El Internado (Primera parte)

El internado

1 – Camila

Estaba enojado con la vida. Más que eso, decepcionado. Fruto de una separación en malos términos, sumado a una equivocada idea que mi mujer iba a ser amable en la repartición de bienes (que no lo fue), terminé teniendo que trabajar, a mis 55 años para poder vivir. Por suerte, los oficios aprendidos de joven me sirvieron para esta colocación de encargado de mantenimiento en un internado de alta categoría en las sierras cordobesas.
El trabajo no era malo, mi capacidad me permitía hacerlo sin matarme, la paga era bastante aceptable y, además, no gastaba nada. Tenía alojamiento (una cabaña retirada en el bosque), comedor gratis y ningún lugar donde gastar la plata. El internado estaba alejado de todo. Como soy tranquilo y me gusta la naturaleza, no la pasaba tan mal, no tengo hijos para mantener ni preocuparme y consideraba esto unas vacaciones transitorias, pensando buscar otro trabajo ni bien pueda.

No tenía relación alguna con las alumnas (era un internado de mujeres). La Secretaría arreglaba los horarios para que yo reparara en los lugares donde no había clase. Apenas veía, a veces y de lejos, a las alumnas. Se las veía ordenadas y obedientes. El lugar tenía fama de ser muy estricto, tal como me dijeron los escasos pobladores que conocí las dos veces que había bajado al minúsculo pueblo a tres kilómetros del colegio.
Pero un día hubo un corte general de luz y tuve que ir a reparar el cortocircuito, revisando palmo por palmo la instalación hasta encontrarlo. Eso me llevó a tener que entrar a las habitaciones de las chicas, a los baños y, en resumen, a todos lados. También sirvió para poder ver a las alumnas (todas jóvenes de secundaria) y que ellas me vieran a mi. Si bien hice deportes toda mi vida, no creía ser un posible objeto de deseo para criaturas tan jóvenes. Pero no contaba con un detalle: era el único hombre en diez kilómetros a la redonda fuera de sus profesores, que eran solo dos, viejos y acartonados. El resto eran todas mujeres.

Así fue que empecé a descubrir que era el centro de miradas de muchas y (después me enteré) el ícono sexual posible de esas jovencitas alborotadas por las hormonas y en pleno despertar de su sexualidad. La primera advertencia de esto vino desde la Dirección. Alguna santurrona entre las alumnas paso el dato de los comentarios que se escuchaban en los dormitorios y fui llamado para ser advertido de aquello que yo ignoraba y de lo cual era (hasta ese momento) inocente.
Mi elocuente cara de asombro, mi sincera aseveración de no tener idea de nada y mi repetido juramento de no querer hacer nada que me hiciera perder el empleo, llevó calma a las autoridades. Y realmente fui sincero. Por lo menos en ese momento lo fui.

El control ejercido en las aulas y dormitorios, la preocupación de no darme trabajos que me hicieran tener contacto con las chicas y mi real temor a que me despidieran alejó toda posibilidad de nada durante un tiempo. Y yo no hice nada para que esa realidad sufriera modificaciones.
Pero un sábado todo cambió. Los fines de semana quedaban pocas alumnas ya que a la mayoría la venían a buscar sus familias para pasar el fin de semana con ellos. Y, al haber pocas chicas, quedaba reducido el personal. En una finca tan grande y con tantas habitaciones, era complicado tener todo el tiempo bajo cuidado a las que se quedaban a pasar el fin de semana allí. Más que nada las veían al desayuno, al almuerzo y a la cena.

Ese sábado salí temprano a mi habitual caminata antes del desayuno que matizaba sacando fotos de la naturaleza, cuando escuché ruidos de alguien que se acercaba. Me oculté y, desde entre el follaje pude ver a una jovencita que avanzaba mirando a cada rato hacia atrás, para estar seguro que no la descubrieran. La seguí sigilosamente hasta un claro donde se acercó a un árbol, sacó una bolsa oculta en un hueco y, de ella, extrajo una revista y algo que me pareció una lona. Con eso, se metió en el bosque unos pasos hasta un lugar donde se acostó, empezó a mirar la revista y acariciarse.

De a poco fue abriendo su blusa para masajear sus pechos, levantó la pollera, bajó su tanguita y se masturbó. Al rato estaba concentrada es su calentura y gimiendo. Por supuesto, aproveché para filmar todo. Tenía la perfecta visión de lo que hacía e incluso de la cara de goce que puso al acabar. Pensaba que ese video me iba a servir para unas pajas.
Pero, no todo acabó allí.
Dos sábados después, había ido a caminar por el bosque después del mediodía (mi costumbre es almorzar temprano) y cuando volví a mi cabaña, descubrí a esa joven esperándome. Una hermosa jovencita (después supe que tenía 17 años), morocha, de bellísima figura, muy arreglada y en forma demasiado provocativa para los estándares del internado. Enseguida pensé que me iba a traer grandes problemas. Era evidente que quería algo más que masturbarse y su audacia hizo que intentara pasar del deseo que muchas tenían a tratar que se convirtiera realidad.
– “Hola”, la saludé, “que la trae por acá, señorita”
– “Ayyy, que formal. Tuteame”. “Venía a ver si podés arreglarme este alargue que uso para la notebook. Parece que no funciona”.

Todo esto había sido dicho con excesiva sensualidad y mirada pícara, mostrando su ingenuidad y poca experiencia en seducir. Mi primer deseo fue de dejarme llevar, meterla en la cabaña y cogerla, ya que era evidente que ella estaba dispuesta para eso. Pero me serené y le dije lo más cortante y serio que pude:
-”Señorita, este no es lugar para que usted esté. Y todas las reparaciones deben ser pedidas a Administración. Por favor, no me comprometa”
– “Uyyyyy, perdón. Es que la necesito ahora” y, haciendo un mohín y un pucherito (todo un beboteo), agregó “yo trataría de compensarte de la forma que sea posible”, mientras hacía lo posible para resaltar sus pechos (que eran para comerlos).
Me costó mucho contenerme, pero no podía echar a perder mi situación. Pero, a la vez, no quería perder el bocado que se me ofrecía y se me ocurrió una posible solución. Aprovechando que estábamos muy aislados y nadie podía escucharnos puse manos a la acción.

– “Señorita, lo lamento, voy a tener que reportarla a la Dirección”, dije mientras la tomaba del brazo y la obligaba (con bastante severidad y fuerza) a venir conmigo. Su cara se transformó por el terror.
-”No, no, por favor. Tengo ya muchas sanciones, me van a expulsar. Por favor, era una broma. Lo lamento, déjeme ir, se lo suplico”
– “No. No hay ninguna posibilidad. Tengo que reportarla” le dije mientras la obligaba casi a la rastra a venir conmigo.-
– “No,No, Se lo suplico. Solo quería divertirme un rato. Por favor”
– “De ninguna manera. Usted puso en riesgo mi trabajo”
-”Por favor. Hago lo que me pida, pero no me reporte.”
Estaba realmente aterrada. Empecé a preguntarle y me fue contando que se llamaba Camila, que estaba en el internado hacía tres años, que pocas veces salía (su familia vivía lejos y tampoco parecían darle mucha bola) y que ya había tenido varios problemas y sanciones.
-”No puedo dejarte ir. Si se enteran que estuviste acá, podrían sancionarme a mi”
– “Juro que no voy a decir nada”
-”No me sirve. Tengo que tener algo que me deje seguro”
– “Lo que sea, decime que tengo que hacer”
– La única forma que veo, es lograr que a vos te convenga más que a mi guardar silencio. Vení”. La llevé del brazo a un claro en el bosque.
-”Sacate la camisa”, le dije.-
-”¡¡¡Qué!!!. ¿Estás loco?”
-”Ya me parecía. Tus promesas sos falsas. No hay remedio. Vamos a la Secretaría” dije serio, la tomé del brazo y empecé a llevarla de prepo.
– “Pará. Pará por favor. ¿Qué querés?”
– “Tomarte fotos que, si me denuncias, le muestro al Director. Así estoy seguro que no me vas a denunciar”.-
– “¿Y tengo que desnudarme?
– Si. Eso o te denuncio para cubrirme”.-
– “Pero, esas fotos no se las mostrás a nadie ¿no?.-
– “No. ¿Te vas a desvestir si o no?
– “No quiero. No podes obligarme”, dijo en un íltimo intento de defensa.
– “Bueno, mirá lo que tengo”, le dije y le mostré el video que le había tomado.
– “¿Y eso?, dijo con asombro y miedo.
– “Eso es lo que todos van a ver si no hacés lo que te digo”
Se debatió entre la duda y las ganas pero lo que más se notaba era su temor por el video. Al rato dijo resignada. – “Bueno. Pero no mires”
Me di vuelta mientras le decía que tenía que sacarse también el corpiño. Al rato me dijo que estaba lista y yo le aseguré que no tenía intenciones de verla, solo de sacarle esas fotos para mi seguridad. Le indiqué (siempre sin verla) que apoye su espalda sobre un árbol y tire atrás sus brazos como para abrazarlo. Sabía que así sus tetas se verían mejor.
– “¿Estás lista?
– “Si”
Me di vuelta y le saqué cuatro fotos rápido. Me acerqué a ella (que se tapó cruzando los brazos) y le mostré las fotos.
-” Se te ve muy putita, ¿ves? ¿Querés que muestre estas fotos?”
– “¡¡No!!! por favor”, dijo suplicante.-
– “Entonces vas a tener que hacerme caso”. La tomé de un brazo y la llevé a un tronco donde la obligué a sentarse. “Mira a la cámara y tirame un beso”, lo cual hizo, después de algunos titubeos.
– “No, ese beso no. Quiero un beso que muestre lo caliente que estás. Agarrate las tetas mientras lo hacés”
– No, basta. Me voy”.- dijo levantándose.-
Le di un fuerte chirlo en la cola, la agarré del brazo y le atraje la cara hasta ponerla frente a la mía.
-”Vos viniste a provocarme. Estabas calentita y viniste a calentarme a mi. No te hagas la nena histérica conmigo. ¿Tenés ganas que deje reproducciones de estas fotos por todo el colegio? Seguro que no. Entonces ¿vas a hacerme caso?”, le dije con otro chirlo. Su reacción me sorprendió. Me miró suplicante y volviendo al beboteo de un rato antes me dijo:
– “No me trates así, papi. ¿Por qué me pegas? El bulto que tenés ahí abajo muestra que te gusto ¿o no?”
No había ni un ápice de enojo en su actitud. Mas vale toda ella actuaba como disfrutando de la situación. Esas palabras fueron dichas con toda la sensualidad que tenía, casi provocándome. Como si estuviera tomando el rol de nena sumisa.
– “Te trato así porque te portas mal. Porque no le hacés caso al papi. ¿Vas a portarte bien?.-
“Si papi, que querés que haga tu nena?
– “Que seas mi nena sumisa y hagas lo que te dije”, le contesté y le di otro chirlo.
Se soltó de mi, fue al tronco, se sentó, tomó sus pechos con las manos y los levantó como ofreciéndolos mientras me tiraba un beso y yo le sacaba foto tras foto.
– “¿Así te gusta tu nena, papi?
– “Si. Así. Obediente y putita. ¿Alguna vez tuviste un pene en tus manos?.-
Los ojos se llenaron de deseo a la vez que me mentía que sí. Le tomé una mano y se la lleve contra mi bulto. Lo tocó con suavidad y en la cara se le notaban las ganas
– “¿Lo querés tener y mirar?. Sacálo y acaricialo”.-
Con muchas ganas y con toda la inexperiencia, bajó mi cierre, soltó cinturón y broche, bajó el boxer y se quedó mirando mi pija, bastante dura a esa altura. Yo la filmaba.
– “¿Lo puedo tocar?”
– “Agarralo delicadamente y dale un besito”. Ella obedeció haciendo todo con el cuidado de la inexperiencia, dándole besitos y chupaditas en la cabeza de mi pija. Estaba extasiada. “¿Querés meterlo en tu boca?” Me miró sin saber que hacer. “Sé una buena nena y metelo en tu boquita” Sin hablar, fue probando de a poco, como saboreando el mejor helado hasta que lo empezó a mamar con ganas. “Mirame”, le dije y lo hizo.
Le indiqué como masturbarme, sosteniendo mis testículos en una mano, masturbándome con la otra y metiendo la cabeza en su boquita a cada vaivén. Yo seguí filmando hasta que la calentura me permitió. Guardé la cámara y usé las manos para tomarla de la cabeza y darle el ritmo que quería. Ella dejaba hacer. “Ahora va a comer lechita, nena. No quiero que se te escape ni una gota de mi leche. Toda entera tiene que quedar en tu boquita” Y en un momento le empujé la cabeza y le solté todo el semen hasta su garganta. Hizo un intento de salir, pero la retuve, mientras le acariciaba la cabeza y la cara. Al rato, la solté, le levanté la barbilla y le dije “Mostrale al papi la lechita en tu boca” Cuando lo hizo, le ordené ”Ahora tragala” Me miró con ojos de asombro a lo cual dije: “¿Querés otro chirlo? Sé una buena nena y haceme caso o te voy a tener que castigar. Sé una putita linda para mí y tragala” Cerró los ojos, tragó la leche y me miró como buscando aprobación. – “¡¡Esa es mi putita!!”, ante lo cual sonrió. La ayudé a levantarse, le di un beso en cada pezón y la abracé.
– “De ahora en más vas a ser mi putita, ¿entendiste?”.-
– “Si papi”
– “Te voy a mandar mensajitos y vas a obedecerme en lo que te digo, ¿sabés?. En los mensajes, cuando nombre a Shasha, es tu conchita (y le acaricié la entre pierna), Lulú tu culito (le dije mientras le metía la mano en ese ojete precioso) y las melli son tus tetas (le dije masajeándolas). ¿Está claro?”
– “Si papi. ¿Y a tu pija le puedo poner nombre?.-
– “Si, ¿cuál te gusta?
– “Maxi”, ¿te parece?.-
– “El que digas, la que se va comer mi pija por todos lados y quien la va a atender como una la linda putita sos vos. ¿o no?.-
– “Por supuesto papi”, dijo con un mohín
– “¿Te gusta ser mi putita?”.-
– “Si” dijo con entusiasmo.
– “¿Querés que te enseñe todo sobre el sexo?. Ella asintió. “Este va a ser nuestro secreto. No se lo digas ni a tu mejor amiga. Si esto se difunde tus fotos y este video van a circular por todo el colegio y todos van a saber lo puta que sos, ¿entendiste?”.-
– “Si papi. Pero no vas a tener ninguna queja de tu nenita”
– “Ahora vestite y andate”. Pero le dije que antes me de el número de su celular, su cuenta en Instagram y Tik-tok y hasta sus claves. Quería controlar que no diga nada de nosotros. Después me aseguré que le ponga un bloqueo al celular para que nadie pueda ver su contenido en un descuido. La abracé, le di un profundo chupón, le acaricié la cola y le ordené que se fuera y que me haga caso a las órdenes que yo le iba a dar por wassap desde otro celular bajo el seudónimo de Papi. Se fue por el sendero, contenta y dándose vuelta a cada rato para mandarme besos.
Y así fue como conseguí mi primera nena sumisa en el internado.

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