla entre sus piernas. Cuando llegaba a la cabeza se quedaba unos segundos quieta, como esperando que la penetrara, pero yo la hacía desear y volvía a frotarle toda la pija hasta que sus cachetes quedaban pegados a mi vientre.
—Necesito que me la metas Martín, me pusiste muy puta, la quiero toda adentro —me imploró, pero otra vez quede con mi cabeza amenazante casi hundida en sus labios para volver a frotarla.
–Cogeme pendejo, no seas hijo de puta, dame un poco de esa pija gorda y caliente —me volvió a rogar mientras yo seguía sobándole las tetas por debajo de la remera y acariciándole el cuello con mi lengua. Mariana estaba en llamas, con su mano agarró mi pija y la acomodó en su cueva mojada.
Cuando sintió que sus labios habían rodeado la cabeza, levantó un poco la cola e hizo presión para que mi pija entrara sin resistencia alguna en esa vagina que estaba hirviendo y churreaba jugos dulces y espesos. Empecé a bombear lentamente y mi tronco entraba y salía y ella aprovechaba para frotar su clítoris cuando la cabeza pasaba por esa rajita que se veía más carnosa cuando se la hundía hasta el fondo. Mariana empezó a moverse con mayor frenesí.
–Cogeme hijo de puta, haceme acabar con esa verga caliente que tenés —me suplicó mientras se soltó de mi cuello se inclinó hacia adelante y después de separar las piernas empezó a golpear sus cachetes contra mis mulsos para sentir cada vez la pija más adentro. Yo estaba aguantando el orgasmo porque quería darle la leche en la boca o en el culo. No iba a correr ningún riesgo innecesario, pero con ganas le hubiese llenado la rajita de leche porque me lo pedía a gritos.
—Llenámela de lechita caliente pendejo hijo de puta. Dámela hasta el fondo, tu papá no me coge hace años, estoy muy caliente, necesito sentir ese chorro en mis cueva —me suplicó y empezó a gritar como una zorra cuando con las dos manos le separé los cachetes del culo para que sintiera mi tronco un poco más adentro.
–Partime al medio hijo de puta, te gusta cogerte a tu madrastra —me dijo cuando me pegué a su cuerpo y le volví a pellizcar los pezones después de cada embestida. En una de esas posiciones, mi tronco quedó frotando su clítoris y ella empezó a gemir más y más intenso.
–Ahí, ahí, pendejo, seguí cogiéndome que te estás haciéndome ver las estrellas —me dijo y le separé más el culo para que la pija entrara casi hasta los huevos. La empecé a coger con fuerza, sólo se sentían sus gritos de placer y el choque de sus nalgas en mis muslos después de cada pijazo.
—ahhhh, voy a acabar Martin, que puta me siento —me dijo y otra vez se colgó de mi cuello y la pija literalmente se le metió un poco más. Pude sentir cómo sus labios empezaban a dar pequeñas descargas sobre mi miembro y como sus jugos desbordaban cada vez que la alejaba para volver a meterla con más fuerza. Otra vez tuve que contener el orgasmo. Ella seguía gozando con mi pija latiente y amenazante.
Con mi pija todavía adentro, Mariana seguía con pequeños temblores en todo su cuerpo. Cuando superó el orgasmo, me pidió que me sentara en el sillón donde jugaba a la play y se abalanzó sobre mi pija que también chorreaba de sus jugos. Primero rodeó la cabeza con sus labios y la recorrió con su lengua varias veces. Yo empecé a gemir también y le agarré la nuca para poder cogerle la boca. Se la metí hasta que sentí cómo tosía con una pequeña arcada.
Cuando sacó la pija estaba toda babeada, con un hilo que la unía a su boca. La escupió y volvió a metérsela hasta el que con su lengua tocaba mis huevos y su nariz clavada a mi vientre, casi sin poder respirar. Me la estaba chupando con maestría, recorriendo cada centímetro de mi pija para metérsela hasta la garganta.
—Me encanta que me ahogues con esa verga gruesa, dame la lechita Martín, dale la lechita a tu puta madrastra —Me dijo con vos de puta, casi suplicando. Sus palabras me pusieron más cachondo y le bombeé en la boca con la misma intensidad con la que me la había cogido antes de dejarle las patitas temblando y la piel de gallina.
—Dame esa leche hijo de puta, la quiero toda. Querés que me la trague? —Me preguntó mientras con dos dedos acariciaba mis huevos para sentir cómo se descomprimían con el lechazo. Fue como un chorro interminable que ella fue succionando con sus pómulos hasta que sintió que no quedaba nada.
Con una de sus manos la acariciaba desde la base hasta la cabeza y cuando llegaba al final la apretaba para sentir que se llevaba hasta la última gota. Siguió chupándomela unos minutos y mientras tanto se acariciaba el clítoris y volvía a calentarse. Mi pija seguía erguida a pesar del orgasmo. Mariana se incorporó, me dio un besito en los labios, recogió su ropa y enfiló para el baño del cuarto de mi padre. Yo aproveché los minutos de descanso, pero cuando advertí que se había metido en el jacuzzi me metí en el baño sin permiso. Ella se acomodó en uno de los bordes como quien se corre para hacer un lugar y yo me senté justo para que el corro de agua tibia me diera a la altura de la cola.
La pija se me había puesto otra vez tiesa con tremendo espectáculo. A pesar del polvo era la primera vez que podía apreciar ese cuerpazo despojado de toda la ropa. Y esa cara de putona que puso antes de volver a inclinarse sobre mi pija para mamarla de nuevo. Cuando vio que estaba tiesa, Se paro y su culo quedó a la altura de mi cara. Mi reacción fue instantánea y le enterré la lengua en ese botoncito dorado y apretado.
El culo de Mariana era algo que no me iba a perder en ninguna circunstancia y ahí lo tenía a mi merced, dilatado, perfumado y en el baño de mi viejo. Ella me dejó jugar con mis manos en su vagina mientras le seguía comiendo al culo que se dilataba cada vez más. Estaba más puta todavía porque hacía presión sobre mi cara para que la lengua la penetrara más y más.
Mariana se sentó literalmente sobre mi pija. Se puso en cuclillas hasta sentir mi cabezota en su agujero trasero. Yo sólo atiné a agarrar la pija desde la base para guiarla cuando ella aflojó las rodillas y la verga se fue metiendo suavemente en su culo hasta que quedo clavada arriba mío, con la pija hundida en el fondo y mis manos frotándole el clítoris para que siguiera caliente mientras me la culeaba.
Empezó a subir y bajar por mi tronco casi con desesperación. En cada golpe de sus cachetes contra mis piernas se abría un poco las nalgas para que la pija le entrara más. Yo seguía estimulándole el clítoris y eso la volvía loca.
—Me vas a hacer acabar de nuevo pendejo —me dijo y se desplomó sobre mi verga y empezó a mover la cabeza de un lado al otro hasta que se le aflojaron las piernas y quedó como con peso muerto clavada en mi miembro que seguía tieso. Yo estaba muy caliente y me alcanzaron con tres o cuatro movimiento de mis manos para que entrara y saliera antes de largarle otro chorro de semen caliente. Me pareció que ella volvía a acabar cuando sintió mi esperma caliente en su culo. Yo hacía presión para que sintiera cómo mi pija se había adueñado de ese orificio tan pero tan caliente y cuidado.
–Me rompiste el culo hijo puta, ni a tu padre se lo había entregado- me dijo Mariana ahora sí un poco más relajada y satisfecha. Yo traté de seguir actuando con naturalidad y después de un buen baño me despedí con un piquito y sin decir nada. Ella hizo lo mismo y aprovechó la calma de la casa para dormirse una siesta.
Mariana sabía que teníamos la casa para nosotros todo el fin de semana, porque ya le había avisado a mi padre que esta vez no iría al campo por algunos compromisos personales.
Fueron tiempos de lujuria y sorpresas, que ya les contaré más adelante.