Hay cosas que suceden y no necesitan explicación. Pero hay otras que, por más que nos esforcemos, carecen totalmente de lógica y de sentido. Lo que hoy voy a contarles, es una de estas últimas. Que el misterio y la confusión no sean impedimento al delirio y al disfrute. Yo la pesé increíblemente bien. Espero que vos también.
Siempre me llamaron la atención los cementerios. En el ambiente se percibe algo sublime, sagrado y sobre natural que crea una atmosfera de paz y respeto. Jamás me dieron miedo, nunca creí en la posibilidad de que los muertos pudiesen salir de sus tumbas y atacar a los vivos. Primero, porque es físicamente imposible. Y después, ¿por qué, teniendo la posibilidad de revivir, nos atacarían? Son muertos, no tontos. Una cosa totalmente diferente, y en la que sí creo, es en las energías. Por más que los cadáveres lleguen sin vida al campo santo, creo que son acompañados por un aura que está más allá de la vida y de la muerte. De alguna forma, esa energía es el último signo vital que conservan, más allá de que sus corazones y sus mentes ya no estén entre nosotros.
Aquella noche no era del todo consciente de mis actos, lo que espero que no le quite credibilidad a mi relato. Lo que sucedió es tan real como aquella noche con mi amor de universidad en la terraza, o con mi hermana y mi cuñado en ese encuentro que todavía, de solo pensarlo, me hace sentir calor. Me había juntado a estudiar con dos amigas. “Estudiar”, siempre empezaba con alguna charla inocente, una cervecita, algo rico para fumar. Esa vez, puse toda mi atención en eso de fumar. Suelo hacerlo con frecuencia, casi siempre sola mirando alguna película vieja. Me es mas simple controlarme en soledad, por eso esa noche me excedí un poco.
Abandoné el departamento de mi compañera y manejé sin rumbo por la ciudad, hasta perderme en los suburbios. Sin siquiera notarlo, llegué a las afueras. Me sentía mareada, por lo que decidí detenerme y tomar un poco de aire. Una antigua y poco amistosa fachada de piedra se dibujó a cincuenta metros de donde estaba. Comprendí que era el antiguo cementerio de la ciudad, el cual jamás había visitado. La noche estaba hermosa. Cálida, estrellada, algo húmeda. Cruce el arco de piedra y avancé por las pequeñas calles arboladas. El clima en la pequeña ciudad era diferente al que había dejado atrás. Una brisa fresca me acariciaba y me revolvía el pelo. De inmediato sentí como mis pezones se endurecían, atrapados en un top de color violeta. Llevé mis manos hacia mis pechos y empecé a masajearlos suave, pero cada vez con mas intensidad. Sentía necesidad de apretarlos, de estrujarlos, de hacer que me duelan. Miré hacia los costados y la soledad que sentí fue absoluta. Me bajé el top hasta la cintura, dejando al aire mis pechos duros y redondeados, con los pezones como punta de flecha. La libertad que sentía era inmensamente excitante. Sabía que no era normal lo que estaba haciendo, pero el coro de susurros me hizo olvidar eso de pensar.
Los susurros se entremezclaban entre sí, pero me fue muy sencillo reconocer que pronunciaban mi nombre: Martina. Las voces eran arrastradas por el viento desde todas las direcciones. Intenté vislumbrar alguna figura entre las sombras, pero no conseguí nada. Me topé por un instante con la realidad en el instante en el que una mano helada y firme se apoyaba en mi hombro. Reconocí donde estaba, pero ningún instinto de supervivencia me pidió que corriera. Simplemente cerré los ojos y comencé a temblar. La mano comenzó a moverse hacia adelante, sin dejar de rozar mi cuerpo. Cuando llegó a mi pecho izquierdo, una respiración fría y agitada se posó sobre mi oreja. Acabé. No me preguntes cómo, ni porqué. No trates de encontrarle sentido. Tuve un orgasmo intenso que me sacudió por completo, de manera tan violenta que casi me caigo. Me salvó la otra mano que, rodeándome el cuerpo, se apoyó con fuerza sobre mi otro pecho. Mis dos tetas estaban aprisionadas por unas manos heladas, sentía esa respiración infernal aturdiéndome en la nuca y una protuberancia dura apoyada en mi culo. Cada vez me aprisionaba más, atrayendo mi cuerpo hacia el suyo.
Siguiendo la línea de cosas que no tienen explicación, como pude, me bajé el short negro de jean que me aprisionaba por debajo, seguido inmediatamente por mi tanguita roja. Además del ensordecedor coro de susurros, se levantó una intensa ráfaga de viento caliente que viajó vaya a saber desde donde, directamente hasta mi concha. Era viento, pero adentro mío se sentía como la pija más grande y caliente que jamás me había penetrado. Quise gritar, pero una mano se aferró a mi boca impidiendo que cualquier sonido salga de ella. Los susurros me estaban rodeando, podía sentir el aliento caliente de cada uno de ellos. Sus manos me envolvían entera. Apretaban, pellizcaban, desgarraban mi piel. Tomé coraje y abrí los ojos. Nada. La típica escena de un cementerio vacío, con la diferencia de que extrañas fuerzas me impedían cualquier clase de movimientos. De repente siento como una mano fuerte me toma por el pelo y me arroja hacia el piso. Caigo de rodillas, para luego ser atrapada nuevamente por las sombras invisibles. De rodillas, mirando histéricamente hacia todos lados sin ver más que penumbras, sentí como una pija de tamaño descomunal ingresaba a mi boca. Me dolió mucho debido a su grosor, pero una vez que acostumbré los músculos de la boca, entró y salió infinidad de veces como si esa boca siempre hubiese sido suya. Sentí como un líquido espeso y caliente, similar a nada que hubiese probado antes, me inundaba la boca y los pechos, para de inmediato recibir media docena mas de pijas invisibles que estallaban un tras otra hasta casi ahogarme.
Perdí la noción del espacio y del tiempo, dándole importancia solamente al acto de disfrutar. Algo volvió a tomarme del pelo, esta vez con mucha mas violencia. Sentí como lagrimas frías y saladas me recorrían la cara y se mezclaban con ese líquido espeso que había saboreado hasta minutos antes. Manos invisibles me sostenían de los brazos, mientras otras me obligaban a abrirme de piernas. Cedí sin ninguna clase de esfuerzo. Intento imaginar esa escena y vuelvo a mojarme como en ese momento. Si me ves desde afuera, estoy media suspendida en el aire, con los brazos extendidos hacia los costados, desnuda y con las piernas abiertas. De repente siento como una pija enorme y caliente entra en mi conchita, haciéndome estallar de placer. Siento unas manos tomándome por la cintura y penetrándome con rapidez y violencia, mientras por debajo una boca gelatinosa se entretiene con mi clítoris. Dos bocas me destruyen las tetas, mordiéndolas de manera sobre humana, como si quisieran despedazarlas. El dolor es tremendo, pero el placer que siento me hace olvidar de todo.
Siento como una pija tras otra me penetran y acaban adentro mío, hasta que alguien me susurra con claridad en el oído: “esta noche no la vas a olvidar nunca”, para de inmediato sentir una pija metiéndose en mi culo. Seca, sin ninguna preparación previa. Jamás sentí un dolor mayor. Sentí como algo se me rompía por dentro, pero me era imposible moverme. Me mordí los labios hasta hacerlos sangrar, lo que hizo que una boca invisible se pegara a ellos de manera ansiosa, casi animal, succionando cada gota de sangre que brotaba. Comencé a gritar. Una mezcla de placer y dolor hacían de mis gemidos algo embriagador, que me excitaba incluso a mí misma. Mis gritos no hacían mas que enloquecer a esos seres que me estaban haciendo suya. De repente sentí un golpe en la nuca que me hizo caer de rodillas. Me obligaron a ponerme en cuatro, para penetrarme de a tres. Sentí una pija en boca, una en mi conchita y otra en mi culo. Desde siempre fue una de mis mayores fantasías una penetración triple. Jamás había imaginado que se diera en ese extraño contexto, pero así era. A pesar del miedo y del dolor, decidí que lo mejor sería disfrutarla al máximo.
Me dejé llevar. Me convertí en la mina mas puta del cementerio. Disfrute de cada golpe, de cada mordida, de cada acabada sobre y dentro de mí. Perdí la cuenta de la cantidad de orgasmos que tuve. Estaba desnuda en medio de un cementerio, siendo violada por fuerzas de vaya a saber uno de dónde venían y la estaba pasando increíble. Caí rendida sobre el pasto, sin conocimiento, totalmente destruida.
No puedo asegurarte que todo lo que relaté acá sucedió realmente. Mi cuerpo está cansado, dolorido y lleno de marcas. Se me hace imposible moverme. Con gran dolor puedo mover mis dedos sobre el celular para dejar sentado este testimonio. Estoy empezando a sentir frío, creo que tengo fiebre. La humedad de las paredes de a poco se me mete en los pulmones dificultándome el acto de respirar. A lo lejos escucho voces humanas, reales, no como las que me ultrajaron anoche. No sé qué hacer, no sé como seguir, tengo demasiadas preguntas y no sé quién pueda ayudarme. Tengo muy poca batería y nada de señal. Por eso escribirte, contarte esta extraña experiencia, fue lo único que se me ocurrió hacer al despertar recostada en este ataúd. Intentaré gritar, quizás alguien me escuche y me rescate. Nuestra historia no puede terminar acá.