Siempre he sido un hombre seguro de mí mismo, no solo por mi estatura o mi físico, sino por mi forma de ver el mundo. Ana, mi novia, era mi opuesto: morena, intensa, con curvas impactantes y una curiosidad que nunca intentaba ocultar. Desde el principio de nuestra relación, habló abiertamente de su atracción por las mujeres, y un nombre surgía con frecuencia: Juliana.