Me levanté de la siesta un poco desconcertado, dos horas seguidas de tan excepcional invento no pueden ser buenas, y más en verano, aquel año me habían dejado solo en casa y la ausencia de ruido logro tal inusitado descanso. Subí la persiana de la habitación, e inspire fuertemente, una bocanada de aire húmedo me espabilo por completo, la descarga instantes antes de una tormenta veraniega había dejado ese típico olor a lluvia y la pegajosa sensación de humedad que producen esos singulares chaparrones.
Me desvestí y me metí en la ducha, una ducha fría recuperadora para volver a sentirme persona, de repente sonó el timbre de la puerta, me coloqué como buenamente pude una toalla y tras ir medio resbalando por el pasillo abrí la puerta. Era una amiga de mi madre, cuarenta y muchos, castaña, de mediana estatura, se notaba que se cuidaba, siempre sonriendo y bromeando.
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