Me enamoré de una prostituta

Veo a Patricia una vez a la semana desde hace más de cinco años, incluso antes de que comenzara la pandemia. Las primeras veces el servicio fue muy formal. Nos veíamos en un hotel y ella llegaba vestida con sencillez para después meterse al baño a cambiarse. Salía con una lencería que la hacía ver muy buena. Ella tenía treinta y cinco años y yo veinticinco. Tenía un abdomen plano, nalguitas bien formadas y unos pechos que habían visto tiempos mejores pero seguían siendo toda una visión que inmediatamente me provocaba erecciones.

Esa tarde me acosté boca arriba mientras ella me colocaba el condón con la boca. Me la mamó un buen rato hasta que no pude más y le pedí que se acostara boca arriba. Ella obedeció y la penetré de un solo movimiento. Mantuvo los ojos cerrados casi todo el tiempo. Yo acaricié sus tetas caídas y bombeé hasta vaciarme en el condón. Gruñí para hacerle saber la inminencia de mi eyaculación y gimió con profesionalismo para contribuir al efecto.

Una vez terminado, salí de ella y ella revisó el condón en búsqueda de fisuras sin encontrar nada: toda mi semilla había quedado atrapada en el látex. Le pagué la tarifa establecida y añadí una propina generosa. Se despidió con un frugal beso en los labios y salió del cuarto.

Poco a poco me fui ganando su confianza. Comencé a llevar una botella de vino a nuestros encuentros y a poner música, relajando el ambiente. También comencé a preguntar qué otros servicios realizaba. Me dio las tarifas para el sexo oral sin condón, el sexo anal y la oportunidad de terminar en sus tetas o en sus nalguitas. A partir de ese entonces nunca me la volvió a mamar con condón, incluso, por una tarifa adicional me permitía de vez en cuando eyacular en su boca. Después del sexo nos quedábamos abrazados platicando. Varias veces también nos metíamos al jacuzzi en el hotel para divertirnos mientras platicábamos y bebíamos.

Así fueron pasando los años. Por aquel entonces yo tenía una nueva con la que tenía una vida sexual pésima, además de llevarnos fatal en todas las demás áreas, por eso no sentía remordimientos cuando estaba dentro de Patricia. Terminé con aquella novia porque la situación se había vuelto insoportable. Ese día fui a los brazos de Patricia, quien me consintió no cobrándome el extra por el oral al natural.

Pensé que no pasaría, pero terminé enamorándome de ella. Durante meses sólo pensé en ella. En su cuerpo, las tetas que había aprendido a amar y cuyos pezones pertenecían en mi boca. Sabía perfectamente qué movimientos y caricias hacían que se viniera y sobre todo, se había vuelto en mi confidente y en la relación más estable y duradera que alguna vez tuve.

Para ella, sin embargo, yo sólo era un cliente más. Un cliente generoso y competente a la hora de coger, pero un cliente como cualquier otro.

Lo que sí sucedió fue que nos convertimos en amigos. Sin celos de por medio pero con la oportunidad de cogérmela, podía contarle mis lances amorosos en la vida real. Más bien mis fracasos.

Ella a su vez me contaba de un novio que tenía, un hombre divorciado que en realidad no sabía a lo que ella se dedicaba.

—Ya ves, yo te conozco mejor que él —le decía mientras la besaba. Esa era otra ventaja de la confianza y de las tarifas extras, ahora podía besarla como si fuéramos una pareja enamorada.

—No puedo decirle a qué me dedico, me dejaría.

—A mí no me importa a qué te dedicas, yo sólo quiero estar contigo, Patricia, ¿por qué no puedes verlo?

—Ya, guapo, para y mejor ven, siéntate.

Zanjaba ese tipo de conversaciones poniéndose entre mis piernas, lista para mamar y recibir mi semilla en su boca. Sabía que aunque no lo pidiera, yo siempre terminaba pagando extra por sus tratos preferenciales.

Un día le escribí saliendo del trabajo y acordamos un encuentro en el hotel que más nos gustaba. Había salido de una junta importante que fue bastante bien y quería celebrar. Llevé vino y flores.

—Apúrate, mi amor, me urge verte —colgué el teléfono y manejé hasta el hotel.

Ella llegó veinte minutos después. Abrimos la botella de vino y le conté de mi victoria laboral.

—Felicidades, amor —respondió sin mucho entusiasmo y lo noté enseguida.

—¿Qué pasa? —pregunté mientras le besaba los hombros. Comencé a quitarle la ropa con suavidad, disfrutando cada movimiento e intercalando un beso con cada caricia.

—Mi novio descubrió a qué me dedico y terminó conmigo —explicó.

—Lo siento mucho, preciosa, de verdad. Pero ven, no pienses en él. Vamos a disfrutar juntos.

Terminé de desnudarla y la acosté boca arriba. Ella alcanzó su bolsa para extraer un condón.

—Espera —la detuve —aún no.

La abrí de piernas y comencé a lamer su clítoris con muchas ganas. Era mi turno de consentirla.

Su monte de venus estaba cubierto de un vello oscuro y espeso. En alguna ocasión le pedí si se depilaría para mí y lo hizo pero después de ver su coñito depilado, que lucía como un diamante, supe que prefería ese vello que la hacía ver como una mujer de verdad. Madura y caliente.

Le comí el coño durante quince minutos. Ella estaba vuelta loca. Repetía mi nombre y se retorcía de placer. No disminuí el ritmo hasta que sentí su cuerpo contraerse en un orgasmo brutal. En cuanto se disipó la energía, me incorporé sobre ella y la penetré al natural sin decirle nada. Ella reaccionó de inmediato.

—¿Qué haces? No traes condón. Quítate —exigió.

—No puedo Patricia, sabes que te amo como a nadie en el mundo y ahora que estás soltera, ya no tienes que cuidarte de nadie, mucho menos de mí.

—No, Samuel, quítate, salte de mí, ¡así no podemos hacerlo!

—No pasará nada, Patricia, te amo, de verdad, confía en mí, —gruñí mientras comencé a embestirla. Su coño se sentía mucho mejor de lo que había imaginado.

—No, está mal, está mal, salte, por favor —su tono cada vez era más débil.

La tomé del mentón y la obligué a mirarme a los ojos.

—Te amo, Patricia, siempre te he amado. Yo jamás te dejaría, no me importa a qué te dedicas ni con cuántos hombres has estado. Quiero estar contigo.

Las palabras comenzaron a hacer mella en la mente de mi amada Patricia.

—¿En serio? ¿No te importa?

—Para nada, sólo quiero estar contigo. Te amo.

Dejó pasar unos segundos en silencio pero dejó de luchar contra mi pasión.

—Yo también te amo, Samuel. Hazme tuya.

Nos besamos apasionadamente.

Seguí embistiéndola y cada movimiento me llevaba al éxtasis más alto. Estaba cumpliendo mi sueño de hacer el amor de verdad con Patricia, la prostituta de la que me había enamorado. Al fin estuve al borde de la eyaculación y decidí que si tanto nos amábamos, el hombre debe eyacular en la vagina de su mujer sin importar las consecuencias. Patricia debió pensar lo mismo porque gritó con cada chorro de semen que le descargaba en el coño.

—Así, papi, así, lléname de ti, no dejes ni una gota…

Después de vaciarme en ella, nos quedamos abrazados un rato.

Yo la cubría de besos. Era la mejor tarde de mi vida.

—¿Estás bien? —pregunté después de un rato —te noto muy pensativa. ¿Te arrepientes de lo ocurrido?

—No, mi amor, no me arrepiento, llevábamos tiempo retrasando lo inevitable. Yo también te amo desde hace tiempo, no sé por qué seguía con aquel, supongo que por el dinero, pero esto se sintió correcto. Estar contigo es lo correcto, mi Samuel. Sólo hay algo que me preocupa…

—¿Qué es, mi vida?

—Debido a mi oficio siempre he usado condón y nunca he estado en ningún método anticonceptivo, es posible que tanto semen dentro de mí termine por embarazarme, si sucede… ¿qué hacemos?

—¿Qué hacemos? Pues casarnos. Jamás permitiría que algo le pasara a un hijo mío, mucho menos si es contigo. No te preocupes, amor. Esta junta de la que salí representa un contrato de varios millones y nos irá bien los próximos años…

Patricia sólo se abrazó a mí.

Llego el momento de vestirnos y despedirnos. Intenté pagarle pero lo que acababa de suceder era invaluable.

—No, guapo, no quiero tu dinero, te quiero a ti —fue su respuesta.

El viernes volví a verla. Esta vez en un bonito café, era nuestra primera cita.

Pasamos la tarde conversando y riendo como una pareja de verdad. Fui muy feliz. A la hora del postre me dio la noticia: nuestro encuentro sin protección había rendido frutos y estaba esperando un hijo mío. Me puse de pie para acercarme a ella y la abracé.

—Te amo, Patricia y no te va a faltar nada, te lo prometo.

Nos casamos un mes después en una ceremonia civil. Su familia no asistió porque no soportaba su profesión, así que tampoco invité a la mía. Nos fuimos a Cancún de luna de miel y cogimos todas las noches hasta que el cansancio nos vencía.

—Ya no tiene caso que te pongas condón, guapo, el mal ya está hecho —me decía cada vez que eyaculaba en la vagina de mi ahora esposa.

Con el dinero del trato pudimos abrir un pequeño bar. Había sido el sueño de ambos y Patricia trabajó como bar tender antes de entrar al negocio de la prostitución. Ella administra y atiende el lugar. Yo sigo con mis negocios y vivimos tranquilamente. Nuestro primogénito nació una tarde lluviosa de noviembre y después de muchos años, por fin tengo la familia con la que siempre soñé.

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