Tengo 52 años, felizmente casado con Sonia de 48, dos hijos y una vida de lo más normal.
Ella es secretaria en una empresa que por motivos obvios ni siquiera mencionaré a qué tipo de actividad se dedica o la localidad en la que se encuentra.
Trabaja allí desde los 25 años y nunca tuvo el más mínimo problema.
Todo cambió el año pasado, su jefe se jubiló y vendió la empresa a otra persona.
Su nuevo jefe, Antonio, se trataba de un hombre de unos 35 años, adinerado por herencia, apuesto y sobre todo bastante putaniero.
Desde los primeros días, mi mujer, al volver del trabajo bastante molesta, me comentaba las novedades en su empresa con el cambio de jefe.
Antonio, se trataba de una persona acostumbrada a conseguir lo que deseaba y con pocos escrúpulos a la hora de lograr sus objetivos.
No había transcurrido una semana, cuando mi esposa se llevó el primer «susto».
A primera hora de la mañana, observó a Lucía, una empleada de la limpieza de veintidos años de edad y recién casada, entrar en su despacho, cosa de lo más normal.
Media hora después, mi mujer tuvo que entrar también para entregarle una documentación urgente, sin recordar siquiera la presencia de la chica de la limpieza.
Entregó los documentos al jefe, dejándoselos sobre la mesa del despacho, sorprendiéndose al escuchar la voz algo entrecortada de Antonio al preguntarle sobre unos detalles de los mismos.
No le dio mayor importancia hasta darse la vuelta y ver los artículos de limpieza arrinconados en una pared, y la bata blanca de Lucía tirada en el suelo.
En aquellos momentos recordó que la había visto entrar pero no salir, y por muy inocente que se tratara mi esposa supuso inmediatamente cual era el único lugar donde podría encontrarse.
Comprendió de golpe el motivo de la voz entrecortada y algún que otro gesto inusual de su jefe.
¡Lucía se encontraba bajo el escritorio del despacho haciéndole una mamada en aquellos momentos!.
Mi mujer me contó aquello, todavía ruborizada e impresionada a pesar de las horas transcurridas, diciéndome que ni siquiera pudo mirar a la cara a Lucía cuando salió del despacho minutos después.
Al contrario de mi esposa, que aparentaba sentirse mal por lo sucedido, aquel relato me excitó enormemente, más aún conociendo a aquella chica ya que habíamos asistido a su boda meses antes.
Imaginármela arrodillada, mamándole la pija al jefe bajo la mesa del despacho, sabiendo perfectamente que mi mujer podría entrar en cualquier momento,me provocó un morbo enorme, que ni siquiera me atreví a comentarle a mi esposa.
Decidí intentar tranquilizarla diciéndole que a nosotros no debía importarnos lo que hiciera Lucía.
Sin embargo, era difícil que mi mujer pudiera olvidar aquel incidente, ya que dos o tres veces por semana, «se encargaban de recordárselo», y presenciaba como esta chica entraba en el despacho del jefe cargada de productos de limpieza para salir después arreglandose el vestido.
Algunas veces llegó a escuchar gemidos de placer y ruidos de movimiento de la mesa de la oficina, deduciendo que no solo se trataba de sexo oral, sino que también hacían el amor sobre la misma.
El morbo de aquellos relatos de mi mujer, se incrementó al máximo cuando me contó sumamente alterada que había charlado del tema con Lucía.
Al parecer, mi esposa, coincidiendo a solas con ella en el cuarto de baño, le dijo que tenía que tener cuidado con lo que hacía, ya que no había podido evitar «escucharles» y que alguna vez podría sorprenderles alguien que no fuera tan discreta como ella, y tratándose de una mujer casada.
La respuesta de Lucía la dejó tan perpleja como a mí, ya que lejos de preocuparse al conocer que mi mujer lo sabía todo, sin llegar a decírselo abiertamente, con palabras más o menos evasivas, le dijo que Antonio disfrutaba enormemente sabiendo que ella podía escucharlos, y con mucha más delicadeza que incluso estaba deseando cogersela a ella tambien.
Podrean imaginar cómo cayo aquel comentario, tratándose de una señora de 48 años, casada con hijos, tantos años trabajando en la empresa, acostumbrada a vestir tan recatadamente que jamás ningún compañero de trabajo había osado a insinuarle lo mas mínimo ni siquiera cuando era mucho más joven.
La verdad es que a mí también me sorprendió, ya que Lucía y mi mujer eran totalmente opuestas, por lo que siempre hubiera imaginado que a Antonio le gustaban aquel tipo de mujeres.
Chica jovencita, buen cuerpo, y tan ligera de cascos como para chuparle la pija en apenas unas semanas.
Mi mujer, al contrario, a pesar de ser preciosa, a sus 48 años, caderas bastante anchas (acomplejada de culo gordo), tetas enormes, algo bajita, y que para el trabajo usaba un tipo de vestimenta tan formal que nunca hubiera supuesto que alguien pudiera mirarla con ojos de deseo.
Incluso nuestra vida sexual se había reducido a un monótono hacer el amor de vez en cuando, casi por obligación, no por falta de deseo por mi parte, sino por esa misma monotonía que poco a poco va apagando los furores del principio de la relación.
Para mi más absoluto desconcierto, aquella «revelación» de que su jefe, un chico de 35 años, apuesto y con oportunidades para elegir chicas a las que comerse se había fijado en mi mujer hasta el punto de comentárselo a Lucía, lejos de preocuparme me provocaba un morbo enorme.
Sin llegar a confesárselo a mi mujer, para mitigar su preocupación y siempre ocultando mi morbo, comencé a bromear sobre ello.
Cuando quedábamos a solas imitaba el papel de su jefe con frases del tipo, «señora tráigame la correspondencia del día», «que secretaria tan guapa tengo», o «la secretaria debe estar a las órdenes del jefe».
Bromeaba con cualquier tipo de situación erótica que pueda imaginarse entre jefe y secretaria con nulo éxito al principio, llegándo a enojarse mi esposa conmigo, hasta poco a poco introducirla en el juego.
Me sorprendió lograr tan rápidamente que mi mujer se prestara a ese tipo de «juego» a pesar de tratarse de la más absoluta intimidad del matrimonio, pero nuestra vida sexual se revitalizó de tal manera que no podía importarme que fuera a causa de fantasear con otro hombre.
Nunca hubiera imaginado hasta qué punto se implicó en aquella fantasía o notar que se calentaba mas cuando fingía ser algo sumisa ante su jefe.
Acababa como una loca llamándome Antonio o fantaseando con que la veian cogiendo con él en el despacho.
Se trataba de juegos, pero la vida real proseguía en su trabajo.
Lucía y Antonio gemían con más fuerza mientras garchaban en la habitación de al lado, su jefe día tras día la miraba con menos disimulo, poco a poco empezó a insinuársele diciéndole que debería vestir de formas más «alegre».
Por fin me atreví a confesarle que no me importaría que realmente hiciera el amor con él.
Al principio no quería ni hablar de ello, después comenzó a poner todos los impedimentos del mundo, que no podía ser, que ella no era una cualquiera, que estaba casada, que luego podrían darme celos, que si miedo al escándalo, que teníamos hijos.
Uno a uno me relató todos los inconvenientes para no hacerlo, no obstante nuestros juegos sexuales y fantasías iban en aumento.
Pude convencerla para que un día asistiera al trabajo de forma mucho más informal, un vestido rojo algo ajustado y más corto de lo normal.
Los acontecimientos se desencadenaron rápidamente, ya que Antonio la desnudó descaradamente con la mirada nada más verla y le dedicó todo tipo de comentarios más o menos disimulados.
Mi mujer sumamente nerviosa se arrepintió por haberme hecho caso y vestirse así, ya que a cada momento su jefe se le insinuaba con más descaro, y temía su reacción llegaba el momento de pararle el carro.
Unos minutos después la llamó a su despacho, y tembló conociendo de sobra lo que habitualmente pasaba tras aquellas paredes.
Aun así (según me contó ella misma después), intentando ocultar el pánico que sentía, entró en la habitación.
Su jefe sin dejar de desnudarla descaradamente con la mirada, comenzó a decirle que su secretaria personal debía tener unas «cualidades» muy altas, que sabía que ella «potencialmente» las tenía de sobra, pero que debía saber que había otra mujer que ambicionaba su puesto, y le había «demostrado sus cualidades».
Mi mujer sabía perfectamente a que «cualidades» se refería y que Lucía se había encargado de demostrarle repetidamente.
Sin tiempo a pensar la respuesta, Antonio se le acercó y sin pedirle permiso comenzó a desabrocharle el vestido tratándola en la práctica como una mujer de «su propiedad».
Mi mujer me explicó que intentó evitarlo, pero que se encontraba petrificada por la rapidez de los hechos y por la forma de actuar de su jefe, que demostraba cada vez mas llevar las riendas de la situación con una normalidad pasmosa.
En unos segundos su vestido resbaló hasta el suelo, quedando en ropa interior frente a su jefe que la devoró con la mirada.
Éste no intentó suavizar los comentarios obscenos, sobre lo que le agradaba su ropa interior, (que por cierto le había regalado yo en un día de los enamorados y en la práctica era casi transparente), y la manoseo recreándose en sus pechos.
Mi mujer evitó contarme algunos detalles de lo sucedido, pero por lo experimentado durante nuestros juegos anteriores, se perfectamente que Antonio alucinaría comprobando lo sumamente erectos que pueden estar sus pezones.
En estado de sumisión mi mujer se dejó acariciar por aquellas manos lascivas que la recorrían por entero, y cuando no quedó un centímetro de su piel sin tocar, se vio de rodillas en ropa interior frente el abultado pantalón de su jefe.
Me dijo que ni siquiera recordaba haberse arrodillado voluntariamente, que había actuado casi hipnotizada, pero tras bajarse los pantalones, la poronga de su jefe le «golpeó» en la cara.
Me sorprendí al escuchar de su boca, (ya que siempre había sido reacia al sexo oral), como se la mamó a su jefe sumisamente.
Intenté imaginarla de rodillas en tanga y corpiño chupándosela en el despacho, aquella visión me provocó un morbo inimaginable.
Antonio gozó locamente mientras la inexperta boca de mi esposa le mamaba la verga, gimiendo abiertamente.
Decidí no incomodar a mi mujer preguntándole si ella gozó de la misma manera chupándosela, pero si le pedí que me diera detalles sobre los gestos y gemidos de su jefe y mi calentura comenzó a asustarme.
Al parecer estuvo bastante tiempo en aquella posición de rodillas, pero Antonio quería más, no se contentaba con que se la chupara su secretaria, al contrario, no pretendía acabar sin llegar a cogersela.
La invitó a levantarse, volvió a acariciarla, y la besó en la boca apasionadamente, apartando sus labios solo para decirle, «estoy seguro que voy a gozar mil veces más cogiendote a vos, que con esa pendeja de la limpieza».
Se las arregló para quitar los objetos de la mesa del despacho, (más bien los tiró al suelo), tumbó a mi esposa sobre la misma, de modo que sus caderas quedaron en el borde, sujetándole las piernas hacía arriba.
Aquella mesa parecía hecha a medida, ya que en aquella postura, tras bajarse del todo los pantalones, mi mujer observó que la pija dura del jefe apuntaba directamente a su concha aun velado por la tanguita blanca semitransparente que conservaba puesta.
Sabía que iba a ser penetrada en cualquier momento, pero aquella suave tela era la única esperanza de evitar que lo que parecía un enorme trozo de carne la desgarrara.
Antonio le apartó la tanguita lo suficiente para dejar su concha al aire, diciendo «!que pedazo de conchita mamita!, así me gustan a mí, peludas y arregladas».
Con las piernas abiertas, sujetas por su jefe en alto, y la concha libre ya de cualquier impedimento, (con seguridad húmeda al máximo, ya que intenté evitar sonsacarle este tipo de detalles sobre ella, para que fuera más abierta en relatarme lo sucedido, y conociéndola sabía que debía ser así, más que húmeda ¡mojada¡), era de suponer que segundos después la punta de la verga de Antonio comenzó a perforarla.
Para gozo de mi mujer aquel pedazo de pija no la desgarró, al contrario, unos empujones después, la tenia entera adentro suyo.
Su jefe comenzó a garcharsela con rostro de triunfo, de victoria, de morbo o deseo cumplido tras muchos años, con una cara de felicidad que alagó a mi mujer al máximo.
No contento con cogerla, sus comentarios se volvieron de lo mas obsceno a cada instante, y entre gemido y gemido, mi esposa escuchaba:
– «Pero que buena que estas ¡madre de dos hijos y tenes la conchita mucho más estrecha que cualquier pendeja!».
– «¡Pero que ganas tenia de metértela!».
– «¡Que ganas tenia de comerme a una autentica señora decente»
– «¡Que conchita tan rica!, ¡está ardiendo!».
– «¡Que más quisiera Lucía estar tan buena como vos».
– «¡Esto es una secretaria y lo demás tonterías¡»
Su jefe entre el polvazo y los comentarios provocó que acabara un mínimo de dos veces como una loca (dicho por ella, textualmente, «creo que fueron dos veces»).
Abierta de piernas, siendo garchada sobre la mesa del despacho, e intentando que acabara de una vez su jefe, ya que se encontraba extenuada, escuchó abrirse la puerta del mismo, creyendo morir de vergüenza cuando vio a Lucía con una escoba en la mano, mirando sin pestañear.
– Perdón. ¿si quiere vuelvo mas tarde?…
– ¡Quieres perder el trabajo!. Bramó Antonio.
– No.. no perdón.. no sabia..
– ¡Pues pasa, limpia sin hacer ruido y de lo que veas ni una palabra!.
Mi mujer, sumamente avergonzada, sin dejar de ser penetrada cada vez con más fuerza por su jefe, tuvo que presenciar como Lucía, sumisamente, pasaba la escoba por la habitación mirando disimuladamente como «su puesto» era ocupado por otra.
Di gracias porque mi esposa tomara anticonceptivos, ya que su jefe ni siquiera se dignó a tomar precauciones como el preservativo, y en presencia de Lucía acabo bramando y gimiendo como un loco, dejándole la concha inundada de leche.
Con la complicidad de quien conoce perfectamente aquella mesa, Lucía ofreció una toallita de papel a mi mujer, para que pudiera secarse el exceso de semen que brotaba de su concha antes de volver a vestirse.
Mi esposa volvió a su oficina avergonzada aún por la presencia de aquella chica sin poder articular palabra.
Aquella fue la primera experiencia sexual de mi esposa fuera del matrimonio, y que hasta entonces solo había conocido una pija, la mía.
Me lo contó todo aquella tarde, al principio recelosa de mi actitud, y tras comprobar mi reacción y sobre todo mi excitación morbosa, con tantos detalles que podría decir que estuve presente mientras la cogieron.
Después de tanto tiempo fantaseando con ello, aquella primera experiencia de mi esposa tuvo un efecto multiplicador en nuestra vida sexual , y el simple hecho de imaginármela con las piernas abiertas entregada a su jefe me provocaba la erección inmediata, y cualquier nuevo «detalle» que mi esposa me contara al respecto, cuando mas obsceno mejor, enervaba mi morbo a límites insospechados.
Unos meses antes, ni siquiera habría comprendido que alguien ansiara conocer los detalles sobre las aventuras sexuales de su propia esposa con otro hombre y para colmo disfrutara con eso.
Sin embargo, era un hecho, que desde que simplemente comenzamos a fantasear con ese tipo de «juegos», nuestra vida sexual había pasado de un triste hacer el amor, muy de vez en cuando, a coger todos los dias.
Ayudó el hecho, que nuestra vida familiar o de amistades y la laboral de mi esposa fueran totalmente ajenas.
Es decir, su puesto de trabajo se encontraba en la zona opuesta a nuestro domicilio, y ninguno de sus compañeros de trabajo residía en las cercanías ni entraba en nuestro núcleo de amistades.
El riesgo de indiscreción y escándalo o que pudieran enterarse de algo nuestros hijos eran mínimos.
Solo había entrado en contacto con ellos una vez, dos años atrás, ya que fuimos invitados a una boda de una compañera de trabajo de mi esposa (precisamente de Lucía, la chica de la limpieza) y durante el banquete los conocí a todos, aunque solo fuera por intercambiar unas palabras.
A todos no… ¡me faltaba el más importante!, ya que en aquellas fechas todavía no se había hecho cargo de la empresa su jefe.
Como era de esperar, Antonio no se conformó con haber gozado del cuerpo de mi esposa una vez, y continuó «haciendo uso» de su secretaria a antojo.
Me encantaba escuchar los relatos de aquellos encuentros sexuales por boca de mi esposa, cada vez menos reacia a contar detalles obscenos, llegando mi morbo al límite cuando volvía a casa con alguna mancha de semen en la lencería, o incluso alguna vez, en el propio vestido.
En las reuniones familiares o de amistades, me excitaba pensando que ninguno de ellos imaginaba que una señora tan decente y recatada como mi esposa, al cabo de tantos años, hubiera podido «degenerarse» de aquella forma, y mucho menos que yo, un hombre serio y formal, no solo lo supiera, sino que la alentara a ello.
Llegaron las fechas de la clásica cena de empresa de navidad, aparte de los empleados solían asistir los maridos o esposas de los mismos, pero yo nunca había ido a ninguna por tratarse de un verdadero aburrimiento.
Ese año decidí asistir por primera vez, ya que por mucho que mi mujer hubiera descripto al dueño de la pija que habitualmente la cogia en la oficina, la curiosidad por conocerlo me picaba cada vez más.
Fui algo receloso de todas formas, ya que me daba algo de rubor sentirme observado por él o por algún compañero de mi mujer que pudiera sospechar algo.
Aun así el morbo era tan grande que decidí ir, sobre todo sabiendo que ninguno de ellos era vecino o conocido mío, y la vergüenza de sentirse en cierto sentido cornudo, pasaría nada más salir de allí.
Una vez en el restaurante donde se celebró, cada vez que alguien me miraba y hablaba con su pareja, dudaba si disimuladamente me señalaban como «el marido de la amante del jefe», o solo se trataba de imaginaciones mías.
Tras unos minutos supuse que se trataba de eso último, ya que realmente nadie podría imaginar, que mi mujer, tras tantos años trabajando allí decentemente, podría haberse entregado a su nuevo jefe, para colmo bastante más joven.
Solo una lo sabía perfectamente, Lucía, y ésta tenía motivos para callar, ya que prácticamente recién casada, había sido la primera en sucumbir entre los brazos de Antonio.
Intenté adivinar de quien se trataba él, hasta que mi esposa logro localizarlo entre varios empleados que entraron en el local en ese instante.
Me dio un codazo y me dijo «el de la corbata azul».
Ansioso, lo fotografié con la mirada, un chico que efectivamente tenía 35 años, pero aparentaba ser más joven, se le notaba a distancia que era el clásico «play boy» con dinero que no tiene dificultad en conseguir las mujeres que desee.
Esto me daba más morbo, saber que entre tantas mujeres a su alcance, había elegido precisamente a la mía, como «víctima» de sus más bajos instintos.
Antonio estuvo saludando atentamente a empleados y parejas, cuando llegó a nuestra mesa me puse muy nervioso pero supe aguantar la compostura sin demostrarlo lo mas mínimo.
Besó castamente a mi esposa y le preguntó que si era su marido, tras ello me saludó efusivamente como si me conociera de toda la vida.
Delante de todos los que estábamos allí me dijo:
– Estaba deseando conocerlo, le felicito, su mujer es «la mejor secretaria» que he conocido.
Con voz y gesto imperturbable, prosiguió.
– Tiene unas «cualidades» que la hacen imprescindible en esta empresa.
Sabía perfectamente a qué clase de «cualidades» se refería, y me excitó escuchar aquello delante de otras personas que no lo imaginaban.
La cena trascurrió con normalidad, y después comenzaron con la bebidas, la mayoría de los asistentes se dirigieron a la barra para consumir, pero antes de que nosotros pudiéramos hacer lo mismo, Antonio se sentó en nuestra mesa.
Nuevamente comencé a ponerme nervioso al encontrarme a solas con mi mujer y la persona que la cogia.
Antonio, por su parte, al contrario, charlaba con una tranquilidad pasmosa, sobre todo cuando entre frase y frase soltaba alguna que otra indirecta que no me era difícil de comprender.
– Da «gusto» trabajar con su mujer.
– Cada vez que «la necesito», me resuelve los «problemas» rápidamente.
– Es un verdadero «placer» saber que se encuentra en la oficina de al lado, y en cualquier momento puedo «disponer de ella»
Este tipo de frases hubieran sido pueriles en otro caso, pero no en el mío que instantáneamente comprendía el doble sentido de sus palabras.
Tras unos minutos morbosos de charla, Antonio tuvo que atender a otras personas que lo requerían y nos dejó a solas, no sin antes intercambiar alguna mirada «cómplice» con ella.
Unos segundos después, me enteré gracias a ella, que Antonio había aprovechado para tocarle los muslos por debajo del mantel de la mesa, con tanto disimulo que yo no lo habría sospechado jamás.
Me sorprendió aquella sumisión de mi esposa hacia su jefe, tanta como para haberse dejado toquetear a unos centímetros de mí, y con riesgo de que alguno de los que se encontraban cerca se hubiera percatado.
Todo se trataba de una especie de juego, por fuerte que pueda parecer, yo disfrutaba viendo o escuchando como mi mujer era deseada o garchada por otros hombres, y ella siendo deseada sumisa por completo hasta el punto de aceptar riesgos, como ser sorprendida en esa situación.
Fuera de eso, continuábamos siendo el mismo matrimonio normal, con la única diferencia que la monotonía desapareció por completo.
Lo había sospechado desde el primer día, de otra forma no hubiera aceptado mamarle la verga cuando siempre había sido reacia a estas prácticas, y mucho menos habría cogido con él sabiendo que la puerta del despacho estaba abierta y era lo más normal que la chica de la limpieza los sorprendiera en plena faena.
Solo algo podría provocarme más morbo, ¡verla personalmente cogiendo!.
Pero aquello era una fantasía que creía imposible lograr, no podía presentarme ante su jefe y decirle que ¡estaba deseando ver como se cogia a mi esposa!.
Continuó esta celebración de empresa, y como en todas, el alcohol corrió más de la cuenta, muchos empleados abandonaron el local y quedamos apenas 10 personas allí.
En un momento dado se personó allí un hombre de unos 55 años que inmediatamente saludó efusivamente a Antonio, poco después supimos que se trataba del dueño del restaurante y al parecer gran amigo de éste.
Me fijé en este hombre algo y barrigón y poco agraciado físicamente que, mientras charlaba con Antonio, disimuladamente miraba a mi esposa.
Por los gestos que intercambiaban supuse inmediatamente que hablaban sobre ella, y con seguridad Antonio estaba presumiendo ante su amigo de cogersela.
Me excité pensando que Antonio podría estar contando a su amigo los pijazos que le daba a mi mujer .
Antonio, poco despues, con un gesto de la mano, la llamó junto a ellos, mientras yo continué bebiendo junto a los pocos empleados que quedaban allí.
Observé que se la presentó a este hombre y estuvieron charlando amigablemente los tres.
Ansiaba saber de que hablaban, pero seguí disimulando como si realmente me agradara mas encontrarme en la compañía de aquellos hombres que intentaban aprovechar que las bebidas eran gratis.
En voz más alta, seguramente pretendiendo que llegara a mis oídos, aquel hombre invitó a mi esposa a «mostrarle» las nuevas instalaciones del local que se encontraba en reformas.
Me tranquilicé pensando que el resto de sus compañeros se encontraban más preocupados por seguir bebiendo que de pensar si a aquellas horas era normal mostrar aquellas «instalaciones» a una cliente, y sospechar algo.
Incluso para hacerlo mas creíble mi mujer me invitó a quedarme bebiendo con los demás tranquilamente, mientras ella «veía las nuevas cocinas del restaurante».
En su rostro pude ver que sabía perfectamente que clase de «cocina» le iba a mostrar este hombre.
Con caballerosidad, este hombre le abrió una puerta, invitándola a pasar primero, y pude ver como aprovechó para mirarle el culo lascivamente.
Transcurrió más de una hora hasta que regresó, y mientras mi mente intentaba imaginar si en aquellos momentos se la estaba cogiendo aquel hombre, Antonio se unió a nuestro grupo y noté que me daba conversación pretendiendo que notara lo menos posible la tardanza de mi esposa.
Por ella, supe después todo lo sucedido.
Al parecer, nada mas presentarle su jefe a este hombre del que ni recordaba el nombre, se le insinuó diciéndole que «le habían hablado muy bien de ella» y que daría lo que fuera por «comprobar personalmente ciertas habilidades de las que tanto había escuchado».
Su jefe la animó a hacerlo, diciéndole que no tuviera miedo ya que buscaría la forma de entretenerme a mí para que no notara nada, y que le haría «un gran favor» si «demostraba» a su amigo el motivo de encontrarse «tan satisfecho» con ella.
Me provocó un morbo brutal, saber que Antonio había «ofrecido» a mi mujer a aquel hombre, como si de una mercancía de su propiedad se tratara, y más aun que ésta, sumisamente aceptara entregarse a un desconocido barrigón con nulo atractivo físico, por el simple hecho de que su jefe se lo hubiera solicitado.
El muy cabrón se permitió darle un par de palmadas en el culo mientras la acompañaba por un pasillo del local, satisfecho del cuerpo que pronto el se iba a comer.
La introdujo en una especie de almacén en el que se guardaba la vajilla, manteles y demás artículos.
Este hombre no estaba en la labor de sutilezas y precalentamientos, simplemente, una vez allí se bajó el cierre del pantalón y le dijo a mi esposa «arrodíllate y chúpame el pepino».
Me hizo gracia conocer su lenguaje brusco, y me excité escuchando como mi mujer sumisamente lo hizo, y se introdujo en la boca aquel «pepino» en principio flácido.
Poco duró aquella flacidez, ya que poco a poco, conforme fue entrando en erección, la boca de mi mujer se fue saturando de pija.
¡Carajo!, tenía razón Antonio, ¡qué bien la chupas!.
¡Ojalá mis camareras me la chuparan así!.
¡Esas putas no saben ni chuparla!,
Mi esposa tuvo que escuchar este tipo de lindezas, sin parar de mamársela a aquel hombre cada vez mas caliente.
Horrorizada se vio «obligada» a comprobar, cómo este hombre ni siquiera se había tomado la molestia de cerrar con llave el almacén, y varias veces entraron en el mismo varios camareros con cajas de vajilla y manteles, que previamente habían retirado del salón del banquete.
Éstos, aparentaban estar acostumbrados a sorprender a su jefe en aquella actitud, ya que continuaban con su trabajo normalmente, prácticamente sin mirar.
Solo cuando se dieron cuenta que no se trataba de una de sus camareras a las que al parecer acostumbraba a coger allí, comenzaron a prestar más atención y pudo escucharles susurrar.
-«¡mierda!, ¡se va a coger a una cliente!».
Tenían razón en las dos cosas, se trataba de una cliente y ¡se la iba a coger!, ya que cuando temía acabarle dentro de la boca, la invitó a levantarse e inclinarse de espaldas a él, apoyando los brazos sobre una mesa.
Sin contemplaciones le alzó el vestido y le bajo la tanguita, para posteriormente penetrarla sin mediar palabra, solo su humedad evitó sentir dolor notando la pija del viejo ensartada en su concha de un solo golpe.
Mi esposa absorbó las embestidas de aquel hombre cada vez mas excitado, en aquella postura que a su vez le permitía aprovechar para tocarle las tetas con rudeza.
La noticia corrió entre los camareros, que descaradamente entraban allí con cualquier excusa para poder observar como su jefe se estaba cogiendo a la mujer de uno sus clientes.
Cuando me contó esto último mi esposa, recordé que mientras la esperaba, había tenido la impresión, que algunos camareros hablaban entre ellos señalándome disimuladamente.
Este hombre la congio sin ningún tipo de delicadeza buscando únicamente su propio placer, intentando gozar de de aquel cuerpo lo máximo posible, tratándola como a una yegua, y más en aquella postura.
Ella a su vez, intentaba excitarlo gimiendo como loca y alabando la pija «tan rica» que la estaba penetrando.
A pesar que esa no era su pretensión, logró que mi mujer acabara sintiéndose penetrada tan fuerte que podía sentir los huevos descolgados de este hombre, rebotar en sus muslos.
Este hombre, aparentemente estaba acostumbrado a gogerse simplemente a alguna que otra camarera joven con ganas de ascender en el puesto o encontrar mejoras salariales y que simplemente fingían descaradamente.
Por lo que al notar el verdadero orgasmo de mi esposa, comenzó a gemir y bramando todo tipo de barbaridades.
La puta que lo pario, ¡que gustazo!, tenes la concha más estrecha y caliente que he conocido, si no estuvieras tan mojada tendría la pija en carne viva.
Con razón Antonio le habla a todo el mundo de tu concha.
¡Nunca me había comido una conchita como esta!.
¡Te vas a tragar hasta mi última gota de leche!.
El barrigón, comenzó poco después a gritar frases ininteligibles y cumplió su palabra, inundando sus entrañas de una leche espesa y abundante.
Tras ello, mientras mi esposa intentaba arreglarese la ropa y volver a mi encuentro lo más rápidamente posible para no causar sospechas en el resto de sus compañeros, comprobó el rostro de «triunfo» en este hombre, orgulloso tanto de su propio placer como de haber logrado aquel enorme orgasmo de ella, pero aun así seguia preocupado por el trabajo de sus empleados.
Los tengo que matar, ¡se han pasado más tiempo expiando como te cojo que trabajando!.
¡Que se jodan y se maten a pajas!.
Volvieron al salón donde me encontraba charlando de boludeces con Antonio, el cual no sabía de qué hablarme para entretenerme.
Nada más verla supe que se la había comido aquel gordo barrigón, el cual no podía ocultar su cara de «satisfacción».
Se permitió el lujo de soltarme un.. ha sido un «placer» poder enseñarle a su esposa las instalaciones, ha sido tan «agradable» su compañía que nos hemos retrasado un poco.
No pude aguantar más sin conocer lo que había sucedido, ya que, por mucho que lo imaginara, ansiaba conocer todos los detalles en boca de mi esposa, y decidí volver a casa con ella, más aún, algo incomodado al notar las miradas de los camareros que estaban al tanto de todo.
Una vez en nuestro vehículo, mi mujer me detalló lo sucedido, provocándome tal calentura que tuve que conducir con una mano, mientras con la otra le metia un dedo en la concha todavia humeda, notando su tanga, impregnada aún de algo, que aparte de humedad, sin duda se trataba de la leche del gordo que minutos antes la había garchado.
Despues de esa noche, mi mujer ademas de coger cuando su jefe lo quiera, me pide ir a cenar al resturante del gordo, y cada vez que va al baño tarda un buen tiempo en volver, solo que ahora yo la espio desde una ventanilla que da al lugar.
La relacion matrimonial cada dia mejor ya que entre mi mujer y yo ya no queda nada por hacer en cuestion de sexo.
Wowwww muy largo este relato , pero realmente me gustó y me lleno de placer al leerlo
Me gustó mucho el relato pero creo que quedó inconcluso ya que no llenó mis espectativas, no debe faltar el sexo anal, la doble penetración y la tragada de semen de varios hombres. Así quedaría espectacular.