Por más de que apenas nos llevemos 3 años de edad, la diferencia entre mi primo Jonathan y yo es abismal en cuanto a actitudes y formas de ser. Como él es menor que yo, siempre lo vi de forma tierna y como si fuese mi hermano pequeño.
Ambos vivimos juntos en la casa familiar por mucho tiempo, junto a mis hermanos y su madre. Él siempre fue muy callado y tímido, al punto de ser diagnosticado con dificultades para socializar.
Yo, por el contrario, siempre fui extrovertida y sociable; por lo que muchas veces era yo quien trataba de integrarlo en las conversaciones o grupos, pero él siempre elegía quedarse callado en un costado.
Ahora que yo tengo 21 y estoy en la universidad, mientras él ya cumplió los 18 y está por terminar el colegio para pasar a la universidad; nos hemos visto cada vez menos tiempo. Aparte de que yo me mudé a vivir sola, pero de vez en cuando voy a visitar los fines de semana.
El fin de semana en el que transcurre la historia fue muy distinto al resto de los anteriores. «Jonny» como le decíamos de cariño, estaba más callado que de costumbre y encerrado en su cuarto más de la cuenta.
Según me comentó mi tía, unos chicos del colegio le venían haciendo mucho bullying últimamente y eso le afectaba mucho. Le pareció raro, ya que no era algo nuevo y eso a él siempre le dio igual, nunca le dio importancia.
Resulta que esta vez los chicos lo molestaban porque encontraron mi cuenta de Instagram y comenzaron a hacer comentarios sobre lo buena que estaba y sobre las cosas que me querrían hacer, algo que a Jonny le afectó bastante. Es que siempre fue muy inocente, o al menos eso pensaba.
Esa noche de sábado todos fueron a dormir relativamente temprano, yo me quedé en la sala viendo una película y pensando qué podía hacer. Al final de cuentas, sentía que de alguna forma lo debía ayudar, algo debía hacer para que él gane confianza y se pasó confronte a los que lo molestaban.
Pensé y pensé, hasta que decidí tocar la puerta de su cuarto. No contestó, hasta que le dije «soy yo, Vale. Podemos hablar un rato, mi amor?».
Jonny abrió la puerta y se sentó en la cama. A pesar de ya ser mayor de edad, aún tenía un físico un poco de niño, ya que era bajito y bastante flaco.
Lo vi y me enternecí bastante, como siempre. Aunque esté cerca de la adultez seguía siendo mi niño. Pero entendí que eso era justamente lo que debía cambiar para que él gane confianza y empiece a hacerse hombre.
Me senté frente a él y le pregunté qué pasaba. Me contó y me dijo que eso le hacía sentir mal, porque no le gustaban que se refieran así a mi.
En ese momento, me percaté que no levantaba la mirada, después me di cuenta que realmente no podía dejar de mirarme las tetas. Me sorprendí, pero no dije nada.
Luego de explicarme lo que pasaba, le pregunté qué pensaba sobre eso y me dijo que no le gustaba que se refieran así a mi, pero le volví a preguntar lo mismo. Él no entendía.
La idea que pasó mi cabeza fue trascendental y pocos creerían que era lo correcto, pero ya estaba convencida y pensaba que era la única solución.
Volvió a responderme lo mismo y a la mitad lo interrumpí: «Pero te parece que tienen razón? Crees que estoy buena y como para que me quieran romper bien el ojete?».
Él levantó la vista, se lo veía sorprendido y hasta asustado por la pregunta. Solamente atinó a asentir con la cabeza. Me sonrisa pícara posterior a eso, lo confundió aún más.
Me levanté y tranqué la puerta, me paré frente a él y él no me sacaba la vista de encima. «Te gustan?» Le dije, mientras me frotaba las tetas sobre la blusa. Volvió a asentir.
«Tus compañeros pueden ver mis fotos y pajearse pensando en mi todo lo que quieran, pero hoy soy tuya», le dije, mientras me comencé a desnudar.
La sensación que tenía en ese momento era de pura adrenalina, se sentía todo tan prohibido, pero a la vez sentía que estaba haciendo por él algo que nadie haría y que lo ayudaría más que nada.
Quedé desnuda frente a él, que seguía mirándome estupefacto. Comencé a tocarme apoyada en su escritorio y manoseándome las tetas con la otra mano. Él seguía inmóvil, pero se le notaba la erección.
Me acerqué a él y le di un beso, él siguió. Luego lo miré a los ojos y puse mis manos en mis tetas. «Dale, sentilas. Solamente vos las podes tocar» le decía, mientras él tímidamente movía sus manos sobre mis pechos.
Luego me puse de rodillas frente a él y le saqué el short. Quedé realmente sorprendida al ver el pedazo de carne que tenía ahí.
Era como de 18 centímetros, gruesa y aparte al ser él flaquito y petiso, resaltaba aún más. «Ah, pero que rica pija tenías escondida» le dije.
La puse entre mis tetas y comencé a hacerle una rusa, luego se la chupé con muchas ganas. Para ese punto, estaba muy excitada por la situación y aparte el tamaño de su miembro me hizo agua la concha.
Continué mamándosela, hasta que en un momento sentía que él no podía más y en efecto, una enorme descarga de semen me llenó la boca. Seguí agitándole el pito hasta que no quedó nada. Su expresión era de puro placer, mientras yo lo miraba a los ojos y le tragaba toda la leche.
«Buenas noches, espero que te haya gustado», fue lo que le dije, antes de darle un beso en la cabeza de la pija y retirarme.
Pensé que eso sería todo. Al final me había quedado con las ganas de coger. Es que si iba a hacer algo, lo tenía que hacer bien.
Volví a la sala y me puse a pensar en lo que hice, ya en frío. Me sentí mal, pensé que eso lo podía ayudar pero capaz empeoraba las cosas. Mil pensamientos que se disiparon cuando lo vi entrar a la sala, desnudo y con la pija durísima.
«Seguimos?», fue lo único que dijo.
Volvimos a su cuarto y yo volví que chuparle la pija mientras él estaba acostado, luego me puse encima de él y de a poco iba metiendo su verga en mi concha. Lo cabalgué como si no hubiese un mañana.
Sentía esa enorme pija entrar y salir de mi, veía su expresión de placer y además se estaba animando a darme nalgadas. Yo gemía como puta en celo, el primer orgasmo llegó rápido, más rápido el segundo.
Luego él me dijo que quería darme de cuatro, acepté sin chistar. Lo miraba mientras me penetraba y le decía que más fuerte, que me pegue más, que me haga suya.
Nalgadas y estirones de pelo acompañaban a sus fuertes embestidas. Estaba tan excitada, aparte de orgullosa de que mi niño se estaba haciendo hombre y me estaba empotrando como a una puta. Eso sumado a que el incesto jamás había pasado por mis fantasías, pero sí me parecía muy sucio y en el momento se sentía tan prohibido, me volvía loca.
Realmente es imposible que nadie haya escuchado mis gemidos, los suyos, o el ruido de la cama moviéndose y los cuerpos chocar; pero nadie se acercó a ver que pasaba, por suerte.
Jonny me cogía como si su vida dependiente de ello, yo disfrutaba de cada metida de verga como una buena puta obediente. Hasta que él no aguantó y eyaculó dentro mío.
Sentir esa descarga caliente y espesa dentro mío me encantó.
Él se acostó y yo me fui. No nos dijimos nada, más que un beso de buenas noches y nada más.
Al día siguiente yo me fui temprano, no lo volví a ver hasta un par de semanas después. Parecía otra persona.
Hablaba un poco más con todos, se lo veía contento y mi tía me había comentado que se le plantó a uno de sus bullies, le pegó una trompada y lo dejaron de molestar. También dijeron que se iba a ir esa tarde a merendar con una chica.
Mis métodos podrán ser poco ortodoxos, pero sí efectivos. Cuando me contó lo de la chica, le dije «dale, mi amor. Cogetela como a una puta, así como a mi».