Siempre he sentido mucha admiración por la madre de mi amiga, la señora Mariana. Es una mujer muy guapa, de aspecto joven, pelo largo y liso y ojos grisáceos. Cada vez que la veía, me sentía atraído por ella y me preguntaba cómo sería estar con ella.
Un día, cuando iba a visitar a mi amigo, encontré a la Sra. Mariana sola en casa. Mi amigo había salido y ella estaba allí, sola, y me invitó a tomar un café. Salimos al jardín de la casa y empezamos a hablar. La conversación fluyó con tanta naturalidad que nunca antes habíamos hablado tanto. Me contó su vida y me dio algunos consejos.
No podía dejar de mirarla. Por más que lo intentaba, no podía apartar los ojos de ella. Era tan guapa, tan sensual. Mientras hablábamos sentí que había algo entre nosotros. Entonces se acercó a mí y me dio un beso.
En ese momento, me perdí. No podía dejar de besarla. Era tan intenso, tan excitante. Nuestros cuerpos estaban pegados y nuestras lenguas se tocaban. No podía creer lo que estaba pasando.