Su pedido llega hoy» decía mi teléfono en un mensaje enviado por la aplicación de compras. Decidí que quería estar limpia para cuando mi pedido finalmente llegara a casa, así que apenas terminé mi encomienda de trabajo, me encerré en la ducha. Eran las seis y media cuando alguien llamó a mi puerta. Después de asomarme a la mirilla por cuestiones de seguridad, me di cuenta que se trataba del repartidor de paquetes. Por fin había llegado el «juguete» que encargué desde hace unos días.
Me molestaba pensar que mi esposo no estuviera aquí para estrenarlo junto con él, pero como ya casi regresaba de su trabajo, decidí que lo comenzaría a utilizar y así quizá él podría pillarme en el acto. La simple idea me calentó.
Rompí el empaque, quité la protección plástica y entonces saqué el producto. Era divino. Se trataba de un vibrador de ano que a la misma vez era un succionador de clítoris. No pude reprimir el impulso de gritar al verlo, y déjame contarte que el juguete era así: su forma era la de un osito animado color rosita del que le salía una cola larga (esta parte iba en el ano) y al frente, su boquita estaba abierta en una gran «O» (esta iba adelante, en mi campanita).
Lo dejé sobre la cama para desnudarme. Ese día llevaba puesto un sujetador de encaje color rosa y unas bragas azules. Mientras me estaba quitando la ropa frente al enorme espejo de la pared, pasé mis dedos sobre mi cuello para comenzar a darme caricias. Me quité el sostén y de inmediato mis pezones se pusieron duritos. Estaba a punto de quitarme las bragas cuando se me ocurrió una idea. En lugar de bajarlas, tiré de ellas hacia arriba y la telita se metió entre los labios de mi conchita produciéndome una sensación rica. Cuando finalmente las bajé, estas habían quedado bastante húmedas.
Me miré completamente desnuda, me despeiné el cabello y regresé a la cama, lista para estrenar mi nuevo juguete. Tomé la figura y comencé a chuparle la parte de la cola (la parte que iría dentro de mi ano) para lubricarlo. Tendida en la cama comencé a trazar deliciosos círculos en mi esfínter mientras uno de mis dedos los trazaba en mi clítoris. El calor comenzó a subir por mis mejillas y estas se me pusieron rojas. Después de unos minutos, comencé a introducirme el vibrador hasta que este consiguió deslizarse y entrar. La parte de su boquita la puse sobre mi clítoris y entonces activé el botón de encendido.
—¡Aaaah!
La vibración del juguete me recorrió el cuerpo entero. La colita vibró dentro de mi recto y me hizo lanzar varios gemidos. Qué delicioso estaba eso. La boquita me chupó y mi campanita se puso tan erecta que por poco consigue darme un orgasmo.
Gemí y me jalé del cabello, me pellizqué los pezones e introduje un par de veces mis deditos en mi conchita, que para variar ya estaba completamente mojada. Mis dedos entraban y salían perfectamente lubricados, mis dedos se llenaron de mi juguito y de pronto, la puerta se abrió.
Keev se quedó pasmado, sorprendido y finalmente me sonrió.
—Esto sí que es una sorpresa.
Me mordí el labio porque no podía hablar. El vibrador se agitaba dentro de mí y la boquita del osito seguía succionándome.
—Todavía no llego a mi cama y ya me la has puesto durísima.
—Esto… aaaah… se siente… maravilloso.
—¿Segura? —Keev se acercó a mí, se sentó en la cama a mi lado y dejó que un delgado hilito de su saliva cayera sobre mi conchita.
Aproveché el gesto y me lubriqué los dedos para seguir tocándome.
—¿Lo tienes puesto también en el recto? —asentí ante su respuesta—. En ese caso, ese culito va a quedar perfecto para una buena follada.
Keev se puso su mano sobre el bulto de su pantalón y comenzó a sobarse mientras me miraba. El tenerlo ahí, sin tocarme y solamente observándome, me hizo sentir todavía más cachonda. Quería que me viera, que se diera cuenta de lo zorrita que me sentía y que si lo deseaba, podía convertirme en su perra.
—A ver, amor, quiero ver ese culito cómo va disfrutando —Keev se colocó en el final de la cama. Me agarró de los tobillos y me levantó solo lo suficiente para ver el jugo que escurría de mi coño y que ya había llegado a mojar el edredón gris. En mi ano, el vibrador se seguía moviendo mientras mi culito lo chupaba.
—¿Te está gustando, zorrita?
—Mucho, papito —le sonreí.
—Me imagino, a las zorras les gusta que les llenen el culo.
Keev se dio la vuelta, se quitó la camisa blanca que llevaba puesta y entonces cogió la cuerda morada con la que amarrábamos las cortinas del ventanal.
Regresó a mí con una sonrisa y me amarró las manos por encima de mi cabeza. Mis senos se quedaron mirando hacia arriba, con el pezón durito y muy rosita. Rico.
—Quiero que abras más las piernas, así como a las putas cuando les van a partir el coño con una buena follada.
No me lo pensé dos veces y eso hice. Mi esposo se inclinó y me plantó un largo y delicioso beso en la boca dejándome un poco de su saliva y una pequeña mordida en el labio inferior. Estaba caliente, era una perra en celo y ansiaba una buena follada. Después, Keev deslizó sus labios por mi cuello, mi pecho, mis senos y mis costillas. Finalmente se quedó en mi ombligo y me pasó su lengüita alrededor y adentro. Sentí cómo la puntita húmeda iba entrando en mi hoyito y salía. Pero acompañado por las vibraciones del juguete, la sensación era de otro mundo. Keev me besó el estómago, me dio pequeños mordiscos, me echó saliva en el ombligo y terminó haciéndome una succión con marca en la parte baja de mi cadera.
No tenía permitido bajar mis manos amarradas, así que solo pude agarrarme de la almohada con fuerza.
Keev comenzó a quitarse el resto de ropa que tenía puesta y luego se acercó a mí. Su verga estaba parada, apuntando hacia su estómago y con su cabecita toda rosa y rica. Me moría de ganas porque me la metiera hasta dentro, follándome como tanto me gustaba y como la puta que era.
Se acercó a mí, apagó el juguete y después lo retiró. Al hacerlo, un hilo de mi flujo quedó colgando entre el aparato y mi vagina. Keev lo dejó sobre la mesita de noche, y entonces inclinó su cabeza entre mis piernas para chuparme no solo el dulcecito, sino también mi anito dilatado.
—¡Aaauu! Dale… ¡qué rico, papi! No pares…
Apoyé mis piernas sobre sus hombros y lo dejé disfrutarme mientras gemía y me retorcía de placer. Keev me metió su rica lengua en el hoyito y me chupó produciendo deliciosos sonidos y ronroneos. Y es que cuando mi esposo ronroneaba, poco me faltaba para llegar al orgasmo.
Su lengua pasó por mi monte y después regresó a mi clítoris, me besó las piernas y siguió chupando hasta que decidió ponerse de pie y agarrar su verga. Lo sentí acercarse al hoyito de mi ano y apoyar la puntita de su glande. Lo comenzó a meter y mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba tan excitada que, a pesar de tener mis manos amarradas, las llevé a mi cuello y comencé a presionarme como si me estuviese ahorcando.
—No pares… Dios, qué rico se siente.
Keev gruñía, empujaba y se detenía para que me fuese acostumbrando hasta que consiguió estar totalmente adentro y sus bolas tocaron mis nalgas. Al principio hizo movimientos suaves, pero con forme nos íbamos acostumbrando, sus embestidas aumentaron de fuerza. Aprovechó tenerme de frente e introdujo dos dedos en mi conchita.
—¿Te gusta?
—Sí, mucho…
Él estiró sus manos y me azotó los senos que no dejaban de moverse. Arriba y abajo, grandes y ricos. (¿Quieres verlas? Ve a mi perfil). Ahí, follada en el culo por una polla gruesa y en el coño por un par de dedos me sentía la más puta. Siempre quería más, y pensé que un par de hombres más no me vendrían nada mal. Uno que me estuviera follando el culo, el otro la concha y el tercero la boca. Que me tratarán como la puta que era.
De hecho, una de mis más grandes fantasías era estar rodeada por varios hombres para que uno por uno me follaran. Que me destrozaran la concha a vergazos y las nalgas con azotes de manos, para que finalmente se masturbaran y eyacularan sobre mi ano. Qué rico sería sentir a Keev penetrándome el ano con sus dedos para hacer que todo ese semen terminara de entrar.
El pensarlo me hizo estallar. Un chorrito salió de mi conchita a pesar de que Keev seguía sacando y metiendo sus dedos. Mi anito se apretó alrededor de la polla gorda de mi esposo y un tremendo terremoto sacudió mi cuerpo.
—Qué zorra, me dejaste todo mojado. Pero date la vuelta que yo no he terminado. Vamos o te follaré esa boca hasta que te sea imposible tragar.
Me coloqué en cuatro patas sobre la cama y dejé que Keev me agarrara del trasero para penetrarme por la vagina. A pesar de estar sensible y de que esta comenzaba a arderme, dejé que mi esposo me follara con violencia, que me golpeara en las nalgas y me halara del cabello hasta que su semen se desparramó dentro de mí y se escurrió hasta el edredón.
Me tiré exhausta en la cama, Keev me abrió un poco las nalgas y observó mi conchita toda rica y deliciosa cubierta de su lechita blanca. Se agachó y le dio tres lengüetazos, me chupó y escucpió, todo esto me hizo estremecer.
—¿Sarah?
—¿Qué pasó, cielo?
—Vamos a ducharnos —me dio un último azote—, traje la pasta que tanto te gusta para cenar.
Sin pensarlo dos veces me levanté, me paré sobre la cama y me lancé a sus brazos. Él me cargó. Su cuerpo desnudo y el mío cubiertos de sudor. Juntos nos fuimos a la ducha.