Como estaba repodrido de la gran ciudad decidí mudarme a un pueblo tranquilo. Encontré uno junto al mar, a medio mundo de mi casa natal y allí decidí quedarme. Todo era nuevo para mí. Excepto los bares. Siempre hay vida de bar en los pueblos y es allí donde se cuecen las habas.
Encontré un lugar en el centro del pueblo, que de todos los existentes reunía las condiciones de buen gusto, buena música y gente linda que una persona como yo necesita como entorno para que la cerveza, el vino o el café no le causen retortijones de estómago. Y de allí me hice parroquiano.