Esa noche de agosto del 2021 ni tenía ganas de fiesta. Pero algo pasó.
Helena, mi hermana, había armado todo en casa e invitó a su grupito, entre ellos al pelotudo de Lucas.
Lo había visto mil veces chamuyándola. Ella no le daba bola, pero ahí estaba, prendido.
Yo me fui a dormir temprano, no estaba para nadie.
Serían como las cinco cuando me levanté para ir al baño. Estaba medio dormida todavía. Caminé por el pasillo con las luces apagadas y la música bajita. Entré al baño e hice lo mío.
Cuando salí, vi a Lucas ahí parado contra la pared, en penumbras. Me miraba con una cara que me dio escalofríos. No me dio tiempo ni a hablar.
Me agarró del brazo, me empujó contra la pared.
—Mirá cómo estás vestidita, la puta madre… —me gruñó al oído.
Me besó, me manoseaba las tetas por abajo de la musculosa. Le empujé el pecho, forcejeé.
—Lucas, ¡pará boludo! ¡Andate! —susurraba.
No le importó un carajo. Me tenía contra la pared, me apretaba con todo el cuerpo.
—Mirá cómo me ponés —me dijo.
Con toda la fuerza que pude, me zafé un segundo.
—Basta. Me voy a mi cuarto —le dije temblando.
Caminé rápido y cerré la puerta apenas entré. No me dio tiempo a trabarla. El tipo la abrió de una, entró y la cerró atrás.
Me agarró de nuevo, esta vez más fuerte. Me empotró contra la pared de mi pieza, me chupaba el cuello, me apretaba el culo. Yo le decía “pará”, pero era como hablarle a una pared.
Afuera escuchaba voces. Helena salió de su cuarto con un chabón, se reía.
Si alguien preguntaba por Lucas, nadie iba a tener idea de que estaba adentro conmigo.
Mientras tanto, me metió la mano bajo el short. Yo intentaba frenarlo.
—No… Lucas… pará… —suplicaba.
Me levantó el short y la tanga de un tirón. En dos segundos me tenía medio en bolas.
Me tiró en la cama, se sacó la remera. Me bajó la musculosa, me dejó las tetas al aire y las chupaba con bronca, me mordía los pezones.
—No me digas que no te gusta —me bufó entre dientes.
Yo le agarraba la cabeza con bronca.
—La concha de tu madre… —le dije, pero no lo saqué.
Me hundía la cara en las tetas, me restregaba. Yo gemía bajito, sin querer. No podía evitar que el cuerpo me reaccionara.
De repente se puso de rodillas en la cama, me abrió las piernas y me empezó a chupar la concha.
Yo apretaba los dientes para no gemir fuerte.
Mientras me chupaba, se sacaba el jean a las apuradas. Vi la pija marcada en el bóxer, durísima.
En un momento me puse de rodillas y me arrastré hasta quedar boca abajo entre sus piernas.
Le pasé la cara por el bóxer, sentía la pija latiendo contra mi cara. Empecé a morder la tela, babeándola toda.
Le bajé el bóxer despacio. La pija era ancha, con una vena gorda cruzándole el tronco. La cabeza morada, hinchada.
Le pasé la lengua por todo. No pude seguir. Me agarró la cabeza con las dos manos y me la metió de golpe en la boca, hasta el fondo. Me bombeaba rápido, me hacía toser, me caían lágrimas.
Yo me puse boca arriba, las piernas abiertas. Me miraba con cara de bestia. Se subió encima mío y de un empujón me clavó la pija hasta el fondo.
Arqueé la espalda de dolor y placer mezclados. Me tapó la boca con la mano.
—Callate, puta —me dijo, apretándome fuerte.
Cada estocada me partía. Sentía cómo la pija me llegaba al fondo de la concha, me desgarraba por dentro. Las lágrimas me corrían solas.
Me dio vuelta de un empujón. Me puso en cuatro. Apenas me apoyé con los codos cuando me agarró el pelo y me tiró para atrás, dejándome con la cabeza levantada.
De un solo golpe, me volvió a clavar la pija. Me bombeaba sin piedad. Yo me mordía los labios para no gritar.
Me pegó una cachetada fuerte en el culo.
—Así me gusta, bien puta —gruñía.
Me ardía la concha. Sentía cómo me llenaba entera. No sabía si quería que terminara o que siguiera.
En un momento me dejó boca arriba otra vez. Se arrodilló sobre mi pecho, la pija en la mano. Se la pajeaba con fuerza. Yo abrí la boca y saqué la lengua.
—Abrime bien esa boquita, putita —me ordenó.
Los primeros chorros me pegaron en la cara. Me chorreaba semen tibio por las mejillas, la nariz, la boca. Yo jadeaba, sintiéndome una sucia.
Me agarró la mandíbula fuerte.
—Ahora limpiame la pija. No dejes ni una gota —me ordenó.
Empecé a lamerla despacio, tragándome todo.
Cuando terminó, se vistió. Me besó la boca todavía manchada.
—Qué rica boquita tenés… —dijo dulcemente.
Yo me vestí como pude. Espié el pasillo. Volví a la pieza.
—Todo bien —le hice señas.
Salí primero, él atrás, pegado a la pared. Cuando cruzamos el pasillo, abrió la puerta y se fue.
Yo me quedé ahí, con el sabor de su leche en la boca, y sin saber si lo odiaba o si lo quería coger nuevamente.