Más allá de la cabaña en donde nos hospedábamos no había más que bosque y soledad. El lugar estaba rodeado de árboles y espesos pinos que impedían ver qué estábamos haciendo, pero si eh de ser sincera, sentía los nervios palpitarme en el pecho como fuegos artificiales. Sabía que mi esposo y sus dos amigos me estaban esperando afuera, así que decidí dejar el miedo atrás y salí al jardín.
Salí descalza y con una tanguita rosa y un sostén de encaje del mismo color. La tanguita se me metió por completo entre las nalgas y me rozaba cada vez que caminaba, pero como era una sensación bastante rica, la dejé pasar.