Experiencias con masajistas

Ayer necesitaba relajarme, y busqué en webs de masajes que incluyen fotos, pero no me parecía ninguna profesional suficientemente guapa.

Decidí visitar una web de experiencias con profesionales del relax. Entré en la zona de masajistas y fui leyendo algunas expes hasta llegar a una, la de una tal Cristina, que sí encajaba con lo que quería: 1’60, delgada de gym, 50kg, castaña, ojos verdes, española, universitaria. No ofrecía sexo, y todas las opiniones eran negativas por ello. Decidí llamarla. Quedé a la salida del curro, y me dirigí a la dirección. Es curioso el protocolo de que te citen en un portal sin saber el piso, y al llegar debas avisar para que te den la dirección concreta. Subí y me abrió una chica como las que ligo en el bar de Derecho. Era abogada además según me dijo, y trabajaba en

una gestoría. Lo de los masajes y «tal», era para pagarse sus caprichos. Le había pedido que estuviera vestida, alguna vez he ido a sitios así y te reciben en pelotas. Llevaba un vestidito corto veraniego, y eso me encendió la pasión. Le pregunté si podía abrazarla y acariciarla, es lo que deseas cuando ves a una tia así por la calle, y no lo haces por respeto. Ella aceptó. Mi pantalón de verano permitió que mi pene se pusiera cómodo al estirarse. Ella lo notó y se dio la vuelta ofreciéndome su culo. Me perdí por su raja, tenía una cadera estrecha, culo respingón y muy firme, y una cintura de avispa. Decidí sacar al amigo, porque protestaba, y se lo planté en sus nalgas por encima del vestido. Ella se movía restregandose bien contra mi barra de acero al rojo. Alguna vez había soñado con meterlo por debajo de la falda a alguna compañera cuando se arrimaban a la mesa de recepción, así que hice justo eso.

Es ella tan fina que mi glande asomaba al otro lado de su entrepierna. A ella le gustó ese calor, y al mover su culo sus muslos internos me acariciaban el rabo. Le dí la vuelta y le quité el vestido. Iba sin sujetador y un tanguita de seda liso, minúsculo, sus labios vaginales asomaban por los lados. Volvía a abrazarla metiendole el pene por delante, ella tuvo que ponerse de puntillas para que pasara bien, y prácticamente se sentó sobre mi verga. Si seguía jugando a eso un minuto más me correría y llevaba poco tiempo de la hora acordada. Me desnudé y tumbé en la cama, ella empezó un masaje de pies a cabeza. Al llegar al abdomen le pedí que se pusiera sobre mis piernas, para trabajar mejor con los dos brazos. Ella dudó pero accedió rápidamente. Fue

reptando por mis muslos hasta sentarse sobre mi falo. La tomé de su cintura y le pedí que se frotara. Ella sonrió y me dijo que le gustaba ese juego. Se movía como si follaramos mientras su coño y mi pene se rozaban como si fueramos a hacer fuego. Tanto se movía que el tanga se iba deslizando hacia un lado, y en un momento ya rozabamos piel con piel. Deseaba penetrarla, levanté la cadera y se clavó el capullo en su vagina. Al no poder resbalar ya sobre mi se sobresaltó, y abrió los ojos. Se quedó quieta y mirándome a los ojos me pidió que si iba a correrme que me retirara ya. No soy de facil eyaculación, y le dije que no, que no pensaba correrme. Llevábamos ya 30 minutos frotándonos, y no me había corrido todavía, por lo que podía hacerlo más tiempo. Ella se convenció y me dejó el glande atrapado en su coño. Poco a poco fue relajandose y

apoyandose en mi cadera para metérselo entero. Se reclinó sobre mi pecho y comenzó a moverse de nuevo, haciendo que el pene entrara y saliera casi del todo de su vagina, a una velocidad pasmosa. Al poco me dijo que si no me corría, como pude le dije que no. Ella seguía moviendose como poseida, entonces sí sentí que iba a correrme. Le pregunté hablándole a su oreja si podía acabarlo con un francés. Ella me dijo que no. Paró. Pensé que se había molestado, pero no, sin desempalarse se giró dandome la espalda y siguió cabalgando. La cogí de sus tetas, una 85, pero duros y calientes, con una aureola pequeña y pezones juguetones. Le pedí que ella se tumbara, porque vi que entre el orgasmo que acababa de sentir y el esfuerzo, comenzaba a moverse

más despacio. Se puso boca abajo, y me subí sobre sus piernas, deslicé mi rabo por entre sus muslos para ponerlo a tono, y al llegar a su pubis se lo deslicé. Entró en su vagina con cierta dificultad por la postura, pero sentirlo apretado me hizo que la erección tuviera peligro de reventarmelo. Tras unos cuantos empujones, y por sentir como de nuevo tenía otro orgasmo, por los temblores y sacudidas de sus piernas, me corrí en su interior. Cuando por fín se me relajó nos separamos. Nos hicimos buenos amigos, hasta que ella decidió dejar ese trabajo.

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