Al año de haber empezado mi relación con Alexandra ya habíamos experimentado los placeres de la masturbación mutua y el sexo oral, pero ya pasado tanto tiempo sentíamos la necesidad de hacer algo más. Ella, como mujer, sentía que debíamos hacer algo nuevo para afianzar nuestra relación. Yo, como hombre, sentía que debíamos hacer algo nuevo para tranquilizar mi cochambrosa mente. Sin embargo, paradójicamente, ella no quería entregarme su virginidad aún, puesto que provenía de una familia de «puritanos» valores.
Dado que siempre sentí una atracción casi animal por el sexo anal, y aprovechando el hecho de que ella deseaba tanto nuevas experiencias sin comprometer su virginidad, comencé a estimular la parte trasera de su cuerpo. Cuando nos besábamos ya tenía por costumbre acariciar su espalda, hasta excitarla tanto que quitarle el sostén le resultaba placentero, sin embargo, un día decidí poner en curso mi plan para convercerla y
arrastarla a mi deseo de prácticas anales. Yo estaba sentado en la silla frente a la computadora de mi cuarto y ella estaba sobre mi besándome cándida y suavemente a la vez, tomé sus caderas y sutilmente fui deslizando mis manos por debajo de su blusa hasta llegar al bordillo de su pantalón; en otras oportunidades había introducido mis manos dentro y agarrado sus bellas nalgas, pero esto no era lo que me proponía a hacer; con una mano la empecé a acariciar desde el broche del sostén y fui bajando por su columna hasta introducir mi mano en su pantalón y apartando su pantaleta, con el dedo medio, me dispuse a tocar su suave piel hasta llegar a la «zona prohibida». Esto la sobresaltó y casi instintivamente se alejó de mí y me preguntó:
– ¿Qué estás haciendo?
– Experimentando cosas nuevas- le respondí un tanto descarado.
Con cierta duda e inocencia dijo:
– ¿Estás seguro?
Sólo sonreí, la tomé del rostro e hice que se inclinara de nuevo y me besara, mientras la otra mano volvía a retomar su tarea. Una vez más, con el dedo medio volví a sentir esa parte tan discriminada del cuerpo humano. Me sorprendió lo rápido que le empezó a gustar a Alexandra esa sensación, soltó un gemido mientras nuestras lenguas se acariciaban y aprovechando esa muestra de placer presioné su ano hasta que finalmente mi dedo se introdujo. De nuevo se sorprendió, pero esta vez sólo separó sus labios de los míos sin alejarse, y dijo:
– Es extraño… pero se siente muy bien.
Comenzó a mover las caderas (cosa que normalmente hace cuando la estoy masturbando) y gemía de incontenible placer. Yo presionaba con más fuerza tratando de introducir más mi dedo por su cavidad, pero su virgen y estrecho ano hacía difícil esta tarea. Lamentablemente esta primera experiencia anal no pudo concluir de manera satisfactoria puesto que siendo un joven universitario aún vivía con mis padres. Escuché el carro de mi papá estacionacionándose, y le dije a Alexandra que debíamos detenernos; se levantó y se sentó en la otra silla. Me di cuenta que ya calmada se sintió incómoda por lo sucedido, estaba sonrojada y el resto del día rehuyó mi mirada y en ningún momento entablamos tema sobre lo ocurrido. Cuando se fue, tenía la idea de que no ibamos a volver a hacerlo por la actitud que tenía. Sin embargo, durante la noche, me escribió un mensaje disculpándose por como se había comportado después de haber hecho «eso». Me explicó que le había encantado pero que por haberle introducido el dedo ya no se sentía virgen y eso fue algo que le preocupó al instante. Dado que se habían renovado mis esperanzas, la engatusé diciendo que la virginidad sólo se pierde por la vagina, cosa que los religiosos no creen pero, ¿qué diablos me importaba? Quería tener sexo anal con ella y si debía engañarla para que cometiera un pecado a los ojos de su Dios lo haría. No tuve que decirle mucho para convencerla, y posteriormente me dijo que quería repetirlo, y la oportunidad no tardaría mucho en llegar.
Alexandra y yo estábamos en la misma carrera, y a las pocas semanas de nuestra primera pero breve experiencia anal, nos mandaron un trabajo para realizarlo el fin de semana. Yo era parte del centro de estudiantes, así que tenía la llave del recinto y podíamos estudiar ahí. El sábado en la mañana fuimos varios compañeros (entre ellos Alexandra) a tratar de terminar el informe, pero todos tenían planes para la tarde, y así, a las 4pm aproximadamente, Alexandra y yo nos quedamos solos. Ya estábamos cansados de estudiar así que decidimos distraernos de otra manera. No me desesperé, decidí que era mejor relajarnos como era usual. Comenzamos besándonos, acariciándonos y excitándonos como siempre. Al rato empecé a tocarla por encima del pantalón en la entrepierna y estaba tan excitada y mojada que me dejó los dedos húmedos. Eso me dio una idea.
– Quiero meterte el dedo- le dije al oído.
– ¿Pero y si alguien llega y nos ve?- me preguntó.
– Es fin de semana y a esta hora nadie viene al centro de estudiantes- le mentí.
– ¿Seguro?
– No tienes que preocuparte.
Se levantó de su puesto para colocarse encima de mí como la primera vez, pero la detuve y le dije:
– Quiero hacerlo distinto. Quiero ver.
– ¿Qué quieres ver?
– Quiero ver cómo lo meto.
– ¿Por qué?
No le respondí, sólo la agarré por la cintura, le di media vuelta quedando frente a la mesa y le bajé el pantalón y la pantaleta. Era la primera vez que veía sus glúteos desnudos directamente, antes ya le había bajado los pantalones para hacerle sexo oral, pero tenerla en esa posición despertaba en mí cualquier tipo de fantasías morbosas.
Le agarré las nalgas, las apreté y las separé para dejar al descubierto su ano, acerqué mi cara y pude oler la característica fragancia del sexo femenino. Me acerqué tanto que mis mejillas tocaron cada nalga y con mi nariz pude rozar ese maravilloso hoyo. Luego, con mi lengua probé la esencia que la excitación de Alexandra desprende por su sexo y subí hasta poder mojar su ano con mi lengua. Alexandra muy bien se estaba adecuando a la situación, apoyó sus manos en la mesa y se agachó con la intención de darme más espació entré sus glúteos; gemía, y por momentos, sólo para excitarme, me preguntaba: «¿Qué haces? ¿Qué es eso tan rico que haces?»; se movía como si quisiera ser penetrada por algo, me insinuaba con sus movimientos que volvieramos a experimentar nuestra nueva lujuria.
Así que procedí a efectuar mi idea. Con el dedo medio, rocé la deliciosa vagina de Alexandra, lo mojé bastante para que el líquido actuara como lubricante, separé mi cara de sus nalgas y acerqué mi dedo al glorioso agujero que tantos placeres me traería. Sabía que funcionaría, mi dedo entró casi completamente, y seguí empujando para meterlo en su totalidad. Alexandra profirió un pequeño grito que alguien detrás de la puerta del centro de estudiantes podría haber escuchado, pero por fortuna no había nadie. Me levanté del asiento aún con el dedo dentro de ella, y le dije al oído:
– Será mejor que hagas silencio.
– No puedo, me duele un poco- respondió.
La verdad es que el lubricante sirvió para introducir el dedo pero no perduró, me percaté de eso al comenzar a mover el dedo, sacándolo y metiéndolo, con ritmo constante. Se sentía un poco áspero y por la tanto la fricción debía quemarle, pero no me importaba, yo seguía haciéndolo y ella aumentaba gradualmente sus gemidos. Le saqué el dedo y me lo llevé a la boca, ella vio esto y se alarmó un poco.
– ¿Estás loco?- me dijo.
– Sabe muy bien- le respondí.
En el dedo me quedó un olor, que era muy parecido al que queda cuando la masturbo por la vagina, le dijo eso pero no me creyó.
– ¿Quieres probar?- le pregunté.
– ¡No!
– ¿Qué tiene de malo? Es igual que cuando me lo chupas. O cuando me besas después de que te lamo la vagina.
– No, sólo méteme el dedo- y me dio un beso.
Hice lo mismo de antes, rocé su vagina, pero esta vez mojé tanto el dedo medio como el anular. Cuando quedaron bien lubricados presioné con ambos dedos su ano y entraron rápidamente, esto hizo que se recostara contra la mesa. Comencé a realizar el mismo movimiento de antes, y para mi sorpresa no hubo roce en ningún momento. Hasta la fecha no sé qué es ese líquido que segrega Alexandra por el ano, sólo sé que me encanta y hace del sexo anal una delicia.
Continuando. Mientras ella estaba recostada sintiendo placer anal, yo decidí masturbarme con la otra mano, estaba a punto de explotar de la excitación, así que necesitaba una removida. Ella se volteó para observarme y me vio con el pene en la mano.
– Yo te quiero masturbar- me dijo.
Desde esa misma posición estiró el brazo y primero tocó la cabeza del pene y la presionó. Estuve a punto de terminar, unas gotas salieron despedidas y cayeron en la mesa, pero presioné fuerte con mi mano y evité que saliera todo. Luego, apartó mi mano y me agarró el pene y comenzó a menearlo, a un ritmo similar con el que yo le metía los dedos. Cuando la palma de su mano se cubrió con mi semen se la llevó a la boca y la lamió mientras me veía, y seguido, sólo para perturbarla de nuevo, saqué los dedos de su ano y me los llevé a la boca con ese líquido extraño. Debo admitir que esperaba un sabor grotesco, pero la verdad es que «su jugo», como yo lo llamo, es delicioso, el olor es fuerte pero lo asocio con el olor del sexo. Como esperaba:
– ¿Estás loco?- me preguntó de nuevo, sin cambiar de posición.
– Deberías probar para que veas porqué lo hago- le respondí.- Te aseguro que te gustará, es como el sabor de tu cuquita- en Venezuela se le dice cuca a la vagina de la mujer. Le acerqué los dedos pero se alejó un poco y respondió:
– Huele raro.
– Un poco, pero sabe bien.
Sólo pasó la lengua por el sitio que yo ya había lamido y me dijo que no le gustaba. Lo dejé así.
– Te lo quiero chupar- me dijo.
Me senté, y ella aprovechó para subirse el pantalón después de haberse limpiado un poco el ano con unas servilletas. Supuse que no le agradó mucho lo que hice al final y decidió terminar con eso. No tuve objeción. Me parece que para haber sido una virgen anal accedió a hacer bastante y estaba satisfecho con las cochinadas que hice. Me dio una buena mamada y finalmente le terminé en la boca.
Ya eran casi las 5:30pm cuando terminamos, y dado que ella vive lejos de la universidad decidimos recoger las cosas y retirarnos. Caminando hacia el transporte que ella debe tomar, y como es costumbre en casi todas las mujeres, me preguntó qué tal me pareció. Le dije que es lo mejor que hemos hecho, y la empecé a alabar, no sólo porque se lo merecía sino porque no quería que se echara para atrás. No iba a descansar hasta haber tenido, propiamente dicho, sexo anal. Eso pareció convencerla de que hicimos bien, y esa misma noche me escribió un mensaje diciendo que se masturbaría pensando en todo lo que hicimos. Eso me dejó mucho más aliviado.
El domingo también nos vimos puesto que no habíamos terminado el trabajo el día anterior. Sin embargo, ninguno de los compañeros con los que estuvimos el sábado llegó. Yo no dejaba de pensar en todo lo que habíamos hecho y de vez en cuando le lanzaba comentarios obscenos para calentarla, pero no hacíamos nada sexual por si acaso alguien llegaba.
Eran las 2pm, ya habíamos almorzado y terminado el proyecto, y como la mentira de «un fin de semana en la tarde no llega nadie» seguía estando en la mente de Alexandra, se levantó y se colocó sobre mí, como la primera vez. Me besó en el cuello, y con un susurro en mi oído me dijo:
– ¿Continuamos lo de tu cuarto?
Eso me calentó a la primera, el pene se me endureció y ella lo sintió a través de su pantalón. Metí la mano bajo su pantaleta y comencé a tocarle el ano y presionarlo hasta que mi dedo entró. No estaba mojado así que no lo pude meter todo, pero ella se movía adelante y atrás, para sentir el roce de mi pene endurecido y el dedo en su ano.
NO AGUANTÉ. La levanté, la puse de espaldas, le bajé el pantalón y me bajé el mío y empecé a rozar mi pene por sus nalgas. Esa actitud mía le sorprendió bastante pero le gustó. Sonrió, apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó para que yo pasara mi pene por entre sus glúteos. La cabeza de mi pene estaba mojada de semen así que presioné mi cuerpo contra el de ella hasta que hubo entrado, no fue difícil, pero ella pegó un pequeño salto. Yo seguí presionando y mi pene entró completamente, ella trataba de alejarse pero chocó contra le mesa, así que la abracé por el abdomen con un brazo y con el otro le sujeté un seno. Pude ver en su perfil que le estaba doliendo. No decía nada, no gemía, sólo tenía los ojos cerrados y la mandíbula apretada.
– ¿Te duele?- sólo pregunté para molestarla, ya sabía la respuesta.
– Sí.
– ¿Mucho?
– Sí, me ardió. Sácalo.
– Olvídalo. Te voy coger.
Comencé a moverme. Su ano estaba apretado, y sin lubricante y con la velocidad con que me la cogía, mi pene ardía por la fricción. Ella siseaba para tratar de no gritar, y trataba de alejarse pero la mesa y mi abrazo no la dejaban. No podía hablar, no me decía que la dejara, no abría la boca porque saldrían gritos, así que yo, por pura maldad, no sólo me la cogí rápido sino duro. Sus nalgas rebotaban contra mi pelvis, sus piernas finalmente se debilitaron y trató de caer al piso en un intento de liberarse de mi violación, yo fui más rápido y la recosté contra la mesa poniéndome, además, encima de ella. Así continué, a lo largo de la follada no hubo rastro de su jugo, por lo que el ardor siguió hasta el final, terminé dentro de su ano y me quedé recostado un rato encima de ella, un par de minutos como mucho. Cuando me levanté y saqué mi pene un hilillo de semen se despidió de su rojo e irritado ano. Ella seguía recostada aún con cara de dolor. Yo, un poco más dentro de mis cabales, le pregunté:
– ¿Cómo te sientes?
– Aún me duele.
La ayudé a limpiarse (aunque gran parte del chorro de semen que boté quedó dentro de ella) y sentarse. Para sorpresa mía sonrió y dijo:
– Me gustó, pero me dolió mucho. Supongo que me tengo que acostumbrar.
Genial, pensé. Traté de disimular mi sadismo y la besé diciéndole que la próxima vez lo haría más suave. Ella me respondió con otro beso.
Al final, Alexandra quedó satisfecha porque esa experiencia nos impulsó a seguir más tiempo juntos, se «afianzó nuestra relación». Yo aún estoy alimentando mi perversión con ella, he conseguido que hagamos muchas cochinadas juntos. Al fin y al cabo, cada quien obtuvo lo que quería.