El tema del sexo anal surgió con mi hermano Álex hace unos días.
Yo le provoqué durante todo el día, y el pobre estaba desesperado por la noche. Por un momento tuve pánico a que estuviera enojado conmigo. Yo afirmé que lo tenía virgen con veintiún años. Álex confesó no haberlo probado a sus veinticuatro ni siquiera con su novia. Decidí ofrecerle mi culito para contentarlo, y esa noche probamos, pero yo me quejé de que dolía.
Probamos nuevamente el día siguiente.
La idea era hacerlo poco a poco, varias veces cortas a lo largo del día y con ayuda de algún lubricante especial. El problema es que apenas me dolía al meterla, pero me quemaba al sacarla. Propuse hacerlo en la ducha para que el agua me refrescara la zona.
A mediodía estábamos en una farmacia. Yo no quise pedir el producto porque me daba vergüenza. Imaginé al farmacéutico mirando mi rostro angelical, tomándome por una adolescente porculera. Lo compró mi hermano y nos fuimos la mar de contentos. Se trataba de vaselina especial para sexo anal, y en la cajita se leía con letras bien grandes, “Efecto polar”. Entendimos que refrescaría el agujerito más que el agua tibia que sale por el caño en julio.
Llegamos a casa con prisa, fuimos a la ducha, nos desnudamos, me coloqué cara a la pared y saqué el culo todo lo posible.
-Esto tampoco funciona -dije con tono de resignación-. Ahora recuerdo algo que me dijo Mariloli.
-¿En serio existe la tal Mariloli? -preguntó mi hermano frunciendo el entrecejo-. Anoche la nombraste tanto, que pensaba que la habías inventado.
Solté varias risitas, asentí con la cabeza repetidamente y añadí:
-Ella dice que es importante hacerlo en una postura que permita separar las nalgas cuanto más mejor.
Álex hizo un gesto con la mano, expresando que se le había ocurrido una idea. Se secó con prisa, fue corriendo al jardín y regresó con un banco de madera, sin respaldo y con un cómodo cojín. Me pareció que podría estropearse con el agua, pero mi hermano explicó que era especial para exteriores, que aguantaba las inclemencias del tiempo incluida la lluvia.
Ordenó que me tumbara boca arriba y me abrió las piernas al tiempo que las alzaba. Luego pidió que me las cogiera con las manos para que no cedieran. Era imposible hallar mejor postura, y lo intentó con abundante vaselina un par de veces, pero yo seguía quejándome de quemazón al sacarla. Decidimos intentarlo pasado un buen rato; no obstante, ya que estaba como estaba, le pedí que me diera una follada por el coño hasta correrme. Él quiso hacerlo también, pero le pedí que se abstuviera por razones obvias.
Estas razones se resumen en que mi hermano es un tanto flojo, le cuesta muchas horas motivarse de nuevo tras eyacular. Esto le impediría ponerse a tono cuando probáramos otras tantas veces. Le costó resignarse y repetimos seis o siete veces antes de que regresaran mis padres. Al final de la noche, cuando los papás dormían, fuimos al cuarto de la lavadora en el otro extremo del chalet, y allí nos desfogamos los dos.
Seguimos este mismo proceso los dos siguientes días. En todos los intentos me quejé con motivos similares y apenas se producían cambios significativos.
El tercer día ocurrió algo inimaginable.
Yo había regresado de mi salida con las amigas y estaba en mi dormitorio hablando por teléfono con Sonia, una compañera y amiga de universidad. Cuando la colgué, bajé a darme un baño en la piscina. Me extrañó ver a mi hermano sentado en el bordillo, cabizbajo y con cara de cabreado. Yo sabía que iba a cenar con la novia y luego irían al cine a la sesión de las once. Le pregunté por su repentino regreso y respondió de mala gana.
-Hemos discutido por una tontería después de cenar y cada cual a su casa. Lo peor de todo es que tenía ganas de follar con ella para desahogarme. -Hizo una pausa, me lanzó una mirada matadora y añadió golpeando el agua con el puño cerrado-. La culpa es tuya, que me has tenido a dos velas todo el día.
Me sentí devastada. Nunca me había hablado de un modo tan cruel, pero tenía razones sobradas para hacerlo. Le contenté proponiendo coger el coche de mamá, ir a un lugar discreto y follar como animales. Yo no entendía por qué, pero me echó el polvo más rápido de la historia, apenas cinco minutos de intenso mete-saca, lo justo para correrse. Yo me quejé amargamente porque ni tiempo tuve para imaginar un orgasmo.
Lo interesante de esta historia vino el día siguiente.
Yo dormía la siesta y desperté sobresaltada. Álex estaba sentado a horcajadas sobre mi estómago. Le pregunté qué hacía y respondió con incógnitas.
-No preguntes porque rompes la magia del momento. -Sonrió de un modo sospechoso y añadió-. Siempre te quejas de que no te sorprendo y quiero hacerlo ahora. Solo dime si quieres que siga. Te garantizo que te gustará.
Vacilé un instante y asentí con los ojos intrigada.
Tiró de mis brazos para incorporarme, me quitó la camisetita que uso para dormir y pidió que volviera a tumbarme con los brazos estirados hacia atrás.
Una vez estuve como había ordenado, rebuscó con la mano detrás de sí y mostró un par de cinturones. Dijo que eran de nuestros albornoces, suaves porque pretendía atarme al cabecero de la cama. Mi mente comenzó a fantasear y pregunté sonriendo si pretendía torturarme. Álex afirmó varias veces con la cabeza, amarró mis manos e hizo lo mismo con los pies, tras despojarme de la braguita y sacar otros dos cinturones. También había desvalijado los albornoces de nuestros padres. Quedé con el cuerpo y las extremidades en forma de equis.
-Ahora quiero que cierres los ojos y no los abras hasta que te diga -ordenó con tono misterioso.
Obedecí y supe que salía del dormitorio al alejarse el sonido de sus pasos. No tardó en regresar, y sentí que algo suave me acariciaba los pechos. Pregunté de qué se trataba. Respondió que era la boa de visón de mamá.
Gemí de gusto por las placenteras caricias de semejante instrumento de tortura, me mordí el labio inferior y rogué pidiendo más.
-¿Quieres que te muerda los pezones? -preguntó Álex y se puso caprichoso-. Si quieres que lo haga, tienes que suplicarlo.
Ya venía rogando, pero no me importó cambiar el verbo y supliqué.
-Me encantan tus tetas redondas y firmes -dijo al tiempo que las acariciaba con las manos-. Ahora mismo, aplastadas contra el pecho, parecen dos huevos fritos -bromeó y soltó varias carcajadas. Luego siguió regalándome los oídos-. Las areolas son las yemas y los pezones puntiagudos… -Hizo una pausa porque se le habían terminado las metáforas-. Los pezones son lo que me como primero.
No se los merendó, pero me mataban de gusto los mordisquitos que propinaba, al tiempo que deslizaba un extremo de la boa por el coño, y yo levantaba el culo para que abarcara mayor superficie. El muy cabrón me estaba poniendo a mil y supliqué que me jodiera de una vez.
-Es gracioso que supliques sin que yo te lo pida -dijo satisfecho-. Ha bastado una vez para que lo tomes como una imposición permanente.
-Me alegra que te regodees en la victoria -respondí jadeando de gusto-, pero métela de una vez, por dios te lo suplico.
-Mi estimada Laura, no vayas tan aprisa porque pretendo que dure -replicó Álex.
Abrí los ojos y sus labios dibujaban una sonrisa socarrona. Parecía recrearse en mi desesperación. Lo estaba y me puse exigente.
-No entiendo por qué demorarlo. Tampoco tengo claro tu propósito.
Mi hermano me miró fijamente a los ojos y respondió algo que me dejó helada.
-Tiene que ver con dilatarte el agujerito. Según mi amigo Josemari, lo mejor es poner a la hembra cuanto más cachonda mejor, de este modo es más receptiva.
Un mal presentimiento cruzó mi cuerpo de la punta de los dedos de los pies a los de las manos. Con la voz temblorosa, pregunté de dónde coño se había sacado este amigo. Álex respondió de modo enigmático, afirmando que mi amiga Mariloli, no lo era tanto, porque no me habló de su hermano Josemari.
Pensé que me tomaba el pelo, pero abandoné este pensamiento cuando su lengua recorrió los labios vaginales, y se concentró en lamer el clítoris. Quise tomar su cabeza con las manos y dirigirle. Fue un impulso inconsciente e imposible, olvidando por un instante que estaba atada. Lo importante es que me lo comió de lujo al tiempo que follaba el coño con los dedos. Así no tardé en alcanzar un intenso orgasmo.
Me encontraba en pleno estado de relajación cuando, colocando una segunda almohada debajo de mi nuca, mi rostro se inclinó hacia adelante, situó el glande en mis labios y forzó con la verga para que se abrieran. Sujetándome la cabeza con las manos, comenzó a follarme la boca sentado sobre mi pecho. Apreté los labios cuando lo ordenó, y temí que se corriera antes de tiempo debido a su ímpetu.
-Ahora sí pienso joderte en serio, pero tiene que ser a mi manera -dijo pasados un par de minutos, mirándome a los ojos. Yo recibí la noticia ilusionada y sonreí feliz.
No me preguntó si aceptaba. Yo entendía que la pregunta iba implícita en su exigencia y acepté sin rechistar. Álex salió del dormitorio y regresó enseguida portando el banco del jardín. Volvieron a mi memoria los buenos momentos pasados bajo la ducha los días anteriores, pero mi hermano me tenía preparada una sorpresa.
-Imagino que te ha gustado hasta ahora -dijo con rostro optimista-. ¿Quieres seguir con el juego de follar atada?
Caramba con la preguntita. No era capaz de imaginar cómo sería, pero nuevamente acepté.
Me pidió que me tumbara boca abajo en el asiento del banco y dejara las piernas colgando a los lados. Lo hice con ellas flexionadas, las ató a las patas traseras y los brazos a las delanteras. Yo estaba asombrada; sin embargo, no tenía temor alguno, pensaba que las nalgas estaban suficientemente separadas si pretendía intentarlo por el ano. Aun así, le recordé que debía hacerlo con cuidado.
-Conozco de sobra cómo va esto -dijo cuando estuvo arrodillado detrás de mí.
Fue todo un detalle que comenzara follándome por el coño. Lo hizo aferrado con las manos a mis caderas e impuso un ritmo brutal desde el principio. Yo gemía y chillaba de gusto con cada penetración, sin contenerme, abandonando los sentidos al pleno disfrute. Estuvo dándome de lo lindo un rato hasta que me corrí como una cerda por segunda vez. Yo no era capaz de comprender de dónde sacaba tanta energía, pero jugaba a mi favor y me sentía feliz por ello.
-¿Dónde guardas la vaselina? -preguntó Álex.
-Está en el suelo del armario, en el interior de uno de los zapatos rojos -respondí entre risitas-. Lo escondo porque no me gustaría que mamá lo encontrara por accidente. Ella sabe de sobra que no debe hurgar en el armario
Álex rebuscó donde le había indicado, lo abrió, echó un buen chorro en el ano y lo esparció a conciencia. Para mi sorpresa, volvió a penetrarme el coño y comenzó a follarme. Mientras lo hacía, introdujo el dedo corazón en el ano y lo metió y sacó varias veces. Luego repitió añadiendo el índice, y los retorcía juntos cuando entraban y salían.
-Veo que no te duele cuando lo hago con los dedos -dijo después de sodomizarme con ellos un par de minutos.
Gemí varias veces y suspiré otras tantas. Me daba mucho placer, pero debía tomarme tiempo para responder. Algo en su comentario olía a cuerno quemado.
-Ahora que lo comentas, empiezo a notar ciertas molestias -respondí quitando hierro al asunto, sin atreverme a girar el cuello y mirarlo a los ojos.
Mi hermano sacó la verga, se puso en pie y salió de la habitación sin dar explicaciones. Regresó unos segundos después portando en la mano su celular, se arrodilló otra vez, lo dejó en el suelo y noté otro chorro de vaselina en el ano.
-Eres la mayor sinvergüenza que he conocido, una golfa de cuidado -dijo con tono agresivo. Acto seguido tomó el teléfono, desplazó el dedo por la pantalla y añadió-. Escucha atentamente.
Le dio al play y creí que mi mundo se derrumbaba cuando escuché.
-Claro que se lo ha creído el tontorrón. -Era mi voz y unas risitas a continuación-. Aunque creo que lo de Mariloli fue excesivo, me ha costado convencerle de que existe.
Vino una pausa y mi hermano aprovechó para clavármela de un empujón en el ano. Grité sorprendida y rogué que la sacara, pero Álex insistía en encularme gritando, una y otra vez, que era la más golfa que había conocido. Volvió a sonar mi voz en el altavoz.
-Es un chico que conocí hace unas semanas. Con el asunto de estrenarme por el culo, y mira que lo tengo estrenado hace más de un año, poco antes de cumplir los veinte. -Otra breve pausa en la que se escucharon mis risas-. Ha venido los tres últimos días y me ha regalado de gratis un montón de orgasmos diarios. Ya he perdido la cuenta. -Más risas al tiempo que añadía-. Lo mejor de todo, es que lo he tenido a dos velas hasta la noche.
Quise que me tragara la tierra cuando mi hermano paró la reproducción. Evidentemente, sobraba fingir y seguir con el cuento. Tenía que afrontar la situación. Gimiendo de gusto porque me daba por el culo a base de bien, le pregunté por qué tenía aquella grabación. Resoplando como un jabalí herido, respondió que me había escuchado en el pasillo la noche anterior, cuando regresó repentinamente de su cita con la novia. Dejó de escuchar y grabar cuando hubo tenido suficientes argumentos para fraguar su venganza. Por esto estaba de mala uva cuando lo encontré en la piscina. Por esto me había pegado el polvo más rápido de la historia, para dejarme a medias y con las ganas.
-Ahora que todo está claro -dijo Álex tras las explicaciones-, suplica que te destroce el culo, reconoce que eres una golfa y olvido esto. Por el contrario, si no lo haces, aquí termina todo.
A estas alturas, él ya sabía que no me producía dolor alguno, sino todo lo contrario. Me lo puso fácil en este sentido, era un gesto generoso teniendo en cuenta lo que le hice. Por esto no me costó suplicarle que me diera por el culo y reconocer que era una golfa.
Podría decirse que soy un tanto rara, puede que se debiera a la situación, pero esta fue la primera vez que tuve un orgasmo solo con sexo anal, para mayor sorpresa, justo en el momento en que me llenaba el recto de semen.
Más tarde, cuando todo esto quedó en una anécdota, recobré el ánimo y la confianza para suplicarle por última vez, esta vez para que me perdonara.
La moraleja del cuento es que mi hermano erró el tiro porque estaba obcecado. No se paró a pensar que, pretendiendo darme una lección o castigo, me premió con algo que sabía que me gustaba.