Al volver al hotel después de todo un día de tiendas y museos, nos apresuramos a tomar una ducha para luego abrir bolsas y envoltorios. En realidad teníamos menos interés en los vestidos de gasa estampada o en el par de botines o en el body recién adquiridos, que en el carísimo y enorme vibrador transparente de diseño y tecnología más avanzados. Hasta su nombre propio era largo: Super Point G. The Bigest Master. Lo último en estimulación del placer femenino, prometía en suave holandés la tapa de la caja. En cuanto lo descubrimos en un sex-shop dos cuadras arriba me sugirió que lo comprase, sin importar el precio, que ya luego haríamos cuentas para compartir el gasto.