Pagando una deuda con mi esposa

El aire en la pequeña sala era denso, cargado con el peso de la desesperación. Marcos se movía de un lado a otro, las manos metidas en los bolsillos, mientras el aliento gélido de la deuda lo sofocaba. Frente a él, Ricardo, un amigo de años, pero hoy un acreedor implacable, sorbía su café con una calma exasperante. La cifra de dinero adeudada era impagable para Marcos. Había agotado todas las opciones, cada puerta se había cerrado de golpe. Y entonces, en un momento de pánico y desesperación, una idea repulsiva y tentadora al mismo tiempo se formó en su mente.

“Ricardo” dijo Marcos, su voz apenas un susurro, “no tengo el dinero. Pero… tengo algo más. Algo de gran valor.”

Ricardo levantó una ceja, su mirada escudriñadora. “Dime, Marcos. Dime qué tienes.”

Marcos tragó saliva, el sudor frío resbalándole por la frente. Su mirada se desvió hacia la puerta que daba al dormitorio, donde sabía que Sofía, su amada esposa, dormía ajena a la tormenta que se desataba en la sala. Sofía, con su rostro angelical, sus grandes y redondos pechos que desafiaban la gravedad, su culo redondo y unas caderas perfectas que lo habían cautivado desde el primer día. Era la mujer de su vida, la única que lo había poseído, y la idea de ofrecerla como pago le desgarraba el alma.

“A Sofía”, dijo finalmente, la palabra escapándose de sus labios como un gemido. “Te la ofrezco a ella. Lo que quieras, el tiempo que quieras. Hasta que la deuda se salde.”

Ricardo dejó la taza sobre la mesa con un clink seco. Sus ojos brillaron con una luz inesperada. Durante años había admirado la belleza de Sofía desde la distancia, con un respeto forzado por su amistad con Marcos. Pero ahora, la oportunidad se presentaba, cruda y tentadora. Una sonrisa lenta y depredadora se extendió por su rostro.

“Acepto, Marcos”, dijo Ricardo, su voz grave y llena de un deseo apenas contenido. “Pero quiero que tú seas testigo.”

El corazón de Marcos se hundió. La humillación era inmensa, pero la supervivencia de su familia dependía de ello. Asintió con la cabeza, una náusea oprimiéndole el estómago.

Minutos después, Marcos despertó a Sofía con suavidad. Ella, somnolienta, lo miró con esos ojos tiernos que él tanto amaba. Él le explicó la situación, las palabras saliendo a trompicones, el rostro contraído por la vergüenza. La reacción de Sofía fue inmediata: sus ojos se abrieron de par en par, el horror se apoderó de sus facciones.

“¡No, Marcos! ¡No puedes hacerme esto!”, exclamó, las lágrimas asomando. “Solo tú… solo tú me has tocado. Tengo miedo, Marcos. Miedo de que me haga daño.”

Marcos la abrazó, sintiendo su cuerpo tenso y tembloroso. “Lo siento, mi amor. Es la única forma. Prometo que estaré aquí, a tu lado.”

Con el corazón apesadumbrado y los ojos llenos de lágrimas, Sofía se levantó y, envuelta en una fina bata de seda, se dirigió a la sala. Ricardo la observó con una avidez descarada, sus ojos recorriendo cada curva de su cuerpo. La tensión en la habitación era palpable.

Ricardo no perdió el tiempo. Se levantó y se acercó a Sofía, que retrocedía ligeramente, su cuerpo rígido. “No tengas miedo, Sofía”, dijo él, su voz sorprendentemente suave. “Solo quiero disfrutar de tu belleza.”

Sus manos se extendieron lentamente, rozando el brazo de Sofía. Ella se estremeció, pero no se movió. La bata de seda cayó al suelo, revelando el cuerpo desnudo de Sofía. Sus grandes y redondos pechos se alzaron, sus pezones duros por la vergüenza y el miedo. Sus caderas perfectas y su culo redondo se presentaban sin pudor ante la mirada hambrienta de Ricardo.

Ricardo se arrodilló frente a ella, sus ojos fijos en la entrepierna de Sofía. Su aliento caliente rozó su piel cuando sus labios se acercaron. Sofía contuvo la respiración, un temblor recorriendo su cuerpo. El primer toque de la lengua de Ricardo en su clítoris fue una descarga eléctrica. Sofía gimió, un sonido apenas audible, una mezcla de repulsión y una pizca de curiosidad. Ricardo, sintiendo su vacilación, intensificó sus caricias, lamiendo y succionando con una habilidad que Sofía nunca había experimentado. Los dedos de Ricardo se deslizaron entre sus nalgas, explorando la entrada de su culo redondo.

Marcos observaba la escena, su propia respiración acelerada. La visión de Ricardo profanando el cuerpo de su esposa, de la mujer que solo él había poseído, le provocó una mezcla contradictoria de dolor y una extraña excitación. Su pene se endurecía, y se encontró llevándose una mano a sus pantalones, masturbándose con movimientos frenéticos.

Sofía, mientras tanto, sentía cómo el miedo inicial se desvanecía, reemplazado por una ola de sensaciones que la abrumaban. Los lametones de Ricardo se volvían más expertos, su lengua jugaba con su clítoris, sus dedos masajeaban su interior. Un placer desconocido se apoderó de ella, haciéndola arquear la espalda y gemir con más fuerza. Sus caderas comenzaron a moverse por sí solas, buscando más, pidiendo más. Las barreras se derrumbaban, su ingenuidad se disipaba bajo el embate de la lujuria.

Ricardo se levantó, su miembro erecto y palpitante. Con una audacia que dejaba claro su control, besó a Sofía en la boca, su lengua buscando la de ella. Sofía, ahora rendida al placer, respondió al beso con una intensidad que sorprendió a Marcos.

Luego, Ricardo la guio hacia el sofá. Sofía se dejó caer, sus piernas abiertas, su cuerpo ofreciéndose. Ricardo la penetró con una lentitud deliberada, sus ojos fijos en los de Sofía, buscando su reacción. Ella jadeó, sus uñas se clavaron en los cojines del sofá. Pero no había dolor, solo una expansión placentera que se extendía por todo su ser. Las embestidas se hicieron más rápidas, más profundas, y Sofía gritó, un grito que ya no era de miedo, sino de puro éxtasis.

Marcos, incapaz de contenerse más, se acercó al sofá, su pene goteando de deseo. La vista de su esposa gimiendo bajo otro hombre, de su cuerpo entregado a la lujuria, era un afrodisíaco potente. Ricardo lo vio acercarse, una sonrisa cómplice en su rostro. No era solo un pago; se había convertido en un juego de deseo compartido.

Marcos se arrodilló frente a Sofía, su mano buscando su entrepierna. Ricardo le hizo un gesto de aprobación. Sofía, con los ojos cerrados, sentía la caricia familiar de Marcos mientras el miembro de Ricardo la penetraba sin cesar.

“¿Quieres más, mi amor?”, susurró Marcos, su voz ronca.

Sofía abrió los ojos, su mirada brillante, llena de una pasión que Marcos nunca le había visto. Asintió con la cabeza, sus labios húmedos por los besos y el deseo.

Marcos se puso de pie y se preparó. Ricardo se retiró un momento, permitiendo que Marcos tomara su lugar. Sofía se arqueó para recibirlo, y Marcos la penetró con fuerza, sus embestidas llenas de una pasión renovada, mezclada con la angustia de saber que el inicio de todo había sido un doloroso pago.

Pero la tarde de sexo desenfrenado apenas comenzaba. Los cuerpos se entrelazaron en un torbellino de carne y placer. Hubo tríos, con los tres cuerpos formando un nudo indescifrable en el sofá. Sofía experimentó la doble penetración, su vagina y su culo redondo recibiendo la embestida de ambos hombres al mismo tiempo. Sus gritos de placer llenaron la sala, su cuerpo se retorcía, alcanzando orgasmo tras orgasmo, su ingenuidad de antes convertida en una entrega total y desenfrenada.

Ricardo, en un momento de éxtasis, eyaculó dentro de Sofía con un grito gutural. Sofía se estremeció, sintiendo el calor del semen de otro hombre por primera vez en su vida. Un momento después, Marcos también llegó al clímax, su propio semen mezclándose con el de Ricardo dentro de ella.

Pero la lujuria no se detuvo ahí. Laura, la hermana de Sofía, que había estado observando desde la puerta del dormitorio, entró en la sala, sus ojos ardientes de deseo. La visión de su hermana entregada al placer con dos hombres había encendido su propia pasión. Sin decir una palabra, se unió a la vorágine.

La tarde se convirtió en una sinfonía de gemidos, gritos y el chasquido de cuerpos húmedos. Sofía, con una nueva libertad en su ser, se encontró lamiendo el semen de Ricardo de su piel, el sabor salado y masculino encendiendo aún más su deseo. Luego, se inclinó sobre Marcos, que había eyaculado fuera de ella, y con una avidez insaciable, bebió su semen, sus ojos fijos en los de él, una promesa tácita de placeres aún mayores.

Al final, los tres cuerpos yacían exhaustos en el sofá, cubiertos de sudor y semen. El silencio que siguió al frenesí era espeso, cargado de la satisfacción de deseos cumplidos. Sofía, con una sonrisa de felicidad en su rostro, se acurrucó entre Marcos y Ricardo. La deuda aún existía, pero el costo había abierto una puerta a un mundo de placeres que jamás había imaginado. Marcos la abrazó, sintiendo la calidez de su cuerpo, sabiendo que, de alguna manera extraña y retorcida, había logrado salvarlos, y al mismo tiempo, había desatado una pasión en Sofía que los uniría de una manera completamente nueva.

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