Mi matrimonio de 10 años pasaba por un mal momento económico. Mi marido se había quedado sin trabajo y mi sueldo de medio tiempo como recepcionista no alcanzaba para cubrir todos los gastos. Habíamos llegado a fin de mes con los últimos mil pesos que nos quedaban de la liquidación de Roberto y las cosas parecían ponerse peor.
Mis suegros, que siempre han sido un amor conmigo, nos propusieron que nos fuéramos a vivir con ellos y a la siguiente semana hicimos la mudanza.
Roberto dejó de buscar trabajo, en buena medida, porque al estar de vuelta en su casa paterna, se sintió cómodo en su mediocridad y mi suegra lo consentía como si fuera un niño. Incluso le lavaba la ropa. La actitud de ambos me molestaba y me hacía sentir tan mal, que pronto mi apetito sexual por mi marido desapareció.
Los primeros días sin sexo los sobrellevé bastante bien. Me sentía apenada por la situación con mi pareja, pero mi trabajo me ayudaba a distraerme. Como fue pasando el tiempo, mi vagina empezó a darme problemas. Sin querer me excitaba cuando veía la acostumbrada telenovela de la noche, y pasaban las ridículas escenas íntimas en donde una raquítica actriz se besuqueaba con un hombre con pechos más grandes que los de ella. También me incomodaba cuando en el trabajo, alguno de mis compañeros me decía algún piropo, por muy inocente que fuera, porque me ponía húmeda al instante. Tomé la costumbre de masturbarme a escondidas en el baño de visitas de la casa de mis suegros al menos una vez por semana. Pero eso solo aliviaba mi apetito solo por algunos días.
Necesitada de afecto y atención (por llamarlo así. Lo que necesitaba era sexo), no aguanté más y decidí buscar a un tipo con el que anduve hace como cinco años, en la escuela. Mario me encantaba en ese entonces y cogía como un dios. Lo terminé cuando conocí a Roberto, quien supo seducirme y me casé con él.
Busqué a Mario en mi Facebook y lo contacté. Me sentí culpable en cuanto envié a Mario el primer mensaje. “No debería estar haciendo esto. Pobre Roberto” pensaba mientras por otra parte esperaba con ansias la respuesta de mi ex novio. De nuevo mi vagina estaba húmeda “Es solo un mensaje. Tranquila” pero como estaban las cosas, por mucho que tratara de confortarme, no podía controlar mi instinto. Me era difícil aceptar que a mis 42 años me pudiera sentir nerviosa como una quinceañera.
Quedé con Mario para vernos el sábado siguiente porque era el único día que a él le acomodaba. Lo vería después de que él visitara a su hermana menor, una madre soltera veinteañera que yo apenas recordaba como la pequeña Luci.
Tuve que inventarme una entrevista de trabajo para justificar con mi marido y mis suegros que me saliera de su casa tan arreglada al medio día de un sábado. Me había puesto un vestido azul claro que se pegaba a mi cuerpo aún bastante apetecible y capaz de despertar el deseo de los hombres como me habían demostrado mis compañeros de trabajo con sus constantes intentos de invitarme a salir. Por mi mente nunca había pasado serle infiel a Roberto, al menos no hasta ese día.
Al verme bien arreglada, mi marido buscó acción y cuando estaba maquillándome frente al espejo, se acercó por atrás y me dio unos buenos arrimones.
-Qué guapa estás, Sandra- yo sentía sus manos tomándome de la cadera y su paquete bien centrado entre mis nalgas. Pero no le iba a dar el gusto.
-Suéltame. Deberías seguir el ejemplo que te estoy poniendo y conseguir al menos una entrevista. Mira lo panzón que te estás poniendo… Creo que ya no me atraes.
-Pues te chingas, porque eres mi esposa y me tienes que cumplir- Atajó él, portándose muy macho.
-Cómo eres pendejo, Roberto. No te mereces una esposa como yo siendo el huevón en que te convertiste… Extraño a mi hombre- Tomé su pene erecto con una mano –Extraño a ese que eras tú.
Él se lo tomó como una invitación a tocarme y tuve que salir del cuarto para terminar de alistarme en el baño de visitas. Tocar de nuevo el miembro de mi esposo, me había puesto caliente y si no fuera tan orgullosa, me hubiera quedado en la casa para que Roberto me cogiera hasta por las orejas. Así como me puse, pensé que me daría tiempo de darme un poquito placer antes de irme “O le voy a saltar encima a Mario en cuanto lo vea”.
Con la práctica, había descubierto que frotando mi clítoris en la esquina del lavabo conseguía los mejores orgasmos y me preparé para buscar uno de esos. Bajé mis bragas hasta las pantorrillas y subiéndome la falda del vestido, comencé a darme gusto repasando mentalmente la última vez que Mario me había cogido. El espejo me devolvía el reflejo de una bonita mujer madura, me gustó cómo me había quedado mi maquillaje y lo sensual que me veía mientras me masturbaba.
Al poco rato estaba tan mojada, que mi vulva hacía un curioso ruido al resbalar sobre la porcelana del lavabo. En eso se abrió la puerta de un tirón y en el espejo, mi mirada se cruzó con la de mi suegro, quien tardó unos segundos en asimilar que lo que estaba mirando era a su nuera teniendo sexo con un mueble de baño.
-¡Perdón, Sandy! ¡Perdón!- comenzó a disculparse don Fernando mientras cerraba la puerta.
Como yo había entrado al baño solo para maquillarme, se me olvidó asegurar la puerta “Qué vergüenza” pensaba desesperadamente mientras me acomodaba el vestido. Esperé a escuchar que mi suegro se había alejado y salí del baño y de la casa a toda prisa.
No podía creer lo guapo que estaba Mario. Hacía nueve años desde la última vez que nos vimos en el funeral de su padre y en ese entonces yo me negué a darle una última cogida porque ya tenía un año de casada. Me acerqué a la mesita del café donde nos habíamos citado.
-¡Sandra! ¡Qué gusto verte!- Mario siempre había tenido unas maneras muy delicadas, a veces demasiado, que lo hacían ver algo afeminado.
-Pero qué guapo te ves. Casi nunca subes fotos tuyas a Facebook
-Ay, no. Si lo tengo es solo para encontrar amistades. Me dio mucho gusto que me buscaras.
Pero qué rara sonaba su voz. Había algo más, no se… Algo que no estaba ahí la última vez que nos vimos. Hice a un lado mis ideas marcianas y al cabo de unos minutos la conversación fluía tan agradable como siempre ocurrió entre Mario y yo.
-Cuéntame, mujer ¿Ya tienes hijos?
-No lo hemos logrado- Él alzó una ceja malinterpretando mi respuesta –No, tonto. No me refiero a eso. Mi marido me tiene bien servida… Bueno… últimamente no tanto. Pero si no tenemos hijos es porque el semen de Roberto tiene tan pocos espermas que es como si eyaculara leche materna- Luego de una pausa le pregunté a Mario por su vida. Resumió la última década en pocas palabras y al final extendió sus manos sobre la mesa para tomar las mías. Inmediatamente sentí unas tremendas ganas de besarlo.
-Sandra. Tengo que decirte algo muy personal. Es algo sexual y espero que lo entiendas-. Mi vagina chorreaba literalmente esperando que aquello fuera una propuesta para ir a encerrarnos al hotel más cercano… Pero no.
-Soy gay.
Los corazoncitos que flotaban a mi alrededor mientras Mario sostenía mis manos reventaron como burbujas de jabón. -¿Gay? Pero… ¿Estás seguro? Es que… digo… Nadie me ha hecho gozar tanto en la cama como tú.
-Gracias, querida. Pero luego de que terminamos, mi vida cambió para siempre y cuando conocí a Marcelo, me enamoré perdidamente de él. Ahora vivimos juntos ¿Qué te parece?
Me pareció entonces la cosa más triste del mundo porque yo iba preparada para abrirle mis piernas al amor de mi juventud, al novio más atento y tierno que tuve. Me pareció la cosa más triste del mundo haberme puesto bonita para él, sentirme como me había sentido cuando supe que nos volveríamos a ver… ¡Mi suegro me había visto masturbándome en el baño por su culpa! No había nada justo en todo eso. Pero sonreí y lo felicité por salir del clóset.
Regresé a la casa luego de unas horas y todavía consternada por lo que Mario me había platicado. Había apagado mi celular durante toda la tarde porque no quería que Roberto me estuviera buscando y cuando llegué a la casa y la vi vacía, me sorprendí. Encendí el aparato para ver si no tenía algún mensaje o llamada perdida… ¡Había decenas! Una hora después de que salí de casa, casi al mismo tiempo en que Mario me confesaba su homosexualidad, mi suegra había fallecido a causa de un infarto fulminante mientras veía la T.V. con su adorado esposo.
El más afectado por la muerte de doña Silvia resultó ser Roberto, que si antes pasaba el día pegado al televisor, ahora ni siquiera tenía ánimos para levantarse de la cama. Cuando llegó la navidad tres meses más tarde, traté de consolar a mi marido metiéndome desnuda en la cama, ofreciéndole mi cuerpo como un regalo porque no tenía dinero para comprarle uno de verdad. Al principio él puso de su parte y comenzó a tocarme, pero su pene no quiso despertar. Intenté incluso colocándolo en mi boca y jugueteando con mi lengua alrededor de su flacidez, pero ni eso lo pudo levantar.
A diferencia de Roberto, mi suegro se repuso mucho antes de lo esperado. El viejo don Fernando se había inscrito en varios clubes para pasar sus desoladas tardes ocupándose en algo. Por las mañanas él me preparaba el desayuno para que no me fuera al trabajo con el estómago vacío y por las noches yo siempre le hacía compañía para ver juntos su telenovela favorita. Una de esas noches noté que don Fernando se estaba acariciando el miembro ocultando su mano dentro de la bolsa del pantalón. La telenovela que veíamos la protagonizaba una bonita actriz cuyo personaje perdería su virginidad en ese capítulo. No quise que don Fernando supiera que me había dado cuenta de lo que hacía y no le dije nada.
Lo que pasó me puso un poco más alerta con respecto a mi suegro y noté que también se toqueteaba del mismo modo cuando desayunábamos juntos y por las prisas me sentaba a la mesa envuelta en mi bata de baño sin llevar nada más debajo. No había pasado mucho tiempo cuando descubrí que el viejo se excitaba viéndome hacer la limpieza de la casa. Aprovechaba cualquier descuido mío para asomarse en mi escote mientras yo fregaba el piso del baño o me veía el trasero mientras sacudía los muebles. No me molestaba el hecho de saberme observada. Estoy tan acostumbrada a las miradas de los hombres, que la de mi suegro me parecía solo una más. Pero que él se tocara mientras me veía no me gustaba ni un poco.
Procuré acudir bien vestida a la mesa para tomar el desayuno y no usar ropa llamativa a la hora de hacer la limpieza. Pero aun así, don Fernando seguía en las mismas. Un domingo que estaba lavando la ropa, noté que una de mis tangas tenía una sospechosa mancha blanca, quise pensar que se había ensuciado con mi flujo vaginal, pero detestaba que mis prendas se ensuciaran de tal forma y siempre tenía cuidado para evitar que pasara. Entonces pensé que a Roberto por fin se le había parado y se había masturbado y eyaculado en mi tanga. Así que en la noche, sospechando que mi marido había recuperado los bríos, me puse un baby doll muy sexy y lo esperé acostada en la cama a que saliera de bañarse.
Me encantó la cara de sorpresa que puso al verme vestida así después de casi un año de no hacerlo y acudió a mi encuentro dispuesto a tomarme. Nos estábamos besando muy rico y él me dedeaba despacio clavándome dos dedos hasta el fondo; busqué su verga deseándola casi con fervor, pero de nuevo el instrumento estaba totalmente desconectado -¿Quieres oler mi ropa interior sucia, mi amor? ¿Eso te prende?- Le pregunté pensando que el olor de mi sexo en la ropa sucia lo excitaba secretamente.
-Pues, no s si me prenda. Pero podemos probar- Así lo hicimos pero nada pasó. Nos dieron las cuatro de la mañana intentando de todo para vencer su impotencia, pero lo único que logramos es que yo tuviera dos orgasmos cuando él me dio sexo oral y uno más cuando me masturbé mientras él me veía hacerlo. Acabé rendida e insatisfecha porque para mí no hay nada que se parezca a tener un buen palo de hombre dándome placer.
Me fui a asear al baño (eso le dije a mi esposo) pero lo que en verdad quería hacer era masturbarme como siempre lo hacía, frotándome en el lavabo. No supe cuánto tiempo estuvo ahí, ni supe hasta unos días después cómo había conseguido espiarme, pero cuando terminé y salí del baño de visitas (el lavabo del baño principal me queda muy abajo), mi suegro entraba apuradamente en la cocina, tratando de disimular. Con toda la intensión de demostrarle que no me intimidaba lo que hacía, entré también en la cocina, vestida aún con mi sensual conjunto de encaje negro. –Buenas noches, don Fernando ¿Todavía despierto?- El viejo sucio se quedó como de piedra. –Es que estuve haciéndolo con mi marido y me dio sed. Solo quería que usted lo sepa, para que no se confunda- Le dije en un tono irritado.
A la tarde siguiente don Fernando no fue a su club de viejitos y cuando llegué de trabajar me lo encontré acomodando viejas fotos en una caja. Lo saludé al llegar y cuando iba a subir las escaleras para ir a mi cuarto él me llamó.
-Sandra. Tengo que platicar contigo- jalé una silla y me acomodé al otro lado de la mesa en donde él trabajaba. –Primero, quiero decirte que anoche no fue un accidente. Desde que murió mi Silvita no puedo dejar de verte. Eres una mujer hermosa y es una pena que mi hijo no te cumpla.
-Pues me cumple y bastante bien. Usted no tiene derecho a decirme…- don Fernando me interrumpió.
-Mira, Sandra, el asunto es que ésta es mi casa y tengo derecho a todo lo que quiera ¿Está claro?- Amagué con levantarme enmudecida por la rabia. –Siéntate, que todavía no termino. Escucha lo que tengo que decirte- Presté atención y me volví a sentar –El seguro de Silvia no fue muy cuantioso, pero algo es algo y en lugar de malgastarlo, quiero que ustedes lo tengan. Solo quiero una cosa. Déjame verte desnuda ¿Qué dices?
No podía pensar por lo mucho que me había molestado su asquerosa propuesta y me levanté tirando la silla detrás de mi –Ni por todo el dinero del mundo, señor. Mi dignidad no está a la venta- subí las escaleras lo más a prisa que pude y al entrar al cuarto, me encontré con mi marido plácidamente dormido a mitad de la tarde. Había estado bebiendo y la pieza apestaba a borracho.
Me salí de la casa dando un portazo y me fui a caminar rumbo a ninguna parte. Mis papás habían muerto hace tiempo y mi única hermana vivía en Estados Unidos y mi mejor amiga era un fiasco. Pensé en alguien a quien acudir en busca de apoyo moral y me sorprendí de no encontrar a nadie. Me senté a llorar en una banca. Entonces una voz en mi interior sonó como iluminándome como un rayo celestial “Chíngatelos, Sandra. Gánale al viejo en su juego. Toma el dinero y lárgate”
Estaba cansada de todo y mi furia me dio el valor para volver a la casa y encarar a don Fernando. En el camino iba pensando que mi suegra estaría en el cielo felicitándome por haber puesto en su lugar al viejo marrano que tuvo por marido.
Mi suegro seguía concentrado en el asunto de ordenar sus fotos y me saludó como si nada pasara cuando entré.
-¿Quiere verme desnuda? ¿Es eso lo que quiere?
-Bueno, si tú quieres el dinero, eso es lo que te pido.
-Pues mañana despiértate temprano, cerdo lujurioso, que vas a tener el mejor desayuno de toda tu puta vida.
Me costó trabajo dormir por la emoción de pensar en todas las cosas lindas que haría cuando saliera de esa horrible situación. “Además mi suegro es un pendejo, porque ya me ha visto antes desnuda. Estoy segura que me espía en el baño”.
No escuché la alarma que había puesto para cumplir con mi horrenda cita. Abrí los ojos cuando el sol y los ruidos de la calle se colaban por la ventana. -¡Me quedé dormida! ¿Por qué no me despertaste?- Le pregunté a Roberto, que abría los ojos en ese momento y me pedía que no gritara, que le dolía la cabeza –Sigue de borracho y te juro que me largo, idiota. Hoy voy a regresar tarde para reponer mi tiempo en la oficina y ya verás cómo te pongo si te vuelves a emborrachar.
Era curioso conocer un poco más a mis compañeros del turno vespertino. Pocas veces nos habíamos visto y además de la fiesta anual de la compañía, no había otra ocasión en la que coincidiera con ellos. El arquitecto Pablo era el jefe del lugar y nunca se aparecía por la oficina hasta después de las 4:00. Me sonrojé cuando se acercó hasta mí para saludarme.
-¿A qué se debe el gusto de verte estas horas Sandra?- Me preguntó antes de darme un beso en la mejilla.
-Ay, jefe, estoy cubriendo el tiempo que no pude hacer en la mañana. Me surgió algo urgente que…
-Te pregunté por el gusto de verte, Sandrita. No que me dieras una explicación de por qué llegaste tarde. A ver si te surge algo urgente más seguido para poder contar con tu belleza en estos horarios, eh.
-“Ay, cuando quieras, guapo” – le respondí en mi mente mientras recibía el piropo de mi patrón, pero por fuera solo le sonreí como una colegiala enamorada.
El arquitecto Pablo me fascinaba, pero estaba totalmente fuera de mi alcance. Además él tenía una novia espectacular, una jovencita modelo de Ucrania o Rusia qué sé yo. La había llevado a la última fiesta de la empresa y nadie dejaba de ver a la güerita.
El encuentro con Pablo me puso de buenas y cuando llegué a mi casa, mucho más tarde que siempre, no me enojé cuando vi de nuevo a Roberto perdido de borracho en la cama. Es más, le hice el favor de ponerlo boca abajo para que no se ahogara si vomitaba.
Me preparé un café en la cocina y encendí la televisión. Era raro que mi suegro no hubiera llegado, pero apareció al poco rato, preguntándome si ya había empezado la telenovela. Guardamos silencio durante la emisión de un capítulo más de esa cochinada que había terminado enganchándome por la costumbre. Cuando terminó, mi suegro me preguntó por qué le había quedado mal en la mañana.
-Me quedé dormida porque estuve cogiendo con tu hijo toda la noche.
-No entiendo por qué mientes. Llevan meses sin coger, él mismo me contó que no tienes ganas ¿No extrañas que alguien te de amor? Si tú quisieras, yo puedo ayudarte.
-Ni en un millón de años, suegrito. Y bueno, dejémonos de pendejadas y cerremos el trato que tenemos pendiente- Me puse de pie y haciendo acopio de todo mi valor me planté frente a don Fernando.- Bueno ¿y cuánto me vas a pagar por tu chistecito?
-Eso depende. Si te portas bien, voy a darte un buen dinero. Si te portas como una grosera, te voy a dar cien pesos.
-¿Y qué es portarse bien?
-Pues que me dejes agarrar, que te pongas como yo te digo, esas cosas.
-Nada de tocar ¿Qué te has creído que soy? Nada más me voy a quitar la ropa.
-Entonces olvídalo y quítate de ahí, me tapas la tele.
Viendo cómo se esfumaba mi oportunidad, agaché la mirada y le dije –Está bien. Voy a dejar que me toques, pero con la condición de que no te saques la pija delante de mí.
-Mira, te voy a pagar cinco mil pesos por esto. Si me saco la pija o no, es asunto mío. Ándale, vete sacando los trapos, que me va a dar sueño.
Cinco mil pesos es una miseria para los grandes planes que tenía. Para empezar, necesitaba al menos el doble para ir a ver a mi hermana. –A ver, viejo cochino. Me vas a dar diez mil pesos y te dejo que me toques y te masturbes si quieres ¿Estamos?
-Así me gusta, ya voy viendo tu precio, lindura. No sabes la cantidad de semen que me he sacado pensando en ti. Trato hecho- Se acomodó en el sofá e inmediatamente se desabrochó el pantalón para sacar un pene más robusto y largo que el de Roberto. Me fui quitando la ropa ante la mirada fija del viejo que se acariciaba el miembro disfrutando de cada prenda que abandonaba mi cuerpo. Cuando me quedé en ropa interior, don Fernando se levantó de su lugar y fue a tocarme. –Qué buena estás, Sandrita. Qué pena que el pendejo de mi hijo no te complazca, tienes un cuerpo bárbaro- sus manos rodearon mis senos sobre mi sujetador y tuve que aguantar el asco que me provocaba. Desabroché mi sostén y en cuanto cayó al piso, mi suegro me abrazó.
-Nada de abrazarme, ya bastante hago dejando que me toques- Chasqueó la boca como con desilusión y me soltó.
-Bueno, pero déjame quitarte esa tanguita que se te mete tan rico entre las nalgas- Ni siquiera esperó a que le contestara y me despojó de lo último que me cubría. Luego volvió a sentarse y me pidió que le enseñara el culo. –Oh, Sandrita, qué rico has de apretar con ese hoyito que tienes ahí- acercó sus manos a mis nalgas y me hizo dar un salto cuando trató de meterme un dedo en el ano.
-No te pases de listo, nada más toca por encima. Hazme caso o me visto.
-Calma, niña. Es que uno no se puede contener. Ven siéntate en mis piernas, te prometo que nada más voy a agarrar-. Le creí y me senté en sus rodillas. Sus manos recorrían todo mi cuerpo y el endurecido miembro de don Fernando estaba atrapado entre mi nalga y su abultado vientre –Abre tantito las piernas, te voy a tocar por encima, te doy mi palabra- Su mano se coló en el interior de mis muslos hasta alcanzar mi vulva, sus dedos se perdían entre mi vello púbico, pero no hizo trampa. -¿No quieres agarrar tú también Sandrita?
-Que atento, gracias, pero ¡No!- le dije con sarcasmo y pensando la manera de conseguir más dinero continué–Si quieres que te deje meterme el dedo, vas a tener que darme otros cinco mil.
-¿Qué te pasa? Sí estás buena, pero no es para tanto. Si me dejas darte unos besos y meterte el dedo te doy otros tres mil. Es todo lo que te ofrezco- Pensé que con ese dinero ya me alcanzaba para irme con mi hermana, así que acepté. Me puse de pie y le dije que sí, que estaba bien. Cerré los ojos para no tener que ver la fea cara de mi suegro mientras me besaba. Se entretuvo un rato en mis senos mientras le dejaba meterme la lengua en la boca y un momento más tarde, introdujo su índice por mi conducto vaginal, que a pesar de todo el asco que sentía, estaba húmedo y latía con fuerza. Me sentía rara ahí parada. Todo mi cuerpo estaba quieto, a excepción de mi boca, que se movía contra mi voluntad correspondiendo los besos que don Fernando me daba mientras sus manos nos masturbaban despacio al mismo tiempo. -Te calienta ¿Eh?- Me preguntó. Yo no le respondí, pero debía aceptar que el viejo sabía cómo tocarme.
Se me ocurrió que poniéndolo más caliente podía sacarle más dinero y sacrifiqué lo que me quedaba de dignidad pensando en mi futuro y me decidí a agarrarle la verga. Don Fernando no paraba de besarme y su respiración de hizo entrecortada cuando la piel de su asta se recorrió hacia atrás liberando un glande hinchado y enorme. -¿Cuánto me pagaría si se lo mamo?- No entendí por qué se había separado de mí en ese momento, pero lo hizo para sacar de un librero dos gruesos fajos de billetes. Yo nunca había visto tanto dinero junto.
-Aquí hay veinte mil pesos, son tuyos si me haces una buena mamada.
-Está bien, acérquese- Le pedí mientras me arrodillaba sintiendo que la victoria era mía.
Succioné el glande de don Fernando en cuanto lo tuve frente a mí y luego me puse a darle vueltas con la lengua. Cuando me lo metí todo a la boca, mi suegro casi pierde el equilibrio y se fue a sentar. Yo seguía mamando mientras el viejo me empujaba de la nuca marcándome el ritmo que le gustaba. Me até el pelo usando mi tanga, porque me estorbaba y miré a los ojos del hombre que compraba mis favores pensando en que pronto me iría con todo ese dinero.
-¿Le parece una buena mamada, suegro?- Le pregunté sin dejar de lamer el tronco enorme que sostenía con una mano.
-Vale cada centavo que te voy a dar. No hay nada como una cara bonita como la tuya con una verga en la boca.
Trataba de controlarme, pero me estaba poniendo muy cachonda. Nunca lo había hecho por dinero y que la primera vez fuera con el papá de mi esposo me puso bastante mal. Pensaba en eso cando don Fernando me dijo que lo dejara masturbarse entre mis piernas. Contenta por tener dinero suficiente para marcharme cuanto antes, accedí -“Mientras más rápido termine, mejor”- pensé mientras me acostaba boca abajo en el sofá como me dijo mi suegro. Él se desnudó por completo y su voluminosa barriga embonó extrañamente en la curva de mi cintura cuando se acostó encima de mi. Sentí que me ponía el fierro entre las nalgas y luego de estar un rato ahí, lo puso más abajo lo atrapé con mis muslos. Sentí cuando escupió para que su cosa resbalara mejor entre mis piernas. –Déjame cogerte, no seas mala. Ahí tienes el dinero, ándale. Te juro que termino rápido.
-No sé, suegro. No me tomo las pastillas desde que llegamos aquí, no he tenido dinero para comprarlas- Lo caliente que me sentía a esas alturas, había hecho flaquear mi voluntad y después de tanto tiempo sin tener sexo, me moría de ganas por sentirme penetrada aunque fuera por él.
-No creo que haya problema si me vengo afuera. No seas mala, aunque sea déjame meterte la puntita.
-¿Me promete que se viene afuera?
-Sí, guapa. Mira cómo estamos de cachondos los dos, te va a gustar- La verdad es que el viejo no estaba tan mal dotado y se me antojaba mucho su verga. Te prometo que me vengo afuera.
-Bueno, entre de una vez. Para quitarnos las ganas. Y que le quede claro que lo hago nada más por el dinero- Tomé mis nalgas con ambas manos para abrirlas y paré el culo. Don Fernando escupió una vez más y su saliva me escurrió por toda la rayita. Con mi entrada tan lubricada, su cacho de carne se me hundió con facilidad. Mantuve mis nalgas abiertas mientras mi suegro me penetraba despacio y bien hasta el fondo. –Cómo te siento, Fernando- le dije disfrutando de lo que me hacía y me permití gemir bajito. Como veía que no me daba duro como yo quería, empecé a moverme debajo de él apurando las metidas que me daba. Me cansé luego de un rato y le dije que me dejara montarlo.
Me senté en sus piernas dándole la espalda y cuando me ensarté en su miembro, me planté firmemente en el piso y empecé a mover el culo como una loca. –Me encanta tu verga, papi- Le dije mirándolo sobre mi hombro. Cuando estaba cerca de venirme, me le subí encima y me abrí de piernas para que me siguiera cogiendo. Sus dientes se clavaban en mis pezones y eso me hacía gemir y disifrutar aún más.
-Fernando, ya no puedo, siento muy rico- inhalé ruidosamente y al instante siguiente todo mi cuerpo se contrajo en un riquísimo orgasmo que duró bastante. Al final estaba sacudiendo el culo con mucha fuerza y cuando quise parar, ya fue demasiado tarde. -¡No, Fernando! Te dije que no me estoy cuidando- Traté de quitarme de encima, pero el hombre me abrazó por la cintura y arrojó su leche cuando su miembro estaba más adentro de mí.
-¡No! ¿Terminaste dentro verdad?- Me puse de pie y me asomé hacia mi vulva
-Perdóname, Sandra. No me pude aguantar Pero ¿A poco no estuvo bien? Coges muy rico.
-Pues sí me gustó, pero mira- dos hilos de semen se desprendían de mi vagina y fueron a parar al piso convertidos en grandes gotas. -¿Qué voy a hacer si me embarazo? No ves que Roberto es estéril ¿Cómo le digo que estoy esperando un hijo?
-Cálmate, ve a lavarte. Seguro que no pasa nada.
Al poco tiempo, yo tenía claros síntomas de estar encinta. Lo peor no eran las nauseas matutinas, lo peor era que recién me había separado de Roberto y aún lo amaba.
No pude irme a Estados Unidos con mi hermana Flor, no contaba con los engorrosos trámites para hacerlo y desistí, además ahora era asistente de mi jefe y la paga era mucho mejor. Había conseguido compartir un departamento con mi mejor amiga y su novio y cuando pensé que todo iría bien, pasaba esto. Encima de todo, me estaba viendo a escondidas con mi suegro porque insistía en seguirme pagando a cambio de sexo con el dinero que le dejó doña Silvia.
Me quebré la cabeza durante el primer trimestre de mi embarazo y cuando le dije a Fernando que el niño era suyo y tenía que ayudarme, él propuso que me fuera a vivir con él y a mí eso me parecía una cabal estupidez, de manera que no acepté. Lo demás te lo contaré en otra ocasión.
Espero que te vengas rico.
Que rico aserloasie